Jean Maggi sueña con observar la tierra desde el espacio. Es uno de los cientos que esperan, en un ejercicio de ilimitada paciencia, su turno. Los viajes fuera de la órbita terrestre, hasta ahora reducidos a astronautas profesionales y un selecto grupo de multimillonarios, son cada vez menos ciencia ficción. “Viajar al espacio tiene mucho más que un sentido de periplo turístico. Está muy lejos de eso”, reconoce este argentino de 60 años que ha disfrutado ya de otras experiencias como sentir segundos de ingravidez a bordo de un avión.
Nada, sin embargo, le sacia tanto como pensar en su travesía galáctica. Maggi tiene reservado billete en uno de los vuelos que confía comenzar a operar Virgin Galactic desde este mismo año. Tras completar con éxito su primer vuelo comercial en junio, la empresa de Richard Branson trabaja ya en un segundo trayecto el mes próximo y a partir de entonces prevé lanzar misiones mensuales, una periodicidad que se volverá semanal cuando disponga de las nuevas naves que está diseñando. De momento, solo cuenta con un prototipo. Roberto, el nombre ficticio de un empresario latinoamericano que también ha adquirido pasaje con Virgin Galactic y acepta hablar a cambio de anonimato, es otro de los futuros astronautas.
Compró su billete hace unos dos años, cuando Virgin reabrió su comercialización, y forma parte del grupo que desembolsó 400.000 dólares -el doble de los pioneros- por hacerse con un asiento y ser protagonista de un viaje que apenas dura 4 minutos. “A lo largo de los años los precios han ido aumentando hasta alcanzar números siderales”, admite en conversación con este diario. La tarifa resulta, sin embargo, muy inferior al de las otras aventuras que prometen un futuro en el espacio: el Blue Origin de Jeff Bezos -entre 50 y 100 millones por persona-; el SpaceX de Elon Musk -55 millones- o el Soyuz ruso, el verdadero líder de los viajes espaciales comerciales, a razón de 80 millones de dólares por trayecto.
Entusiastas del espacio
Cada una de las empresas en liza ofrece características distintas: el último vuelo de Virgin alcanzó los 80 kilómetros de altura mientras que Blue Origin rozó los 100. Ambos son viajes suborbitales. El cohete de SpaceX viaja, en cambio, hasta los 190 kilómetros. El magnate hispano, afincado desde hace décadas en suelo estadounidense, dedicó parte de las ganancias de la venta de su empresa a comprar el billete. “Es la única compañía que me podía costear”, arguye quien rechaza el término de turismo espacial. “Esto nunca ha sido turismo. Es otra cosa. Yo soñé desde pequeño con el espacio, las estrellas y explorar y es algo que no he perdido con los años. Con mucho esfuerzo pude formar un negocio y cuando me retiré y vendí la compañía se me ofreció esta posibilidad”.
Suelen ser personas que se sienten cómodas superando los límites
Craig Curran, agente de viajes espaciales
A la búsqueda de clientes se dedica Craig Curran, otro apasionado de la exploración planetaria que regenta Deprez Travel, una agencia de viajes en Nueva York. “Mis clientes son empresarios de éxito, entusiastas del espacio desde hace mucho tiempo o aventureros. A veces son las tres cosas. Suelen tener una mentalidad muy abierta, son grandes pensadores y les interesa el cambio a escala humana o mundial. Suelen ser personas que se sienten cómodas superando los límites”, desgrana Curran a las preguntas de este diario.
Él mismo encaja en el perfil: reservó en 2011 su pasaje a bordo de Virgin Galactic y cuenta los meses para poder hacerlo realidad. “Probablemente vuele en 2025, dependiendo de la velocidad a la que entren en servicio las nuevas naves espaciales Virgin Galactic Delta Class. Están diseñadas para volar semanalmente con seis astronautas”, desliza. “Las razones para ir al espacio son muy variadas. La mayoría de nosotros cree que explorar es parte de la naturaleza humana y que los humanos colonizarán la Luna y Marte. Para algunos, el deseo de formar parte de la primera generación de la humanidad que llega al espacio es una forma de participar en la evolución de la humanidad”, narra.
A su juicio, sin el ímpetu de “los turistas espaciales” no habría “fuente de ingresos para apoyar el desarrollo de la tecnología y la industria espacial privatizada”. El sector ha comenzado a moverse vertiginosamente. Según estimaciones de UBS, una multinacional de las finanzas, el mercado de los viajes espaciales podría tener un valor de 3.000 millones de dólares en siete años, aunque los precios siguen resultando prohibitivos para la gran mayoría y el proceso -desde el plácet de las autoridades de aviación hasta la construcción del primer hotel espacial- se halla aún en estado embrionario, igual que las compañías que ofrecerán seguros de viaje o los modos de compensar la notable huella de carbono que implican estos trayectos.
Para sobrellevar la espera, han surgido alternativas. “Zero G ofrece vuelos parabólicos en un Boeing 727 que proporcionan una gravedad cero, idéntica a la que se experimenta en el espacio, durante 30-40 segundos 15 veces por vuelo. World View y Space Perspective ofrecerán globos espaciales a 100.000 pies a finales de 2024 o 2025”, detalla Curran.
Y la oferta es aún más amplia: “Orbite, con sede en Florida, planea ofrecer un campus donde la gente pueda aprender sobre el espacio y las ofertas espaciales, tanto para aprender en la Tierra como para ayudar a tomar la decisión de ir al espacio. NASTAR, en Filadelfia, ofrece formación en centrifugación, donde se puede experimentar el perfil de un lanzamiento espacial con todas las fuerzas G asociadas al lanzamiento de un cohete. Axiom ofrece entre 8 y 10 días en la Estación Espacial Internacional y Blue Origin está trabajando en Orbital Reef, una estación espacial para la investigación que también acogerá a turistas. Hay cientos de otras empresas con sus propios planes en diversas fases de desarrollo. Todo un ecosistema espacial, un complejo industrial y una economía están naciendo y desarrollándose en tiempo real, ante nuestros ojos”, cuenta esperanzado el agente de viajes.
Alternativa española
Uno de los proyectos se fragua en España. Se llama Zero2Infinity y su precursor es José Mariano López Urdiales. “Nunca ha habido tanto interés como ahora por lo que hacemos. Cuando empecé en 2009 sonaba a chino. Ahora se entiende mucho mejor lo interesante que puede resultar llevar a personas al borde del espacio en globos. Podríamos estar a un año del primer vuelo tripulado si se dieran todas las condiciones” comenta a este diario López Urdiales. Bloon, una de sus líneas de negocio, propone viajar hasta los 36 kilómetros de altura a bordo de un globo unido a una cabina presurizada en un ascenso que podría durar hora y media y que se prolongaría otras dos horas de singladura -con un minuto de microgravedad- antes de iniciar el regreso, “en una especi” de paracaídas guiado”. En total, seis horas de itinerario.
Lo más complicado sigue siendo la inversión
José Mariano López Urdiales, CEO DE ZERO2INFINITY
Sus últimas pruebas, aún sin tripulantes, han tenido como escenario el centro de vuelos experimentales emplazado en Villacarrillo (Jaén). “Es la mejor infraestructura del mundo para vuelos de este tipo. La meteorología es idónea; el espacio aéreo está reservado y las vistas son impresionantes: desde arriba se ve África, Sierra Nevada, Doñana, los desiertos de Almería... Es un lugar muy simbólico porque es el lugar desde el que los primeros homínidos salieron hacia Europa y tendría ahora la lectura de los humanos saliendo ahora de la Tierra, hacia el espacio infinito”, apunta López Urdiales.
“El turismo espacial puede ser una realidad o puede no ocurrir nunca”, comenta este ingeniero aeronáutico. “Lo más complicado sigue siendo la inversión. El hecho de que las cosas puedan suceder y que se financien son cosas totalmente desacopladas”, lamenta. Su plan de negocio pasa por billetes a 110.000 euros “con vuelos semanales como mínimo”. “La idea es tener varias bases por el mundo en lugares que tengan condiciones óptimas”, agrega.
El drama del sumergible del Titanic
La popularización de los viajes al espacio sobrevive incluso a una tragedia como la que el mes pasado protagonizó Titan, el sumergible que descendía hasta los restos del Titanic. El billete costaba 250.000 dólares. Los cinco tripulantes de la última inmersión, incluido el director ejecutivo de OceanGate Stockton Rush, perecieron bajo agua tras la implosión del pequeño submarino. “No cambia mis planes. El riesgo no nos detiene. Perdí a dos amigos en el Titan. Son viajes entrelazados que comparten clientela”, desliza Roberto. “En realidad, el sumergible no es muy diferente a Unity, la nave espacial de Virgin, porque en ambos casos se trata de una nave experimental que tiene sus riesgos”.
Soy consciente de los riesgos que significa subirse a una nave que va a 4.500 kilómetros por hora
Para Jean, que tiene una discapacidad motriz, el drama del Titan “no cambia absolutamente nada”. “Soy consciente de los riesgos que significa subirse a una nave que va a 4.500 kilómetros por hora, mucho antes de lo sucedido con el Titán. Creo que uno cuando incursiona en estas cosas, corre riesgos que son necesarios. Lo importante acá no son los riesgos sino tratar de minimizarlos y hacer las cosas con responsabilidad. Yo tengo confianza en que Virgin es una compañía que trabaja con todos los protocolos y que quiere que todos los que viajamos al espacio, también volvamos”. Para el alma española de Zero2Infinity, las regulaciones en el aire son mucho mayores que bajo agua. “Las reglas para los sistemas que vuelan están bastante maduras”, opina.
Curran tampoco ha percibido dudas entre quienes se enrolaron un día en la utopía especial y aguardan ahora para enfundarse el traje de astronauta. “No he visto ninguna repercusión de la tragedia de Titán y, francamente, no espero ver mucha. La gente seguirá superando los límites y explorando. Los participantes en esta industria, incluidos los clientes, están comprometidos con el espacio. Lo que sí espero como resultado de la tragedia es que se preste más atención a la seguridad, las pruebas y la transparencia. Espero que los clientes desempeñen un papel más activo en los protocolos de seguridad y que pidan información más detallada durante las fases de consentimiento informado para evaluar estas experiencias”, admite.
Todos los alistados, subraya este agente de viajes galácticos, buscan experimentar en carne propia la transformación que han relatado quienes han ido y vuelto del espacio. “Prácticamente todos los seres humanos que han ido al espacio han comentado el cambio que se produce, algunos a un nivel superficial y otros a un nivel casi religioso o místico, cuando se ve la Tierra desde el espacio. La mayoría se hace una idea de la fragilidad de nuestro planeta, de su absoluta maravilla y de la perspectiva de que desde el espacio no hay fronteras ni razas... Sólo humanidad”, concluye.
Hoteles en el espacio
"Para que no acampemos más en el espacio". Es uno de los eslóganes de Orbital Assembly Corporation, la empresa que trata de construir los primeros hoteles en la inmensidad del espacio. Estación Pioneer y Estación Voyager son sus dos primeros establecimientos con forma de anillo que orbitarán la Tierra. Según sus cálculos, la primera de las estaciones -la más modesta, con capacidad para 28 huéspedes- podría estar operativa en 2025, pero pocos confían en un calendario tan optimista. La segunda, que podría albergar hasta 400 viajeros, tendría que abrir sus puertas dos años después y promete espacios más amplios y unas instalaciones que contarán con gimnasio o restaurante. ”El objetivo siempre ha sido hacer posible que un gran número de personas vivan, trabajen y prosperen en el espacio. El proyecto nos va a proporcionar la oportunidad de que la gente empiece a experimentar el espacio a mayor escala, más rápido”, asegura Tim Alatorre, director de operaciones de la compañía. Axiom Space también construye la primera estación espacial privada del mundo.
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