Parece ciencia ficción, pero es presente. Un hombre de 65 años con el cuerpo paralizado de cuello para abajo por un accidente ha logrado escribir en el ordenador usando su mente y la caligrafía. Los trazos que imagina escribir a mano se convierten en texto en pantalla.
El logro es de un equipo de científicos de Stanford. La tecnología, un software de inteligencia artificial que interpreta las señales de un dispositivo instalado en la superficie cerebral del individuo. Los detalles del hallazgo se acaban de publicar en Nature.
Este mismo equipo ya había implantado el dispositivo en el cerebro de este individuo en 2016 y en 2017 (se publicó en eLife) consiguieron que escribiese con la mente, pero a una velocidad más reducida. En aquel momento, le hicieron imaginar que su mano marcaba en un ordenador las teclas con las que quería escribir. Pero ahora, cambiando el tecleo mental por escritura manual mental han conseguido más que doblar la velocidad a la que el individuo puede expresarse.
Frank Willett, autor principal del estudio y doctor y científico del laboratorio que ha desarrollado el trabajo en la Universidad de Stanford, ha afirmado en un comunicado que el cerebro “retiene la habilidad para prescribir movimientos finos una década después de que el cuerpo haya perdido la capacidad para ejecutar ese tipo de movimientos”. A la vez, este estudio les ha permitido concluir que “los movimientos complicados que involucran velocidades cambiantes y trayectorias curvas, como la escritura a mano, pueden interpretarse más fácil y rápidamente mediante los algoritmos de inteligencia artificial que estamos usando que los movimientos intencionados más simples, como mover un cursor en línea recta a una velocidad constante”, en referencia al estudio anterior en el que buscaban interpretar el tecleo mental.
La velocidad a la que ha logrado escribir con este nuevo método es de 18 palabras por minuto y está cercana a las 23 que, según los investigadores, alguien de su edad puede teclear en su Smartphone durante ese mismo tiempo.
El dispositivo que lleva implantado el sujeto del experimento se denomina interfaz cerebro computadora (BCI, por sus siglas en inglés) y consta de dos chips del tamaño de una pequeña aspirina que se colocan en el hemisferio cerebral izquierdo. Cada chip con 100 electrodos recoge señales de neuronas que van a la parte de la corteza motora - una región de la superficie más externa del cerebro -, responsable de gobernar el movimiento de la mano.A su vez, esas señales neuronales se mandan a través de cables al software donde los algoritmos de inteligencia cerebral que las descodifican e interpretan la intención de movimiento de la mano y el dedo.
Este avance supone un gran camino de esperanza para las personas que tienen inmovilizadas sus extremidades, como todas aquellas que han sufrido lesiones de columna o ELA.
Para el experimento, el individuo se concentró en escribir letras con un lápiz en un cuaderno con su imaginación. Repitió cada letra 10 veces para permitir al software aprender a reconocer las señales neuronales asociadas a cada letra en particular. En las sesiones posteriores, trabajó con frases, siempre en letras minúsculas.
Los investigadores le pusieron frases como “interrumpí, incapaz de mantenerme en silencio” o “en treinta segundos la armada aterrizó”. Poco a poco, los algoritmos fueron mejorando su capacidad para diferenciar los caracteres. El intervalo desde que el individuo pensaba en la letra y se trasladaba al ordenador era de medio segundo.
Más adelante, el protagonista del experimento fue haciendo frases nuevas para los algoritmos y finalmente consiguió ser capaz de generar 90 caracteres, unas 18 palabras por minutos. El récord anterior estaba en 40 caracteres.
Los errores al copiar frases eran de aproximadamente 1 por cada 18 o 19 caracteres y en composición libre, de uno cada 11 o 12 caracteres. Sin embargo, ese problema se solventó como lo solucionamos habitualmente todos, con un autocorrector. Cuando los investigadores lo introdujeron, esos errores disminuyeron a aproximadamente 1% en copias y 2% en composición libre.
Estos dispositivos BCI aún no han sido aprobados para su uso comercial, subrayan los investigadores, que han solicitado la patente y el trabajo se encuadra en un ensayo clínico, llamado BrainGate2, de los que el protagonista de esta publicación es uno de los participantes.
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