El título de su libro no deja espacio a la duda, el investigador francés Mickaël Correia es contundente con las multinacionales que explotan los combustibles fósiles: Criminales climáticos (Altamarea), recoge su trabajo sobre el peso de Aramco (Arabia Saudí), Gazprom (Rusia) y China Energy (China).
Estas empresas son las que más CO2 inyectan a la atmósfera cada año y Correia las señala como las auténticas culpables de la crisis climática, considera que han continuado y potenciado su actividad económica a sabiendas del daño que infringen en el medio ambiente y las personas. Por este motivo cree que terminarán pagando como en su día pagaron las empresas tabaqueras. Varias iniciativas judiciales se ciernen sobre empresas de combustibles fósiles buscando compensaciones por su impacto en el clima de nuestro planeta y las consecuencias en la salud y en la economía.
En un momento en que el cambio climático se ha convertido en arma arrojadiza de la guerra cultural y polarizada, Correia reclama que se regulen los combustibles fósiles. Que sea un producto muy demandado no es excusa. “Las sociedades tienen demanda de armas, drogas y medicamentos y nos parece normal legislar sobre ellos para imponer cuotas o incluso prohibir su uso”, afirma.
Pregunta: ¿Por qué debemos considerar a estas multinacionales como criminales climáticos?
R: Si las tres grandes multinacionales —Saudi Aramco, Gazprom y China Energy — que he investigado fueran hoy un país, sería el tercer emisor de gases de efecto invernadero, por detrás de China y Estados Unidos. Estas empresas lejos de estabilizar o reducir su producción —por no hablar de hacer la transición energética para hacer frente a la amenaza climática— planean inundarnos con más petróleo, gas y carbón. Prevén aumentar su producción una media del 20% de aquí a 2030. Por ejemplo, la petrolera francesa TotalEnergies anunció el pasado mes de septiembre que iba a aumentar su producción de petróleo y gas entre un 2% y un 3% anual en los próximos cinco años. Shell dijo en junio de 2023 que ahora contaba con una producción de petróleo "estable" hasta 2030.
Sin embargo, los científicos llevan diez años advirtiendo de que, para limitar el caos en la Tierra provocado por el cambio climático, tendríamos que dejar bajo tierra el 80% de nuestras reservas de carbón, la mitad de las de gas y un tercio de las de petróleo. El IPCC nos dice que todas las infraestructuras de combustibles fósiles existentes nos llevarán ya a más de +1,5°C de calentamiento y, desde mayo de 2021, la Agencia Internacional de la Energía, lejos de ser una guarida de ecologistas, insta a detener inmediatamente el desarrollo de todos los nuevos proyectos de combustibles fósiles para contener el calentamiento global.
Cualquier acción que retrase la congelación de las reservas fósiles y cualquier emisión que nos lleve más allá del umbral de +1,5°C debe tomarse ahora como lo que son: actos que amenazan la seguridad de nuestro planeta y están cargados de víctimas y sufrimiento humano. Estas emisiones de gases de efecto invernadero merecen ser calificadas de "crímenes". Y ya no es aceptable que las empresas se enriquezcan mediante delitos climáticos. Y subrayo la palabra crimen. Basta una cifra para ilustrarlo: la Agencia Europea de Medio Ambiente ha establecido que los fenómenos meteorológicos extremos han causado la muerte de 195.000 personas en Europa desde 1980.
Esta noción de criminales climáticos es tanto más importante cuanto que sabemos por estudios científicos recientes que gigantes como la Saudi Aramco, Shell, Exxon y TotalEnergies fueron advertidos internamente ya en 1965-1975 ¡hace más de 50 años! de que si continuaban con sus actividades petroleras, estarían poniendo en peligro el planeta y a toda la humanidad.
P: ¿Veremos a las empresas de combustibles fósiles pagar daños como en su día vimos pagar daños a las tabaqueras?
R: En Estados Unidos se ha abierto una importante serie de demandas contra las principales compañías petroleras estadounidenses, similares a las demandas contra la industria tabaquera. Una de las acusaciones es que estas empresas saben desde hace más de 50 años que su negocio está destruyendo la habitabilidad del planeta. También en Francia, en los últimos meses, se han emprendido acciones legales contra TotalEnergies por greenwashing y por indemnizaciones a raíz de megaproyectos petrolíferos en Uganda y Yemen.
El coste de la destrucción causada por el caos climático podría alcanzar los 580.000 millones de dólares anuales de aquí a 2030
Así que la red legal se estrecha cada vez más contra estas empresas de combustibles fósiles, y está en marcha una batalla legal sobre la cuestión de las indemnizaciones, pero no debe separarse del activismo climático para sacar a estos grupos del negocio y de la necesaria regulación internacional de los combustibles fósiles.
Los grupos de combustibles fósiles dicen que simplemente responden a la demanda. Pero la demanda en sí no da legitimidad a lo que se comercia. Nuestras sociedades tienen demanda de armas, drogas y medicamentos y nos parece normal legislar sobre ellos para imponer cuotas o incluso prohibir su uso.
P: ¿Es su daño compensable económicamente?
R: La habitabilidad de nuestro planeta ya ha sido tan saboteada, el clima desestabilizado, la violencia climática en los países del Sur y entre las personas más vulnerables (niños, ancianos, mujeres, personas no blancas) es tan intensa y explosiva que resulta difícil de contabilizar económicamente.
Los científicos calculan que el coste de la destrucción causada por el caos climático podría alcanzar los 580.000 millones de dólares anuales de aquí a 2030. Tras la COP28 de Dubai, los países se comprometieron a destinar cerca de 700 millones de dólares a la creación de un fondo para hacer frente a los daños irreversibles causados por el calentamiento global. Al mismo tiempo, a las seis grandes petroleras —TotalEnergies, Shell, BP, Chevron, ExxonMobil y Saudi Aramco— nunca les había ido tan bien. En 2022, sumaron unos beneficios de 340.000 millones de dólares.
P: El activismo climático se ha extendido por EEUU y por Europa, pero se está encontrando con una creciente criminalización. Son llamados ecoterroristas. ¿Cómo observas tú esta situación?
Sí, se trata de un nuevo factor que el movimiento por el clima debe tener en cuenta en su estrategia. Durante mucho tiempo pensamos que, como la crisis climática se basaba en hechos científicos y en la racionalidad, lo único que teníamos que hacer era convencer y educar a los ciudadanos y a los políticos para que hicieran el necesario avance ecológico y energético. Pero no. Lo que tenemos delante es de gobiernos que siguen radicalizándose para mantener el business as usual. Este radicalismo del productivismo irá cobrando fuerza a medida que el clima se vuelva más caótico, porque los partidarios del statu quo son muy conscientes de que para responder a la emergencia habrá que derribar el orden social.
En cuanto a la criminalización y la violencia policial, creo que el movimiento climático debería convertir esto en un campo de alianzas políticas, es decir, unirse a otros grupos y luchas sociales que llevan mucho tiempo sufriendo la represión del Estado, como la juventud racista en los barrios obreros o las luchas sindicalistas.
P: En paralelo organismos como la ONU defienden a los activistas como necesarios en la transición ecológica.
R: Sí, Michel Forst, relator especial de la ONU sobre los defensores del medio ambiente, recordó en un juicio a jóvenes de Extinction Rebellion en Francia que las acciones no violentas de desobediencia civil se ajustan a la legislación internacional sobre derechos humanos, y que el bloqueo de carreteras es una práctica del movimiento social desde hace mucho tiempo, especialmente durante el movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos.
P: Las Cumbres del Clima o COP, son él único aparato institucional disponible para combatir el cambio climático. ¿Son necesarias o se han convertido en una trampa para no cambiar nada?
P: Hay que cuestionarse la propia utilidad de estas reuniones. No creo que debamos acabar con las COP, aunque sólo sea porque constituyen un foro diplomático crucial para los países del Sur. Pero no van a acabar con los combustibles fósiles, como demostró una vez más la COP28 de Dubái.
Las COP se basan únicamente en el consenso y los compromisos voluntarios, sin cuestionar nunca las reglas de la globalización económica y financiera desenfrenada, que está en el origen de la catástrofe climática. En cambio, la Organización Mundial del Comercio (OMC), el Banco Mundial y otros acuerdos bilaterales imponen normas vinculantes y sanciones que protegen la economía globalizada. En resumen, desde hace 30 años, el derecho internacional del comercio y de las inversiones tiene prioridad sobre la emergencia climática. La solución urgente sería empezar por desmantelar y renovar democráticamente estas instituciones neoliberales y las normas que rigen la globalización, para obligar a los países a respetar sus compromisos climáticos, so pena de sanciones.
P: El ecologismo está en la picota de la guerra cultural que alimenta la extrema derecha. ¿Se puede cambiar esta situación?
R: Aunque se ha ganado una especie de batalla cultural sobre la necesidad de combatir el calentamiento global, estamos asistiendo a una especie de reacción violenta, como vimos tras el movimiento feminista. Asistimos a una ofensiva reaccionaria contra la ecología, e incluso al surgimiento de una especie de ecofascismo, en el que la extrema derecha se apropia de la cuestión ecológica (con la respuesta del cierre de fronteras, el desarrollo de la energía nuclear, la soberanía nacional sobre los alimentos y la energía, etc.).
Nos dirigimos hacia un aumento de la temperatura de 3 a 3,5°C. En otras palabras, el infierno en la tierra.
No debemos caer en la trampa de pensar que la ecología debe trascender las divisiones partidistas. Hacerlo es olvidar que la catástrofe climática es estructuralmente racista. En primer lugar, porque el caos climático se ve actualmente exacerbado por la depredación de los combustibles fósiles en los países del Sur. El petróleo y el gas están cada vez más monopolizados por las multinacionales de los países ricos, en detrimento de las poblaciones del Sur y de las poblaciones no blancas (por ejemplo, TotalEnergies es ahora el principal promotor de proyectos de petróleo y gas en África).
Pero no es sólo en los países del Sur donde una lógica racista sustenta los proyectos de extractivismo de combustibles fósiles. También en el Norte industrial, las infraestructuras de petróleo y gas afectan sobre todo a la población no blanca. En Estados Unidos, los afroamericanos están 1,54 veces más expuestos a la contaminación por combustibles fósiles que el conjunto de la población. Por último, si la crisis climática es estructuralmente racista, también lo es porque las personas racializadas son las primeras víctimas del cambio climático. Desde hace más de treinta años, el 97% del total de las personas afectadas por las consecuencias de las catástrofes climáticas se encuentran en los países del Sur. Y el legado del extractivismo colonial y del saqueo por parte de los países ricos ha dejado al Sur global sin recursos suficientes para hacer frente al cambio climático extremo.
En el último informe del IPCC, los científicos elaboraron varios escenarios de emisiones para esbozar las trayectorias del cambio climático. Si tenemos en cuenta los escenarios que más se acercan a la tendencia actual, es decir, un aumento de las desigualdades sociales y un resurgimiento de los nacionalismos, nos dirigimos hacia un aumento de la temperatura de 3 a 3,5°C. En otras palabras, el infierno en la tierra.
Frente al aumento de las temperaturas y el fascismo, necesitamos construir no una ecología transparente, sino una ecología de las relaciones de poder. Una ecología que desmantele las estructuras de poder y las relaciones de dominación, en particular las racistas, que están en la raíz del caos climático.
P: ¿Qué es reciclar los plásticos en casa, dentro del entramado consumista y su impacto medioambiental?
R: Aunque evidentemente se trata de un paso esencial, es un gesto individual que no debe enmascarar el orden social que condujo a la catástrofe climática. Y conviene recordar que, dado que el 99% de los plásticos proceden de combustibles fósiles, y que la demanda sigue disparándose, los plásticos representan la nueva forma que tienen los fabricantes de combustibles fósiles de extraer valor del petróleo. Al ritmo actual de producción, el petróleo acabará utilizándose más para fabricar plásticos que como combustible para automóviles.
Los gigantes de los combustibles fósiles no han tardado en reconocerlo: Saudi Aramco y TotalEnergies, por ejemplo, planean construir un gigantesco complejo petroquímico en Arabia Saudí en 2027 para fabricar plásticos a partir del petróleo.
Los plásticos son una enorme bomba climática invisible. La industria del plástico se ha convertido en la fuente de gases de efecto invernadero industrial de más rápido crecimiento del mundo. En 2019, la producción e incineración de plásticos había emitido tantos gases de efecto invernadero como un país como Alemania.
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