Perder la cola fue uno de los cambios anatómicos más importantes que se se produjeron en el linaje evolutivo que condujo a los homínidos, la familia de primates en la que nos encontramos los seres humanos y otros grandes simios, como los orangutanes, los chimpancés, los gorilas y los bonobos. Sin embargo, el mecanismo genético que lo provocó era desconocido. Hasta ahora.
Y es que este miércoles un artículo de la revista Nature detalla cómo fue ese proceso. "La idea clave es que, por primera vez, proponemos un escenario plausible que explica el mecanismo genético que llevó a la pérdida de la cola en nuestros antepasados. Es sorprendente que un cambio anatómico tan grande pueda ser causado por un cambio genético tan pequeño", explica a El Independiente Itai Yanai, director científico de laboratorios de bioinformática aplicada y profesor del departamento de bioquímica y farmacología molecular del NYU Langone, un centro médico ubicado en Nueva York (EEUU).
La explicación es compleja. Los científicos identificaron un cambio en el gen TBXT, que desempeña un papel clave durante el desarrollo embrionario y que en los no homínidos ayuda a regular el desarrollo de una cola. En concreto, ese cambio consiste en que un corto salto genético -llamado "elemento Alu"- aterrizó en una parte no codificante de un gen. La investigación logró demostrar que su proximidad a otro elemento Alu conduce a la creación de un tipo diferente de proteína, que suele actuar en el desarrollo de la cola.
Los científicos quisieron poner a prueba sus hallazgos realizando una mutación similar en ratones, y éstos perdieron su cola. Además, en algunos de ellos también se observó una afección similar a la espina bífida humana (un tipo de defecto del tubo neural). Para los expertos, esto sugiere que la presión evolutiva para perder la cola era tan grande que, a pesar de haber creado el potencial para esta afección, aún así acabamos perdiendo la cola. Y por eso especulan que, dado que la cola es tan básica para los vertebrados, una simple mutación podría haber provocado los defectos observados.
"Los primeros simios carecían de cola, por lo que este rasgo se produjo en la transición evolutiva de los antepasados de los monos a los simios. Tenemos pruebas fehacientes de que la mutación se produjo hace unos 25 millones de años (porque la comparten todos los simios), cuando los antepasados homínidos divergieron de los antepasados que dieron lugar al linaje de los actuales monos del Viejo Mundo", detalla Yanai.
Una cola puede ser ventajosa cuando se vive entre árboles. Pero en cuanto se pasa a vivir en el suelo, puede ser más bien un inconveniente. Por eso, no tener cola puede haber tenido una "ventaja evolutiva", ya que facilitó el desarrollo de la locomoción bípeda. No obstante, como se ha visto, también tuvo un coste, porque aumentaba el riesgo de defectos del tubo neural.
Un nuevo hallazgo gracias a la 'ciencia nocturna'
"Este trabajo demuestra el poder de la ciencia impulsada por la curiosidad para descubrir resultados sorprendentes que tengan posibles implicaciones médicas. Además, este descubrimiento fue fruto de una verdadera 'ciencia nocturna' por parte de Bo Xia, que impulsó este trabajo. La ciencia nocturna es la parte de la ciencia en la que se nos ocurren nuevas ideas", explica Yanai.
El experto es un firme defensor de este concepto. De hecho, tiene una página web y un podcast dedicado enteramente a él, que ha puesto en marcha junto a Martin Lercher, biofísico teórico de la Universidad Heinrich Heine de Düsseldorf (Alemania).
Según explican ambos, en la 'ciencia nocturna' "flotamos entre ideas que pueden estar sólo vagamente conectadas, a menudo moviéndonos en saltos asociativos en lugar de en pasos lógicos". Por eso consideran que sirve para explorar el reino desestructurado de las hipótesis posibles, de las ideas aún no del todo desarrolladas. Este concepto se contrapone a la 'ciencia diurna', donde se formulan las hipótesis y se comprueba cuáles quedan en pie.
Sin embargo, los dos expertos critican que la 'ciencia nocturna' rara vez se pone en el foco, ya que parece un término más abstracto y menos concreto en comparación con la descripción lógica del método científico formal. "Sin embargo, creemos que hay un método para la locura y que su estudio consciente puede añadir una dimensión importante a nuestro desarrollo como científicos", escribían ambos autores en el artículo.
"De manera intermitente, podemos regresar al mundo de la 'ciencia diurna' para examinar la validez de una idea de la 'ciencia nocturna' a la luz del día, y tal vez incluso someterla a las rigurosas pruebas de hipótesis que conforman el corazón de la ciencia diurna, antes de regresar al mundo de los sueños para continuar nuestra exploración. Por supuesto, la 'ciencia nocturna' no se limita a una hora determinada del día. Pero estos dos aspectos son estados de ánimo distintos, tan diferentes que parecen el día y la noche", concluyen.
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O sea, que perdimos la cola con nocturnidad.