Charlamos con John Long en su visita a IROS2018 y vemos algunas de sus criaturas robóticas evolutivas. El científico estadounidense nos cuenta que debemos avanzar hacia un mundo más amigable para los robots. Conviviremos con ellos y, de hecho, ya nos rodean un montón de ellos, lo que pasa es que están ocultos y no se parecen a R2D2. | Vídeo: M.V. | Foto: Vassar
John H. Long suele decir que quisiera ser un pez. No tiene interés en mojar nariz alguna en peceras, sino nadar como ellos. "En el fondo tengo que justificar mi afición por el buceo con la investigación académica", bromea. Los peces son unos excelentes modelos para estudiar la evolución. Su capacidad para moverse y respirar en un fluido los hace particularmente interesantes. "Si queremos entender algo de nuestros propios orígenes tenemos que comprender qué pasó hace 500 millones de años en el océano con los peces". Así que Long, cual Darwin, ha querido rebobinar la historia de la vida para acelerar la moviola después. Como en la cabecera de Érase una vez el hombre. Y para eso ha construido robots a los que ha puesto a jugar el juego de la evolución de las especies en tiempo real.
"Soy biólogo. Y uso robots como modelos de animales autónomos. O sea, que no los controlo remotamente", explica en un encuentro con El Independiente antes de dar una conferencia el la feria internacional de robótica IROS2018 de Madrid. "También usamos modelos por ordenador, pero los modelos físicos, los robots, son más precisos. No tienes que simular su comportamiento físico –las ecuaciones que explican el comportamiento en un fluido son muy complejas–, lo tienes ahí, ves gratis cómo se comportan esas criaturas", dice, refiriéndose a pequeños artefactos flexibles con forma de bichos acuáticos primitivos, como una especie de mantas rayas que bucean a placer en su laboratorio de la Universidad de Vassar, cerca de Nueva York.
Long suelta a esos animalbots y los pone a competir en un determinado ecosistema. Luego, analiza su comportamiento, que no está dirigido, para ver qué virtuales mutaciones podrían resultarles adaptativas. Que gane el mejor. Darwinismo robótico, tal y como explicó en su libro Darwin's Devices. "El mundo académico está más orientado, con los robots, a buscar respuestas a preguntas como por qué un pez nada. Puede parecer obvia, pero no. ¿Qué pasa dentro de los músculos y espinas ante determinados estímulos? Los peces son tridimensionales y no tenemos una idea clara de cómo nos movemos en tres dimensiones. La industria, por su parte, busca aplicaciones concretas. Y en este sentido, los peces robóticos son una interesante forma de bucear de forma eficiente. No tiene sentido un androide [nadador] con esa imagen de los años sesenta".
La aspiradora Roomba, mejor que Rachael de Blade Runner
Cualquier móvil inteligente supera las capacidades de la mayoría de primitivos androides de las películas de los años cuarenta o cincuenta. Dice Long recuerda que "en 1956 prometieron que tendríamos un cerebro en una computadora. Pero el tiempo pasó y no ocurrió nada de eso. La gente se descorazonó con la inteligencia artificial. Sólo ahora tenemos un poder de cálculo y un buen puñado de inteligentes algoritmos, aprendizaje profundo, etc. que nos permiten sortear los problemas de entendimiento del cerebro humano y solventar las dificultades de los patrones de procesamiento o el entendimiento del lenguaje natural para una máquina". En suma, podemos tener "robots más inteligentes". Pero no necesariamente menos torpes.
"Lo difícil para una máquina es lo que damos por sentado: ponerse y mantenerse en pie. No caerse. Es un acto humano verdaderamente difícil. Y de eso sólo te habrás dado cuenta si has estado borracho alguna vez", asegura. "Sólo ahora lo estamos empezando a conseguir". Tenemos verdaderos robots atletas como ATLAS de Boston Dynamics, empresa especializada en androides más o menos multipropósito, con capacidades verdaderamente asombrosas en cuanto a la precisión con que ejecutan sus movimientos. Eso sí, tras años de intentonas fallidas que nos han regalado decenas de desternillantes memes.
Lo difícil para una máquina no es jugar al ajedrez; es tenerse en pie
"Podemos meter redes neuronales en robots y ver cómo evolucionan", explica este biólogo sin ínfulas frankensteinianas mientras recuerda la paradoja de Moravec. Formulada a principios de la década de 1980, viene a decir que para una máquina (una inteligencia artificial o, simplemente, un ordenador) es más fácil jugar al ajedrez o al go –eso son, en esencia, lógica y matemáticas– que moverse, que interactuar con un entorno físico lleno de estímulos cambiantes. "Es realmente difícil el solo hecho de estar en pie. Porque tienes que tener sensores de presión y equilibrio (en el caso humano, el líquido de nuestros oídos), el cerebro tiene que coordinar músculos y tendones en decenas de sitios, mantener las articulaciones listas para evitar que todo se venga abajo. Sólo ahora he empezado a ver robots capaces de eso, robots atletas. Me encanta ver los vídeos de Boston Dynamics, estamos superando la paradoja, sólo nos queda el tema de la estética".
¿Estamos en un mundo adaptado a robots?
Un entorno amigable con los robots, un mundo robot friendly. Es la asignatura pendiente, porque en esos vídeos de Boston Dynamics muchas veces vemos enormes códigos QR para que sus androides puedan orientarse en el laboratorio. En ese sentido, las técnicas de reconocimiento de imágenes ya permiten coches autónomos capaces de reconocer los elementos que un conductor puede encontrarse en una carretera o calle. "De alguna manera es estúpido construir robots androides. En realidad, no los necesitamos para llevar automóviles. El coche ya es el robot". Y así con las aspiradoras, que están lejos de ser "como Rossie the robot de la serie Los Supersónicos". En algunos casos, como en catástrofes, sí pueden ser útiles los androides, pero Long recuerda que ya "tenemos robots ocultos por todos lados".
De alguna forma, es estúpido construir androides.
A su juicio, más que un robot multipropósito, es mejor segmentar las tareas para cada cual "porque el mundo no está hecho para ellos". Con todo, toda la vida las carreteras se han hecho "con líneas para mantener a los coches en su carril, pero ahí tienes a japoneses y coreanos haciendo autopistas inteligentes, llenando el mundo de sensores y etiquetas [legibles para ellos] en plan, soy un peatón, no debes atropellarme, de manera que los robots puedan entender qué hay ahí. Y, en verdad, es una manera de hacer todo más inteligente porque es una tarea cognitivamente superdifícil para ellos, incluso a veces para nosotros, humanos".
Hacia ahí avanzamos. Convertir nuestro mundo en algo más amigable para los robots. Nos va a tocar convivir con ellos. Y será una cuestión adaptativa para ambos: humanos y máquinas. La evolución sigue siendo casi igual para todos desde Darwin.
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