Durante siglos dar a luz tenía una parte de misterio muy importante para los padres: ¿tendrían un niño, o una niña? Se pensaba, antes de que los avances en genética dieran sus frutos, que el sexo venía determinado por cosas tan prosaicas como lo que una mujer comía durante el embarazo o lo caliente que mantuviera su cuerpo. Era habitual incluso que las parejas que querían un niño intentaran concebirlo en verano (spoiler: no funcionaba).
Por suerte para esos progenitores que querían hacer acopio de modelitos para el nuevo miembro de la familia con antelación, Nettie Stevens se puso manos a la obra. Esta genetista estadounidense es la gran responsable de que sepamos que los cromosomas X e Y son los que diferencian el sexo de las personas, como demostró en su Estudios en Espermatogénesis con Especial Referencia a los Cromosomas Accesorios que publicó en el año 1905,
Stevens consiguió estudiar la diferenciación celular gracias a la observación de moscas de la fruta y de algunas especies de escarabajos, como el Tenebrio Molitor o escarabajo del gusano de la harina. A través de la disección de los órganos sexuales de estos insectos extraía las células que luego estudiaba bajo el microscopio y, con el tiempo, concluyó que los machos tenían los cromosomas en forma de X e Y mientras que las hembras presentaban XX.
Como ya viene siendo habitual en la historia, este descubrimiento se atribuyó en principio a Edmund Wilson, con el que compartió tiempo durante su doctorado en el Bryn Mawr College. En cualquier caso, Wilson hizo multitud de referencias al trabajo de Stevens en sus escritos, lo que demuestra que no sólo lo conocía si no que además le atribuía la prioridad debida.
Los trabajos de Stevens también inspiraron a Thomas Hunt Morgan, galardonado con el Nobel de Medicina en 1933 por demostrar que los cromosomas son portadores de los genes y por desarrollar uno de los principales organismos modelos en Genética. ¿Cómo consiguió demostrar Morgan sus teorías? Estudiando la mosca de la fruta.
Familia humilde
A Nettie Stevens no le fue fácil comenzar sus estudios. Nacida en Vermont, Estados Unidos, en el año 1861, su padre era carpintero y no podía pagarle la carrera. Ahorrando y dando clases para conseguir dinero, juntó la suma necesaria para matricularse en la Universidad de Stanford, en California, que acababa de abrir sus puertas. Se matriculó con 35 años y tardo tres cursos en completar sus estudios de maestría.
En Stanford consiguió el primero de sus doctorados y luego se trasladó desde la soleada costa oeste a la fría Philadelphia para conseguir, en 1903, su segundo título de doctor en el Bryn Mawr College.
Tras publicar en 1905 su monografía siguió trabajando con las células de los dípteros (insectos con dos alas, como moscas o mosquitos, y no cuatro como es habitual) y sentó las bases de lo que luego sería la citogenética moderna.
Durante su carrera profesional, que no fue muy larga debido a su tardía graduación, Stevens publicó 40 artículos, la mayoría de ellos considerados como irrefutables. Su trabajo provocó que el Bryn Mawr le ofreciera un puesto como profesora asociada de morfología experimental en 1905, año en el que también se hizo con el premio Ellen Richards -primera mujer admitida en el prestigioso MIT- por sus aportaciones en Un estudio sobre las células germinales en el pulgón rojo del rosal y el pulgón de Onagra.
El 4 de mayo de 1912 un cáncer de mama acabó con su vida. Murió en el hospital John Hopkins de Baltimore, justo cuando el Bryn Mawr estaba con los trámites para crear una cátedra especializada en investigación para ella, con el fin de que se dedicara de forma íntegra a sus estudios.
Nettie Stevens fue una pionera y sus estudios son relevantes más de un siglo después, por mucho que hayan quedado sepultados por trabajos menos brillantes de hombres menos brillantes. Si hoy sabemos por qué los niños nacen niños y por qué las niñas nacen niñas, es gracias a ella.
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