En la actualidad, la temperatura del centro de una ciudad como Madrid frente a la de sus alrededores, a apenas cientos de metros de distancia, puede variar en cinco grados. Una diferencia de temperatura que solo se explica con un fenómeno consecuencia del cambio climático y del que cada vez será más común oír hablar: el efecto isla de calor.
Las islas de calor urbano se producen porque los materiales de la ciudad, hormigón, asfalto y cristales, acumulan gran cantidad de calor por el día que, llegada la noche, lo irradian, frenando la bajada de temperaturas. Cuando se combinan estas islas de calor con las altas temperaturas del verano - y sus cada vez más frecuentes olas de calor - las ciudades pueden convertirse en una amenaza para las personas mayores, niños y bebés, enfermos y otras personas más vulnerables al calor.
Para luchar contra este efecto y sus consecuencias, las ciudades están ya desarrollando distintas estrategias de adaptación a los dos grados de temperatura mundial que se calcula se sumarán a las actuales temperaturas en las próximas décadas. Hacer más verdes las ciudades es una de las estrategias más extendidas, pero sin embargo puede que no la más eficiente.
Esto es lo que han analizado los científicos del Instituto Federal Suizo de Tecnología (ETH) de Zúrich y las universidades de Princeton y Duke. Han estudiado unas 30.000 ciudades de todo el mundo y su entorno, desde la temperatura media en verano, el tamaño de la población y la precipitación anual. Y han averiguado que la efectividad de las estrategias de reducción de calor en las ciudades varía según el clima regional.
"Ya sabemos que las plantas crean un ambiente más agradable en una ciudad, pero queríamos cuantificar cuántos espacios verdes se necesitan realmente para producir un efecto de enfriamiento significativo", dice Gabriele Manoli, ex postdoc con la Cátedra de Gestión de Hidrología y Recursos Hídricos. en ETH Zurich y autor principal del artículo que se acaba de publicar en la revista Nature.
La lluvia consigue que crezca más vegetación alrededor de las ciudades, lo que provoca que los suburbios sean más frescos que la ciudad. El efecto más fuerte se alcanza cuando la precipitación anual promedia alrededor de 1.500 milímetros como en Tokio, pero no aumenta aún más aunque haya más lluvia. España, por ejemplo, no llega a los 600 milímetros anuales.
El resultado es más claro cuando se comparan regiones muy secas con áreas tropicales. Por ejemplo, en Phoenix, la siembra de más vegetación podría conseguir que la ciudad alcanzara temperaturas más frías que el campo circundante, donde las condiciones son casi desérticas.
Sin embargo, una ciudad rodeada de bosques tropicales como Singapur necesitaría muchos más espacios verdes para reducir las temperaturas, pero esto también crearía más humedad. Por lo tanto, en las ciudades ubicadas en zonas tropicales, es probable que otros métodos de enfriamiento sean más efectivos, como una mayor circulación del viento, un mayor uso de sombras y nuevos materiales de dispersión del calor. "No hay una solución única", dice Manoli. "Todo depende del entorno y las características climáticas regionales".
Manoli explica que el principal beneficio del estudio es una clasificación preliminar de las ciudades, en forma de una visualización clara que guía a los planificadores sobre posibles enfoques para mitigar el efecto de isla de calor urbano. "Aun así, la búsqueda de soluciones para reducir las temperaturas en ciudades específicas requerirá un análisis adicional y una comprensión profunda del microclima", enfatiza. "Sin embargo, dicha información se basa en datos y modelos disponibles para los planificadores de la ciudad y los tomadores de decisiones solo en un puñado de ciudades, como Zurich, Singapur o Londres".
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