"Buenas noches, Malaysia tres siete cero". Esas palabras fueron la última comunicación que se tuvo con el vuelo MH370 de Malaysia Airlines, que el 8 de marzo de 2014 estaba previsto que realizara un trayecto desde Kuala Lumpur a Pekín con 239 personas a bordo. Al abandonar el espacio aéreo malasio, el capitán Zaharie Ahmad Shá se despidió con ese mensaje. Minutos después, la aeronave desapareció de los radares y se desvió miles de millas de su trayecto programado, hasta acabar estrellándose en el océano Índico.
Nueve años después aún no se sabe qué ocurrió. El avión nunca apareció, ni tampoco los restos de sus pasajeros. Las investigaciones rastrearon miles de kilómetros del océano, sin obtener resultados significativos. Se comprobó el estado de salud mental de los pasajeros y de los pilotos, que también tenían un nivel de entrenamiento satisfactorio. Y aunque el informe final señala que los controles de la nave se manipularon deliberadamente para que se saliera de su ruta, se desconoce quién pudo hacerlo.
Lo único que pudo encontrarse fueron algunas piezas pequeñas de la nave, que fueron apareciendo en las costas de distintos países africanos y de islas del océano Índico (La Reunión, Tanzania, Mozambique, Sudáfrica, Madagascar y Mauricio). Pero no han sido suficientes. "La respuesta sólo puede ser concluyente si se encuentran los restos del avión", señaló en su día el jefe del equipo de investigadores de seguridad, Kok Soo Chon. Y como esto todavía no ha sucedido, el vuelo MH370 se ha convertido ya en uno de los mayores misterios de la historia de la aviación.
Gregory Herbert, profesor y geocientífico de la Universidad del Sur de Florida (USF), siguió de cerca la búsqueda. Y cuando vio las fotografías de las piezas de la aeronave halladas en la isla de La Reunión tuvo una idea. "El flaperón del avión estaba cubierto de percebes. En cuanto lo vi, inmediatamente comencé a enviar correos electrónicos a los investigadores que estaban realizando la búsqueda, porque sabía que la geoquímica de sus caparazones podría proporcionar pistas sobre el lugar del accidente", explicó el propio Hebert.
Un nuevo método para reabrir la investigación
El profesor ha estudiado en profundidad los sistemas marinos, con una especial atención a los invertebrados con conchas, como ostras y percebes. Y durante las últimas dos décadas, creó y perfeccionó un método para extraer las temperaturas oceánicas almacenadas en la química de las conchas de esos invertebrados. Un sistema que ha utilizado con éxito en el pasado, y que ahora está empleando para tratar de reconstruir la trayectoria del vuelo y la ubicación de los restos de la nave.
Las conchas de los percebes y otros invertebrados marinos crecen diariamente, produciendo capas internas similares a los anillos de los árboles. Y la química de cada capa se determina por la temperatura que el agua tenía en el momento en que se formó. Por eso Herbert y el equipo internacional de investigadores que él mismo dirige analizaron los percebes encontrados en los restos del avión para leer su química y, por primera vez, desbloquear sus registros de temperatura.
Con la ayuda de expertos en percebes y oceanógrafos de la Universidad de Galway (Irlanda), combinaron los registros de temperatura del agua de los percebes con modelos oceanográficos y generaron con éxito una reconstrucción parcial de la deriva.
"Lamentablemente, los percebes más grandes y antiguos aún no están disponibles para la investigación, pero con este estudio hemos demostrado que este método se puede aplicar a un percebe que colonizó los escombros poco después del accidente para reconstruir lo que pasó", señaló Herbert.
Hasta ahora la búsqueda del MH370 se había centrado en varios miles de kilómetros a lo largo de un corredor norte-sur denominado "El Séptimo Arco", donde los investigadores creen que el avión podría haberse precipitado después de quedarse sin combustible. Debido a que las temperaturas del océano pueden cambiar rápidamente a lo largo del arco, Herbert dice que este método podría revelar con precisión dónde está el avión.
"El científico francés Joseph Poupin, que fue uno de los primeros biólogos en examinar el flaperón, concluyó que los percebes más grandes probablemente tenían la edad suficiente para haber colonizado los restos poco después del accidente y muy cerca del lugar real donde está el avión ahora", aseguró Herbert. "Si es así, las temperaturas registradas en esas conchas podrían ayudar a los investigadores a limitar su búsqueda", añadió el profesor, que se muestra convencido de que, aunque el avión no esté en esa zona, estudiar los percebes más antiguos y más grandes puede reducir las áreas de búsqueda.
"Conocer la trágica historia detrás del misterio motivó a todos los involucrados en este proyecto a obtener los datos y publicar este trabajo", afirmó Nassar Al-Qattan, un reciente doctorado en geoquímica de la USF que ayudó a analizar la geoquímica de los percebes. "El avión desapareció hace más de nueve años, y todos trabajamos para introducir un nuevo enfoque que ayudara a reanudar la búsqueda, suspendida en enero de 2017, que podría ayudar a las decenas de familias de quienes viajaban en el avión desaparecido", concluyó.
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