El estallido de la pandemia puso de vuelta y media a la economía. Los confinamientos de los primeros meses se tradujeron en desplomes históricos de la actividad industrial. Las ciudades se quedaron desiertas, las carreteras sin vehículos y los aeropuertos sin pasajeros. El efecto colateral de estos escenarios ha sido una reducción de las emisiones de CO2 en el 2020 que, sin embargo, tendrá un impacto limitado en la lucha contra la crisis climática.
El dióxido de carbono es el principal gas de efecto invernadero de origen humano. Se libera durante la quema del carbón, del petróleo o del gas natural y se utiliza para generar calor, electricidad o para el transporte. Las restricciones al movimiento y a la actividad no esencial durante los primeros meses del año provocaron una caída dramática de las emisiones de CO2.
El año climático está avanzado a diferentes marchas. Las cuarentenas y los parones tuvieron su mayor efecto climático a principios de abril. En esas fechas, se emitió un 17% menos de carbono que en el mismo periodo de 2019. Pero en algunos países estas cifras sólo fueron un espejismo. No sólo volvieron a niveles del año pasado, sino que los superaron durante la vuelta a la normalidad. China fue uno de los ejemplos de este fenómeno. Aún así, terminará 2020 habiendo emitido un 2,7% menos de CO2. En otras potencias la caída será más pronunciada, como en México (un 12,3% menos).
Para el computo total de 2020, la Agencia Internacional de la Energía (IEA, por sus siglas en inglés) vaticinó hace meses un desplome del 8% las emisiones de CO2. Un estudio publicado esta semana, el 'Informe Transparencia Climática 2020', calcula que la caída será próxima al 7,5% en los países del G-20. Si esto es así, este año generaremos un 60% más de emisiones que en 1990 y las mismas que en 2011.
¿Cómo afecta a la atmósfera?
El carbono no es un gas tóxico para las personas. Pero sí para el planeta. Y este año, pese a ese bajón de las emisiones, volvimos a batir el récord de concentración de carbono en la atmósfera. Conviene separar los dos conceptos. Una cosa son las emisiones y otra la concentración de carbono. El CO2 permanece en la atmósfera durante décadas. Se va acumulando. Las concentraciones de los gases de efecto invernadero en la atmósfera son lo que impulsan el calentamiento de la superficie terrestre y los océanos. "Es como el grifo de una bañera. Puedes abrirlo más despacio o más rápido, pero la bañera se sigue llenando", explica Tatiana Nuño, responsable de la Campaña de Energía y Cambio Climático de Greenpeace.
La reducción en las emisiones de CO2 de 2020 tendrá un efecto muy limitado en la tasa de incremento de sus concentraciones atmosféricas
Organización Meteorológica Mundial (OMM)
Como cada año, el récord histórico de CO2 en la atmósfera se pulverizó en mayo. Estos valores se recogen desde un Observatorio ubicado en un volcán en medio del Océano Pacífico, en Mauna Loa, en Hawái. Al igual que en mayo se alcanzan los máximos picos de CO2, en los siguientes meses se reducen por el efecto de la vegetación del hemisferio norte, que lo absorbe. Este proceso se repite todos los años. Desde hace décadas, el dióxido de carbono crece de forma sostenida.
Según la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica (NOAA), en mayo se registró un máximo histórico acumulado de 417 partes por millón (ppm). En octubre, el acumulado fue de 411 ppm (frente a los 408 del año pasado).
¿Cómo afecta a la atmósfera que el mundo emita menos carbono durante esta pandemia? "Tendrá un efecto muy limitado en la tasa de incremento de sus concentraciones atmosféricas, dado que estas son el resultado de las emisiones pasadas y del periodo de vida sumamente prolongado de gas", concluyen varias agencias internacionales en el informe 'United in Sciencie 2020', coordinado por la Organización Meteorológica Mundial (OMM).
Otros documentos y los expertos consultados para este artículo apuntan en la misma dirección: la pandemia tendrá un impacto reducido sobre el cambio climático. "Para mi hay una reflexión importante. A pesar de parar el planeta, las emisiones de carbono sólo han crecido un 7,5% menos. Hay un 92,5% de emisiones que no se han parado. Me esperaba una reducción mayor", señala David Vieites, director del Departamento de Biogeografía y Cambio Global del CSIC.
El científico explica que hay otras emisiones "indirectas" a la producción humana que también aceleran el calentamiento del planeta. Habla, por ejemplo, de los incendios, que en 2019 —según la WWF— liberaron 7.800 millones de toneladas de CO2, 25 veces las emisiones anuales de carbono en España. Otra de las grandes preocupaciones de la comunidad científica es la desaparición del permafrost, el suelo congelado de las zonas glaciares que al deshacerse libera gases de efecto invernadero como el metano o el carbono.
Cero emisiones netas en 2050
La pandemia ha obligado a las economías a invertir millones en planes de recuperación. Una de las amenazas que detecta el 'Informe Transparencia Climática' son las ayudas que están recibiendo las industrias de los combustibles fósiles sin condicionantes climáticos. Aunque Europa sale bien parada en este análisis. De todos los miembros del G20, los fondos europeos Next Generation son los que "más contribuyen a los objetivos medioambientales y climáticos". Un 30% de los 750.000 millones acordados por los líderes europeos irá a parar a medidas verdes. "Para estabilizar el cambio climático, [las emisiones de CO2] deben reducirse de forma sostenida hasta lograr que las emisiones netas equivalgan a cero", recoge el documento 'United in Sciencie 2020'. Este es el objetivo que se marcan varias potencias para 2050.
España avanza por esa hoja de ruta. Las energías verdes ya son más baratas de producir. Los derechos de emisión de CO2 se han encarecido, mientras que la energía solar fotovoltaica y la eólica se han abaratado. Esto explica por qué las eléctricas y las petroleras cada vez apuestan más por las renovables. "Las emisiones en España se redujeron en 2019 un 6,7% respecto a 2018 sobre todo por el cierre de las centrales térmicas de carbón. En 2020 será del 7,5% [en todo el planeta]. Es un rango cercano al que los expertos y científicos dicen que debemos mantener de forma estructural", dice Tatiana Nuño, de Greenpeace.
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