La historia es de sobra conocida, y está bien documentada. "En uno de sus viajes a América, Colón se quiso llevar caballos. Hicieron una presentación en Sevilla con varios ejemplares de raza española, altos y con buena envergadura. Pero cuando Colón se subió al barco se dio cuenta de que no eran los mismos. Le habían metido unos pencos que nada tenían que ver con los caballos que él había visto y alguien se había quedado con los buenos. Hay una carta escrita por el propio Colón en la que se lamenta de lo que había pasado".
Las palabras de José Luis Vega, veterinario militar con el grado de coronel y director del laboratorio de investigación aplicada del servicio de cría caballar de las Fuerzas Armadas, sirven para recordar uno de los mejores ejemplos de la picaresca española. Y también nos valen como punto de partida de esta historia.
Los caballos que subieron al barco de Colón procedían de las marismas de Doñana. Era más bien bajos y de aspecto rústico, nada que ver con la elegancia de otras razas. Pero también eran fuertes y resistentes. Por eso sobrevivieron al trayecto y se adaptaron sin problema a la vida en tierras americanas. Con el tiempo, se extendieron por todo el conteniente, y fueron el origen de los caballos criollos y de los famosos mustangs estadounidenses.
Volviendo a España, los caballos de las marismas acabaron dividiéndose en dos grupos. Dentro de lo que es el Parque nacional de Doñana, que tiene más de 100.000 hectáreas, se reparten unos pocos miles de caballos marismeños, que se fueron mezclando con otras razas y están gestionados por ganaderos de la zona. Pero en la Reserva Biológica de Doñana, que pertenece al CSIC, sobreviven unos 150 caballos de las retuertas en estado salvaje, que tienen un linaje mucho más puro.
"En el año 2003 nos contactaron del departamento de genética de la Universidad de Córdoba para que analizáramos a los caballos de las retuertas. Cuando lo hicimos nos dimos cuenta de que tenían una singularidad que no habíamos visto nunca, un alelo que no se conocía en todo el mundo. En el 2006 publicamos el descubrimiento en la revista Animal Genetics. En ese momento quisimos que fuese reconocida como una raza distinta del caballo marismeño, aunque comparten el mismo origen. Pero no lo conseguimos hasta el año 2016", explica Vega.
El experto relata que en ese momento animaron a los ganaderos de Doñana a que valoraran más las características de los caballos marismeños originarios. Y se lo tomaron en serio. "Desde que se constituyeron las dos razas hay una corriente ganadera que quiere volver a tener algo parecido a los caballos antiguos, que ahora han cobrado valor. Hasta el año 2010 o así, en la Saca de las Yeguas los que se veían eran ejemplares cruzados con la raza española. Ahora, cada vez más, se ven modelos parecidos al caballo de las retuertas. Y es que los ganaderos los están seleccionando genéticamente. Están intentando ir hacia atrás", comenta el veterinario, que se congratula de que sea así porque se muestra convencido que el el futuro pasa por la raza del caballo marismeño, que tiene más ejemplares.
Hubo otro aspecto clave para motivar ese cambio en la preferencia de los ganaderos. Y es que en el año 2008 la gestión de los libros genealógicos de las principales razas españolas pasó a manos de las asociaciones. En el caso del caballo marismeño, a la Asociación Nacional de Criadores de Ganado Marismeño. "Somos 720 socios", arranca diciendo Diego Díaz, presidente de la organización. "Nuestra labor principal es la llevanza de los libros genealógicos del ganado marismeño, tanto equino como bovino. Pero también tenemos gente dedicada a revisar el ganado día a día", añade.
Ellos son los que están trabajando para volver a tener un caballo parecido al original. Según cuenta Díaz, su idea fue "mejorar el ganado morfológicamente": "Lo hacemos a través de un campo genético en Córdoba. Cogemos la sangre y el semen de los caballos reproductores que nos interesan y se lo vamos echando a las yeguas. La verdad es que genéticamente ya los hemos mejorado mucho, porque con los años se habían ido desvirtuando. Ahora estamos retornándolo a sus orígenes, y ya está prácticamente limpio. Diría que hemos recuperado en un 90% la línea del caballo marismeño que había hace 500 años, cuando comenzaron a llevárselos a América".
El peso de la genética
"La mayor satisfacción que tengo de todo esto es que desde que comenzamos a estudiar genéticamente al caballo de las retuertas, los criadores de Doñana empezaron a apreciar el perfil del antiguo caballo marismeño, más bajo, y más rústico. No luce tanto si vas al El Rocío con ellos, pero son los representantes del caballo ancestral que poblaba las marismas", desliza Vargas.
Con todo, el veterinario aclara que "la genética no va para atrás, solo puede ir hacia adelante", y que en cualquier caso solo puede servir como una especie de "herramienta auxiliar" a la hora de reconstruir la historia, porque siempre se necesitan otro tipo de evidencias para no caer en errores.
"Si coges el ADN de una persona verás que tiene la mitad de su padre y la otra mitad de su madre. Pero si comparas el ADN de un hijo y de su padre, más allá de que se se puede observar que comparten una parte, no se puede concluir quién es el padre y quién es el hijo. Por eso si se utiliza solo la genética pueden ocurrir auténticas aberraciones. En el caso de los caballos, sabemos por el Archivo de Indias que en su momento se llevaron algunos ejemplares de aquí a América, y gracias al ADN hemos podido comprobar que es así", relata.
Con el marismeño más en el foco, toca echar un ojo al futuro del caballo de las retuertas, que es el que realmente preocupa. "A pesar de ser el más representativo de Doñana, nunca han pasado de los 200 ejemplares, pero queremos que se expanda para evitar problemas genéticos, que ya hay evidencias de que tienen. En los últimos años hemos vendido algunos. De hecho, en una finca ecologista de Salamanca ya hay un grupo de 30", detalla Juan José Negro, investigador de la Estación Biológica de Doñana. "A los que tenemos nosotros no les damos nada, ni siquiera productos para los parásitos intestinales, que son muy habituales para los caballos, ni comida. Solo nos aseguramos de que tengan agua en la época más dura del verano", concluye.
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