Hace medio siglo fundaron Greenpeace, el icono del ecologismo, y se embarcaron en las primeras expediciones de la organización. Hoy, sin embargo, reman en barcos distintos y en direcciones visceralmente opuestas. Son los renegados de Greenpeace. Patrick Moore canta las bondades de la energía nuclear o las emisiones de dióxido de carbono que provocan el calentamiento global y se revuelve contra la organización que “observa al ser humano como un enemigo de la tierra”. Paul Watson, al que algunos apodan el “ecoterrorista”, defiende las “tácticas agresivas no violentas” para salvar la vida marina. El Independiente los ha localizado y conversado con ambos. Aquí la historia que, medio siglo después, coloca a Greenpeace en la diana de las críticas más salvajes.
Moore, de 74 años, se enroló en la primera misión que en septiembre de 1971 partió de Vancouver hacia la isla de Amchitka, en Alaska, con la voluntad de frustrar una prueba nuclear de Estados Unidos. Watson se sumó al grupo en el segundo viaje, a bordo del Greenpeace Too, también en las inmediaciones de Amchitka. Ambos escribieron las primeras líneas de Greenpeace, un gigante del que hoy se hallan a años luz. “Lo más divertido es que yo estuve en aquel barco que marca el medio siglo de Greenpeace y estuve en todo aquello antes incluso de sus inicios. Pero ahora resulta que los líderes actuales de Greenpeace me han borrado de su historia y retirado mi nombre de los fundadores”, maldice Moore con amargura durante una extensa entrevista con este diario.
Watson, cumplidas las 70 primaveras, también coincide en que “no hay nada que celebrar” en plenas bodas de oro. “No han invitado a la efemérides a ni uno solo de los fundadores que siguen vivos cincuenta años después. La mayoría de los actuales dirigentes de Greenpeace ni siquiera habían nacido entonces. No tienen ni idea de dónde procede la organización y la han terminado transformando en algo completamente distinto”, se queja el septuagenario, que soltó amarras con el mayor grupo ecologista en 1977. “Yo no me arrepiento de haber dejado Greenpeace. Es lo mejor que he hecho en mi vida. Echo de menos a mucha gente pero ya tampoco están allí”.
Caminos opuestos
Tras lo que, en realidad, fue una expulsión, Watson estableció la Sea Shepherd Conservation Society, una red dedicada a la preservación de la vida marina que ejerce el activismo en su versión más combativa, con una flota que se enfrenta e inmoviliza barcos balleneros, trata de impedir la caza de focas, destruye redes de deriva o lanza botellas de ácido contra las embarcaciones. Unas acciones sin medias tintas que a Watson le costaron la prohibición de entrada en Japón y Costa Rica y una lluvia de pleitos. Moore tomó un camino enfrentado. En 1977 llegó a la presidencia de Greenpeace, organización que abandonó nueve años más tarde. En la actualidad dirige la CO2 Coalition y sus antiguos camaradas le acusan de haberse vendido a las industrias que más detestan, desde la nuclear hasta los alimentos genéticamente modificados.
“Era el único de los líderes de Greenpeace que tenía formación científica. Había recibido una educación muy profunda en ciencias de la vida y la ecología y era el único capaz de entender nociones de química”, comenta Moore, que libra hoy su particular batalla contra lo que considera las leyendas del ecologismo. “Decir hoy que hace mucho calor y que el nivel de CO2 es demasiado elevado va contra la verdad. El hecho objetivo es que el CO2 es esencial para la vida en la atmósfera y los océanos. Si no hubiera, no existiría vida en los océanos porque es un alimento esencial para cualquier ser vivo y corrige la alcalinidad de las aguas”, arguye Moore en respuestas que se alargan casi sin fin, desafiando cualquier mesura.
Decir hoy que hace mucho calor y que el nivel de CO2 es demasiado elevado va contra la verdad
Patrick Moore, cofundador de Greenpeace y fundador de CO2 coalition
Watson es, por su parte, un vegano que reivindica la agresividad para defender el planeta. Moore trabaja como asesor de grandes multinacionales y es un destacado escéptico del calentamiento global. “Es una idea disparatada. La vida en la Tierra floreció en el pasado en condiciones mucho más calientes. No existe razón para pensar que no se seguirá desarrollando en el futuro si se calienta aún más”, replica. “Moore recibe grandes sumas de dinero usando la credencial de que fue presidente de Greenpeace. Apoya en público el uso de pesticidas, a las petroleras o a la industria minera. Lo hace siempre que haya dinero de por medio”, denuncia Watson.
"De mi experiencia en Greenpeace aprendí la lección de que no se debe establecer una burocracia"
Paul Watson, cofundador de Greenpeace y fundador de la Sea Shepherd Conservation Society
Moore, en cambio, desliza que admira de su ex compañero de filas su “valentía”. “Es una especie de Arnold Schwarzenegger del movimiento ecologista aunque habla de violencia, de embestir barcos y de otras cosas por el estilo. Nunca he creído en eso. El espíritu de Greenpeace era pacífico. Siempre pensamos que, si empleábamos la violencia, acabaríamos matando el objetivo de cambio social que perseguíamos”, explica.
Greenpeace, la inquina que les une
Más allá de los reproches que se dedican en público, Watson y Moore firman una unanimidad a prueba de bombas en un único asunto: la organización en la que una vez militaron y que contribuyeron a alumbrar. Paradójicamente les une Greenpeace y su furibunda crítica a las siglas que hoy reúnen a 26 organizaciones locales o regionales, emplean a más de 2.000 personas y movilizan a unos 15.000 voluntarios en todo el mundo. Sus dardos contra la actual Greenpeace y su historia reciente son obuses que hacen mella, de esos que escuecen y duelen. Aquí su iracunda cruzada contra la Greenpeace de 2021.
“Dejé la organización tras permanecer quince años en su cúspide. Su origen fue muy claro. Éramos un grupo de personas que se oponía a una guerra nuclear porque queríamos salvar a la civilización humana. En la unión que suponía el nombre de Greenpeace (Paz verde, en inglés), aquello representaba la paz. Hoy ese concepto se ha caído y lo verde lo domina todo”, denuncia Moore. “Para Greenpeace y otras organizaciones ecologistas, los seres humanos somos enemigos de la Tierra, como si fuéramos la única especie diabólica y el resto fueran todas buenas. Nosotros, en realidad, somos una más, unos supervivientes de la evolución junto a otros siete millones de especies”.
“No deberíamos mirarnos a nosotros mismos como si fuésemos Satanás”, reclama Moore. “Esto es como el pecado original de los cristianos. El ecologismo se ha convertido en una religión, un credo perverso que odia a los humanos. No hay ciencia en eso y odiar a los humanos no es una buena idea. En Reino Unido, algunos de ellos se visten incluso como si fueran sacerdotes de la Inquisición”, despotrica. Una posición que, desde la otra trinchera, Watson parece simbolizar. “Estamos ante la sexta extinción del Planeta. Y conocemos al enemigo, que somos nosotros. Estamos en guerra contra nosotros mismos para salvarnos”, expresa.
Para Watson, Greenpeace se queda corto. Demasiado blanda, demasiado ingenua. “Me frustraba levantar pancartas y tomar fotografías”, recuerda. “Había que intervenir y es lo que hacemos ahora en Sea Shepherd. Hemos desarrollado acuerdos con algunos países en África y América Latina y en sus aguas territoriales hacemos cumplir la ley”, agrega con alma de sherif. “De mi experiencia en Greenpeace aprendí la lección de que no se debe establecer una burocracia. En mi movimiento actual no existe la figura del líder. Greenpeace se gasta los millones de dólares que recauda en buscar el apoyo de otra gente. Reciclan el dinero en hacer siempre lo mismo”, dispara.
Watson sí se llevó de la organización ecologista la fascinación por el poder de la comunicación viral décadas antes de que internet estallara y las redes se convirtieran en el ágora del planeta. “Lo crearon principalmente periodistas y personas vinculadas al mundo de la comunicación. Fue la primera organización que entendió realmente que vivimos en una cultura mediática y que hay que trabajar en ese contexto. Eso sí me lo llevé conmigo porque la cámara es el arma más poderosa que se ha inventado. Si no aparece en la cámara, no ocurre. También aprendí a dramatizar las campañas para que el mensaje llegara porque a la gente le gusta ser entretenida”.
"Greenpeace nunca fue una organización de drogados. Muchos de los que iban a bordo tomaban drogas pero yo no"
Patrick Moore, cofundador de Greenpeace y fundador de CO2 coalition./ Foto: Friends of Europe
Ambos se muestran cautos, extremadamente recelosos de compartir el testimonio en primera persona de aquellas primeras expediciones en las que los vientos del pacifismo, con la guerra de Vietnam de fondo, se mezclaban con el descubrimiento fortuito de la matanza de ballenas y el flirteo con el amor libre o las drogas. “Creíamos en la paz, ya sabes. Alguna gente fumaba algunas veces marihuana pero nadie estaba por las drogas duras. Bebíamos vino y cerveza y en ciertas ocasiones disfrutábamos de un tiempo muy agradable tras la cena pero era todo perfectamente normal. Allí no había nada extremo. Nunca lo hubiéramos permitido”, rememora vagamente Moore. Una sonrisa se dibuja en su rostro cuando rescata la memoria de aquel tiempo dichoso.
“Es cierto que había alguna gente que bebía demasiado. Yo no era uno de ellos en aquel momento pero reconozco que durante alguna etapa de mi vida me he sobrepasado con el alcohol. Es algo maravilloso cuando estás contento. Pero no, Greenpeace nunca fue una organización de drogados”. Una percepción de la que difiere Watson. “Muchos de los que iban a bordo tomaban drogas pero yo jamás. En realidad, fui el único miembro de la tripulación que no fumaba. Fue un tema especialmente extendido en el primer barco. La segunda misión estaba comandada por un ex oficial de la marina estadounidense y no lo hubiera aceptado en ningún caso”.
Excesos de pacifismo
Tomábamos a Gandhi demasiado en serio. Jamás hubo un Gandhi en la Alemania nazi o en la Rusia de Stalin
Paul Watson, cofundador de Greenpeace y fundador de la Sea Shepherd Conservation Society
Watson admite que uno de los aspectos que más le desquiciaba de aquellas primeras incursiones fue la desbocada lectura de Mahatma Gandhi entre aquel pelotón de primerizos. “El problema es que tomábamos demasiado en serio a Gandhi. Lo leíamos mucho y pensábamos que iba a funcionar colocarse delante de un arpón para proteger a una ballena. Luego nos dimos cuenta de que, veinte minutos después de hacer aquello, los capitanes de los barcos hacían lo que querían”, rememora. “Gandhi trabajó en un contexto diferente, bajo el dominio británico, haciendo que se avergonzaran pero no hubo jamás un Gandhi en la Alemania nazi ni en la Rusia de Stalin. Es un error considerar que todo lo que decía Gandhi puede funcionar bajo cualquier coyuntura”.
Veterano del activismo, confiesa que se fustiga por haber sido demasiado condescendiente. “Debería ser más agresivo pero siempre intentamos movernos en las fronteras de la ley. Pero, visto con perspectiva, me doy cuenta de que podía haber ido mucho más allá en muchos casos”, sostiene Watson. Para Moore, en cambio, “ser pacífico es cuando te sientas y bloqueas algo”. “Greenpeace ha permanecido leal a ese espíritu. Otra cosa es que hoy cuenten con un barco de 32 millones de dólares con el que nunca hacen nada. Hoy todo se reduce a hacer política lejos de la luz pública, en Davos. y en otros foros. ¿Quién puede decir de memoria el nombre del actual presidente? Nadie le conoce porque están en sus oficinas cerradas y detrás de los focos”.
El ex presidente convertido en asesor de corporaciones acusa a la cúpula de Greenpeace de gestionar el legado como “si fuera casi una sociedad secreta, conspirando en la oscuridad en lugar de abrirse como hacíamos entonces. En nuestra oficina cualquiera era bienvenido”. “Greenpeace se corrompió por dinero y poder. Hoy usa la desinformación, el sensacionalismo y el miedo como base para sus campañas. A mi me da pena que mi organización tomase hace tiempo esta deriva pero no es a la única a la que le ha sucedido”, declara. Moore y Watson coinciden en su meditada decisión de no abrazar la jubilación y de continuar, infatigables, su batalla sin cuartel contra Greenpeace. “No creo en la jubilación. Los mayores deberían ser respetados, como sucede en las poblaciones indígenas. Y sí. Si volviera a nacer, haría exactamente lo mismo: dejar Greenpeace. No era mi sitio", concluye.
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