La encarnizada batalla por la propiedad intelectual de la técnica de edición de genoma CRISPR, la tijera molecular que permite reescribir a voluntad el mensaje de la vida, tiene vencedor. La Corte de Apelaciones de Estados Unidos ha dado la razón a la Oficina de Patentes y Marcas de los Estados Unidos y considera que la patente es del Instituto Broad, vinculado a la Universidad de Harvard y al Instituto de Tecnología de Massachussets (MIT). Cae derrotada la Universidad California en Berkeley, que reclamaba la autoría del invento. Se cierra así este litigio que comenzó hace seis años con el descubrimiento de la técnica.
“Los hallazgos del Board están sustentados por sustanciosas evidencias y consideramos que la oficina de patentes no se equivocó en su dictamen” emitido en febrero de 2017, explica la jueza Kimberly Moore en su sentencia. “Tras revisar los argumentos de la Universidad de California los consideramos poco convincentes”, añade.
Mientras el equipo del Broad, liderado por el biólogo Feng Zhang, muestra su satisfacción: “Es hora de que todas las instituciones vayan más allá del litigio” para “garantizar un acceso amplio y abierto a esta tecnología transformadora”, se prevé que la Universidad de California, con el grupo de la química Jennifer Doudna a la cabeza, recurra la sentencia ante el Tribunal Supremo, aunque todo indica que será desestimada.
Esta guerra de patentes sin precedentes ha perjudicado al progreso científico. Durante la batalla los avances logrados con CRISPR se han quedado atrapados en el laboratorio. “En el ámbito académico, en los laboratorios de centros públicos de investigación, podemos usar las CRISPR sin ningún tipo de limitación, para generar conocimiento, entender mejor las enfermedades. Sin embargo su uso para generar productos, es decir, terapias, no es libre. Las empresas que hacen esos productos tienen que llegar a acuerdos con los dueños de la patente”, explica Lluis Montoliu, científico del Centro Nacional de Biotecnología, que utiliza CRISPR en sus investigaciones sobre albinismo. “En estas condiciones, el salto a la clínica está paralizado porque las empresas no quieren embarcarse en inversiones que no tienen garantías legales”, se lamenta.
Esta innovación que ha revolucionado los laboratorios biotecnológicos de medio mundo tiene un volumen de mercado estimado de más de 46.000 millones de dólares solo en medicina. Los centros de investigación vinculados con el invento olieron el hoy evidente interés de los grupos de inversión de capital riesgo y crearon sus propias empresas para gestionarlo. Durante estos años sus acciones suben y bajan como una montaña rusa con cada gesto del registro de patentes. Tras la decisión del juzgado, Editas Medicine, del Instituto Broad, está subiendo como la espuma.
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