Oliviero Toscani supo desde pequeño que la fotografía sería su gran pasión. Cuando tenía 14 años acompañó a su padre, Fedele Toscani (un prestigioso fotoperiodista del Corriere della Sera), al entierro de los restos de Mussolini en Predappio, su pueblo natal. Las cámaras captaban la astillada madera del ataúd, pero Oliviero no se centró en lo inanimado: él buscaba apelar a las emociones. Por ello, su lente se fijó en el dolorido rostro de la viuda, la señora Rachele. "Hoy la mejor foto la has hecho tú", le dijo al salir su padre. La imagen fue portada en el Corriere.
Hoy, el polémico fotógrafo ha fallecido a los 82 años a causa de la amiloidosis que sufría, una extraña enfermedad incurable que le hizo ser hospitalizado en cuidados intensivos en el hospital de Cecina, en Livorno, el pasado viernes, entrando ya inconsciente. Su esposa Kirsti declaró a los medios que este era "un camino sin retorno".
El trabajo de Toscani era provocador, introduciendo en la ecuación tabúes alejados de aquello a publicitar: le interesaban las ideas que rodeaban al producto, no el producto en sí mismo. El shockadvertising, la publicidad vulnerable, el riesgo, la pasión... Gracias a él, Benetton, marca con la que trabajó durante casi 20 años, fue más que jerseys coloridos a rayas: fue una provocación. Y todo el mundo hablaba de ello.
Los colores unidos de Benetton
Benetton fue el lienzo en blanco sobre el que Toscani vomitó todas sus preocupaciones: racismo, religión, sida, mafia italiana... Su arte tenía que unir pero, sobre todo, tenía que suscitar la polémica. Así, la marca estaba en boca de todos. Benetton ha publicado esta mañana en redes sociales una foto que el fotógrafo realizó para ella, junto a un mensaje de despedida: "Para explicar ciertas cosas, las palabras no son siempre suficientes. Eso nos lo enseñaste tú. Por ello, preferimos rendirte homenaje con una imagen que hiciste para nosotros hace muchos años, en 1989. Adiós, Oliviero. Sigue soñando".
El arte debería ser polémico, o así lo expresaba Toscani en cada imagen que captaba para la marca. Sus primeras colaboraciones con Benetton ponían sobre la mesa la cuestión racial, algo habitual en el día de hoy, pero rompedor en su época. Para su primera campaña con la empresa familiar de Treviso, Toscani tomó el eslogan de la marca ("United colors of Benetton") para reunir a un grupo de jóvenes de distintas razas sobre un mismo fondo blanco, opacado por la frase: "Todos los colores del mundo".
Poco a poco, sus colaboraciones empezaron a desligarse de la ropa para centrarse en ese componente racial, muy comentado durante esos años. Imágenes que mostraban a dos chicos abrazados por banderas de países, a una mujer negra amamantando a un niño blanco o tres corazones idénticos en los que se especificaba la raza de aquellos a los que habían pertenecido. Eran sugestivos y fanfarrones.
VIH, besos prohibidos y campañas contra la anorexia
Toscani continuó con el arte-denuncia toda su carrera. Jugaba las cartas de la actualidad social, en un atípico póker que no dejaba títere con cabeza. Para Benetton siguió con sus campañas provocadoras, que dieron la vuelta al mundo cuando mostraron el beso prohibido entre un cura y una monja, o a un enfermo terminal de sida. En 1992, cuando las andanzas de Cosa Nostra estaban en su peor momento, presentó su campaña primavera-verano con la imagen de un crimen de la mafia. Sin pelos en la lengua.
Pero también realizó campañas polémicas para otras firmas, como Nolita. En esta recordada sesión fotográfica, Toscani mostró a la modelo francesa Isabelle Caro, conocida por padecer anorexia. De una manera descarnada, el italiano la mostró desnuda, extremadamente delgada y dejando ver cómo los huesos de su cara y de su columna vertebral se le marcaban bajo la piel. La campaña fue prohibida por el Instituto Guiri por "atentar contra la dignidad del ser humano".
Parecía como si, con sus imágenes, Toscani tratara de decirnos que no evitásemos la mirada: esas cosas estaban ocurriendo, y esas cosas debían mostrarse. Conociéndolas, dándoles un nombre y, sobre todo, un modelo, se hablarían de ellas. Y, por fin, se actuaría al respecto. Para él, estaba claro: "si el arte no provoca, no es arte".
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