Yo tenía 4 años cuando Felipe y Letizia se casaron. Tenía suerte si podía sacarme sola la lengüeta de los zapatos, así que no recuerdo nada de lo que pasó ese 22 de mayo de 2004. Solo sé que llovió y que el vestido era de Pertegaz, gracias a que mi madre me lo dijo un día mientras veíamos Maestros de la Costura. Ahora, veinte años más tarde, me dispongo a ver las 5 horas de boda que hay disponibles en un vídeo de YouTube de tímida resolución. Skincare, pizza de marca blanca, y tertulia en un piso de estudiantes compartido con una media de 24 años para comentar La Boda.
“Ay no, ¿les llovió?”, se escucha nada más comenzar el vídeo. El Diluvio Universal, ya es mala suerte. De todos los días en los que a uno puede lloverle en mayo, lo hace cuando te casas. Una alfombra roja preciosa desde el Palacio Real hasta la Almudena probablemente preparada y medida desde hacía meses, haciendo chof chof con los zapatos de los invitados. Incluido Florentino. Y Zapatero. Y Elena de Borbón. Y Felipe González. Y los Reyes de Holanda. E Iñaki Urdangarín. Del último nadie dice nada en el salón, pero hay miradas. Cuántos estímulos, es como un Quién es Quién dosmilero, edición pamelas XL y tonos pastel. La reina Sofía no ha cambiado nada, y Felipe está jovencísimo. “Me parece más guapo ahora”, dice una amiga a la que llamaremos Rosa. Hay unanimidad.
Después de lo que parecen lustros de alfombra roja, los reyes se sitúan en la primera fila y se sonríen brevemente. Felipe está en el altar esperando a que aparezca Letizia en cualquier momento, y se mantiene en esa posición durante veinte minutos. Impertérrito. “Qué angustia”. El de realización se tuvo que volver loco pensando que se le había congelado la imagen: Felipe no se mueve, solo mira hacia la entrada del templo. El único momento en el que deja de hacer guardia visual es cuando mira al techo.
“¡Ya viene, ya viene!”, se hace el silencio. Dejamos de masticar. Aparecen unos niños (“¿ese es Froilán?”) en la entrada, con una corona grande de flores que parece ser más la que los lleva a ellos que viceversa. Todavía no hay ni rastro de Letizia. Enfocan a Felipe, y vemos su reacción cuando la ve entrar. Se escucha un “Oooooh” colectivo. “Échalo para atrás, échalo para atrás”, lo vemos otras dos veces más. Si el día de mi boda mi novio no me mira con la misma sonrisa y el mismo subir de cejas que le nació a Felipe cuando vio a Letizia en su entrada, no me caso.
Por fin entra Letizia. Efectivamente, Tamara Falcó intentó copiarle el vestido en su boda el verano pasado. “Madre mía, está guapísima”. Hay aún más unanimidad. Parece que ha nacido para llevar ese vestido. Qué preciosidad, qué elegancia. Y el ramo rellenito, como tiene que ser un ramo. Escuchamos cómo los comentaristas enumeran su simbología floral: los lirios (por la familia Borbón), las rosas (la flor de mayo), la flor de azahar (como homenaje a la condesa de Barcelona, doña María de las Mercedes de Borbón y Orleans), la flor del manzano (homenaje al Principado de Asturias y tributo a Nuestra Señora de Atocha) y las espigas de trigo (símbolo de fecundidad, esperanza y alegría). “Qué nervios ha tenido que pasar el pobre florista para preparar todo eso”. Letizia avanza hacia el altar del brazo de su padre.
Pero qué despropósito de plano. Han puesto a un cámara delante de Letizia grabando todo lo que ella ve antes de llegar al altar. Parece que todos los invitados se han girado para ver llegar al espectador, quien probablemente estaría comiendo aceitunas y pipas en su casa, con Felipe esperando al fondo. Un poco de elegancia, poco más y le ponen una GoPro en la frente.
Ya están juntos en el altar. Qué ternura de momento, si parece una primera cita: besito en la mejilla, sonrisas tímidas y miradas hacia abajo. Letizia está guapísima. “¡Pero bueno, Victoria Federica!”. Ahora mismo solo querrá ir a alfombras rojas y al pódcast de Vicky Martín Berrocal, pero mírala, ahí estaba en 2004 en la boda de su tío.
Un coro de por lo menos diez filas, cómo se nota que es una boda real. Mientras transcurre lo que podría ser una misa de domingo normal (aunque con más pompa), hay debate sobre si nos casaríamos o no con un príncipe. No hay consenso. De repente, somos testigos de un momento clave en la historia del audiovisual español: Froilán levantándose para darle una patada a su prima. Cediendo contenido desde pequeño. "Anda, ¿fue ahí cuando pasó?". Por favor que alguien coja a ese niño.
“¡Que se dan la mano!”. Felipe mira a su padre y éste asiente: “Yo, Felipe, te recibo a ti, Letizia…”, se escucha desde los altavoces de la Smart TV. Primer plano de las manos cogidas, Letizia pasándole el pulgar por los nudillos a Felipe mientras habla, probablemente la mejor manera de coger a alguien de la mano. Que esta boda no acabe nunca.
“Yo, Letizia te recibo a ti, Felipe, como esposo…”, cómo le mira, y qué bien habla, no parece que esté nerviosa. "Es que era periodista, ¿no?". Su sonrisa de después de decir “Todos los días de mi vida”: pelos de punta. ¿Por qué esto no está en Netflix, si es una comedia romántica?
La liturgia continúa, y hay un momento en el que Letizia y Felipe se miran, hablan y se ríen. Qué desasosiego. Un micro, necesitamos que alguien les dé un micro. Retrocedemos varias veces para intentar leer los labios. Nada. La nómina de un mes por saber lo que se dijeron en ese momento.
Hace ya un rato que nos hemos terminado el postre, y escuchamos el Aleluya de Haendel. Felipe y Letizia se encaminan a la salida de la Almudena. "¿Oye y el beso?". Hacemos un repaso por lo que hemos visto. Efectivamente no hay beso. Hay firma de testigos, entrega de las trece monedas, Agnus Dei, Florentino Pérez, lecturas, patadas a primas y cantos de comunión. Pero no hay beso.
Fuera sigue lloviendo, aunque ahora con un poco más de mesura que antes. "Ya está, ¿no?", dice una amiga a la que llamaremos Lola. "No, ahora toca tour madrileño", responde Rosa. "¡Mira, el RIU!". Los recién casados suben la Gran Vía, saludando desde el coche a todos aquellos ciudadanos que han querido salir para ver el momento post-boda en directo. Podrán cambiar muchas cosas en la vida: trabajo, amigos, ciudades... Pero el Starbucks de enfrente de Plaza de España siempre se mantendrá.
Y sin quererlo, nos encontramos con una agrupación de jazz en la plaza de Callao. Es imposible aburrirse con esta boda. Volvemos a la calle Bailén, esta vez en el Palacio Real, con Felipe y Letizia saludando desde el balcón. "Ahora sí habrá beso, ¿no?". Pues no. O sea sí, pero en la mejilla. Tan cerca y a la vez tan lejos.
El vídeo termina y empezamos a recoger los platos de la cena. "Pues me gustó más la boda de la Pombo", comenta Lola de camino a la cocina. Pero de esa no se cumplen veinte años.
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