Si la COP27 tuvo como escenario la ciudad hortera egipcia de Sharm el Sheij, Meca de los turistas rusos y británicos achicharrados por el sol, su secuela acaba de superar el ecuador en el árido extrarradio de Dubái, la capital del ocio de Emiratos Árabes Unidos, una federación de siete emiratos bendecidos por el petróleo de Abu Dabi y las excentricidades de las seis familias reales que imponen su ley.
El silencio que ha sepultado a los emiratíes críticos con el sistema no es el único alarde de los jeques que dirigen los designios de unas tribus agraciadas el siglo pasado con el hallazgo del oro negro. “Emiratos Árabes Unidos es considerado uno de los peores países de la región en el ámbito de los derechos humanos. Los más destacados defensores de los derechos humanos están en prisión. No se reconocen las libertades públicas, incluidas la libertad de expresión, la libertad de reunión pacífica y la libertad de prensa. No existe ni un solo defensor independiente de los derechos humanos”, denuncia a El Independiente Khalid Ibrahim, director ejecutivo del Centro para los Derechos Humanos del Golfo.
“El último de ellos fue mi colega Ahmed Mansoor, que permanece en régimen de aislamiento desde su detención el 20 de marzo de 2017 hasta ahora. Tanto él como otros presos de conciencia han sufrido todo tipo de torturas y malos tratos. Hay más de 60 presos de conciencia que han cumplido sus penas y a quienes las autoridades insisten en detener”, agrega. Un régimen de absoluto terror que está convenientemente decorado por un festival de lujosas apariencias, capaz de seducir a una legión de expatriados y a quienes lo visitan atraídos por su horizonte de rascacielos y un modelo urbanístico que el ecologismo censura.
Esquiar en el desierto
Dubái, la ciudad-Estado que acoge hasta el próximo 12 de diciembre la Cumbre del Clima y las discusiones que tratan de arrancar un compromiso a la comunidad internacional para luchar contra los estragos del cambio climático, alberga una de las mayores estaciones de esquí interiores del mundo, con 22.500 metros cuadrados de área esquiable.
Está diseñado para ser eficiente, como un refrigerador gigante, dicen sus promotores
En la desértica Dubái la temperatura mínima del año se sitúa en los 15 grados. En SkiDubai -también tiene una sucursal en el vecino Abu Dabi- se imparten clases de esquí y snowboard; se conciertan encuentros con Santa Claus hasta el próximo 25 de diciembre; y se puede conocer a los pingüinos traídos del frío y mantenidos bajo el inmenso gasto de refrigeración que permite una experiencia polar a cuatro grados bajo cero. Todo es posible en Dubái si se dispone de dinero: una pase familiar para un día en la nieve -hasta cuatro personas- cuesta 1.000 dirhams (unos 250 euros); 40 minutos con uno de los pingüinos, unos 60 euros.
Aseguran ser “eficientes” y “sostenibles” a pesar del enorme gasto de energía que suponen las instalaciones y el capricho de esquiar en el desierto. “Ski Dubai está diseñado para ser eficiente, como un refrigerador gigante. Utilizamos amoniaco, un refrigerante natural y respetuoso con el medio ambiente, para reducir el consumo de energía. La nieve vieja se recicla y se reutiliza para usarla en nuestro sistema de aire acondicionado y ayudar a mantener las temperaturas frescas”, señala la empresa propietaria en su página web. “Alentamos a nuestros clientes a ser más conscientes del medio ambiente haciendo que los estilos de vida sostenibles sean divertidos, accesibles y deseables en todos nuestros canales”, añaden.
La calle donde siempre llueve
Las precipitaciones en Dubái son escasas, casi insignificantes. Salvo en una calle inaugurada este año en la que el paraguas jamás se cierra. La Raining Street de Dubái es un añadido reciente: una arteria de estilo europeo y toque flamenco -los toldos son de lunares rojos y blancos- en la que llueve sin parar. Está ubicada en el hotel Cote d'Azur Monaco, el proyecto urbanístico bautizado como Islas del Mundo. La calle, de un kilómetro de longitud, tiene un clima controlado: una temperatura constante de 27°C, con una humedad del 60 por ciento y vientos de 5 kilómetros por hora.
Es una calle de lluvia perpetua en mitad del desierto. Es el principal reclamo de “The Heart of Europe” (El corazón de Europa), un macroproyecto turístico de 5.000 millones de dólares que se levanta en la costa de Dubai y que -formado por siete pequeñas islas- promete a sus futuros inquilinos y huéspedes un trozo del viejo continente en pleno Golfo Pérsico. La calle está emplazada en una zona de establecimientos hoteleros que llevan los nombres de Marbella, Portofino -un pueblo pesquero de la Riviera Italiana- y Cote d'Azur -la Costa Azul francesa-.
Es aguacero, delicada brisa o lluvia moderada dependiendo del clima
La vía, única en el mundo y dedicada a la restauración y las compras, se basa en el concepto desarrollado por el arquitecto austríaco Camillo Sitte, fallecido en 1903, que viajó por Europa capturando ideas para un urbanismo más acogedor. “Seguimos su concepto de ciudades construidas con calles y bulevares a la distancia de un paseo. Pero para poder caminar de un lugar a otro, hay que contar con el clima oportuno, algo solo posible aquí con tecnología”, explicaron desde la firma cuando anunciaron su puesta en marcha.
Según los artífices de la calle, “tan pronto como la temperatura en la isla supere los 27 grados, el agua fría en forma de lluvia caerá desde las azoteas de los edificios a través de tuberías ocultas”. En Dubai -donde las precipitaciones son un espectáculo poco común, caracterizado por breves aguaceros y tormentas ocasionales- los inviernos son cálidos y los veranos extremadamente calurosos y húmedos, con los termómetros alcanzado a menudo los 45 grados. La lluvia hace acto de presencia unos 25 días al año. En el caso del hotel con denominación española, los impulsores del proyecto prometen a quienes se hospedan en sus 196 estancias “vivir la experiencia completa de la Costa del Sol”. La precipitación pluvial varía según la época del año. “Es aguacero, delicada brisa o lluvia moderada dependiendo del clima”; precisan sus promotores.
Una “fuente danzante”, islas artificiales y el techo del mundo
La urbe, capital de ocio nocturno de Emiratos, cuenta ya con Borg Jalifa, una obra de arquitectura e ingeniería que con sus 828 metros de altura presume de ser el techo del mundo; uno de los mayores centros comerciales del planeta. Ubicado a sus pies se extiende Dubai Mall, otrora el mayor del planeta. También ofrece a los visitantes y residentes el espectáculo del sistema de fuentes danzantes más grande del mundo y un archipiélago de islas artificiales. En los accesos a Borg Jalifa, cuando cae la noche, la bautizada como Fuente de Dubai -un derroche de 6.600 luces- ofrece un colorido espectáculo cada 30 minutos.
Una ciudad con 80 millones de peregrinos al año y una colmena de tiendas y ocio desperdigada por una superficie equivalente a 200 campos de fútbol. Así es Dubai Mall, el mayor centro comercial del planeta. Cualquier marca de moda y electrónica que se precie dispone de una sucursal en sus interminables pasillos. La carta con la que saciar el apetito tras una mañana de compras es una auténtica torre de Babel. Y la oferta de atracciones para grandes y pequeños resulta tan abrumadora e inabarcable que en apenas 15 años se ha convertido en el punto de ocio más visitado del globo.
Con 1.200 tiendas y 200 restaurantes, Dubái Mall es una de las principales atracciones en una ciudad de estíos tórridos en los que pasear por la calle está completamente vetado. Sus confines albergan una pista de hielo de proporciones olímpicas y uno de los mayores acuarios del mundo, con una gigantesca ventana de cristal capaz de soportar el peso de 10 millones de litros de agua por la que se asoman unos 33.000 animales llegados de todos los mares del planeta. El centro más cotizado de la vibrante capital comercial de Emiratos Árabes Unidos presume de proporciones faraónicas: las 22 salas de cine pueden reunir a 2.800 espectadores y el aparcamiento cuenta con 14.000 plazas.
Un pequeño París a golpe de talonario
En el vecino emirato de Abu Dabi, se ha construido una suerte de pequeño París a golpe de talonario. En uno de los distritos de la ciudad, aún en construcción, se levantan desde hace unos años las sucursales emiratíes del Louvre y la Sorbona. Entre las torres que dibujan su floreciente skyline, despunta la icónica cúpula de la Universidad de La Sorbona de Abu Dabi, un experimento que el Gobierno galo vende como una expansión del prestigioso centro parisino fundado en el siglo XII a pesar de que en sus instalaciones se ubican salas de rezo -alejadas de la laicidad francesa- y en su biblioteca existe una sala de acceso restringido que alberga los libros prohibidos. La apodada “Sorbona del desierto” cuenta con 93.000 metros cuadrados de espaciosas estancias y en sus muros cuelgan retratos de la familia real de Abu Dabi.
Se levantan desde hace unos años las sucursales emiratíes del Louvre y la Sorbona
No muy lejos de la universidad, se halla el Louvre de Abu Dabi, que abrió sus puertas en 2017. Está diseñado por Jean Nouvel y aspira a ofrecer dosis de cultura y refinamiento en un país que carecía hasta ahora de museos importantes. La imponente cúpula plateada de 180 metros de largo, que tamiza la luz a través de un lienzo de 8.000 estrellas de metal, cobija un laberinto de 23 galerías permanentes, salas de exhibición temporales, un museo infantil, un auditorio, restaurantes y un centro de investigación imitando la intrincada fisonomía de una medina árabe.
Fruto de un controvertido acuerdo con el Gobierno francés, Emiratos Árabes Unidos puede usar el nombre de la institución parisina durante 30 años y seis meses. También tiene acceso al préstamo de la colección de pintura, arqueología o escultura de trece museos galos. En total, 300 obras procedentes del viejo continente conviven en las estancias del Louvre con los fondos propios del emirato, compuestos por unas 600 obras adquiridas desde 2009.
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