El termómetro sube imparable. 2016 ha batido el récord y es el año más cálido desde que se tienen registros. La temperatura del planeta ha aumentado 1,1 grados con respecto a la época preindustrial, según los datos recién publicados por la Organización Meteorológica Mundial (OMM). Olas de calor extremas, inundaciones, incendios, cielos negros de polución o islas engullidas son algunos de los efectos de este calentamiento.
“Un nuevo año un nuevo récord. 2016 ha superado las altas temperaturas que alcanzamos en 2015”, se lamenta Petteri Taalas, secretario general de la OMM. “Habitualmente medimos los récords de temperatura en fracciones de grado. Este año hay zonas como el noroeste de Canadá, Alaska y zonas de Ártico y subártico en Rusia han superado en 3 grados la media”, explica con preocupación.
2016, el año más caluroso
El termómetro sube imparable. 2016 ha batido el récord y es el año más cálido desde que se tienen registros. La temperatura del planeta ha aumentado 1,1 grados con respecto a la época preindustrial, según los datos recién publicados por la Organización Meteorológica Mundial (OMM). Olas de calor extremas, inundaciones, incendios, cielos negros de polución o islas engullidas son algunos de los efectos de este calentamiento.
“Un nuevo año un nuevo récord. 2016 ha superado las altas temperaturas que alcanzamos en 2015”, se lamenta Petteri Taalas, secretario general de la OMM. “Habitualmente medimos los récords de temperatura en fracciones de grado. Este año hay zonas como el noroeste de Canadá, Alaska y zonas de Ártico y subártico en Rusia han superado en 3 grados la media”, explica con preocupación.
“Los eventos meteorológicos extremos han aumentado en frecuencia y severidad. Las olas de calor e inundaciones graves son más regulares. El aumento del nivel del mar ha aumentado la exposición a las tormentas asociadas a los ciclones tropicales”, detalla.
En España no ha sido el año más cálido. “Teniendo en cuento los primeros 11 meses de 2016 la temperatura media ha sido en torno a 0,7 ºC por encima de lo normal. Es el sexto más cálido desde que tenemos registros”, señala a El Independiente Ana Casals, portavoz de la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet).
Aún así España no se ha librado de anomalías, que la AEMET ha destacado en sus informes. “Es cierto que han aumentado los fenómenos meteorológicos severos pero sin hacer un estudio detallado no podemos atribuir los episodios que han sucedido en España al calentamiento global”, indica cauta Casals.
A principios de septiembre España sufrió una ola de calor. Afectó sobre todo a la Península y Baleares. Se superó el anterior valor máximo en más de 3ºC en varias estaciones. Es más, la temperatura más alta de todo el verano astronómico se registró durante este episodio, con 45,4 ºC en Córdoba.
Es uno de los muchos periodos de temperaturas extraordinariamente anormales que está experimentando el planeta. Este año el termómetro se ha disparado de manera anómala en varios puntos de todos los continentes. India ha sufrido una ola de calor extrema que ha matado a miles de personas. En Europa las olas de calor ya son recurrentes. En 2003 murieron unas 15.000 personas por la peor de la historia reciente. Se superaron los 45ºC en Portugal, España y Francia y los 30ºC en el resto de Europa. Solo en Rusia otra ola de calor en 2010 mató a 55.000 personas. El verano de 2014 Portugal conoció una de las peores olas de calor desde 1941. Austria estableció un nuevo récord nacional de temperatura de 40,5°C.
Las inundaciones de se han agravado. Este año en España las precipitaciones han sido un 12 % por encima de lo normal, según la AEMET. En algunas zonas de Alemania y Francia cayó en un día el volumen que suele precipitar en seis semanas. “El cambio climático ha causado un aumento de las sequías y de las precipitaciones intensas en los últimos cincuenta años en toda Europa. En zonas del Mediterráneo, donde el total de lluvia ha disminuido, cuando llueve lo hace de forma más torrencial”, asegura el geógrafo climatólogo Jonathan G. Cantero. Sucede porque con el aumento de las temperaturas, los mares y océanos se calientan, emiten mayor cantidad de vapor de agua a la atmósfera, que queda disponible para hacer crecer las tormentas. Este tipo de lluvias llegan a representar en algunas regiones hasta el 15% o el 50% del total de lluvia anual, lo que lleva a situaciones de inundaciones repentinas, corrimientos de tierra o rápida crecida de los cauces.
La temperatura de la Tierra aumenta por la enorme cantidad de gases de efecto invernadero vertidos en la atmósfera por los humanos. Actualmente la concentración de dióxido de carbono está por encima de 400 ppm y sigue creciendo. La última vez que la Tierra tuvo tal cantidad fue hace 66 millones de años, cuando el hombre ni siquiera existía, reinaban los dinosaurios, los polos no estaban helados y el planeta era una selva húmeda. Antes de Revolución Industrial los niveles eran de 280 ppm.
Cerca de la mitad del CO2 emitido es eliminado de la atmósfera en un siglo aproximadamente pero hay una proporción que se mantiene en la atmósfera durante milenios. Pero la humanidad nunca se ha enfrentado a un aumento tan rápido de temperatura y de concentración de dióxido de carbono. Las predicciones señalan que hemos forzado tanto la máquina que estamos sobrepasando el punto de no retorno y las anomalías actuales van a multiplicarse.
Escondidas en la media hay picos que suben hasta 10 grados por encima de lo normal. “En las zonas continentales como Siberia o el interior de África el efecto de la subida de la temperatura se amplifica”, señala Isabel Cacho, geóloga marina de la Universidad de Barcelona.
Los augurios más negros sobre cambio climático apuntan que el nivel del mar podría subir un metro este siglo por el deshielo de los polos. Los pronósticos más conservadores estiman que unos 60 centímetros. “El avance de la línea de costa no es como un tsunami, es una subida gradual y que no afecta a todo el litoral por igual”, explica la especialista. Poco a poco deja desnudas las primeras líneas de costa.
Como consecuencia las tormentas derivadas del desplome de los huracanes y ciclones tropicales sobre la costa serán más severas. Este año el huracán Matthew golpeó Haití provocando una devastadora emergencia humanitaria y más de mil muertos. El Herminne tocó Florida provocando una inundación fuera de lo habitual. Los estudios indican que por efecto del calentamiento global, a finales de siglo la capacidad destructiva de los ciclones tropicales y los huracanes atlánticos se multiplicará.
Maldivas es un ejemplo paradigmático de lo que está por venir. Allí el nivel del mar ha subido más de 20 cm desde 1900. Este archipiélago formado por 1.192 pequeñas islas situadas en el Océano Índico podría desaparecer engullidas por las aguas. Los habitantes han tenido que construir un rompeolas para proteger Malé, la capital. El aumento de la temperatura del agua también ha provocado la desaparición de algunas barreras coralinas que rodean las islas. Sin ellas las olas azotan con más fuerza la costa y las casas de la primera línea de playa han tenido que retirarse.
En el Caribe queda tan solo el 10% de los corales que lucían en los setenta. El 90% de los corales vive a 32 grados, si sobrepasan los 34, la mayoría muere. Se quedan blancos porque mueren las algas con las que viven en simbiosis y que les dan color. Queda el esqueleto cálcico, blanco como un fantasma. Las barreras de coral ocupan menos del 1% de la superficie oceánica, pero dan cobijo a casi el 25% de las criaturas marinas existentes.
Las emisiones de carbono no solo calientan las aguas, también las acidifican. Absorben el 25 % de las emisiones de dióxido de carbono que emitimos. El gas en contacto con el agua se transforma en ácido. Al aumentar tanto su concentración en la superficie del océano como consecuencia de la actividad humana, el carbonato de calcio –esencial para que los moluscos construyan sus conchas y caparazones– se disuelve en el agua ácida y desaparece. Las aguas superficiales de los océanos se han acidificado ya 0.1 unidades de pH respecto los niveles preindustriales. La acidificación futura dependerá del CO2 que se emita a partir de ahora, pero las previsiones apuntan a que aumentará 0.4 unidades más a finales del siglo XXI.
Con la acidez actual el plancton está disminuyendo por la falta de oxígeno disponible en el agua (desplazado por el CO2) y porque el caparazón de algunos de los minúsculos seres que lo forman, como los pterópodos se disuelve. El plancton es la base de la cadena alimentaria. Si falla podrían caer el resto de los animales como fichas de dominó.
Autora: América Valenzuela
El Ártico, en estado líquido
El Ártico es la zona cero del cambio climático. En las últimas décadas el Polo Norte se ha calentado más del doble de rápido que las demás regiones del mundo. En diciembre de 2016 una ola de calor subía las temperaturas del polo cerca de 25 grados centígrados hasta los 4 grados bajo cero, cuando lo normal es que esté a menos 30 grados.
Según el Instituto de Meteorología de Noruega el fenómeno se debe a una baja presión entre Groenlandia y las islas noruegas de Spitsbergen que ha generado una corriente de aire caliente. Esta es una anomalía que solo puede ocurrir cada mil años, según el Instituto del Cambio Climático de Oxford. Pero el caso es que ha ocurrido dos años consecutivos, en 2015 y en 2016.
La amenaza del cambio climático es casi intangible para la mayoría de los habitantes del planeta. Un gran problema que amenaza a la humanidad y que se sustenta en datos científicos difíciles de entender y que son defendidos por organismos e instituciones internacionales desconocidas. Esta brecha entre la realidad y su percepción es suficientemente grande como para que el próximo presidente de EE.UU. sea abiertamente negacionista. Todo queda lejano para los ciudadanos, especialmente si hablamos del Ártico que es una zona del planeta con apenas 4 millones de habitantes. Pero ¿Por qué es tan importante lo que está ocurriendo en el Ártico para el resto del planeta? ¿Por qué los científicos miran con tanta preocupación lo que ocurre allí?
Pilar Marcos, responsable de la campaña de Ártico de Greenpeace España indica tres razones fundamentales por las que lo que está ocurriendo en el Ártico es trascendental para el clima del planeta. En primer lugar “el efecto sombrilla que ejerce sobre el planeta la masa de hielo blanca. Es el conocido como efecto albedo, la capacidad de reflectora del hielo. La pérdida de superficie blanca hace que se rebote menos los rayos del sol y que, en mayor medida, sean absorbidos por el mar que incrementa su temperatura”. Cuanta menos luz solar se refleja más calor absorbe el planeta lo que dificulta que se vuelva a formar hielo en la región del Ártico.
Otro aspecto trascendental consecuencia de la desaparición del hielo marino es que afecta a los patrones atmosféricos, ya que éste actúa como una manto aislante, reduciendo el intercambio de calor y agua reduciendo el gradiente de temperatura entre polos y otras latitudes del planeta. “Al estar menos fría la temperatura en el Ártico hace que la circulación atmosférica en el hemisferio norte se ralentice y en consecuencia se produzcan fenómenos atmosféricos más persistentes y extremos como las lluvias torrenciales, las sequías agudas y las tormentas de frío”, destaca Marcos.
Para esta bióloga marina otro punto importante es la subida del nivel del mar por el deshielo de Groenlandia y otros hielos continentales y el aporte de agua dulce que esto supone para el océano. “Que en determinadas zonas el agua sea menos salada influye en los patrones de circulación del agua. Algunos estudios apuntan a que la ruta de la corriente Golfo ha cambiado considerablemente en los últimos años aumentando la temperatura del agua que llega hasta el mar de Barents que ha sufrido algunos de los veranos más calurosos”.
El explorador Polar Ramón Larramendi ha sido testigo este año de la subida de temperaturas en el polo durante la expedición científica Cumbre de Hielo Groenlandia 2016 que tuvo lugar en mayo. “Fuimos testigos de cómo el deshielo estaba adelantado dos meses respecto a la primera vez que fui hace 30 años”, explica Larramendi. Ese deshielo adelantado estuvo a punto de arruinar la misión científica, “había tantos ríos y lagos que casi no podíamos franquearlos. La nieve estaba muy blanda y nuestro trineo y toda la misión estaba concebida para el hielo más duro que normalmente había en esas fechas”, añade.
La importancia de esta misión era tomar registros de la temperatura de la península en zonas en las que normalmente no se toman ya que las estaciones meteorológicas están fijas. La misión alcanzó altitudes de 1500 metros en las que, igualmente, la temperatura era atípicamente alta, aunque fue en la costa donde pudieron registrar las temperaturas más elevadas. “Hace 25 años hice una expedición desde Groenlandia hasta Alaska, hoy esa misión sería imposible porque se hizo sobre un lecho de hielo marino que ya no se forma”, señala el explorador polar.
La misión en Groenlandia entre otros cometidos científicos, tenía como objetivo recopilar muestras de nieve para científicos de varias instituciones. Entre ellas el Instituto Pirenaico de Ecología, vinculada al CSIC. Juan Ignacio López Moreno es uno de los investigadores que analizan estas muestras, este climatólogo destaca que “el retroceso del hielo en Groenlandia ha sido muy marcado en 2016 ya que se han dado unas tasas de fusión muy elevadas. Lo que pasa en Groenlandia es muy importante porque en caso de deshelarse cambiaría el océano”.
López Moreno trabaja en los glaciares de España, como los del Pico Aneto o el Monte Perdido y asegura que están abocados a la desaparición con el incremento de las temperaturas: “están en una situación crítica en retroceso de masas continua. Son masas heladas de otras épocas más frías de nuestro planeta muy diferentes al actual”, explica.
Científicos de todo el mundo siguen de cerca la evolución de los datos del clima en el Polo Norte y en todo el planeta. Las evidencias científicas son las armas que se usan en los despachos de organismos internacionales e instituciones de todo el mundo entre científicos y negacionistas. El acuerdo de París es la victoria definitiva de los conservacionistas frente a quienes niegan que el cambio climático se deba a la intervención humana. Falta saber si el freno de las emisiones de gases de efecto invernadero acordado en París será suficiente para frenar la subida de las temperaturas a nivel global. Para el Ártico es probable que sea tarde.
Autor: Rafael Ordóñez
París, el acuerdo de la manga ancha
En tiempo récord, el 4 de noviembre entró en vigor el Acuerdo de París contra el cambio climático, tan solo un mes después de que se alcanzara el cuórum tras una rápida ratificación. Un proceso muy cuestionado por la laxitud del compromiso y a la vez aplaudido por la incorporación de grandes países emisores, como China e India, tradicionalmente ajenos a esta lucha.
“Es un brindis al sol. Tal y como está planteado el Acuerdo de París no va a reducir la temperatura global ni las emisiones”, asegura Jonathan G. Cantero, geógrafo climatólogo experto en riesgos naturales. “El Acuerdo de París es un instrumento débil, no es ideal pero sí el mejor al que se puede llegar”, contemporiza Xavier Labandeira catedrático de economía de la Universidade de Vigo y director de Economics for Energy.
El objetivo del pacto es lograr que la temperatura a final de este siglo supere como máximo entre 1,5 y 2 grados a los niveles preindustriales. Ese es el límite de temperatura fijado por los científicos del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) para que las consecuencias del calentamiento no sean desastrosas. El planeta tiene una temperatura media que está alrededor de los 15,4 grados. Desde la etapa industrial esta temperatura está elevándose sin pausa por efecto de la acumulación de gases de efecto invernadero. Por encima de los 17,4 grados el clima quedaría tan alterado que las consecuencias medioambientales y económicas serían muy severas.
“El objetivo es muy ambicioso. Hay que tener en cuenta que la temperatura media del planeta ya ha subido un grado. Solo podríamos elevar un grado más para cumplir. Y en los próximos años ya hay muchísimas emisiones comprometidas", reconoce Labandeira. “La posibilidad de que se cumpla el límite del 1,5 ºC es nula. A no ser que las emisiones pasaran a ser cero de hoy a mañana”, añade Cantero. Coincide con él Isabel Cacho, geóloga marina de la Universidad de Barcelona: “Para cumplir el objetivo de París y alcanzar como máximo una subida de 2ºC para 2020 habría que reducir de forma drástica las emisiones de todo el planeta. Habría que estancar desde ya las emisiones durante unos 15 años y luego reducir, algo muy improbable”.
Este acuerdo mundial de lucha contra el calentamiento global se firmó el 12 de diciembre de 2015 durante la Cumbre del Clima celebrada en la capital francesa. Para proseguir era necesario que lo ratificaron los países que representaran el 55% de las emisiones mundiales. A principios de octubre sucedió y en noviembre entró en vigor. El anterior pacto, el Protocolo de Kioto, tardó casi ocho años en lograrlo. En esta ocasión lo han acordado 195 países, la práctica totalidad de los Gobiernos del mundo, incluida España.
China y EEUU, grandes emisores que no firmaron Kioto, se han subido a carro de París precisamente por la flexibilidad. No hay sanciones y las reducciones no son vinculantes. Durante años, las negociaciones para lograr el pacto mundial sobre cambio climático se han atascado por las imposiciones legales del compromiso. “Un acuerdo flexible tiene más garantías de superviviencia y adaptación a los cambios de contexto”, apunta el economista gallego.
En este nuevo acuerdo todos los firmantes deben presentar planes de mitigación, incluidos los países en desarrollo, algo que no sucedía con Kioto. Estos planes son voluntarios y hechos a la medida del mismo país que lo diseña. “El Acuerdo de París es un conjunto de estados soberanos poniéndose de acuerdo, el Protocolo de Kioto era una obligación”, subraya Labandeira. “China por ejemplo se ha sumado al acuerdo dejando claro que hasta 2030 no va a reducir emisiones”, explica Cantero, que ha participado en la revisión de informes del IPCC.
Esta manga ancha podría ser la clave de su éxito. “La vinculación de los acuerdos internacionales siempre es relativa, Kioto tenía compromisos vinculantes que muchos incumplieron simplemente abandonando el protocolo. El compromiso depende de la voluntad. Por eso París se ha centrado más en la transparencia y en la supervisión de los países para verificar si cumplen aquello a lo que ellos mismos se han comprometido”, explica Labandeira.
La mayoría de los firmantes han lanzado ya su primeras propuestas de recortes voluntarios de emisiones. La UE se ha comprometido a disminuir en un 40% las emisiones para 2030 con respecto a los niveles de 1990. China promete alcanzar su pico de emisiones en el año 2030 y a aumentar hasta el 20% la energía procedente de fuentes no contaminantes. Estados Unidos ha propuesto reducir sus emisiones de carbono en un 28% para 2025 con respecto a 2005. Estas propuestas se evaluarán y ajustarán en 2018. A partir de 2023 se revisarán cada cinco años.
En los próximos cuatro se deben establecer mecanismos claros de control y contabilidad de las emisiones mundiales. Los recortes empezarán a ejecutarse en 2020. Hasta que la rueda comience a girar seguirá aplicándose el Protocolo de Kioto, que no incluye a China ni Estados Unidos, responsables de aproximadamente un 40% de las emisiones mundiales.
Para que los países en desarrollo puedan afrontar el reto, en 2020 deberá existir un fondo de 100.000 millones de dólares. “Pese a que hay solidaridad, no es vinculante, y en cualquier momento se puede tumbar este fondo”, dice escéptico Cantero.
Aún con toda esta previsión, las cuentas no salen. Este año las emisiones han superado las 30 gigatoneladas. Si nada cambia a final de siglo el incremento de temperatura será superior a 4,5 grados. Con las propuestas actuales, en 2030, las emisiones superarían las 50 gigatoneladas y el incremento de temperatura superaría los 3,5 grados a finales de siglo.
El detallado plan se está tambaleando con la llegada de Donald Trump a la presidencia de EEUU. En contraste con su predecesor Barack Obama, niega el calentamiento global, su relación con el consumo de energías fósiles y rechaza las regulaciones ambientales por considerar que perjudican al sector empresarial. Ha nombrado como responsable de la política medioambiental a Scott Pruitt que, en absoluta consonancia con sus ideas, podría desencadenar un terremoto. “Si se sale EEUU habrá un efecto en cadena”, se lamenta Cantero.
Por el momento, en la última Cumbre del Clima, en Marrakech (COP22), los integrantes del Acuerdo de París han cerrado filas frente a Trump y han subrayado su disposición a combatir el calentamiento global. Cuando Trump jure su cargo el próximo 20 de enero comenzará a escribirse un nuevo capítulo de la historia del clima de nuestro planeta.
Autora: América Valenzuela
Revolución renovable
El Acuerdo de París certifica la apuesta de la humanidad por la transición energética de las energías fósiles a las renovables. Probablemente se trate de la obra de ingeniería social más ambiciosa del siglo XXI, pero cuenta con muchos obstáculos. El principal es la agenda energética de cada uno de los países firmantes, pero tiene a su favor un aliado inesperado hace unos años: el mercado. La generación de electricidad con carbón y gas en 2015 atrajo menos de la mitad de la inversión registrada realizada en energía solar, eólica y otras energías renovables, según el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente. Las energías renovables son ya más baratas que cualquier otra forma de obtener energía.
“En los últimos siete años la tecnología eólica ha reducido su coste un 61% y la fotovoltaica un 82%. Ahora las grandes subastas de energía las ganan los proyectos de energía renovable”. Con esta cifras resume José María González Moya, director general de la Asociación de Empresas de Energías Renovables (APPA), el gran cambio que se ha producido en el sector energético. González Moya señala como un gran síntoma de cómo está cambiando el mundo el hecho de que “por primera vez en 2015 la inversión en renovables fue mayor en los países en vías de desarrollo que en los países ricos”.
India es un ejemplo paradigmático en el que casan los intereses del planeta con los del desarrollo del país. El gigante asiático planea que el 60% de su electricidad provenga de renovables en diez años y alcanzar de sobra el objetivo climático acordado en la cumbre de París que era llegar al 40% para 2030. La senda que toma este país es un alivio para el planeta ya que de tomar el camino del carbón que tomó China elevaría peligrosamente los niveles de emisión de gases de efecto invernadero. Por su parte China se ha convertido en el principal instalador mundial de energías renovables, pero a la vez consume el 50% del carbón del planeta. Un mineral que apenas tiene que importar y extrae con empresas estatales, lo que le convierte en una energía muy competitiva y vital para su economía. A las dudas que genera China hay que añadir la incertidumbre de la llegada de Trump al gobierno de EE.UU. y su política energética.
[infogram id="73ce361e-32d1-480e-a019-34cb74110ebc" prefix="M5h" format="interactive" title="Inversión mundial en energias renovables"]
El informe World Energy Outlook 2016 de la AIE, muestra entre sus previsiones la posibilidad de que casi el 60% de la electricidad generada en 2040 provenga de energías renovables, y que la mitad de este porcentaje sea de eólica y solar fotovoltaica. El director de Sostenibilidad, Tecnología y Previsión de la AIE, Kamel Ben Naceur, durante la presentación del balance anual de la organización, destacó que aunque los compromisos de los países firmantes de París “son un gran avance, el análisis muestra que son claramente insuficientes".
La agenda energética de España
Sara Pizzinato responsable de la campaña de renovables de Greenpeace analiza la agenda energética de nuestro país desde una perspectiva muy crítica con las empresas eléctricas. “En España se han producido errores de cálculo ya que el en 2006 se estimaba que el crecimiento de la demanda iba a ser de un 6% anual y la realidad es que bajó un 5% con la crisis. La sobreinversión que se produjo es lo que hace que se haya frenado la inversión en renovables en España. Las empresas eléctricas quieren maximizar su inversiones en activos sucios como las centrales térmicas y las nucleares. Eso sí- destaca- las empresas invierten en renovables en otros países, aquí no porque no quieren poner en peligro la inversión en sus activos”. Según esta analista los países en vías de desarrollo “se están volcando en las energía renovables por su precio y porque no disponen de esos activos sucios que ralentizan la transición energética en el primer mundo”.
José María González Moya considera que en nuestro país “el sector de las renovables ha estado paralizado en los últimos años, hemos sido punteros en una industria pero la estamos perdiendo”. Pero para este experto el Acuerdo de París y la hoja de ruta europea marcan un futuro necesariamente prometedor: “el futuro es renovable, Europa tiene claro el mandato de abandonar el carbón”. Otro de los aspectos que según González Moya tiene que cambiar en nuestro país es el autoconsumo energético. “Es una tendencia de futuro, el legislador en España no ha hecho más que crear incertidumbre en este aspecto, paralizando inversiones y no regulando, pero es una solución imparable”, señala.
En este sentido Pizzinato va más allá y apunta a que estamos viviendo una revolución que está intrínsecamente vinculado al derecho de los ciudadanos y de las empresas de crear su propia energía usando las renovables, “este es el espacio en el que se está librando una batalla por la democracia”. La ecologista apunta igualmente al Gobierno y al conocido como “impuesto al sol” que penaliza el autoconsumo. Este impuesto podría estar viviendo sus últimos días de vida tras la aprobación del Pleno del Congreso de los diputados de una moción de Ciudadanos que demanda al Gobierno avanzar en la transición energética marcada por Bruselas hacia un modelo de energías limpias y la supresión de este impuesto.
Según la Federación Europea de Energías Renovables la mitad de los ciudadanos de la Unión Europea podría producir su propia electricidad sobre el 2050 y cubrir el 45% de la demanda eléctrica de la UE “bajo un marco legislativo que proteja el derecho a producir y consumir energía autogenerada y recibir un pago justo por verter el exceso de electricidad a la red, almacenar energía y participar en la gestión de la demanda”. Un escenario hoy inexistente pero que podría alinear una agenda de intereses compartidos entre la independencia energética de los países, la libertad individual y el bolsillo de los ciudadanos y, lo más importante, la supervivencia del planeta.
Autor: Rafael Ordóñez
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