La Albufera de Valencia representa un espacio natural de un valor medioambiental y ecológico incalculable, pero esa valía debe compatibilizarse con otros intereses urbanos, económicos y sociales en un difícil equilibrio que puede amenazar la vida de un humedal que cumple 35 años como Parque Natural.
Esta laguna de 21.000 hectáreas a 10 kilómetros al sur de Valencia representa unos de los humedales más importantes del Mediterráneo, pues por él pasan cada año miles de aves en sus procesos migratorios pero también acoge especies de gran valor ecológico y en peligro de extinción.
También es medio de vida para miles de personas, pues algo más de 14.000 hectáreas del parque están dedicadas al cultivo del arroz, una práctica que se desarrolla en la Albufera desde el siglo XVI y que convive con la pesca y la caza, presentes en el lago desde el siglos XII.
Sin embargo, este enclave natural se ve seriamente amenazado por otro tipo de factores, fundamentalmente humanos, como la fuerte presión urbana que ejercen las poblaciones de su alrededor, el turismo, la red viaria que cruza el parque, la escasez y mala calidad del agua que recibe e, incluso, el cambio climático.
Así lo afirman diversos expertos consultados por Efe, quienes reclaman un mayor compromiso de las Administraciones para recuperar, sobre todo, la calidad de sus aguas, el principal problema que, en su opinión, sufre en estos momentos el lago valenciano.
Un equilibrio posible
La Albufera de Valencia, que fue originalmente un espacio separado del mar por un cordón dunar, que recibía algunos aportes de agua dulce procedentes de barrancos y ullals (una especie de pequeños manantiales de agua subterránea), sufrió su primera gran transformación en el siglo XVIII, cuando el rey Carlos III levantó la prohibición de cultivar arroz.
Según explica a Efe el delegado de SEO/BirdLife en la Comunitat Valenciana, Mario Giménez, empezó entonces un proceso de plantación de arroz, que se desarrolló sobre todo en los siglos XIX y principios del XX, y que obligó a cambiar la fisionomía del lago, pues este cultivo necesita de agua dulce para su desarrollo.
Se decidió cerrar la comunicación que la Albufera mantenía con el mar y se crearon tres vías artificiales que permitían la salida de agua hacia el mar pero no la entrada, al tiempo que se acordó desviar agua del río Júcar para regar los arrozales.
Y se creó entonces un paisaje nuevo, con un lago de aguas fundamentalmente dulces pero de una gran calidad, lo que favoreció la existencia de una extraordinaria biodiversidad y permitió un equilibrio entre el desarrollo agrícola y la preservación medioambiental de este espacio.
Este equilibrio se mantuvo hasta los años 70 del siglo pasado. El crecimiento urbano, el desarrollo industrial y la modernización de la agricultura, unidos a la prácticamente inexistente gestión de aguas residuales, provocaron la llegada incontrolada de vertidos a la Albufera, lo que empeoró la calidad de sus aguas.
Así lo explica la microbióloga María Antonia Rodrigo, mientras que la catedrática y experta medioambiental Yolanda Picó (ambas de la Universitat de Valencia) añade también el cambio climático como otro de los responsables del deterioro de la Albufera, pues ha hecho que disminuya la cantidad de agua y aumenten los períodos de sequía, reduciendo aún más la calidad de las aguas.
Analogía con el Mar Menor
Según Rodrigo, investigadora del Institut Cavanilles de Biodiversitat i Biologia Evolutiva, la Albufera debería ser un lago de aguas transparentes y claras y no tener el color verdoso actual, fruto de un proceso conocido como hipereutrofización.
Este se produjo en los años 70 por la llegada al lago de nutrientes, sobre todo fósforo y nitrógeno, y sustancias tóxicas procedentes de los fertilizantes usados en el cultivo de los arrozales, los vertidos industriales y la deficiente depuración de las aguas urbanas.
Y esto supuso el crecimiento rápido y descontrolado de unas microalgas denominadas fitoplacton, lo que impide la llegada de la luz solar al fondo del lago y hace desaparecer toda la red de plantas acuáticas existentes, tiñendo la Albufera de ese color, señala Rodrigo.
Tanto esta microbióloga como Mario Giménez, experto en este parque natural, comparan ese cambio en las aguas de la Albufera con el que se produjo recientemente en el Mar Menor (Murcia) y que hizo saltar todas las alarmas medioambientales.
Sin embargo, en el caso del lago valenciano, la gente se ha acostumbrado a verla así. Revertir el proceso requiere de tiempo y dinero, pues es preciso, según Rodrigo, aumentar la cantidad de aportes a la Albufera y, sobre todo, mejorar la calidad del agua que llega.
"Estropear un ambiente natural es muy fácil; recuperarlo cuesta mucho", advierte a EFE Rodrigo, aunque se muestra optimista pues cree que la recuperación es todavía posible "con tiempo y, sobre todo, con dinero", y destaca que en algunos puntos del lago se han visto "síntomas de mejoría".
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