Sería otro planeta", afirma categórica la climatóloga del INTA Margarita Yela. Pensar en un mundo sin Antártida es un ejercicio de ciencia-ficción... con cada vez menos ficción. Si en los ochenta y noventa el agujero de la capa de ozono parecía la principal amenaza, el efecto invernadero y el calentamiento global que lo acompaña no sólo amenaza al continente helado. Tocar el delicado equilibrio antártico es amenazar a toda la Tierra. Y lo peor es que el cambio climático trastoca todas las proyecciones esperanzadoras del pasado. No todo lo que ocurre en la Antártida está directamente relacionado con el calentamiento global. Pero la intervención humana pone en juego la supervivencia de especies marinas, nuestras costas y hasta la forma de los continentes.
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Climas trastocados hasta en el desierto
Según explica Yela a El Independiente, "los sistemas oceánicos se trastocarían". Los mares y las corrientes que se producen en ellos son determinantes en el clima de los continentes. "En el planeta hay un equilibrio energético. En el Ecuador hay una gran masa cálida, mientras que en los polos hay unas grandes masas frías. Se redistribuye esa temperatura y eso hace que el planeta sea como es", explica la científica, que trabaja ahora desde Torrejón de Ardoz recabando datos que le envían sus colegas argentinos desde la zona antártica. "Con desiertos como Atacama, que son desiertos porque precisamente la circulación oceánica llega con una temperatura determinada", enfriando el agua costera, evitando la evaporación y la formación de nubes, por tanto.
La Antártida juega un papel importante en la forma de la corriente en chorro meridional. La forma de sus meandros inyecta aire frío o caliente en los continentes australes, tal y como ocurre con la corriente que hay en el hemisferio norte y cuyas deformaciones algunos investigadores asocian al cambio climático, agudizando fenómenos como las DANA.
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Adiós kril, adiós animales marinos
La Antártida tiene dos reservas mundiales únicas: la mayor de agua dulce –que no debería llegar en demasía al océano– y la mayor de kril. "Es un pequeño crustáceo, una especie de plancton", explica la bióloga marina y ambiental Pilar Marcos (@PilarMarcos), responsable de Biodiversidad de Greenpeace. "Todos los animales que viven en la Antártida comen kril o comen alguna especie que se alimenta de dril. Es el motor del océano sur para la distribución [de especies desde] este punto inicial de la cadena trafica". Si desaparece, perderíamos, por ejemplo, "ballenas que alimentan a sus crías durante el verano austral", provocando "un efecto dominó".
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Menos color blanco, más calor
En la Antártida apenas nieva, pero hay 26,5 millones de metros cúbicos de hielo que se ve blanco. "Si la Antártida no fuera blanca, la energía que llega procedente del Sol la absorbería la Tierra", explica Yela. Ese color refleja la mayor parte de la energía y, particularmente, el calor, que "rebota, haciendo que la temperatura sea aún más baja", conservando las cualidades de su clima. Es el llamando efecto albedo.
La Tierra es ahora más verde por la acción alimenticia de ciertos gases de efecto invernadero sobre las plantas. La Antártida, aún más. Puede resultar bonito, pero también catastrófico.
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Volcanes y continentes más altos
La Tierra no siempre tuvo Antártida. Se desgajó del continente único Pangea hace unos 25 millones de años. "Hasta 2017 conocíamos 47 volcanes en la Antártida. Hoy ya conocemos 138", explica el geólogo planetario y divulgador Nahúm Méndez-Chazarra (@nchazarra). Un hecho relevante, porque el vulcanismo ocurre y se contiene bajo los entre 2 y 4 km de espesor de hielo. Si éste se derrite, se dispararían las emisiones de determinados gases y, desde luego "subiría aún más la temperatura".
Pero el hielo pesa sobre la placa tectónica. "Quitándolo, la Antártida va a ir elevándose". Y no sólo allí. "Ahora mismo hay zonas de nuestro planeta que después del último máximo glacial se están elevando a una tasa de un centímetro por año. Por decirlo de alguna manera, la corteza terrestre es como un corcho que se encuentra sobre una zona más blanda. Cuando le quitamos todo ese peso de hielo, intenta restablecer el equilibrio y se eleva".
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Adiós plantas autóctonas. Hola, invasoras
Tendemos demos a pensar en la Antártida "es un territorio virgen, prístino", en palabras del ambientólogo Miguel Ángel Olalla, "y es cierto que hay tenido un relativo aislamiento, pero los humanos, a través de los primeros balleneros y foqueros, primero, y las expediciones científicas, después, hemos actuado como vectores de dispersión de ciertas especies invasoras que han sido capaces de establecerse"
Se ha encontrado césped como el de nuestros campos de fútbol, adaptado al clima antártico
Es el caso del césped típico de nuestros campos de fútbol, que se ha adaptado a un lugar tan frío y seco, junto a otras 21 variedades de gramíneas. Olalla, investigador de la URJC, ha viajado hasta la Antártida para documentar qué gramíneas e insectos se han establecido en semejantes latitudes viajando a lomos humanos, con peligro de alterar los delicados ecosistemas polares. Ha trabajado en la erradicación antártica de la especie Poa pratensis. También se ha detectado otra variedad, Poa annua, típica de los campos de golf.
"Sólo existen dos plantas vasculares nativas de la Antártida y los humanos hemos llevado allí otras otras dos especies de plantas". La vegetación local, una vez más, juega un papel determinante en la alimentación y hábitats de otras especies. Una vez más, la cadena de los ecosistemas, a la que se suman artrópodos, donde han detectado seis especies invasoras de pequeños insectos sólo en la Isla Decepción, donde hay una base.
"Son ecosistemas muy frágiles porque, precisamente, son muy simples", aclara Olalla, quien advierte que las especies autóctonas son únicas en cuanto están adaptadas a frío, sequedad y viento extremo. Si sube un poco la temperatura, tendrán clara ventaja las invasoras.
Sin Antártida "nos perderíamos una huella de la vida de los últimos 30 millones de años", ya que hay "un registro fósil enorme bajo el hielo", que aún no conocemos, como desconocemos, de hecho "un montón de especies" que han dejado su huella del pasado ahí debajo.
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Y los famosos 60m de subida de los mares
En 2014, la NASA pudo observar desde las alturas que el hielo estaba creciendo en la Antártida. Se expandía hacia el océano, mientras que en el Ártico ocurría lo contrario. "Aquello nos pareció un misterio", explica Walt Meier, investigador de NASA Goddard. "Era extraño viendo aumentos de temperatura por todo el globo. Pero no era proporcional la masa que perdía el Ártico con la que perdía la Antártida". En el norte se pierde al doble de velocidad que el aumento del sur. ¿Significaba aquello que el sur funciona de forma diferente y no hay deshielo?
"Hay deshielo", el problema es que ocurre donde no debería. "Se estima que entre el 60% y el 90% del agua dulce congelada del planeta está allí", recuerda Pilar Marcos. Un mundo sin Antártida (y, en general, sin el hielo del Ártico también), supondría un incremento medio del nivel de los océanos de unos 60 metros. Cuando se deshace en el interior, el agua dulce termina en el océano. Parte puede congelarse de nuevo, pero otra termina incorporándose a corrientes saladas, cambiando las propiedades y, por tanto, hábitats de determinadas especies.
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Adiós a los misterios del universo
La Antártida es un magnífico laboratorio de investigación del planeta. Pero también de otros mundos muy lejanos en el espacio y el tiempo. Sólo en sitios con tanto hielo se pueden excavar instalaciones científicas como el IceCube, que trata –y consigue a veces– cazas partículas fantasma proveniente de los albores del universo. Aquí explicamos cómo:
El cambio climático acelera ciertos procesos. Y eso preocupa a investigadoras como Yela, que lleva más de dos décadas monitorizando y viajando a este continente. Ella, quizás la mayor experta nacional sobre el agujero de la capa de ozono, recuerda que en los noventa se hizo un eficaz esfuerzo internacional por erradicar los químicos (fundamentalmente, CFC de los espráis) que la destruían. El agujero se fue cerrando, "aunque precisamente estos días estamos detectando una destrucción de ozono prácticamente superior a la que se ha observado en los últimos siete años". Si bien pareciera que la brecha en el paraguas de ozono es reversible, el cambio climático "nos obliga a revisar nuestros modelos y proyecciones". Y, a diferencia de lo ocurrido con el relativamente exitoso protocolo de Montreal contra los compuestos antiozono, la geopolítica no se ha alineado contra los gases de efecto invernadero, ignorando que vivimos en un mundo con Antártida.
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