La vuelta al trabajo en septiembre siempre es complicada. Y más allá de dejar atrás el verano y las vacaciones, el hecho de que veamos, semana a semana, como los días son cada vez más cortos no ayuda. En España, un país que ha moldeado su carácter gracias, en gran parte, a las horas de sol, la llegada del invierno afecta realmente al estado de ánimo de muchas personas. Pero hay lugares de la Tierra donde este fenómeno es mucho más extremo, y próximamente se despedirán del Sol durante varias semanas o incluso meses.

"En el punto geográfico del Polo Norte el sol se pone el 21 de septiembre y no vuelve a salir hasta el 21 de marzo, luego hay seis meses de oscuridad y seis de luz", explica Francisco Navarro, doctor en ciencias físicas y director del grupo de Simulación Numérica en Ciencias e Ingeniería de la Universidad Politécnica de Madrid. El experto detalla que un poco más abajo, en el llamado circulo polar ártico, también se produce este fenómeno, conocido como la noche polar. Aunque no dura tanto tiempo. En esa zona, cuanto mayor sea la latitud (es decir, cuanto más arriba nos desplacemos y más nos acerquemos al polo) más días de oscuridad tendremos. Por eso en muchos sitios tienen las horas de luz contadas desde ya.

El explorador Ramón Larramendi sabe bien lo que se siente al vivir largos periodos en la más absoluta oscuridad. Entre 1990 y 1993 realizó una expedición por encima del círculo polar, en la que atravesó Groenlandia, el Ártico canadiense y Alaska en un trineo arrastrado por perros. Fueron 14.000 kilómetros en total en tres años, y cada uno de esos inviernos los pasó en un poblado inuit diferente. Cuenta que la experiencia fue "variopinta", y que el primer año no le pilló del todo preparado. Al fin y al cabo, en ese momento tenía solo 24 años, y no sabía muy bien qué podría esperarse. El frío y la oscuridad del exterior le llevaron a recluirse en las casa, pero pronto entendió que no era una buena idea.

"Hay un síndrome conocido como la fiebre de la cabaña, que se produce en casos como estos, en los que pasas mucho tiempo en el interior y pierdes el contacto con la realidad. Yo me sentía raro, un poco depresivo. Fue un proceso lento, pero me di cuenta de que me estaba afectando. Siempre se ha dicho que la gente puede llegar a enloquecer completamente, y me lo creo. Especialmente hace años, cuando no había tantas conexiones. Para mí fue duro, pero comprendí que en estos periodos hay que estar mucho más activo y ser muy disciplinado, y es necesario hacer actividades físicas en el exterior aunque estés a - 40ºC, como era el caso. Desde entonces lo he hecho y no he vuelto a tener problemas", rememora.

Paul Wassmann, catedrático emérito del Departamento de Biología Marina y del Ártico en la Universidad Ártica de Noruega, tiene una experiencia radicalmente distinta. Alemán de nacimiento, se trasladó al país nórdico hace 50 años. La mayor parte de ellos los ha vivido en Tromsø, una ciudad donde la noche polar dura dos meses. Aunque ha trabajado en zonas como Longyearbyen, donde la oscuridad se extiende durante cuatro meses.

"Yo no tuve ningún problema, aunque puede que otros extranjeros o 'sureños' cuenten una historia diferente. Es cierto que tu reloj circadiano se puede desviar un poco, haciendo que por la noche te cueste dormir y luego estés cansado durante el día. Pero se hacen pequeñas siestas para compensarlo. Y por lo demás, no hay ningún efecto a nivel físico. Además, estoy casado con una psicóloga y puedo asegurarle que el periodo oscuro no se caracteriza por ser depresivo. Tampoco hay más suicidios en el norte que en el sur. Para suicidarse hay muchas más razones que la falta de luz. Pero cuando uno como sureño se aferra al 'necesito la luz del sol', por supuesto que sufrirá un bajo estado de ánimo. Así que si uno puede debe adaptarse. En Roma, haz como los romanos", afirma.

Durante la noche polar el Sol no sale por el horizonte. Pero puede haber periodos de cierta claridad. Carlos Pedrós-Alió, investigador del Centro Nacional de Biotecnología, vivió las dos caras cuando le mandaron a trabajar a un barco rompehielos en Canadá, que los científicos dejaron que se congelara en medio del mar para poder explorar la zona: "Estuve en febrero y marzo, y fue el periodo en el que empezó a cambiar todo muy rápido. Al principio era todo oscuridad, pero de repente un día a las 12:00 vimos un resplandor, que con el paso de los días se fue haciendo cada vez más grande hasta que el Sol terminó saliendo unos segundos. Cuando me fui de allí la mitad del día era oscuro y en la otra mitad ya había luz".

El recuerdo que tiene Pedrós-Alió es que el buque era como un hotel, con todas las comodidades. Y el trabajo le absorbía de tal manera que apenas se dio cuenta que las noches fuera duraban todo el día. Por ello, antes de acostarse se obligaba a salir a la cubierta y observar el paisaje: "Era una sensación extraordinaria estar en el barco iluminado rodeado de oscuridad. Teníamos alrededor miles de kilómetros sin seres humanos. Dicho esto, investigar durante la noche polar es muy duro y muy caro. Hay que tener cuidado con el hielo, con las tormentas, que muchas veces provocaban una sensación térmica de -60ºC o -70ºC, y con los osos polares. Por eso siempre salíamos con rifles. Pero fue un privilegio, porque todo era nuevo".

La vida de la gente local en la oscuridad

De acuerdo con Wassmann, los locales llevan una vida totalmente normal durante el periodo oscuro. Para el catedrático la importancia que se le da a la luz es cosa de la gente de "las grises, húmedas y neblinosas latitudes medias y del Mediterráneo". Pero en el Ártico, donde se enfrentan a una gran variabilidad climática y meteorológica, simplemente la gente lo acepta. "En el Alto Ártico el calentamiento global es superior a los 4ºC grados, pero se oyen pocas quejas", apunta.

"La gente sale a pasear y hay largas pistas de esquí de fondo iluminadas las 24 horas del día, donde siempre hay gente. En el mundo exterior la vida es normal, pero el periodo oscuro es también tiempo de festividades, fiestas, reuniones familiares y mucha diversión social. Probablemente sea una compensación por la austeridad del mundo exterior. Lo que se pierde fuera, se gana dentro. Además, los hogares se utilizan mucho más para las reuniones que en España. Si se pregunta a la gente, la mayoría de los que viven en el norte dirán que esperan con impaciencia el periodo oscuro. Para muchos es la época preferida del año", comenta Wassmann.

En este periodo, las casas juegan un papel clave. El catedrático las dibuja muy confortables, cálidas por todas partes y con suelos de madera por los que se puede andar incluso descalzo. En su periplo, Larramendi pudo experimentar en primera persona cómo son los hogares de los inuit: "En los años 90 eran construcciones pequeñas y modestas de madera. Las calentaban usando calefacciones de gasoil, y llamaba la atención porque dentro hacía mucho calor. Muchos europeos incluso sentían sofocos".

El explorador relata que los inuit bajan sus pulsaciones durante esa época del año, en la que duermen mucho más. Pero también les gusta pasarlo junto a amigos y familiares. "Su vida social es muy intensa, más que la de la gente en lugares como Madrid. Es una de las cosas que más me sorprendió. En los pueblos más pequeños no tienen ni siquiera lugares comunes. Pero invitan a la gente a tomar café y bollos o a cenar a casa. Aunque muchas veces ni avisaban, directamente iban a visitar a alguien y en ocasiones se sentaban en el salón durante dos horas sin decir nada. Es algo natural para ellos, casi terapéutico. Si estás solo tener gente a tu alrededor es importante. Aunque a mí a veces me ponía un poco nervioso", rememora.

Lo que no cambiaban los inuit en invierno era la dieta. Comían, básicamente, lo que tenían a mano, que casi siempre era carne. El plato más común era la foca, que capturaban con redes y, en algunos poblados profundos, dejaban a la intemperie para que se congelaba. La gente de la zona pasaba por allí y se cortaba directamente un trozo de carne del animal con un cuchillo para llevárselo a la boca.

Viajes a Canarias para desconectar

No obstante, incluso los nativos necesitan, en ocasiones, un respiro del frío invierno ártico. "Yo he vivo también en Islandia, y allí es casi una religión tomarse vitamina D cuando hace frío. Y luego mucha gente de estos países se suele ir algunos días de vacaciones. Desde Reikiavik salen cinco vuelos diarios en dirección a las Islas Canarias con más de 300 plazas cada uno. Es algo que necesitas, porque el invierno se hace duro", desliza Larramendi.

En paralelo, también está sucediendo el fenómeno contrario. Hay gente de todas partes del mundo que cuando llegan los meses más fríos deciden visitar el Ártico para tener la experiencia más extrema. "Se está haciendo popular venir al lejano norte. Este invierno incluso hay vuelos directos de Madrid a Tromsø. Pero los turistas vienen sólo por unos días para experimentar el verdadero invierno y ver las auroras boreales.  Todo es exótico para ellos, también la falta de luz solar. Así que el efecto que la noche polar tiene sobre ellos no es negativo, sino todo lo contrario. Vienen por eso", destaca Wassmann.

La oscuridad también atrae a los científicos. "A todos los investigadores nos apasiona la idea de ir a trabajar durante la noche polar, porque es la parte más desconocida para nosotros. Así que si tenemos la oportunidad solemos aprovecharlo para ir. Además, es una ocasión perfecta para ver las auroras boreales, que son uno de los espectáculos más maravillosos del mundo. Si vas de vacaciones algunos días al Ártico puede que no veas ninguna, pero si vas durante varias semanas por trabajo tienes muchas opciones de toparte una. Aún así, yo cuando he estado en esas zonas durante esa época del año me quedaba a dormir siempre en barcos, que eran como hoteles, y no me daba mucha cuenta. Pero creo que si viviera en una de las ciudades cercanas sí que acabaría afectando", concluye Pedrós-Alió.