El 3 de noviembre del año 2015 el Gobierno británico presento los nuevos pasaportes con los que se identificaban sus ciudadanos más allá de las fronteras propias. Con estos cambios, que se producen cada cinco años, el Ejecutivo suele homenajear a personas importantes para la historia de la nación incluyendo sus rostros entre las páginas.
Entre las caras vigentes están las de figuras como el pintor John Constable, el inventor John Harrison o el escritor William Shakespeare. Junto a ellos, un nombre menos conocido pero igual de decisivo para el mundo en el que ahora vivimos: Ada Lovelace.
Lovelace ha hecho méritos más que de sobra para compartir espacio con Constable o Shakespeare, no en vano es la mujer que inventó la programación. Y lo hizo en 1843, cuando al ordenador todavía le quedaba mucho para ser siquiera un esbozo.
Sus aportaciones a la comunidad matemática de la época fueron tan importantes que, 166 años después de su muerte, uno de sus cuadernos de notas manuscritas, de las que apenas quedan seis copias, se vendió por 95.000 libras, casi 85.000 euros, en una subasta celebrada en verano de este mismo año.
Una infancia diferente
Nacida como Augusta Ada Byron en el año 1815, fue la única hija legítima del escritor británico Lord Byron, del que hasta Lope de Vega hubiera estado orgulloso por su capacidad para engendrar descendencia en los márgenes del matrimonio.
Su relación con el renombrado poeta fue breve, pues cuando ella tenía 8 años su padre murió a causa de una enfermedad cuando peleaba en la Guerra de Independencia de Grecia. Corría el año 1823 y su educación quedaba en manos de su madre, Annabella Milbanke, acostumbrada a moverse en un ambiente intelectualmente elitista.
Así, decidió que Ada debía estudiar en casa y le puso un tutor que le enseño matemáticas, algo muy poco común para la época, hasta que a los 17 años su vida cambió para siempre. En una fiesta a la que había acudido con su madre le presentaron a Charles Babbage, inventor de una calculadora mecánica capaz de elaborar funciones numéricas por el método de diferencias, y todavía considerado como uno de los padres de la programación moderna.
Ambos comenzaron a tener relación intelectual -sus figuras comparten página en el pasaporte británico-, mientras ella continuaba, siempre que podía, con sus estudios. No era fácil, teniendo que atender las obligaciones a las que las mujeres debían hacer frente en esos años, más aún si a eso hay que sumar el cuidado de tres hijos.
Sin embargo, en el año 1843 cayó en sus manos un artículo del italiano Luigi Menabrea -que luego sería general de ejército y primer ministro entre 1867 y 1869- en el que presentaba su máquina de análisis matemático. Tras leerlo, Lovelace decidió hacer una serie de acotaciones y críticas a las ideas que el transalpino planteaba. La extensión de las mismas triplicó la longitud del artículo original.
Ada afirmaba que lo correcto era que una máquina consiguiera resolver problemas matemáticos a través de una secuencia de operaciones, y que pudiera incluso operar con símbolos además de con números. Tendía así el puente entre el cálculo y la programación, dibujando uno de los primeros trazo, sin saberlo, de la tecnología moderna.
Se permitió incluso el lujo de perfilar lo que ahora es la Inteligencia Artificial. "La máquina no se puede concebir con la pretensión de originar nada. Puede hacer cualquier cosa que le ordenemos, puede seguir un análisis, pero no tiene el poder de anticipar relaciones analíticas", escribía.
Sus ideas fueron tan influyentes que hasta Alan Turing se decidió a refutarlas en un texto que quedó bautizado como Maquinaria Computacional e Inteligente. El matemático que pasó a la historia por hackear la máquina de encriptación enigma, usada por los nazis para construir sus mensajes en clave en plena Segunda Guerra Mundial, no estaba de acuerdo con los postulados de Lovelace, pero, al contrario que la historia, siempre respetó como una igual a la mujer que inventó la programación.
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