El Independiente Pódcast: Los traidores de Silicon Valley
Nuestro presente tecnológico está hecho de arena. La del silicio es la revolución más importante tras la industrial que hemos tenido en tiempos modernos. Es componente clave de casi cualquier aparato electrónico y, sin embargo, no hay uno, sino una docena de nombres capitales tras su desarrollo. El inventor de los transistores lo inició todo. La traición (bien merecida) de sus empleados fundó lo demás: Silicon Valley. Viajamos a aquellos locos años de emprendimiento en los sesenta y setenta con el catedrático de Física Ignacio Mártil y su libro 'Microelectrónica, la historia de la mayor revolución silenciosa del siglo XX'
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El IBM Q System One fue presentado como el primer ordenador cuántico comercial. Hace ruido y suena a frío. Porque para manejar partículas a escalas subatómicas, allá donde nada tiene sentido y parece magia, hace falta mantener unos 273ºC bajo cero. La mastodóntica instalación recuerda a los inicios de la informática. En en salas gigantescas nacieron los primeros calculadores y ordenadores. Al contrario que ocurre ahora con los computadores cuánticos, el calor era la tónica de aquellos sitios. John William Mauchly, padre del primer ordenador, el ENIAC aseguraba que no había que apagar y encender aquellos ordenadores. Que lo mejor es "dejar todas esas lámparas funcionando". Y cuando traducimos aquí,por lámparas nos referimos a resistencias en válvulas de vacío. Así es como funcionaban los primeros ordenadores o las primeras radios. Todo eso fue así para ordenadores y radios hasta que llegó el transistor.
La tortilla cuántica
Si en las tripas de un ordenador clásico se fabricaran tortillas de patatas, el procesador sería como un chef. Ordenaría la secuencia de instrucciones de la receta. Si tiene pinches (chips o transistores), puede hacer (1) o dejar de hacer (0) diferentes cosas en el proceso, como batir huevos o pelar patatas. Pero en el ordenador cuántico 'puro' o topológico, los chips se reducen a partículas como átomos o electrones. A esas escalas, las partículas pueden hacer varias cosas al mismo tiempo: cascar un huevo (1), no cascarlo (0) o cascarlo y no cascarlo a la vez (1 y 0). Las partículas se pueden encontrar en superposición, con consecuencias teóricas increíbles, como el Gato de Schrödinger, que está vivo y muerto a a vez. Se convierten en pinches multitarea y ni siquiera hay que decirles uno a uno lo que tienen que hacer. Tendremos tortillas en tiempo récord.| Vídeo: Mario Viciosa
Un transistor no es más que esa diminuta pieza con patillas que vemos en los circuitos. En esencia, es un semiconductor. Una especie de puerta o redil para la electricidad. Al controlarla nos ahorramos las válvulas grandes. Digamos que le metemos una señal y podemos controlar lo que sale. Y con el transistor nació la era de la microelectrónica. Desde los ordenadores, a las teles, pasando por los modernos teléfonos o los tubos fluorescentes- Empezamos a hablar de chips. Y tras esos chips hay un hombre cruel y ocho traidores.
Un Nobel tirano, paranoico y racista
Años 40. William Shockley, John Bardeen y Walter Brattain están trabajando en desarrollar el primer transistor. Ellos no podían imaginar que lo que tenían entre manos iba a ser como la máquina de vapor en la Revolución Industrial. El componente que marcaría una nueva era para la sociedad, las comunicaciones y la economía global. Un componente hecho de dióxido de silicio, la segunda sustancia más común en la superficie terrestre y que iba a decir adiós a las lámparas de vacío. El calor de las bombillas iba a sustituirse por la calidez de una tecnología que nace en el calor de la playa. La materia de la que iba a estar hecho el futuro era la arena. Puesto que el silicio no es sino arena, eso sí, muy purificada.
Estos tres investigadores trabajaban para la Bell Company. Sin embargo, Shockley decidió cambiar de costa. Cuando California no era precisamente un polo tecnológico, se mudó para fundar su propio laboratorio en Mountain View. Reclutó a jóvenes de entre 26 y 33 años y puso en marcha su negocio, pensando en ser contratista militar, entre otras cosas. Pero el que fuera premio Nobel se caracterizaba por ser un paranoico enfermizo. Hacía tests de personalidad constante a sus colaboradores. Quiso pasarles a todos un detector de mentiras.
La materia de la que iba a estar hecho el futuro era la arena. Puesto que el silicio es arena purificada.
Era un supremacista blanco y el defensor de la eugenesia. Quería la esterilización de los menos listos. Estaba convencido de que existían diferencias de CI basadas en la raza y pasó la mayor parte de su carrera después de la década de 1960 promoviendo sus teorías racistas y un banco de esperma de CI elevado. En el negocio, pegó un giro en su estrategia, que venía fraguando de manera secreta, tirando por tierra parte del trabajo de sus empleados. Ocho de ellos se hartaron.
Los 'niños de Fairchild
En marzo de 1957, Kleiner, quien estaba más allá de las sospechas de Shockley, pidió permiso aparentemente para visitar una exposición en Los Ángeles. En su lugar, voló a Nueva York para buscar inversores para una nueva compañía. Estamos ante la piedra fundacional de Silicon Valley. Una traición, según la visión de Shockley. Traición que se firmó en billetes de dólar recién impresos. Fue en 10 de ellos donde estamparon sus firmas los chavales que abandonaron a Shockley a modo de contrato de lo que estaba por venir.
Sherman Farichild, inventor y hombre de negocios, puso el dinero. En realidad hizo algo más: llevó el capital tecnológico de la costa este a la costa oeste, porque los llamados ocho traidores estaban bien a gusto en California. Hoy es lo que llamaríamos un fondo de capital riesgo. El 18 de septiembre de 1957, Blank, Grinich, Kleiner, Last, Moore, Noyce, Roberts y Hoerni renunciaron a Shockley Labs. Llegaron a ser conocidos como los "ocho traidores", aunque no se sabe quién acuñó el término. Empezó el camino de los conocidos, entonces, como los ocho niños de Fairchild.
En noviembre de 1957, la empresa se muda al garaje de Grinich entre Palo Alto y Mountain View. Y un año después estaban haciendo cips con la llamada tecnología planar, el estándar que permitió revolucionarlo todo al fabricar circuitos integrados. Había nacido Silicon Valley. Y con él, una manera de emprender que llega hasta nuestros días, con sus matices y vicios. Con sus garajes y fondos de capital riesgo. Y con al menos dos empresas que siguen liderándolo casi todo: INTEL y AMD, fundadas por algunos de estos niños de Fairchild. Traidores que hicieron… lo justo.
Ignacio Mártil ha retratado esta revolución industrial del siglo XX en Microelectrónica: La historia de la mayor revolución silenciosa del siglo XX. Lo ha editado la Editorial Complutense y ahí nos hemos venido. A su laboratorio en la Facultad de Físicas. Estamos ante, quizás, el aire más limpio de la ciudad de Madrid. Unas condiciones de asepsia extremas, mucho mayores a las de un quirófano, para trabajar con silicio, como hacen INTEL o AMD, pero a micro escala y con fines de investigación. Un mundo de tubos y lentes que, a ver, no es el parque del Retiro, pero en el que podemos respirar hondo aire puro.
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