En la Odisea de Homero, que no en la de Clarke y Kubrick, Ulises descubre a Orión cazando con un garrote de bronce. Hesíodo relató que el que fuera hijo de Poseidón, de quien heredó el poder de caminar sobre las aguas, aseguró que podía dar caza a todas las criaturas de la Tierra. Eso no gustó a la Madre Tierra y envió a un gigantesco escorpión para darle caza. Eso acabó con él. Por un tiempo.
El 21 de noviembre de 2022, Orión ha vuelto. Esta vez para dar caza a lo único que le quedaba, fuera del alcance de la Madre Tierra: la Luna. En el sexto día de la misión Artemis I, completó con éxito su cuarto arranque de corrección de trayectoria orbital. Esta maniobra, ejecutada casi como un vals interplanetario, llevó a esta enviada de la Humanidad con unos maniquíes dentro a tan solo 130 kilómetros de la superficie lunar. Estamos hablando de algo más de la distancia entre Sevilla y Cádiz por carretera.
En este baile perfectamente coreografiado, el acercamiento máximo ocurrió en lo que siempre hemos llamado “la cara oculta de la Luna”. Es decir, al otro lado. Una zona que treinta seres humanos han atravesado, nueve de ellos en soledad. Estar ahí interrumpe lógicamente las comunicaciones con la Tierra, que se halla a casi cuatrocientos mil kilómetros de distancia. Michael Collins y otros ocho compañeros suyos llegaron a ser “los seres humanos más solitarios de la Historia” cuando se hallaban sin compañía ni posibilidad de comunicarse tras la superficie lunar. El más absoluto de los silencios de radio hace que también en esta ocasión el control de la misión haya proyectado una animación durante la transmisión del evento, ofreciendo los datos obtenidos gracias a cálculos creados por sabios que en algún caso llevan siglos muertos y enterrados como Galileo o Kepler.
Lo interesante de esta danza cósmica es el extraordinario aprovechamiento que se hace de las fuerzas de la naturaleza. En un momento en el que sería impensable consumir más combustible del estrictamente necesario, genios más actuales, especialistas en el arte del aprovechamiento de la energía, han diseñado durante años de trabajo el guión que va a seguir al pie de la letra la cápsula alrededor de nuestro satélite natural. El movimiento es de difícil descripción. Primero el vehículo se aproxima a más de 8.000 kilómetros por hora y se engarza con el efecto de la gravedad de nuestro satélite. De ahí que tenga que “volar” tan bajo. Esa fuerza de atracción le retiene y ya no se escapará hasta el momento de volver a la Tierra, pero la inercia con la que llega el cazador le manda de nuevo al espacio hasta alejarse casi 100.000 kilómetros el próximo viernes día 25. Todo gracias a este tipo de órbita denominada “retrógrada” porque desde nuestro punto de vista, la nave irá “hacia atrás” con respecto a la trayectoria Lunar. Como si de un cortejo se tratara, con sus tiras y aflojas, las enormes energías del cosmos confabulan con la ciencia para dejar a la Orión a punto de caramelo, justo donde está planeado para poder ensayar qué pasará cuando haya humanos a bordo y tengan que descender a la superficie.
A pesar de haber coincidido con el Campeonato del Mundo de fútbol por culpa de los retrasos, la NASA también quiere dar espectáculo
En su turno diario, durante 8 horas, las antenas situadas en la Carretera de Colmenar del Arroyo a Robledo de Chavela, en Madrid, son las encargadas de estar en contacto permanente con la nave Orión, antes de que sean las de California y luego las australianas las que nos conecten con el artefacto más complejo jamás creado por el hombre.
La agencia espacial norteamericana lleva muchos años preparando este baile. A pesar de haber coincidido con el Campeonato del Mundo de fútbol por culpa de los retrasos, la NASA también quiere dar espectáculo. Por supuesto, antes de adentrarse en la “dark side of the moon” a la que le dedicaran un álbum Pink Floyd, la pequeña “webcam” de la que dispone la nave nos ha podido ofrecer una impactante imagen de la Luna, sí, pero con una mancha azul en el fondo que resulta que contiene todo nuestro mundo.
Esa pequeña semicircunferencia azul que podemos divisar abajo en el plano nos contiene a todos. Con nuestros anhelos, deseos, esperanzas, guerras y paces. Qué bonito es nuestro mundo, con sus viejos y sus niños, con sus hembras y sus hombres, sus apellidos, sus nombres, su sexo y su domicilio, y su carné de identidad, como cantó Serrat.
La Tierra vista desde allí es una mancha en el cielo que James Lovell tapó ante sus ojos solamente con uno de sus dedos y pensó “todo nuestro planeta cabe en mi pulgar”. Fue en la Nochebuena de 1968, cuando en el primer viaje tripulado a nuestro satélite, los tres astronautas del Apolo 8 felicitaron la Navidad, por televisión, en directo, a toda la humanidad desde aquel mismo punto del espacio. Se pusieron a leer una Biblia que se fueron pasando uno a uno.
Una de las imágenes más reproducidas de la Historia fue tomada por aquellos seres humanos que llegaron a la Luna meses antes de que la pisaran Neil Armstrong y Buzz Aldrin. La conversación entre los astronautas es una muestra de la enorme fascinación que el ser humano puede sentir ante lo colosal de la naturaleza.
- Anders: ¡Dios mío! ¡Mira esa imagen de ahí! Está saliendo la Tierra. Guau, es precioso.
- Borman: Oye, no saques esa foto, que no está programado.
- Anders: (Risas.) ¿Tienes película a color, Jim? Dame ese rollo de color, rápido, ¿podrías...?
- Lovell: ¡Oh, tío, es genial!
Han pasado 54 años. Esa mancha azul es cada día más parduzca y el heroísmo ha dado paso a los intereses comerciales, pero bueno es que pensemos en volver allí e ir más allá como especie, con solo una parte del presupuesto que se está fundiendo en pocas semanas el Mundial de Qatar, derechos humanos aparte.
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