Conoce bien las sombras que proyecta el cegador alarde de rascacielos, tecnología y opulencia de Dubái. En 2018 Matthew Hedges, un investigador británico, fue detenido en el aeropuerto internacional de Dubái. Había pasado dos semanas en Emiratos Árabes Unidos para su tesis doctoral, centrada en el gasto militar del país árabe. Acusado de espionaje, malvivió medio año en régimen de aislamiento. Llegó a ser condenado a cadena perpetua.
“Emiratos es un conocido depredador de los derechos humanos, con graves limitaciones a la libertad de expresión que han llevado a muchos países a cuestionar la seguridad de la sociedad civil para participar en la propia COP28”, advierte Hedges en conversación con El Independiente. Estos días se cumple un lustro de aquella sentencia y del posterior indulto real, que le permitió dejar atrás el calvario y regresar a casa en mitad de una amplia campaña internacional que exigía su liberación inmediata.
Precedida por la que albergó hace un año Egipto, donde la violación de los derechos humanos más básicos es también norma diaria, el horizonte de rascacielos de Dubái -la urbe del emirato homónimo, uno de los siete que conforman Emiratos- despliega este jueves su alfombra roja para acoger desde entonces y hasta el 12 de diciembre la Cumbre del Clima COP28, la reunión que aborda los desafíos de un cambio climático cada vez más perceptible y que trata de arrancar nuevos compromisos de reducción de emisiones de dióxido de carbono frente a las reticencias y las dilaciones de los gobiernos del mundo. El escenario elegido este año se halla en los áridos confines de un estado financiado por los enormes ingresos procedentes de los combustibles fósiles. Una fortuna empleada en apuntalar un sistema de vigilancia policial orwelliano.
Es un estado extremadamente represivo; su represión está estrechamente relacionada con su dependencia de los combustibles fósiles
Prohibido hablar
“Emiratos es un estado que no permite ninguna forma de disidencia. Ningún emiratí ni nadie que viva allí puede criticar las políticas de Emiratos sobre cambio climático, energía o cualquier otra cosa. Esto plantea serias dudas sobre la capacidad de Emiratos para alcanzar un verdadero consenso que tenga en cuenta todos los puntos de vista”, denuncia a este diario James Lynch, codirector de FairSquare, un grupo de derechos humanos centrado en Oriente Próximo con sede en Londres. “Es un estado extremadamente represivo y su represión está estrechamente relacionada con su dependencia de los combustibles fósiles. El contrato social en Emiratos se basa en los combustibles fósiles y la represión. La familia gobernante controla los ingresos de los combustibles fósiles y los distribuye entre los ciudadanos a cambio de que éstos renuncien a cualquier derecho a la participación política o libertad de expresión. Ese es el trato. Por eso, cualquier cambio significativo en el abandono de los combustibles fósiles es un riesgo, una amenaza para la familia gobernante”, agrega.
Es uno de los diez mayores productores de petróleo del mundo
Con una población que roza los 10 millones de personas -de la que apenas el 10% tiene nacionalidad emiratí-, presume de ser uno de los diez mayores productores de petróleo del mundo. Sus reservas de oro negro exceden los 110.000 millones de barriles y su superficie es similar a la de Andalucía. Emiratos, una federación de siete emiratos gobernados por seis familias reales y fundada hace medio siglo, produce una media de 3,2 millones de barriles diarios de petróleo. El 96% de sus reservas están concentradas en un solo emirato, Abu Dabi y en manos de la Abu Dhabi National Oil Company (ADNOC). Su máximo ejecutivo, Sultan Al Jaber, ha sido designado presidente de la COP 28 en mitad de las denuncias de “conflicto de intereses” de las organizaciones climáticas.
Una reunión mundial que Emiratos espera convertir en el enésimo escaparate de su poder. Ya lo hizo antes patrocinando la primera visita del Papa Francisco a la península Arábiga, la cuna del islam; acogiendo una Exposición Universal; o celebrando en sus calles carreras de Fórmula 1. “Emiratos es un país profundamente represivo que ha silenciado a quienes critican a su gobierno”, confirma a este diario Richard Pearshouse, director de Medio Ambiente de Human Rights Watch (HRW). “Ahora está utilizando la COP 28 para encubrir sus propios planes de aumentar masivamente la producción de combustibles fósiles: el anfitrión hablará mucho de actuar en muchas cuestiones, excepto en la más importante, que es la eliminación progresiva de los combustibles fósiles. Los gobiernos de todo el mundo deben acudir a Emiratos dispuestos a transmitir un mensaje claro: una acción climática ambiciosa requiere la participación significativa de voces independientes, incluidas las que reclaman la eliminación progresiva de los combustibles fósiles”.
Sin noticias de las hijas del emir de Dubái
Una reivindicación de “voces independientes” en un desierto para cualquier ejercicio de libertad y disidencia. Ni siquiera está permitida para los miembros más díscolos de sus familias reales. En Dubái, el emirato que acoge la COP 28 y en el que reina con puño de hierro Mohamed Bin Rashid al Maktum, dos de sus hijos, Latifa y Shamsa, permanecen secuestradas. Un denso silencio, el mismo que asfixia en Emiratos a todo aquello que resulta inconveniente para el poder, ha sepultado a ambas. Latifa, de 36 años, cumple cinco años de cautiverio. Emulando a su hermana Shamsa, que también escapó sin éxito lustros antes, la joven logró huir a principios de 2018 con ayuda de una amiga y un espía francés, pero fue capturada por fuerzas especiales emiratíes cuando el barco del que huía de su progenitor se hallaba en aguas indias.
Latifa quería pedir asilo en Estados Unidos y alejarse de los abusos de su padre. La justicia británica consideró probado que el jeque organizó los secuestros de Latifa y Shamsa, de la que no se tiene noticias desde su secuestro en 2000 en Reino Unido. Hace dos años se filtró el testimonio de Latifa desde su encierro. "Soy una rehén y esta casa se ha convertido en mi prisión", relató. Latifa denunció, además, no haber recibido atención médica cuando se contagió de coronavirus. Desde entonces no se ha vuelto a saber nada de su paradero.
Ahmed Mansoor, icono de los activistas entre rejas
El emir de Abu Dabi y presidente de Emiratos, Mohamed bin Zayed al Nahyan, ha convertido la represión en su regla de oro. Su aparato de seguridad ha sido especialmente virulento desde que en 2011 la Primavera Árabe se propagara por la región y pusiera en peligro el status quo de las petromonarquías del golfo Pérsico. En 2013, al mismo tiempo que el palacio real emiratí financiaba la represión en el vecino Bahréin o el golpe de Estado en Egipto, sus tribunales firmaron la conocida sentencia de los “94 de Emiratos Árabes Unidos”, un grupo de abogados, académicos y activistas reformistas condenados a hasta quince años de cárcel después de un juicio masivo censurado por las organizaciones de derechos humanos internacional.
Emiratos Árabes Unidos está pasando por el peor momento de su historia en términos de derechos humanos
Uno de los iconos de la represión que acalló todas las voces es Ahmed Mansoor, detenido en marzo de 2017 y condenado a una década entre rejas por "insultar el estatus y el prestigio de Emiratos y sus símbolos, incluidos sus líderes". Meses antes de su arresto, Mansoor -ingeniero, poeta y padre de cuatro hijos- afirmó: “Emiratos Árabes Unidos está pasando por el peor momento de su historia en términos de derechos humanos. Es su era más oscura. Nunca antes hemos estado en este tipo de situación, ni en una situación parecida”. Entonces se consideraba “el último activista de Emiratos en libertad”.
Mansoor fue una de las víctimas de la cibervigilancia impuesta desde palacio. Emiratos cuenta con una de las redes de vigilancia electrónica más avanzadas del mundo. Los investigadores de Citizen Lab apodaron a Mansoor como “el disidente del millón de dólares” después de que, en 2016, hallaran un programa malicioso enormemente sofisticado en su teléfono, lo que llevó a Apple a actualizar urgentemente el sistema operativo del iPhone a escala mundial. En lo que se denominó Proyecto Raven, Abu Dabi contrató a más de una decena de antiguos empleados de la Agencia de Seguridad Nacional estadounidense para que trabajaran a través de la compañía DarkMatter en el desarrollo de la plataforma Karma, que les permitió piratear cientos de iPhones y cuyas revelaciones compartieron con los países vecinos en su misión conjunta de sofocar a la oposición.
Esta semana el Parlamento europeo aprobó una resolución en la que expresa su inquietud por el clima de terror que impera en los confines emiratíes, “en particular por el recorte y la violación de la libertad de expresión, asociación, reunión pacífica y expresión tanto en el espacio digital como en el analógico”. La Eurocámara exige “la liberación inmediata e incondicional” de Mansoor y otros tres activistas de derechos humanos locales, Mohammed al Roken, Mohammed al Mansoori y Nasser Bin Ghaith “tras juicios injustos”. “Uno de los aspectos más preocupantes es que se suponía que muchos presos políticos iban a ser liberados este año. Cumplieron sus condenas, pero a día de hoy siguen detenidos. Esto demuestra, una vez más, hasta qué punto no existe estado de derecho en Emiratos. Incluso cuando se aplican sentencias escandalosas tras juicios injustos y estás expiran, la gente no es puesta en libertad. Es la demostración de la burla que suponen estas sentencias”, opina Lynch.
Un Gran Hermano, también en la cumbre
La COP 28 se celebra en Expo City, el recinto a las afueras de Dubái que fue levantado en pleno desierto para acoger la Exposición Universal que celebró el país entre 2021 y 2022, en mitad de las restricciones que impuso la propagación del coronavirus. Ni siquiera ese espacio estará a salvo de la mirada ubicua del aparato policial emiratí, un Gran Hermano que todo lo ve y controla. “Hay 13.000 cámaras de videovigilancia en el recinto de la expo. La emiratí es una de las sociedades más vigiladas del mundo. Se trata de un estado gestionado por sus servicios de inteligencia, que responden directamente ante la familia gobernante”, asevera Lynch.
Cuando se trata de asuntos de seguridad o relacionados con el modo de actuar de las familias gobernantes, no existe un estado de derecho
Nada ni nadie se mueve en sus designios sin el beneplácito de los jeques emiratíes, unas tribus agraciadas el siglo pasado por el hallazgo del petróleo que han edificado el Dorado para los expatriados occidentales. “Los emiratíes quieren que tengamos la imagen de que es un lugar abierto a los negocios, donde se gana buen dinero y se vive la vida soñada, pero la gente que viaja a Dubái no es plenamente consciente del grado de represión. Cuando se trata de asuntos de seguridad o relacionados con el modo de actuar de las familias gobernantes, no existe un estado de derecho; el sistema es completamente opaco. Se con la familia real y con cualquier emiratí que se haya atrevido a hablar. Los que han hablado en la última década han sido encarcelados, silenciados a golpe de amenazas o han abandonado el país. Incluso la crítica más leve acaba con castigos muy severos”, agrega el activista.
Como ya ocurriera en la COP mantenida en Egipto, los contados activistas climáticos que asistan a la cumbre optarán por manifestarse y expresarse públicamente en la Zona Azul, donde tienen lugar las negociaciones y cuya jurisdicción recae en la ONU. La apodada Zona Verde, designada inicialmente como espacio público de las organizaciones participantes, se halla en manos emiratíes. Amnistía Internacional reconoce que "ese pésimo historial de derechos humanos de Emiratos" amenaza el éxito de la cumbre. “El cierre del espacio cívico y la posibilidad de vigilancia y espionaje digital son motivo de preocupación”, subraya la organización.
Los migrantes condenados a los empleos más duros, las víctimas del sistema
En Emiratos -la Arcadia de una legión de expatriados, principalmente europeos y estadounidenses, que ganan salarios de cifras astronómicas y viven existencias regadas de lujo y privilegios- existe también la miseria. representan el 88% de su población, procedente principalmente de países asiáticos. Es otra de las caras B del país que sus gobernantes tratan de mantener a buen recaudo de la luz pública.
Sus arraigados abusos laborales y sus inadecuadas protecciones contra el calor contribuyen a la injusticia climática de múltiples maneras
Según Human Rights Watch (HRW), los trabajadores migrantes de Emiratos se hallan expuestos a crecientes riesgos climáticos, especialmente a trabajar en condiciones de calor extremo sin una protección adecuada. "Los trabajadores migrantes de Emiratos y sus comunidades de origen se encuentran entre los que menos contribuyen a la crisis climática, pero a menudo son los que están más expuestos a los daños climáticos y luchan para hacerles frente", arguye el director adjunto para Oriente Medio de HRW, Michael Page. En los últimos meses la organización entrevistó a un centenar de trabajadores migrantes radicados en el país y procedentes de Pakistán, Bangladesh y Nepal que viven o proceden de zonas que ya se enfrentan a las devastadoras consecuencias de la crisis climática, con estudios científicos que relacionan fenómenos meteorológicos extremos como inundaciones, ciclones y salinización de tierras agrícolas con el cambio climático.
"Emiratos no sólo está contribuyendo a la crisis climática como uno de los mayores productores de combustibles fósiles del mundo, sino que sus arraigados abusos laborales y sus inadecuadas protecciones contra el calor contribuyen a la injusticia climática de múltiples maneras", alerta Page. Entre los casos hallados por la organización, figuran migrantes obligados a trabajar durante 14 horas bajo el calor sin seguro médico ni bajas remuneradas por enfermedad. “Las exorbitantes tasas de contratación y el robo de salarios niegan a los trabajadores migrantes afincados en Emiratos lo que les corresponde por derecho, incluso durante emergencias climáticas que ponen en peligro sus vidas", concluye Page.
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