El sábado por la tarde, una mujer con chaquetón Barbour marrón, leggins y botas negras se acercó a Chapham Common, un parque en el sur de Londres, para depositar un pequeño ramo de narcisos. Desde hacía unos días, el lugar se había transformado en un altar improvisado en memoria de Sarah Everard, la joven ejecutiva de 33 años que fue secuestrada por la noche en ese mismo lugar el 3 de marzo y luego asesinada presuntamente por el policía Wayne Couzens.
El brutal crimen ha sacudido a la opinión pública inglesa y eran muchos quienes el sábado se habían acercado al lugar a mostrar sus respetos. Sin embargo, y a pesar de que estaba lleno de gente, nadie pareció percatarse de que aquella mujer con chaquetón era alguien bastante famoso. De hecho, era la futura reina de Inglaterra.
Un vídeo de Kate llegando sola al lugar y depositando un ramo fue grabado y subido a Internet en cuestión de minutos. Al cabo de una hora, ya estaba en portada de la versión digital del Daily Mail, uno de los tabloides más leídos del mundo. No había duda de que era ella: saltándose las medidas anti-COVID, no llevaba mascarilla, por lo que era fácilmente reconocible.
Horas más tarde, esa misma portada digital comenzaba a hablar de la bomba informativa que iba a sacudir los cimientos de Buckingham: la explosiva entrevista de Meghan y Harry, duques de Sussex, en donde, entre otras muchas cuestiones, se acusaba a la familia real de comportamientos racistas.
El mensaje era claro: Kate había aprendido las normas de la realeza (actuar con discreción y sin escándalos), mientras Meghan había optado por lo contrario
El timing de ambos hechos no era, ni mucho menos casual, y dejaba claro un mensaje: que la Casa Real británica no iba a quedarse de brazos cruzados mientras era atacada por los Sussex desde Los Ángeles. De hecho, se visibilizaba que mientras Kate había aprendido las normas de la realeza (actuar con discreción y sin escándalos), Meghan había optado por todo lo contrario y no había tenido reparo alguno en airear los trapos sucios con Oprah Winfrey.
De nuevo la guerra entre las cuñadas, la confrontación de dos modelos antagónicos: una, Kate, modosa, responsable, intachable; la otra, Meghan, rebelde, caprichosa e incapaz de entender lo que significaba la monarquía. Era la narrativa que se había instalado desde el principio del matrimonio de los Sussex, cuando Meghan y Harry sellaron su unión en la capilla de San Jorge en el palacio de Windsor.
Era la narrativa que iba a condenar a Meghan a recibir críticas no siempre justas: los tabloides se hartaron a comparar a las cuñadas y comenzaron a echar en cara a Meghan comportamientos que en Kate habían defendido. Si Meghan hablaba de feminismo era una provocación innecesaria; si Kate lo hacía era un soplo de aire fresco. Si Meghan vestía de alta costura era un derroche de dinero insultante; si Kate hacía lo mismo era una ayuda indispensable a un sector clave económico.
Sin embargo, en Buckingham eran plenamente conscientes de que una cosa era lo que los tabloides —y el establishment— se empeñaban en hacer creer, y otra muy distinta, lo que la opinión pública creía. Y la verdad es que, a pesar de lo que se cree comúnmente, había costado lo indecible que Kate cuajara en la opinión pública.
Meghan se podrá quejar de que la prensa la ha machacado —y algo de razón lleva—, pero hubo una época en que Kate también tuvo que aguantar lo suyo. Aunque pocos lo recuerden, antes de que Meghan entrara en escena, el objeto de muchas críticas —y críticas despiadadas— de los tabloides era Kate Middleton.
El largo aprendizaje
Los esfuerzos de Kate han dado sus frutos y hoy es una figura respetadísima entre los ingleses. Tanto, de hecho, que la reciente entrevista de Meghan y Harry no ha hecho más que reforzar su prestigio. A pesar de que Meghan reconoció que Kate la había hecho llorar (y que luego se disculpó), los ingleses han pasado por alto este detalle y se han centrado en lo que palacio quería que viesen: que mientras Meghan parecía una simple celebrity aireando sus intimidades en televisión, Kate parecía digna y regia, la imagen perfecta de una futura reina consorte.
Sin embargo, no deja de ser una ironía que Meghan podría haberla eclipsado fácilmente. Si comparamos con sinceridad, Meghan estaba mejor preparada para haber triunfado en la familia real. Para empezar, era mucho más moderna que Kate y tenía una vena humanitaria importante.
Meghan había tenido que labrarse una carrera como actriz desde cero, lanzó su propia página web de lifestyle (TheTig.com), consiguió acuerdos importantes con compañías y creó su propia línea de ropa. Por muchos defectos que tenga, nunca se le podrá acusar de no ser trabajadora, inteligente y tenaz. Porque lo es, y mucho. Además, no hay duda de que es una gran defensora de los derechos de la mujer y que se esfuerza por ayudar a los demás. Por no decir que encajó mejor en la familia real desde el principio: congenió enseguida con la reina y se llevó bien con Carlos. Incluso los corgis se portaron bien con ella, cosa que rara vez pasa.
Meghan demostró una gran impaciencia, mientras que Kate entendió que era una carrera de fondo
Pero Meghan pecó justamente allí donde Kate triunfó: Meghan demostró una gran impaciencia (quiso ser una estrella desde el primer momento), mientras que Kate entendió que era una carrera de fondo y que había que dosificarse. Meghan se hundió frente a las primeras críticas que le lanzaron los tabloides; Kate se calló dignamente y siguió adelante. Meghan creyó que ya lo sabía todo y que iba a inaugurar un nuevo estilo de la realeza; Kate supo que había que hacer cambios poco a poco y con mucha diplomacia.
Kate ha ganado el round con su cuñada por goleada. Mientras veía la entrevista, Kate sin duda sonreía para sus adentros.
Ana Polo Alonso es la editora de Courbett Magazine, una publicación digital sobre libros, diseño y cultura. También es la creadora del podcast Sin Algoritmo, centrado en novedades literarias. Publicará próximamente una biografía sobre Jackie Kennedy y está trabajando en una biografía sobre la reina Isabel II de Inglaterra.
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