El pasado domingo la naturaleza volvió a demostrar todo su poder destructivo. Un tsunami provocado por la erupción del volcán Anaka Krakatau, en una pequeña isla de Indonesia, arrasó las costas del país asiático dejando casi 500 muertos y más de 1.000 heridos, aunque las autoridades ya han advertido de que las cifras seguirán creciendo con el paso de los días.
El tsunami, devastador, no ha alcanzado la magnitud del que sacudió Japón en el año 2011, llevándose a su paso las costas de Sendai y Fukushima y provocando casi 16.000 muertos y más de 6.000 heridos. Además, los daños materiales se dispararon hasta los 235.000 millones de dólares, casi 206.000 millones de euros, y las consecuencias se notarán durante muchos años tras la destrucción de la central nuclear de Fukushima.
El sudeste asiático es una zona en la que, por desgracia, estos sucesos son frecuentes y en la que es fundamental poner todos los medios para minimizar su impacto en la población. Pararlos es imposible, por lo que los esfuerzos se ponen en conseguir salvar al mayor número de personas posibles.
De hecho, el Gobierno de Japón lleva trabajando desde 2011 para no caer de nuevo en el error de subestimar a la naturaleza. En el año 2017 el Ejecutivo de Shinzo Abe llegó a un acuerdo con Fujitsu para desarrollar un software de Inteligencia Artificial que fuera capaz de crear un sistema con la capacidad de predecir cuándo y dónde se puede originar el siguiente tsunami.
Dicho programa, que lleva en marcha desde noviembre del año pasado, trabaja también con modelos que desarrollan vías de evacuación óptimas y con sistemas de comunicación para alertar a la población lo antes posible.
Un problema profundo
El gran enemigo de Japón tiene nombre y apellidos: Fosa de Nankai. Con sus más de 900 kilómetros de longitud, que recorren la costa este de Japón hasta terminar muy cerca de Tokio, esta fosa marca una zona de subducción con la placa tectónica del mar de Filipinas por debajo de la Euroasiática.
Con una actividad sísmica por encima de lo norma, esta fosa es muy peligrosa para el país nipón. De hecho, un tsunami apenas tardaría unos pocos minutos en tocar tierra, y sólo una hora en llegar a Tokio, una de las zonas con más densidad de población de la Tierra. Los potenciales daños humanos y materiales son enormes.
Ante esto sólo cabe la prevención. Para ello, Fujitsu y los científicos del Instituto Internacional de Investigación Científica de Desastres de la Universidad de Tohoku, situado en la propia Sendai, trabajan con un proyecto en la zona de Kawasaki, 30 kilómetros al sur de Tokio, desarrollando un programa que estudia las mareas para predecir la siguiente ola gigante.
Su modelo de predicción se basa en el estudio de las aguas gracias a una serie de sensores situados en alta mar a lo largo de la costa, transmitiendo datos en tiempo real constantemente. Estas balizas registran la dirección del agua a diferentes profundidades y también la altura de las olas, calculando el tiempo que tardarían en llegar a tierra firme.
Para lograr la precisión deseada, los sensores tiene que recoger una ingente cantidad de datos que, luego, son procesados por una Inteligencia Artificial adiestrada por los investigadores de Tohoku, que reciben los datos en tiempo real almacenados en la Nube.
Además de las medidas de predicción tecnológica, Japón también ha levantado murallas de casi 13 metros de altura que, a priori, no parecen la mejor solución. En el tsunami del año 2011 las olas alcanzaron los 40 metros de altura, más que suficiente para llevarse por delante casi cualquier dique construido por el hombre.
¿Un tsunami en España?
Este tipo de sucesos nos suenan muy lejanos, pero Europa, y por extensión España, no está a salvo de los tsunamis. El mar Mediterráneo ha registrado varios, sobre todo en la zona de Sicilia, con el Etna como gran candidato a ser el foco de un catástrofe así.
Aún así las posibilidades son bastante pequeñas. El Etna tiene 500.000 años de edad y todavía no ha provocado una ola que arrase con el Viejo Continente, aunque es cierto que no tenemos datos suficientes como para afirmar con seguridad que no ocurra en cualquier momento.
Según un estudio de la geóloga del MNCN Caridad Zazo, en el Golfo de Cádiz ha habido al menos cinco tsunamis en los últimos 7.000 años, en intervalos "de 1.200 o 1.500 años", como explicó a El Independiente. "Las proyecciones estadísticas son más fiables cuantos más datos tenemos y, de momento, en el Golfo de Cádiz tenemos pocos", asegura.
Zazo también alerta de que intentar predecirlos es muy complejo. La previsión "no es posible con el interior de la Tierra", afirma, recordando que algo así puede "ocurrir mañana" y advirtiendo de que debemos estar preparados.
Las recomendaciones principales para escapar si una ola gigante avanza sin control son de sentido común. La primera es dejar el móvil y los vídeos para las redes sociales y ponerse a salvo, sin recurrir al coche, alejándose y encontrando un lugar alto y a cubierto. Una vez que uno se haya puesto a salvo, lo siguiente es ayudar a todo el que sea posible para, como intentan en Japón, reducir a la mínima expresión toda la potencia de la naturaleza.
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