Hace poco más de un mes tres universidades australianas (la Universidad Nacional Australiana, la Universidad de Canberra y la Universidad de Australia del Sur) publicaron una investigación que concluía que "el amor revuelve el cerebro". Hoy, aprovechando que es 14 de febrero, es una buena oportunidad para ver cómo lo hace. Porque aunque todavía queda mucho por conocer, ya sabemos bastante sobre cómo se enamora nuestro cerebro.
El estudio australiano explicaba que que el amor romántico surgió por primera vez hace cinco millones de años. "Todos tenemos una parte biológica y una cultural. Por eso hay gente más enamoradiza que otra. Es lo que se llama la neurodiversidad, porque todos tenemos mentes diferentes y las experiencias previas también hacen mucho. Pero hay patrones. Así que se puede generalizar cuando hablamos del enamoramiento", explica José Ramón Alonso, neurocientífico y Catedrático de Biología celular en la Universidad de Salamanca. Pero es curioso, porque a pesar de que hay similitudes, también existen diferencias en la manera en la que queremos a nuestra pareja, a un amigo, a un padre o a un hijo.
Como en San Valentín, vamos a centrarnos en la pareja. Según explica el experto, al enamorarnos pasamos por varias fases. La primera es la de atracción, donde nos acercamos a alguien que nos gusta y lo "exploramos", intimando cada vez más. La segunda es la fase de pasión y de deseo, en la que lo único que queremos es estar con esa persona. Y, como dice Alonso, "si todo va bien" pasamos a la siguiente, que es una etapa mucho más estable en la que ya podemos empezar a construir una vida compartida y, quizás, formar una familia.
"El cerebro utiliza sustancias químicas. Las más famosas son la dopamina -vinculada al placer- y la oxitocina -conocida como la hormona del amor-. Pero eso es una simplificación. Cuando nos enamoramos todo actúa como una orquesta sinfónica, lo que pasa es que hay algunos coros que son más sonoros y otros que funcionan de manera más sutil. Y se ha visto que se producen cambios en algunas zonas del cerebro. Algunas se estimulan y otras es como si se apagasen", relata Alonso.
José Ángel Morales, doctor en Neurobiología, detalló cómo es exactamente ese proceso en un interesante artículo publicado en Tribuna Complutense, la publicación institucional de la universidad madrileña. En él explicaba que se ha demostrado que nos enamoramos gracias a 29 áreas cerebrales distintas, que dependen de hasta 10 sustancias neuroquímicas. Y también hablaba de que en el cerebro tenemos unos 100.000 millones de neuronas, mientras que en el corazón 'sólo' 40.000. Adiós al mito del relacionar el amor con el órgano equivocado.
En cambio, lo que sí son reales son los flechazos. "Como casi todo, el amor también nos entra por los ojos. Cuando vemos a una persona que nos atrae, nuestros ojos envían esa información visual a la corteza occipital, la parte del cerebro que te dice lo que estás viendo. De ahí, la información pasa al giro fusiforme, que es la estructura que determina si lo que estás viendo te gusta o no. Todo este proceso tarda unos segundos. Si realmente lo que estás viendo te gusta, entonces podemos hablar de 'amor a primera vista'", relataba Morales.
A partir de aquí el investigador asegura que "todo se complica", porque el cerebro se convierte en un "maremágnum de neurotransmisores, neuromoduladores, neuropéptidos y hormonas". "Y la estrella indiscutible de toda esa actividad es un neurotransmisor llamado dopamina. Y es que, cuando el giro fusiforme ha determinado que lo que has visto te gusta, envía la información al área tegmental ventral, que comienza a liberar dopamina hacia distintas partes del cerebro. Y ya sí que no hay vuelta atrás. Esa dopamina va al núcleo accumbens, relacionado con el placer y las adicciones, lo cual nos proporciona un 'chute' de felicidad", escribió Morales.
Hay otras cosas en la vida, más allá del amor, que nos pueden producir esa sensación de subidón. "Las drogas nos generan algo muy similar, porque secuestran nuestro circuito de recompensa y producen dopamina de manera masiva. Aunque nuestro cerebro está preparado para generar dopamina de forma natural. Por eso tenemos esa sensación de recompensa cuando hacemos cosas como tomar una decisión, cumplir una tarea o ayudar a un desconocido por la calle. Lo que pasa es que, en el caso de las drogas, esa molécula extraña encaja entre nuestros receptores y genera un estímulo mucho más potente del que estamos acostumbrados", ilustra Alonso.
La dopamina viene acompañada de la noradrenalina, que Morales aclara que es la responsable de crearnos ansiedad cuando la persona a la que queremos no contesta a nuestras 15 llamadas y 40 mensajes de WhatsApp. Y esto, añade el experto, está muy relacionado con otro neurotransmisor, la serotonina, que cuando disminuye nos vuelve obsesivos.
La pérdida de la pasión
Por el camino, parte de esa dopamina liberada acaba llegando a la corteza prefrontal, que es la responsable de nuestro juicio crítico, y la apaga. Por eso sólo vemos lo bueno de la otra persona, sobre todo al principio de la relación. Como comenta Alonso, esto explica por qué, a veces, la gente de nuestro entorno ve desde fuera que lo que estamos haciendo no es buena idea, pero nosotros no somos capaces de apreciarlo.
Pero hay más. Morales relata que, cuando la dopamina llega al hipocampo, relacionado con la memoria, genera recuerdos muy intensos de los momentos vividos, de ahí que casi todos recordemos nuestro primer beso. Y al llegar la dopamina a la amígdala, muy relacionada con las emociones, nos crea una sensación de tranquilidad. Por el camino se producen otros cambios en el sistema nervioso simpático, y el corazón se acelera, el tracto intestinal se altera ('mariposas en el estómago'), las pupilas se dilatan y aumenta la sudoración. Todo eso explica los nervios.
Pero igual que llega, todo puede esfumarse. "Cuando la corteza prefrontal, que está apagada, se vuelve a encender muchas veces la gente se queda impactada de la realidad que habían idealizado. Y hay otros casos de gente que no sabe cuidar la relación. Simplemente hay gente que sabe y gente que no. Y ahí es cuando aparecen factores como las infidelidades, que también afectan", afirma Alonso.
A eso se le suma el desgaste inevitable. El experto de la Universidad de Salamanca habla que la fase de pasión dura entre seis meses y un año, como mucho. Morales lo extiende hasta los tres o cuatro años, pero explica que como el proceso de enamoramiento a nivel neuroquímico es "muy intenso" no puede durar eternamente. El cerebro se "desensibiliza" y la producción de dopamina decae. Y en ese momento entran en acción otros núcleos cerebrales y otras hormonas como la oxitocina y la vasopresina, que fomentan otros sentimientos como el apego, el vínculo a la pareja y la fidelidad.
"A veces nos deslumbra tanto la fase de pasión que cuando llega la fase de un amor más estable no la valoramos tanto. No nos damos cuenta de que es una etapa de compartir un proyecto de vida, de tener hijos... De compartir la vida con esa persona", reivindica Alonso, que, no obstante, afirma que las relaciones también se pueden cuidar. Por ejemplo, compartiendo intereses, dedicándose tiempo o valorando los temas que le interesan a tu pareja. En esa misma línea apunta Morales, que explica que "para evitar un triste desenlace de esta historia de amor", hay que estimular la producción de oxitocina, y esto se consigue fomentando actitudes como la amistad con la pareja, la admiración o la complicidad.
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