La fruta más consumida en el mundo, el plátano, es estéril, carece de semillas. Prácticamente todos los plátanos que consumimos son idénticos genéticamente y no se reproducen sexualmente. Sin embargo, esto no ha sido siempre así. Las especies actuales descienden de una u otra forma de las especies asiáticas 'salvajes' (Musa acuminata), tras años de selección artificial e inducción de mutaciones (no transgénicos).
Con más de 100 millones de toneladas producidas anualmente en más de 130 países, la variedad de la que hoy gozamos se llama Cavendish. Este plátano se impuso en la década de 1960, ya que antes se consumía un plátano más sabroso llamado Gros Michel. Fue tan popular que la industria creó enormes monocultivos de esta variedad. Sin embargo, el comercio mundial se estremeció a finales de esa década: los plataneros estuvieron al borde del colapso mundial, rendidos ante un hongo llamado Fusarium. Una vez más, la imposible variedad genética del plátano casi lo extingue. Por fortuna había otra variedad residual: Cavendish, desarrollada por el jardinero inglés Joseph Paxton en 1830, era inmune a las cepas más devastadoras del hongo.
"Dicen los que lo han conocido que el plátano Gros Michel estaba mucho más rico", señala el ingeniero agrónomo de COPLACA Javier López-Cepero. Era la variedad de los anuncios de Chiquita Banana de los años 40. Un plátano más pequeño e industrialmente fácil de manejar. Desde los sesenta, "cuando apareció el fusarium arrasó con todo. Se empezó a trabajar con, sobre todo, dos variedades: Grand Cavendish (o gran enana, propia del cultivo de América, lo que llamamos aquí bananas) y Petit Cavendish (pequeña enana)", el segundo es el plátano que se cultiva en Canarias y que se puede trabajar a mano.
A pesar de ser menos ricos en sabor y más complicados de transportar sin ennegrecer, Cavendish pronto reemplazó a los Gross Michel en las plantaciones comerciales de banano. La industria entera plátano se reestructuró. Pero el Cavendish tiene sus propias debilidades: la susceptibilidad a la sigatoka negra. Los productores de Cavendish combaten la enfermedad a través de una combinación de podas de hojas infectadas y la aplicación de fungicidas. Al año, puede suponer la aplicación de más de 50 productos para controlar la enfermedad. Este uso intensivo de fungicidas tiene un impacto negativo en el medio ambiente y aumenta los costes de producción. Como recuerda profesor de fitopatología de la Universidad de California-Davis, pueden "sobrevivir las cepas del hongo con niveles más altos de resistencia a estos químicos : a medida que las cepas resistentes se vuelven más prevalentes, la enfermedad se vuelve más difícil de controlar con el tiempo".
De ahí que la división mixta FAO/OIEA de técnicas nucleares en la Agricultura y la Alimentación esté desarrollando mutaciones de banano resistentes al hongo. El proceso consiste en irradiar miles de plántulas con dosis de rayos gamma o rayos X que provocan mutaciones aleatorias. Hasta la fecha, se han desarrollado tres que parecen resistentes a la toxina de la sigatoka negra. De momento, el hongo sigue ahí.
"Aunque el aumento de la producción de banano y el comercio mundial probablemente han facilitado el establecimiento y la propagación de la sigatoka negra, el cambio climático ha hecho que la región sea cada vez más propicia para la infección de las plantas". Eso sí, el plátano canario permanece fuera de riesgo, ya que es necesaria una humedad superior al 90% para que se propague el hongo con facilidad entre altas temperaturas.
Cuando el plátano fue la manzana del paraíso
Carl Linneo, el clasificador moderno de las plantas, llegó a sugerir que fue un plátano, y no la manzana, lo que hizo que la humanidad vagara por la tierra. Por eso bautizó a una de las especies de platanera como Musa paradisiaca. De aquel plátano del paraíso derivan los demás, aunque aquellos frutos se parecían más a higos, como describió el mismísimo Alejandro Magno. Pequeños y llenos de semillas, los sucesivos cruces y mutaciones inducidas por la humanidad han derivado en el plátano estéril actual y su variedad más común.
El Grand Cavendish americano tiene la ventaja "de un crecimiento muy rápido. Tienes un huracán y en menos de seis meses ya hay prácticamente fruta para cortar de nuevo", señala López-Cepero. Diferente es el Petit Cavendish de Canarias. En el hipotético caso de un huracán insular, "tendrías que esperar 18 meses".
El crecimiento más lento se suele alegar como el motivo del dulzor del plátano de Canarias. "Son racimos más compactos, están en contacto todas las manos de plátanos. Tienen más azúcar y aroma por ser de crecimiento lento, aunque se rozan más", explica el ingeniero agrónomo.
De cualquier modo, en caso de apocalipsis banano, como el de los años sesenta, no hay banquillo, como sí ocurrió entonces con el Cavendish. Al menos, no de la misma manera. Hay más variedades de plátano. Que sean viables comercialmente a escala mundial "es más difícil". Quizás la ingeniería genética tenga algo que decir ahí si queremos tener el plátano perfecto que sustituya a una especie que –eso sí– es de todo menos natural.
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