La Agencia Espacial Europea (ESA) se jugaba mucho este lunes. Por suerte, todo salió bien. La misión de defensa planetaria Hera despegó desde el Centro espacial John F. Kennedy, ubicado en Cabo Cañaveral (Florida, EE.UU) a las 16:52, hora peninsular española. Si se cumple con lo previsto, en dos años la nave llegará a su destino: el sistema de asteroides Didymos. Y allí comenzará a investigar para saber qué podemos hacer para desviar esas rocas cuando una de ellas se dirija a la Tierra.
La idea en sencilla. Nuestro planeta vive en un "vecindario cósmico" muy activo, en el que hay más de 35.000 asteroides conocidos, que los científicos siguen de cerca. "Es algo que nos concierne porque, básicamente, un día habrá alguno cuya órbita choque con la de Tierra. Es algo que no pasa muy a menudo, pero puede suceder, y queremos estar preparados. La muestra es que en la Tierra hay varios cráteres que se han formado por impactos anteriores", deslizó en una rueda de prensa Michael Kueppers, científico del proyecto.
El mejor ejemplo es el cráter de Chicxulub, ubicado en la península de Yucatán (México), que tiene 180 km de diámetro. Esa fue la huella que causó el impacto del meteorito que provocó la extinción de los dinosaurios. Pero recientemente hemos tenido algún que otro susto. Ahora sabemos que el 13 de abril de 2029 el asteroide Apophis, de unos 375 metros de diámetro y cerca de 20 millones de toneladas, pasará a 32.000 kilómetros de la superficie de la Tierra, una distancia más cercana que la de los satélites de telecomunicaciones en órbita geoestacionaria. Pero cuando se descubrió, en 2004, los científicos estimaron que había una pequeña posibilidad de que impactara contra nuestro planeta en 2029, 2036 o 2068.
La amenaza es real. Y cuando llegue, hay que saber cómo actuar. De ahí surge Hera. "Somos la primera generación con capacidad para desviar un asteroide que va a llegar a la Tierra. Pero para eso tenemos que cumplir con tres pasos. El primero es conocer el peligro, y ser capaces de detectar estos objetos. El segundo es investigar sus trayectorias para ver si van a chocar contra nosotros. Y el tercero es encontrar la manera de desviarlos", apuntó Kueppers.
La estela de la misión DART
En 2022 la sonda espacial DART de la NASA chocó contra el asteroide Dimorphos, modificando ligeramente su órbita alrededor de Didymos, otro asteroide aún más grande. Fue algo histórico, porque demostró que, efectivamente, podemos desviarlos. Pero ahora el papel de Hera es viajar hasta Dimorphos para hacer un estudio detallado después del impacto y entender exactamente cómo lo hicimos y cómo podríamos repetirlo.
"Las últimas imágenes que tenemos son de dos segundos antes del choque. DART fue un éxito de misión, pero queremos saber exactamente cómo de eficiente fue. Y es una oportunidad única para hacerlo porque conocemos todos los datos del impacto: el tamaño de los cuerpos, la velocidad... Es información que no tenemos en cualquiera del resto de cráteres del sistema solar. Así que podemos mejorar los modelos y entender la física de la colisión para en el futuro ser capaces de extrapolar los resultados y evitar una catástrofe", explicó Kueppers.
Lo primero que hará Hera al llegar será investigar la forma y la masa de los asteroides. Luego entrarán en juego dos CubeSats, nanosatélites de 10 cm de tamaño que navegan automáticamente calculando su propia trayectoria y orientación, que por primera vez investigarán el interior de los asteroides con radares. Y para finalizar la misión, los tres satélites (los dos CubeSats y Hera) acabarán aterrizando en Dimorphos o Didymos. Es un final abierto, porque los científicos de la ESA no han decidido aún en cuál de ellos se posarán. En cualquier caso, ese será el final de su vida útil.
El proyecto cuenta con la participación de 18 países miembros de la ESA, además de Japón. Y tiene sello español. "Uno de los CubeSats lleva un instrumento para estudiar la gravitación de Dimorphos que es español. Y parte del software de a bordo es de la empresa GMV, que está especializada en el cálculo de trayectorias, sistemas de control de vuelo y orientación de la nave", aseguró Ignacio Tanco, un ingeniero vasco que ejerce como director de vuelo de la misión y que durante el despegue fue el encargado de comprobar que todos los aspectos de la nave estaban listos.
La idea inicial es que la misión dure seis meses, aunque si todo va bien (y si hay carburante de sobra), quizás podría alargarse más. La inversión total es de 363 millones euros. "La humanidad tiene la capacidad de desviar asteroides. La cuestión es el tamaño. Para uno similar al de los dinosaurios haría falta un esfuerzo titánico y un gran desarrollo tecnológico. Dimorphos tiene 150 metros de diámetro, y con ese tamaño ya pueden causar problemas. Pero el de los dinosaurios tenía unos 10 kilómetros de diámetro. Lo bueno es que no hay ninguno tan grande cerca de la Tierra, así que tenemos tiempo para prepararnos", ilustró Kueppers.
Dimorphos, el más pequeño de los dos, podría haber sido uno de los llamados city killers. Es decir, un objeto lo suficientemente grande para borrar del mapa una ciudad como Madrid. Como resultado del choque de ambos asteroides produjeron una serie de fragmentos que salieron volando por el espacio... Y que podrían acabar llegando a la Tierra en unos años o décadas. El propio Kueppers lo confirmó, aunque aseguró que las partículas, en caso de arribar a nuestro planeta, serían muy pequeñas, de en torno a un milímetro de tamaño. Así que en ese sentido no hay peligro.
Las dudas del lanzamiento
El lanzamiento estaba sujeto a mucha incertidumbre por dos motivos. Primero, por la cercanía del huracán Milton, que se está aproximando a la costa de Florida mientras se intensifica a toda velocidad. Y segundo porque el vehículo utilizado para el despegue era un Falcon 9 de SpaceX. Y es que la compañía de Elon Musk había detectado anomalías en el cohete, y necesitaban elaborar un informe y presentarlo a la Administración Federal de Aviación de EE.UU (FAA) para tener luz verde para la misión.
La semana pasada, en una rueda de prensa ofrecida a los medios españoles, Tanco admitía que había "un riesgo muy elevado" de que el despegue se retrasase y no fuera este lunes 7, como estaba programado. Aunque apuntaba que lo más probable era que no hubiera problemas en encontrar un día dentro de la ventana de lanzamiento, que se cerraba el próximo 27 de octubre. Finalmente, la ESA pudo hacerlo en el primer intento. Y con ello se ahorró muchos quebraderos de cabeza, por la siguiente ventana de lanzamiento para la misión de abría en octubre de 2026.
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