Caray, es el dispositivo más bonito que jamás he visto". Seguramente ese fue el mayor piropo que nunca recibieron los 15 metros de ancho del Mark I, una de las primeras computadoras del mundo, que era cualquier cosa menos bonita.
La responsable de estas palabras no es otra que Grace Hopper, la mujer que enseñó a hablar a las máquinas. Pese a que su nombre no se pronuncia cada día, a Hopper le debemos el lenguaje para programar un ordenador.
Antes de que ella desarrollara el primer compilador, todos los programadores debían tener altísimos conocimientos en matemáticas, ya que la forma de hablar con uno de estos ordenadores primegenios pasaba por el código binario, difícil de manejar.
Hopper puso las bases del lenguaje Cobol, el acrónimo para Common Business-Oriented Lenguaje, o Lenguaje Común Orientado a Negocios, un sistema que tenía el objetivo de crear una programación universal que pudiera ser usada en cualquier ordenador.
Pese a que Cobol fue creado en el año 1959, todavía tiene una altísima popularidad. Según un informe de Gartner Group, en el año 2005 un 75% de los datos generados por negocios eran procesados por programas creados en Cobol, si bien es verdad que en muchos otros usos es un lenguaje reemplazado ya por otros más modernos o versátiles.
La guerra que lo cambió todo
Como a casi todo el mundo, la Segunda Guerra Mundial le cambió la vida. Nacida en el descuento del año 1906, Hooper se sacó el doctorado en matemáticas por la Universidad de Yale, y no tardó en mucho en cambiar los asientos de las aulas por las tizas y la pizarra en el Vassar College, una institución situada en Poughkeepsie, a unos kilómetros de Nueva York.
Con el estallido del conflicto, en 1943, Hooper decidió alistarse en el ejército, siguiendo la tradición que empezó su abuelo sirviendo en la Armada. Pese a que no pasó las pruebas físicas, el mando militar descubrió rápidamente que no iba a conquistar trincheras, pero su mente podía ser tremendamente útil en el esfuerzo de guerra.
Quedó destinada en la Universidad de Harvard, desde donde un pequeño grupo coordinaba la vertiente matemática del Proyecto Manhattan, el equipo de investigación que tenía el encargo de diseñar el primer armamento nuclear y que tuvo el infausto honor de ser el responsable de la devastación creada por Little Boy, el nombre de la primera bomba nuclear, cuando tocó el suelo de Hiroshima.
Hooper, en cualquier caso, se dedicó a las matemáticas hasta que Berlín se rindió al Ejército Rojo y, ironías, se pasó el sector privado. Allí tardó poco en confirmar que era muy poco productivo tener que utilizar el código binario para dar órdenes a una computadora, y se dio cuenta de que era mucho más fácil hablar en inglés, claro. ¿Por qué no? Puso las bases a Cobol, permitiendo que hoy en día cualquiera pueda aprender a programar.
En el año 1967, Grace Hooper volvió a la Armada. Por entonces ya no había nazis a los que derrotar, pero el ejército le pidió que estandarizara los lenguajes de alto nivel que usaban los militares. Con el tiempo fue asciendo de cargo hasta que en 1983 fue nombrada Contraalmirante, uno de los rangos más altos de la Armada, y no se retiró hasta el año 1986.
Honores de Estado
A sus 80 años, era la oficial de mayor edad en todo el ejército estadounidense. Tras retirarse, en ese mismo año, comenzó a dar conferencias en todo el mundo y ejerció de de consultora para empresas, que se pegaban por tenerla como ponente.
"La frase más dañina del lenguaje es 'siempre lo hemos hecho de esta forma'", solía decir. Hooper también protagonizó una curiosa historia alrededor del término bug, que actualmente se utiliza para definir un fallo en una aplicación informática.
La leyenda dice que la palabra nació cuando, trabajando en la Universidad de Harvard, el equipo del que formaba parte encontró una mariposa (bug es bicho en español) enganchada a uno de los relés del ordenador, impidiendo que funcionara. Hopper siempre ha dicho que no fue ella la que encontró el insecto, aunque no está claro si fue la que acuñó el término que hoy es tan popular.
Esta matemática también era conocida por tener en su despacho un reloj levógiro, ya que se movía en sentido contrario a como lo hace normalmente. Eso le ayudaba a recordar que "las cosas no tienen por qué funcionar únicamente de una forma".
La primera mujer que habló con las máquinas falleció el 1 de enero del año 1992 y fue enterrada, con honores militares y con la medalla por servicio distinguido de defensa, en el cementerio militar de Arlington, donde descansa su cuerpo pero no un legado que, hoy día, sigue más vivo que nunca.
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