Vive rápido. Muere joven. Deja un bonito cadáver (...de madera). Parafraseando a Humphrey Bogart, el científico Ian Smith, de la Universidad de Boston (EE. UU.) se dio cuenta de que los árboles de los bosques de Massachusetts que visitaba eran particularmente longevos. Al menos, frente a los plantados en la ciudad de Boston, de crecimiento rápido pero con numerosas bajas. Se puso a estudiarlo con su equipo, a nivel municipal, y corroboró que los árboles de entornos urbanos mueren antes.
Los hallazgos, publicados en Plos One, sugieren que las iniciativas de plantación por sí solas pueden no ser suficientes para mantener o mejorar la cobertura del dosel y la biomasa debido a la demografía única de los ecosistemas urbanos.
Los municipios están adoptando iniciativas ecológicas como una estrategia clave para mejorar la sostenibilidad urbana y combatir los impactos ambientales de la urbanización expansiva. Muchas iniciativas ecológicas incluyen objetivos para aumentar la cobertura urbana a través de la plantación de árboles, "pero nuestra comprensión de la dinámica de los ecosistemas de las calles y árboles es limitada, y nuestra comprensión de la estructura y función de la vegetación basada en bosques intactos y rurales puede no aplicarse bien a los ecosistemas urbanos", explican en el estudio.
Para abordar esta brecha, Smith y sus colegas estimaron el crecimiento específico del tamaño, la mortalidad y las tasas de plantación en los árboles bajo control del Ayuntamiento. Utilizaron un modelo para pronosticar cambios a corto plazo en las reservas de carbono sobre el suelo de la calle en varios escenarios de plantación y manejo y compararon sus hallazgos con los de los sistemas rurales y forestales.
Hasta cuatro veces más rápido
Los investigadores descubrieron tasas aceleradas de ciclos de carbono en árboles de la calle, con crecimiento de diámetro medio casi cuatro veces más rápidas en la ciudad de Boston, que se encuentra cerca del bosque en el área rural de Massachusetts. A pesar del mayor crecimiento de los árboles urbanos, las altas pérdidas de mortalidad provocan una pérdida neta de almacenamiento de carbono en el árbol de la calle a lo largo del tiempo: las tasas de mortalidad promedio son más del doble que las de los bosques rurales.
Aquí hay un problema de cara a la estrategia de los ayuntamientos para que sus árboles absorban dióxido de carbono. Pero un científico español va más allá: los árboles del bosque también están muriendo antes. "Encontramos que la edad máxima de los árboles se correlaciona significativamente con las tasas de crecimiento juvenil lento", coincide Jesús Julio Camarero en un estudio publicado en Nature Communications. Pero ha visto que eso no sólo ocurre en los entornos urbanos. El bosque pirenaico estaría viéndose afectado por este fenómeno, a partir de los registros históricos y coincidiendo con la era industrial. Es decir, el cambio climático tiene que ver.
El fenómeno también se ha observado en bosques fríos pirenaicos y de Asia
De esta forma, los bosques antiguos son reservorios especialmente valiosos de aire limpio. O, lo que es lo mismo, tienen mejor capacidad para retener dióxido de carbono. El estudio de Camarero tomó una muestra de los anillos de 1.768 pinos negros y alerces de Pirineos y Altái (Mongolia y China), tanto vivos como troncos de muertos. Ahí se puede observar cómo fue su pasado. El grosor de los anillos anuales del tallo informa si aquel año fue bueno o malo para el árbol. Por tanto, si creció rápido o de forma lenta. Tomaron muestras de hasta 2.000 años de antigüedad.
El tamaño de los pinos acorta su vida. Con más calor, crecen más rápido y se agotan, por así decirlo. Si bien, el estudio se circunscribe a este tipo de bosques propios de zonas frías. Hay otras especies que, ante la falta de agua derivada del cambio climático, tienen un crecimiento más lento o se vuelven más vulnerables a ataques de plagas o enfermedades, acortando también su vida.
Con todo, el propio estudio reconoce que "el supuesto vínculo entre la tasa de crecimiento de los árboles y la vida útil del árbol se complica por las complejas interacciones entre la composición y la densidad de las masas forestales y la posibilidad de que los árboles puedan cambiar su estrategia de crecimiento una vez que alcancen cierto tamaño".
Un árbol debe vivir unas tres décadas como mínimo para compensar su propia huella de carbono. Es decir, la cantidad de CO2 que se produce durante su cría en vivero, poda y demás elementos de mantenimiento. La repoblación es necesaria, pero mucho más es la conservación de los bosques consolidados.
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