Según datos del Servicio de Cambio Climático Copernicus (C3S) el planeta lleva once meses consecutivos batiendo récords de calor. El año pasado fue el más cálido desde que hay registros, con una diferencia tan grande respecto al siguiente que en noviembre, dos meses antes de acabar el año, el C3S ya anunció que con toda seguridad se superaría la marca histórica. Y a nadie le pilló por sorpresa, porque el 2023 fue un año mucho más caluroso de lo normal, que dejó registros sin precedentes en muchas ocasiones. Aunque esto va a tal velocidad que varios de ellos ya se han superado en 2024.
Con todo ello, un grupo internacional de investigadores quiso comprobar hasta qué punto el 2023 fue una anomalía. Y utilizando diversos conjuntos de datos con mediciones actuales y reconstrucciones históricas concluyeron que el verano de 2023 fue el más caluroso en las regiones extratropicales del hemisferio norte, incluyendo Europa, en los últimos 2.000 años. Los hallazgos de esta investigación han sido publicados en la revista Nature este martes.
"El estudio analiza minuciosamente las temperaturas estivales en tierra (excluyendo el mar) en el hemisferio norte no tropical (30-90°N). Y concluye que el verano pasado (junio-agosto) de 2023 fue el más cálido de los últimos 2.000 años y superó la variabilidad climática natural con un 95 % de certeza. Con respecto al período preindustrial (1850-1900), el verano del 2023 fue 2,07 °C más cálido. Con respecto a todo el período preindustrial analizado (0-1900), el verano del 2023 fue 2,20 °C más cálido (esta diferencia se debe a la presencia de varios períodos fríos antes de 1850)", explica Anna Cabré, científica del clima asociada a la Universidad de Pensilvania (Estados Unidos), en declaraciones a SMC España.
"Hemos estado anticipando que el hemisferio norte se calienta más rápidamente, y que el último verano fue particularmente cálido debido al cambio climático y al fenómeno de El Niño. Por lo tanto, no es un resultado inesperado, aunque sigue siendo alarmante, y es otro recordatorio de la necesidad de acelerar la transición hacia emisiones cero. La importancia de este estudio radica en el análisis de 2.000 años de datos, lo cual no es trivial, ya que los datos son menos precisos a medida que retrocedemos en el tiempo, lo que técnicamente dificulta el análisis", añade la experta.
Para llegar a esta conclusión los expertos emplearon una combinación de datos de observación (desde mediados del siglo XIX) y reconstrucciones basadas en datos proxy (en todo el periodo) para analizar las temperaturas del aire en superficie de junio a agosto. Por ello Ernesto Rodríguez, Meteorólogo Superior del Estado y miembro de la Asociación Meteorológica Española considera más interesante la combinación de diferentes fuentes de datos para poder cubrir todo el periodo de 2.000 años y a la vez comparar las limitaciones y sesgos de cada fuente de datos que los propios resultados en sí.
"Dentro de estas limitaciones, quizás es conveniente destacar el sesgo sistemático en las primeras observaciones instrumentales en el periodo 1850-1900 comparadas con un conjunto de reconstrucciones, que podrían alterar algunos de los aspectos cuantitativos de las estimaciones del actual calentamiento que toman este periodo como referencia del clima preindustrial", sostiene Rodríguez.
"Y también merece la pena destacar la coincidencia en el año 2023 de un evento debido a la variabilidad natural como es un episodio de El Niño —que tiende a aumentar globalmente la temperatura— con la tendencia general al calentamiento inducida por el aumento en la concentración de gases de efecto invernadero, que los autores subrayan convenientemente en su artículo", recalca el meteorólogo.
Los peligros de la exposición al calor
En paralelo, este mismo martes se ha publicado otra investigación, esta vez en la revista Nature Communications, que aborda los peligros de la exposición al calor, especialmente para los más mayores. En concreto, este estudio estima que el 23 % de la población mundial de más de 69 años vivirá expuesta al calor agudo en el año 2050, comparado con el 14 % que había 2020. Y apunta que el sur de Europa, parte de América del Norte y del Sur, del sureste asiático y toda Australia serán áreas de "estrés creciente", donde se solaparán una mayor exposición al calor con un creciente envejecimiento de la población. En ese sentido, Asia y África sufrirán los efectos más severos, según el estudio.
"Es un artículo interesante. El problema que tienen estos estudios globales es que utilizan la exposición a temperaturas estándar para definir los días de ola de calor y su intensidad, independientemente de las características locales, que van más allá de temperaturas fijas y percentiles fijos. Estas definiciones no están alineadas con las de la OMS, que establece que para analizar los impactos en mortalidad de los días de ola de calor y la intensidad de esta no se puede hacer en base a criterios meteorológicos exclusivamente", señalan en declaraciones a SMC España Cristina Linares y Julio Díaz, codirectores de la Unidad de Referencia en Cambio Climático, Salud y Medio Ambiente Urbano del del Instituto de Salud Carlos III y coordinadores científicos del Observatorio en Salud y Cambio Climático.
Los expertos apuntan que la OMS también tiene en cuenta las relaciones epidemiológicas temperatura-mortalidad, ya que en la mortalidad por calor inciden más factores que no son solo la meteorología, como pueden ser el nivel de renta, condiciones socioeconómicas, demográficas, sanitarias o urbanísticas.
Y ponen ejemplos. "En Badajoz, Córdoba, Sevilla y otras ciudades tienen una temperatura de definición de ola de calor por encima de 37,5 ºC. Es decir, en estas ciudades para temperaturas de 37,5 ºC de máxima diaria no hay un impacto en mortalidad significativo. Y por otro lado, definir la intensidad de la ola de calor en base a un percentil fijo (95 %) tampoco sería representativo para España donde, a nivel isoclimático en el 52,5 % de las regiones las temperaturas de definición de ola de calor están por debajo de ese percentil 95. En resumen, el estudio presentado sirve para analizar el porcentaje de población mayor sometida a determinadas condiciones de temperaturas, pero no para inferir impactos en salud", aseguran.
"Me alegra ver que este estudio bien realizado llamada la atención sobre estos retos importantes. Como señalan los autores, siempre es necesario hacer suposiciones al proyectar posibles escenarios futuros. Pero, como en todos los estudios sobre posibles escenarios futuros, lo importante no son las cifras exactas, sino sus magnitudes globales. Aquí vemos que, en todos los escenarios futuros considerados, las poblaciones de más edad que se enfrentan a un riesgo elevado son grandes: el documento deja claro que tenemos que tomar medidas ahora que tengan en cuenta tanto el cambio climático como el envejecimiento", relata Simon Lloyd, investigador postdoctoral en ISGlobal especializado en clima y salud.
Aún así, Lloyd confía en que los esfuerzos de mitigación hagan que, en un futuro sostenible, sea probable que una persona de, digamos, 80 años sea menos vulnerable que otra de 80 años en un futuro menos sostenible. Y del mismo modo, es probable que la vulnerabilidad de una persona de 80 años varíe según el país y el tiempo.
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