“En nuestra época nos ha tocado vivir una guerra librada contra la naturaleza y sus pueblos”, advierte Eliane Brum, la periodista brasileña que hace ocho años se mudó a Altamira, una de las ciudades de la Amazonia donde más perceptibles son los estragos del “fin del mundo”, de la vertiginosa destrucción del pulmón del planeta. “Cuando se desata una guerra, uno no puede escoger entre vivirla o no; la guerra ya está en marcha. Sólo nos cabe elegir entre luchar o esperar que las llamas lleguen al sillón donde creemos que fingir que no existe es suficiente para que no exista”, censura Brum.
La Amazonia (Salamandra) es el testimonio de la llamada de la selva y de su mudanza al bosque tropical más grande de la Tierra. Al epicentro de la devastación que lo va consumiendo todo. Al verdadero centro del mundo. “Los centros del mundo están donde está la naturaleza, no donde están los mercados”, reivindica Brum en una entrevista con El Independiente con motivo de la publicación de su monumental libro en España. Brum (Ijuí, Río Grande del Sur, 1966) defiende a ese universo de “seres vivos en ruidosa conversación”, cada vez más confinado, diezmado y amenazado por el cambio climático, la corrupción, el pillaje o los incendios que ella observa horrorizada desde el porche de su casa, plantada en una tierra degradada en los límites de la Amazonia. “Necesitamos recuperar nuestro instinto de supervivencia. Si la urgencia no se vive como urgencia, la imagen que vi desde mi ventana será mañana el mundo de todos vosotros”, alerta.
Pregunta.- Comienza el libro describiendo cómo su cuerpo va mutando cuando entra en la selva. “Mudarme a la Amazonia me desestructuró”, escribe. ¿Cuál es hoy el estado de su cuerpo?
Respuesta.- Llevo unos meses en Barcelona. Me sorprendí porque llevo casi 8 años viviendo en el bosque y antes viví 17 años en una ciudad gigantesca como São Paulo. No tenía ni idea de lo que echaba de menos a la Amazonia y que me había transformado en otra persona. Barcelona es una ciudad maravillosa, una de las mejores para vivir si vas a vivir en la ciudad, pero me faltan voces. Es una señal de nuestro antropocentrismo: los humanos expulsando a todos los demás. Cogemos un espacio enorme y expulsamos a todos los otros seres y decimos que esto es nuestro y lo llenamos de cemento y hormigón que es una cosa terrible para la tierra es como si fuera una camisa de fuerza que corta todos los contactos con la tierra.
Tenemos los infiltrados que son los resistentes: las ratas, las cucarachas, los mosquitos, a veces algunas palomas que las odiamos porque nos parecen invasores. Los animales están reducidos a perros que andan muy atados y que tienen que hacer su caquita en algún sitio y tenemos que recogerla. Fue difícil durante mis primeros días ese silenciamiento. La ciudad es un lugar de silenciamiento de voces. Oír solo voces humanas es una cosa muy brutal, porque yo vivo en un sitio en que durante la noche y el día oigo voces tanto de personas como animales y ese fue un cambio de cuerpo.
P.- Habla de “napë”, la palabra con la que el pueblo yanomami designa al extranjero y enemigo, para describir su llegada a la selva. No sé si ahora se siente “napë” en la ciudad...
R.- En parte sí. Tengo muchas pesadillas. Antes me ponía nerviosa, porque viajaba a las zonas más ricas de Europa y veía a las personas consumiendo como si tuvieran una garantía del mañana. Tenía ganas de sacudir a la gente, que es lo que busco con mi trabajo. He pensado mucho sobre ello, sobre personas como Trump, Bolsonaro y Milei, y ese negacionismo calculado porque saben perfectamente lo que está ocurriendo. Cuanto más eventos climáticos extremos tenemos como la DANA en Valencia, más aumenta el negacionismo. No es suficiente aceptar lo obvio de la crisis climática y de que esa crisis climática es producida por una minoría de humanos sino vivir de acuerdo con la emergencia. Si la mayoría no fuéramos negacionistas, estaríamos todos luchando, que es lo que los pueblos originarios hacen en la línea de frente. Ellos están luchando y aquí ¿por qué no? Tengo unas hipótesis. Nos han reducido a consumidores. Incluso nuestra imaginación está dentro de cajas, lo que limita nuestra vida. Lo que nosotros llamamos opciones, no lo son. Al reducirnos a consumidores, el capitalismo secuestró nuestro instinto de supervivencia, que es algo que cualquier ser, por más sencillo que sea, tiene. Lo que veo en el bosque es la fuerza de la vida, que no es algo que tiene que ver con pensamiento intelectualizado. Es algo del cuerpo. En estos momentos en la Amazonia la foresta está siendo quemada y destruida. La foresta es para mí una relación de todo con todo. Hay devoración, intercambio y cambio, todo junto.
Y cuando la floresta es atacada, inmediatamente reacciona. Tiene lo que yo veo de todos los seres que están interconectados, vinculados a una fuerza del vivir. Yo creo que es eso lo que tenemos que recuperar. La gente perdió la comprensión de cómo la vida es poderosa. Cuando tienes la fuerza de vivir, las cosas cambian. Uno se levanta, pero no veo eso. La gente lo perdió porque la gente empezó a transformarse en ese tipo de persona ensimismada. Es lo que me preocupa. Cuando sucedió lo de Valencia, pensé que iba a haber una discusión profunda sobre el tema, pero no. Empezaron a buscar responsables. Claro que tiene que ser investigado pero uno tiene que ver cuáles son las causas de lo que ocurre: el 75% de las emisiones de gases que producen el calentamiento global vienen de las petroleras, de los combustibles fósiles. Son las responsables de lo de Valencia. Son los que tienen que rendir cuentas y lo que están haciendo es ampliar el uso de fósiles. La ONU dijo que si todos los países hicieran todo lo que se han comprometido a hacer, la temperatura podría aumentar 3 grados y no están haciendo nada. Entonces, la temperatura va a aumentar más aún. No hay adaptación que pueda prevenirlo. Ahora, tras la victoria de Trump, queda claro que buscan países búnkeres que expulsan a la gente y que levantan los muros y dejan fuera a los que van a morir.
No somos suicidas porque carecemos de fuerza. La gente está en coma y sometida ante el colapso climático
P.- En el libro, al hablar de su percepción de la gente, la califica de “negacionistas o terraplanistas”, aunque no sé si serían directamente “suicidas”...
R.- Creo que para ser suicida tienes que tener fuerza. No lo veo. Lo que veo es lo que dijo un líder indígena brasileño: que la gente está en coma. Veo a la gente sometida y sumisa. Si uno se mira en el día a día, en la vida cotidiana de cada uno, estamos completamente atados, esperando que alguien haga algo en lugar de saber la posibilidad enorme de crear comunidades, que fue una cosa que el capitalismo destruyó. Hace unos días hablé con una líder indígena y me contó cómo 12 personas indígenas en la Amazonía expulsaron a una petrolera asociada con el Estado que entró en su territorio, lo invadió con militares. Ella me decía que 12 personas es menos que un instituto en Europa. ¿Y qué hacen ustedes? Nada. No es que no sea posible hacer algo sino que la gente no consigue hacer nada colectivamente porque fueron reducidos a individuos. Necesitamos reaccionar, crear comunidades, la lucha tiene que ser colectiva porque si no van a seguir deforestando.
P.- ¿Cuál es el mensaje de la Amazonia?
R.- La Amazonia vive una situación terrible. La más terrible. Yo estoy cubriendo la Amazonia desde hace 30 años. Nunca nunca he visto algo así. Las investigaciones científicas dicen que 18% del bosque está destruido y 17% está degradado. Y el punto de no retorno en el que la foresta del bosque no puede actuar como bosque está entre 20 y 25%. Es decir, que estamos muy cerca de ese punto. Esas investigaciones son anteriores a las dos últimas sequías. Tuvimos el año pasado una sequía extrema causada por la crisis climática y este año una aún peor. Toda la Amazonía se está incendiando. Son incendios dolosos, criminales. En este momento donde vivo yo estoy recibiendo los vídeos, el fuego está llegando muy cerca de mi casa y no consigo ni ver el río. Incluso el año pasado, que en esa época estaba yo allí, las placas solares no funcionaban porque el humo no dejaba que el sol entrase y una de las cosas maravillosas de los bosques son lo que llamamos los ríos voladores, que son los grandes árboles que vía su transpiración lanzan hasta 1000 litros de agua por día en la atmósfera. Ese vapor de agua es lo que crea los ríos voladores que llevan las lluvias a América del Sur.
En este momento están llevando también el humo. Los ríos voladores están llevando el humo. El humo llegó al extremo sur de Brasil, incluso a los países al sur de Brasil, de la Amazonia, en el extremo norte. Es una situación muy grave. Hay partes del bosque que llegaron al punto de no retorno: ya emite más carbono del de lo que absorben. Al ver el bosque quemarse es cuando entiendes lo que es una foresta. Sabes que el bosque se está quemando y son miles de seres vivos que se están quemando a veces con dolores terribles y luego ves ciertos animales carbonizados. Cada incendio es un holocausto. Y nosotros también vamos a morir porque sin bosque amazónico va a ser muy difícil controlar el calentamiento global.
No todos estamos en el mismo barco. La élite que causó la crisis climática cree que se salvará construyendo búnkeres
P.- Dice que “los indígenas no están en la selva, son la selva”. ¿Cómo se está resistiendo esa unión de pueblos y selva a su propia destrucción?
R.- Es muy difícil hablar de los indígenas. Son centenares de pueblos diferentes con cosmologías distintos y situaciones en la Amazonía que también son distintas. Algo que sí vincula a todos los pueblos indígenas es el protagonismo de las mujeres que asumieron el liderazgo de la lucha. Eso sí es una característica tanto que la ministra de los pueblos indígenas en Brasil es una mujer, pero claro que hay partes de los indígenas, principalmente los hombres que están corrompidos, asociados con la minería, con la extracción maderera. Son situaciones muy difíciles porque, por ejemplo, el territorio kayapó o yanomami están siendo invadidos por la minería ilegal. Significa que los ríos están contaminados por mercurio y tarda muchísimo en descontaminarlo. Y un pueblo indígena sin río no tiene donde bañarse, no tiene agua potable, no tiene agua para beber o cocinar ni peces para comer. Principalmente el pueblo munduruku, que está en el estado de Pará, en el río Tapajós, la contaminación por mercurio es muy terrible. Ya hay niños naciendo con deformaciones, con problemas causados por el mercurio y no hay duda que en pocos años va a ser un escándalo sanitario.
De la noche al día, los jóvenes yanomamis empiezan a consumir alcohol o cocaína; están en TikTok y venden a sus hermanas para violaciones colectivas
Hay incluso una película que compara lo que ocurre con los mundurukus con lo que ocurrió en Minamata en Japón. Si uno mira los Yanomami, que es un pueblo de Brasil y Venezuela que fue invadido, y está pasando por un genocidio debido a la minería ilegal y parte de esa minería es controlada por el crimen organizado. Es un pueblo que la mayoría no hablaba portugués, no iba a las ciudades, vivía como sus ancestros y de repente de la noche al día, los jóvenes yanomamis empiezan a consumir alcohol o cocaína; entran en internet, están en TikTok y venden a sus hermanas para violaciones colectivas. Así que tarda muchísimo reforestar un bosque destruido; son 100 años para recuperar un río contaminado por Mercurio. ¿Cómo recuperas lo que vamos a llamar arbitrariamente el alma? ¿Cómo recuperar un joven que tuvo esa experiencia, literalmente de la noche al día salió de una vida igual a sus ancestros para entrar en otra vida?. ¿Cómo recuperas eso? Es lo que Marina Silva llama el ADN del alma. La destrucción es muy acelerada, pero los pueblos están resistiendo, principalmente liderados por las mujeres. Vamos a luchar.
P.- Si pudiéramos traducir lo que dice la selva, ¿qué mensaje trasladaría a Donald Trump a propósito de su regreso a la Casa Blanca?
R.- No me atrevo a hablar en nombre de la selva. Yo soy una parte tan pequeñita de eso. Pero no solo vuelve Trump el que vuelve sino con otros poderes. Es Trump, por ejemplo, con Elon Musk. Y hay un dato interesante. El 90% de Starlink de Musk está en la Amazonia. Casi todo el internet de Amazonia es por Starlink. Musk fue al Tribunal Supremo de Brasil que reaccionó con relación a lo que estaba haciendo y el X fue paralizado en Brasil por un tiempo, pero Musk puede silenciar internet de la Amazonía entera. Es un poder enorme. Y ese internet está en los lugares de más difícil acceso, que solamente la tecnología de él puede acceder a los pueblos indígenas allí en el fondo y ese internet ha sido utilizado para denunciar lo que ocurre, pero también para la comunicación de los garimpeiros [obreros mineros ilegales], del crimen organizado que está avanzando. Es una de las cosas más serias que están ocurriendo. Las facciones del crimen organizado descubrieron que Amazonia es una buena fuente para ganar dinero, principalmente debido al aumento del precio del oro.
Entonces avanza por encima del bosque y en algunos años, si no se hace algo ya uno no va a poder entrar en la floresta porque va a estar dominada. Hablando con los líderes indígenas, se preguntan cómo nos defendemos de ellos. Y ellos dicen: "Nosotros lo conocemos. Y el bosque también se defiende. El problema es que cuando los gobiernos abren las carreteras, todo llega a las carreteras. El crimen organizado consigue llegar a la selva y establecerse allí gracias a las carreteras porque no consiguen vivir en la selva. No la entienden, no la conocen, pero cuando abres una carretera por ahí sí entran y alcanzan”. Desafortunadamente casi todos los gobiernos están abriendo carreteras.
P.- Hay un eslogan político que se repite en todas las COP de que “estamos todos en el mismo barco”. La refuta en el libro...
R.- Es que es una mentira. Hay dos mentiras que están vinculadas. Una es que la humanidad produjo la crisis climática. De repente, la humanidad somos todos, pero una minoría que produjo y sigue produciendo la crisis climática que en este momento está concentrando aún más rentas como está comprobado por las últimas investigaciones. Hoy estamos hablando de 3.000 personas que tienen nombre y apellidos; son los grandes accionistas de las multinacionales y transnacionales que destruyen todos los biomas, la Amazonía, aliadas a las élites extractivistas locales, por supuesto, con los gobiernos y los parlamentos que les sirven como esa alianza de Trump con Musk. Es esa minoría que produjo y sigue produciendo y que construye individualmente los búnkeres personales e intentan hacer que sus países sean búnkeres también. Estados Unidos es el país que más comió en el planeta. Ahora se transforma en un búnker y deja a todos los demás de fuera. Ese es el plan que tienen ellos, que carecen de pudor.
Musk tiene un poder inmenso para silenciar lo que sucede en la Amazonia. El 95% del internet de la selva depende de su Starlink
P.- Pero es una utopía...
R.- Ellos creen que se van a salvar. Eso está en el ADN de las élites. Siempre se han salvado. Siempre van a tener la certeza de que el sacrificio va a continuar ocurriendo en el cuerpo de los demás y eso es verdad y que se van a salvar de alguna manera. ¿Cuál es la respuesta de Musk? Colonizar Marte. Y mientras tanto hay búnkeres. Evidentemente va a morir más gente y primero los más vulnerables, que esto ya está ocurriendo. ¿Quién está muriendo? Los refugiados climáticos, pero en realidad son refugiados del capitalismo. Ellos creen que se van a salvar. Nosotros no, pero ellos sí.
P.- ¿Cree que hay una salvación para las élites?
R.- Yo creo que lo que va a ocurrir y ya está ocurriendo es esa debilidad política, esta debilidad de ser capaces de reaccionar y que solamente nosotros lo podemos frenar o limitar. Cuando digo nosotros, me refiero a nosotros creando comunidad, haciendo trabajo colectivo, haciendo lo que los indígenas están haciendo, pero haciéndolo a nivel global. No veo que eso esté ocurriendo. Todos vamos a hacer impactados pero es muy distinto tener un barco de papel, que es lo que la mayoría tenemos, o tener un transatlántico o un yate ultratecnólogico. Son tiempos distintos, son posibilidades distintas.
P.- El libro lanza el mensaje de que no hay futuro sin Amazonia.
R.- No hay presente.
P.- Es muy crítica con la izquierda. ¿Los políticos de izquierda han entendido el desafío?
R.- Hay una izquierda que es minoritaria, que tiene menos votos, desafortunadamente, por lo menos en Latinoamérica, que sí que entiende y está muy conectada, muy vinculada y muy consciente de lo que está ocurriendo, pero la mayoría de la izquierda quedó parada en el siglo XX y tienen una especie de propuesta de desarrollo muy similar a la de la derecha. En el caso de Brasil, por ejemplo, Lula está en su tercer mandato y creo que el Partido de los Trabajadores es un partido de centro que paró en el siglo XX. ¿Qué hace esa izquierda? Esa izquierda entiende que la única manera de disminuir la pobreza es con recursos de la naturaleza. Su gobierno de las primeras décadas hizo famoso a Lula en todo el mundo porque aumentó las rentas de más de 30 millones de brasileños con recursos de la naturaleza. Él transformó la naturaleza, la Amazonia en una commodity de exportación para China.
Una parte de la izquierda quedó atrapada en el siglo XX; piensa que reducirá la pobreza con los recursos de una naturaleza que ya no puede asumir la factura
¿Quién pagó esa disminución de la pobreza? Fue la Amazonía y no un cambio estructural. La concentración de la renta aumentó. Lula incluso se sentía orgulloso de que los bancos nunca ganaron tanto que durante sus presidencias porque la Amazonía pagó la cuenta. Esa izquierda sigue pensando que va a disminuir la pobreza a través del recurso de la naturaleza, pero la naturaleza ya no puede cubrir ese coste y ese es un problema. Tanto que en mi región tenemos la hidroeléctrica de Belo Monte que es un proyecto que la dictadura militar no consiguió implementar. Es la más grande del mundo, pero esa hidroeléctrica no produce casi nada debido a la sequía. Los movimientos sociales durante la dictadura pudo frenar ese proyecto, pero el gobierno de Luna implementó Belo Monte y otras grandes hidroeléctricas en Amazonia.
P.- Dice en el libro que “más que cambiar el sistema, hay que derrocarlo”. ¿Cuál es la alternativa?
R.- La tenemos que crear. No existe una fórmula ya lista, sabemos lo que no podemos hacer. Nosotros necesitamos cambiar y eso me parece también que es una cuestión para la izquierda, porque en las elecciones la derecha, que está avanzando y tiene la mayor parte de las incluso en Brasil, cuenta una mentira, pero es una mentira cómoda. Dice que pueden llevarlos a un pasado que no existió. Un pasado sin conflictos, en que el hombre tiene que conocer su posición, la mujer también, los negros también, todos conocen su lugar, todos aceptan su lugar y todo era pacífico anteriormente y eso nunca existió, siempre hubo conflictos y exterminios, pero ellos venden ese retorno y es una mentira cómocada. ¿Qué puede ofrecer la izquierda? ¿cuál es la verdad hoy en día? Una de las verdades de hoy es que la vida va a peor, va a empeorar y los que tienen privilegios va a necesitar perderlos. Todos vamos a tener que cambiar radicalmente en su forma de vivir.
P.- Entiendo que lo que no queremos plantearnos es qué renuncias personales y colectivas tenemos que hacer para salvarnos...
R.- Vamos a tener que aprender a perder. Si no, vamos a perder mucho más grande que la vida y la posibilidad de la nueva generación a tener una vida con alguna calidad en este planeta. Pero más que nada vamos a tener que aprender a luchar juntos, no solamente son los cambios individuales. Ahora, por ejemplo, aquí todo el mundo tendría que haberse levantado en Europa contra esta decisión que todavía no ha sido aprobada de que Europa aplace más un año la ley contra la deforestación. No hay que esperar un año, Europa debe dejar de comerse la Amazonia. Todo el mundo tenía que estar en las calles protestando contra ellos, pero no ocurre. Eso es lo necesario. El cambio tiene que empezar ahí. Es una cuestión de rendición de cuentas. Tenemos que ser adultos, tener una responsabilidad colectiva, porque estos niños que ya nacieron dependen de nosotros. Ya nacieron en un mundo mucho peor que el nuestro. Solamente nosotros podemos hacer algo. Necesitamos luchar.
P.- Pero hemos perdido la conexión con la tierra...
R.- La tierra es uno mismo. La gente dice que hay que ir a la naturaleza. Lo que pasa es que ir a la naturaleza es como si la naturaleza fuese algo para donde se va y uno se mete allí adentro. Lo que quiero decir es que no es suficiente darle un abrazo al árbol. Tenemos que sentirnos árbol; tu árbol está vinculado. Tienes que conectarte con las bacterias que tienes por dentro. Primero la conexión tiene que ser con nuestro cuerpo.
P.- José Saramago escribió aquello de “ojos que viendo no ven”. Termina el libro preguntándose si su mensaje llegará a alguien. ¿Habría que entender que los bosques nos salvarán o nos condenarán?
R.- Y somos nosotros los responsables, porque los bosques también están siendo quemados. Algunos pueblos indígenas llaman a la crisis climática “la venganza de la tierra”, pero creo que tenemos que estar unidos en la línea de frente. Aquí tenemos una línea de frente importante, luchando al lado de los bosques.
P.- ¿Guarda alguna esperanza?
R.- No lidio con la esperanza. La esperanza para mí es algo sobrevalorado. Eso de optimismo, pesimismo, esperanza. desesperanza. Nada tiene sentido para mí. No tengo nada contra la esperanza. Sin embargo, me parece que estamos en un momento en que la esperanza es un lujo que ya no lo tenemos más. Ahí sí que te vas a quedar dormido si estás esperando sentado que algo ocurra. La esperanza se está transformando en una cosa como fue antes la felicidad cuando tenías un millón de libros de autoayuda de cómo llegar a la felicidad en cinco pasos; como la felicidad como una mercancía producto de consumo. La esperanza no es eso, pero la están convirtiendo en eso, están transformando a la esperanza en una mercancía en ese momento límite y creo que es algo mucho más potente que la esperanza; que es la voluntad de vivir, la fuerza del vivir. El ímpetu para vivir, que lo que veo en todo lo que está vivo y que resiste. Yo lucho sin esperanza. Lo que me mueve es la fuerza de la vida. Yo quiero vivir.
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