La Amazonia es el bosque tropical más grande del mundo. Ocupa siete millones de kilómetros cuadrados (alrededor del 40% de Sudamérica) y abarca ocho países distintos. Allí viven más de 40 millones de personas, entre las que hay unos 400 grupos indígenas de distintas lenguas y culturas. Los ríos que discurren por la región representan entre el 15% y 16% de la descarga fluvial total a los océanos del mundo. Pero todos esos datos son insuficientes para reflejar su importancia. Porque a nivel planetario juega un papel crucial.
Alberga el 10% de la biodiversidad mundial, y almacena una cantidad de carbono equivalente al que emite la Tierra en un periodo de entre 15 y 20 años. Y además, es responsable del efecto de enfriamiento que ayuda a estabilizar el clima del planeta. Por eso la posibilidad de que se produzca un colapso en el sistema amazónico es motivo de preocupación mundial. Y es que, aunque los ecosistemas siempre experimentarán estrés ambiental de distintos tipos (como el estrés hídrico), pueden llegar a un punto de inflexión en el que cedan. Y eso provoca cambios inesperados y a gran escala.
Este miércoles la revista científica Nature publica un estudio que asegura que las recientes tensiones provocadas por el aumento de las temperaturas, las sequías, la deforestación y los incendios, incluso en zonas centrales y remotas, están debilitando los mecanismos naturales de resiliencia del Amazonas, empujando a este sistema hacia un umbral crítico. El análisis predice que para el año 2050 la selva amazónica puede alcanzar un punto de inflexión más allá del cual puede ocurrir el colapso del ecosistema. Y es que, para ese entonces, entre el 10% y el 47% de los bosques amazónicos estarán amenazados.
Cruzar ese umbral significa que el bosque es tan frágil que una pequeña perturbación podría provocar un cambio abrupto en el ecosistema. Los investigadores han identificado cinco factores críticos: el calentamiento global, las cantidades anuales de lluvia, la intensidad de la estacionalidad de las precipitaciones, la duración de la estación seca y la deforestación acumulada. Para estudiar estas variables, los autores utilizaron paleorregistros (que abarcan alrededor de 65 millones de años), modelos climáticos y datos de observación desde la década de 1980 (como observaciones satelitales de la propagación de incendios forestales, la cobertura de árboles y la deforestación). Y así pudieron sugerir lo que han llamado "límites seguros" para cada uno de los factores, que aseguran la estabilidad del ecosistema.
"Descubrimos, por ejemplo, que con una precipitación media anual inferior a 1.000 mm por año, la selva amazónica no puede existir. Sin embargo, por debajo de los 1800 mm por año, se hacen posibles transiciones abruptas de la selva tropical a una vegetación similar a la de la sabana. Esto puede deberse a sequías individuales o incendios forestales, que se han vuelto más frecuentes y más graves en los últimos años", afirmó Da Nian, científico del Instituto Potsdam para la Investigación sobre el Impacto del Cambio Climático (PIK) de Alemania.
Dos escenarios
El estudio fue dirigido por la Universidad Federal de Santa Catarina (Brasil) y contó con la colaboración de expertos de la Universidad de Birmingham (Reino Unido) y del PIK. Los autores esperan que al comprender los factores estresantes más importantes en el medio ambiente de la selva tropical puedan desarrollar un camino para mantener la resiliencia del bosque amazónico.
"Las perturbaciones graves son cada vez más comunes en el núcleo del Amazonas. Y si estas perturbaciones actúan en sinergia, podemos observar transiciones inesperadas en los ecosistemas en áreas previamente consideradas resilientes, como los bosques húmedos de la Amazonía occidental y central", expresó el autor principal del estudio, Bernardo Flores, de la Universidad de Santa Catarina.
Estas "transiciones inesperadas" de las que habla Flores podrían provocar dos escenarios. En el primero darían lugar a un bosque que puede recuperarse, pero que aún está degradado y dominado por plantas oportunistas, como bambúes y enredaderas. Y en el segundo tendríamos un bosque que no puede recuperarse, permanece atrapado en un dosel abierto (con los árboles separados) y es más inflamable. La expansión de ecosistemas abiertos e inflamables en todo el núcleo del bosque amazónico es particularmente preocupante porque pueden propagar incendios a los bosques adyacentes.
"Tenemos evidencias que muestran que el aumento de las temperaturas, las sequías extremas y los incendios pueden afectar el funcionamiento del bosque y cambiar qué especies de árboles pueden integrar el sistema forestal. Con la aceleración del cambio global, existe una probabilidad cada vez mayor de que veamos ciclos de retroalimentación positiva en los que, en lugar de poder repararse a sí misma, la pérdida de bosque se refuerza a sí misma", explicó Adriane Esquivel-Muelbert, coautora del estudio y miembro del Instituto de Investigación Forestal de Birmingham.
Impacto planetario
Pero el impacto de la pérdida de bosques no se limita a las fronteras del ecosistema. La humedad transportada a través de los llamados "ríos voladores" del Amazonas es una parte crítica del monzón sudamericano y, por lo tanto, esencial para que haya lluvias en gran parte del continente. Y, por supuesto, la pérdida de bosques amazónicos impulsa aún más el calentamiento global e intensifica sus consecuencias.
Por eso hay que actuar ya. "Para mantener el bosque amazónico dentro de límites seguros, se deben combinar esfuerzos locales y globales. La deforestación y la degradación forestal deben terminar y la restauración debe expandirse. Además, queda mucho por hacer para detener las emisiones de gases de efecto invernadero en todo el mundo", expresó el coautor de la investigación Niklas Boers, líder del Future Lab 'Inteligencia artificial en el Antropoceno' del PIK y profesor de modelado del sistema terrestre en la Universidad Técnica de Múnich.
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