La boda de Carrie y Boris Johnson en la catedral de Westminster el sábado 29 de mayo de este mismo año marcó un hito histórico: era la primera vez en 250 años que un primer ministro se casaba estando en ejercicio. Desde 1822, para ser exactos, cuando Lord Liverpool dio el sí quiero a Mary Chester.
Desde luego, a Boris Johnson le gusta sobremanera esto de romper tradiciones: es el primer primer ministro que ha vivido con su novia en Downing Street, el primero que es católico y es tan solo el tercer primer ministro divorciado que accede al cargo desde 1721. Eso sí, la diferencia de edad con su recién estrenada esposa (23 años se llevan: él tiene 56 y ella, 33) no es nuevo: Anthony Eden se llevaba también 23 con su segunda esposa, Clarissa.
A Boris también le encanta dar grandes campanadas y anuncios sorpresa y, por ello, su relación con Carrie ha estado jalonada por comunicados exprés y unos cuantos escándalos. Sin ir más lejos, los propios británicos se enteraban de la noticia de su boda al día siguiente de producirse, cuando Downing Street hizo público un escueto comunicado y se colgaron algunas fotografías de los novios.
Ella llevaba un bonito vestido de tul y encaje inspiración bohemia (eso que ahora se llama boho chic), diseñado por el griego Christos Costarellos para la firma My Wardrobe HQ y una guirnalda de flores en el pelo. Según el Daily Mail, el traje había costado 2.870 libras esterlinas (unos 3.300 euros), aunque hubo quien dijo que el vestido era, en realidad, alquilado.
Toda la prensa comentó —con sorpresa y alguna que otra alusión jocosa— que el primer ministro, normalmente con el pelo como si le hubiera pasado un tornado y tuviera alergia a las tijeras de un peluquero— se peinó para la ocasión. A la ceremonia, dadas las restricciones por el coronavirus, sólo asistieron treinta personas. Entre ellos, por supuesto, estaba Wilfred, el hijo de la pareja, de un año de edad.
Primer acto oficial en el G7
El nuevo matrimonio no se dejó ver en público hasta días más tarde. Eso sí, su primer acto oficial como marido y mujer fue a lo grande: como anfitriones de los mandamases del G7 en la playa de Carbis Bay, en Cornualles. La prensa no tardó ni un segundo en analizar pormenorizadamente el comportamiento y, sobre todo, el atuendo de la nueva señora Johnson.
Y ella, todo hay que decirlo, no defraudó: un día apareció con un bonito vestido en rosa fucsia de Roksanda (1.400 libras esterlinas o 1.600 euros), en otra ocasión alquiló un traje con botonadura delantera en color mostaza de Alice Early (por lo que se han dicho, se puede alquilar por ocho libras diarias). El último día también optó por alquilar ropa y llevó un traje de Damselfly London.
Las compañías de moda, desde luego, ya tienen nueva musa y la prensa británica ya ha comentado que Carrie Johnson, como ella quiere que se la conozca (ha renunciado a su apellido de soltera, Simmons), es la nueva duquesa de Cambridge, en referencia a que se agota en las tiendas en cuestión de segundos todo lo que se pone.
Durante la cumbre del G7, además, tuvo más protagonismo Carrie que Kate Middleton: aunque ambas tuvieron agenda con Jill Biden, la primera dama estadounidense, fue Carrie la que consiguió las imágenes más mediáticas, como la de ambas paseando por la playa con Wilfred. Jill Biden subió la imagen a su Twitter y proclamó: "La relación especial entre el Reino Unido y Estados Unidos sigue adelante".
El currículum activista de Carrie Johnson
Fue, sin duda, un gran triunfo político y de imagen, pero Carrie no quiere que se la encasille como una simple adicta a la ropa e insiste en proyectar una imagen con mucha más sustancia: el de una mujer profesional y moderna, madre trabajadora, con agenda propia y un fuerte compromiso con los temas que la apasionan.
De hecho, en sus redes sociales (es una apasionada de Twitter y de Instagram), ella se define como "conservacionista. Directora de comunicación en la Fundación Aspinall. Luchando contra la polución del plástico en Oceana. Patrona en la Conservative Animal Welfare Foundation". En su cuenta de Twitter hay más referencias a la crueldad contra los animales y al número de botellas que se lanzan al mar que a las políticas de su marido o su acción de gobierno.
Carrie quiere poner en valor que no es la típica "esposa de" y en todos los perfiles que se escriben sobre ella insiste en que se destaquen sus credenciales. Para comenzar, viene de una familia de fuerte vocación periodística y bastante de izquierdas. Su abuelo paterno, John Beavan, barón de Ardwick, fue un prestigioso editor y un diputado parlamentario por el partido laborista. Su padre, Matthew Symonds, fue uno de los fundadores del diario The Independent y su madre, Josephine McAffe, era la responsable de los servicios jurídicos en la redacción.
Carrie (nacida el 17 de marzo de 1988) creció en Londres y recibió una esmerada educación, primero en los colegios privados de Godolphin y Latymer y luego en la universidad de Warwick, en donde se graduó en Historia del Arte y Artes Escénicas.
Al recibir su diploma pensó en ser actriz y se presentó a una audición para un pequeño papel en la película Expiación, protagonizada por Keira Knightley. No lo consiguió y se centró en otros derroteros: tras un trabajo de poca monta en marketing, se unió a la campaña del conservador Zac Goldsmith para conseguir un escaño por la circunscripción de Richmond Park y North Kingston.
Por aquel entonces, Carrie no estaba aún excesivamente interesada en la política en general ni en los conservadores en particular, pero su experiencia laboral con Goldsmith hizo que el picara el gusanillo. Ambos eran grandes defensores del medio ambiente y también euroescépticos.
Maestra del 'networking'
Carrie fue subiendo escaños en el partido: en 2010 se convirtió en técnica de prensa del partido conservador y poco más tarde, en jefa de servicios de vídeos. Todos la recuerdan como una joven inteligente, capaz, con mucha confianza en sí misma y también como alguien con una capacidad innata para hacer networking: sus habilidades para encandilar a mandamases son legendarias e incluso sus críticos más acérrimos han reconocido que sabe ser sumamente encantadora.
También que tiene un magnífico olfato para captar la opinión pública y los vaivenes emocionales de los británicos, un pueblo flemático y racional en algunas ocasiones y cambiante y altamente emocional en otras. Quizás por ello, desde el principio se unió a la campaña por el Brexit y trabajó codo con codo con la plataforma Vote Leave, donde pudo conocer mejor a Michael Gove y a Dominic Cummings, entonces director del movimiento para la salida de la Unión Europea. Por no decir que colaboró estrechamente con un hombre siempre mal peinado, excesivamente enérgico, tan excéntrico como interesante: su nombre era Boris Johnson.
A Boris, todo hay que decirlo, ya lo conocía de antes. De hecho, participó en su campaña para la reelección a la alcaldía de Londres. No se sabe cuándo comenzaron a ser pareja, pero algunos diarios consideran que debió ser en 2018. En todo caso, los periódicos no empezaron a hablar de ella hasta principios del 2019.
Para entonces, ella ya había dejado la política como modo de vida principal: aunque los conservadores la tenían en gran estima e hizo un muy buen trabajo mejorando el perfil del partido en Instagram, Carrie no se acabó de entender con la primera ministra Theresa May, quien la veía demasiado próxima a Gove y a Johnson. En 2018, Carrie recogió sus cosas y se marchó como Relaciones Públicas a Oceana, una ONG que se dedica a proteger el fondo marino. En 2021, se unió a la Fundación Aspinall, también centrada en temas medioambientales, como directora de comunicación.
Una historia de amor turbulenta
Cuando en marzo de 2018 Carrie celebró su fiesta de 30 cumpleaños, Boris fue invitado a la fiesta y, según relató The Guardian, ambos se mostraron acaramelados y sumamente felices (él incluso lo dio todo en la pista de baile cuando pusieron un disco de Abba). Por aquel entonces él aún estaba casado con Marina Wheeler, una abogada de Derechos Humanos y escritora, con la que llevaba unido 25 años y con la que tenía cuatro hijos. (Antes Boris también había estado con Allegra Mostyn-Owen durante seis años. Se casaron en 1987).
Era vox populi que Boris Johnson le era infiel de vez en cuando a su esposa. Su vida sentimental, desde luego, ha sido bastante movida: en 2004 fue expulsado de las primeras filas del Partido Conservador después de que mintiera a la cúpula directiva sobre su affaire con una periodista. En 2013 se hizo público que, cuatro años antes, en 2009, Boris había tenido una hija fuera del matrimonio mientras era alcalde de Londres.
Teniendo en cuenta los antecedentes, muchos aseguran que Carrie podría haber sido tranquilamente otra más en la lista, pero que Marina se hartó. El periodista Tom Bower, autor de una reciente biografía sobre Boris Johnson, defiende que el matrimonio lo acabó ella y que, si Marina no hubiera dado el paso, la aventura con Carrie se habría acabado tarde o temprano, como pasó con alguna otra en el pasado.
Pero esta vez fue diferente y Carrie fue conquistando poco a poco más espacio en la vida de Boris. Cuando él anunció su intención de presentarse a las elecciones generales, ella estaba en la audiencia. Cuando Boris ganó en julio de 2019, entró solo a Downing Street, pero se sabe que al cabo de poco tiempo ella se fue a vivir con él (la prensa la comenzó a llamar la first girlfriend, la primera novia). Meses más tarde, cuando él convocó de nuevo elecciones y volvió a ganar, Carrie y él ya entraron juntos a la residencia oficial del primer ministro.
La principal asesora de Boris Johnson
Muchos creen que Carrie se ha convertido en la verdadera jefa de gabinete de Boris o, como mínimo, en su principal asesora. Otros directamente lo niegan, si bien reconocen que la influencia de ella sobre él ha sido importante en algunos ámbitos.
Por ejemplo, gracias a ella Boris se ha hecho un gran defensor de los derechos de los animales y también ha comenzado a participar en actos de apoyo a la comunidad LGTBI. Durante la pandemia, ella apareció en un evento virtual para apoyar a candidatos homosexuales y convenció a Boris de que apareciera unos instantes y dijera algo.
El gesto sorprendió a muchos, básicamente porque Boris no destacaba precisamente por ser un defensor de esta causa. Incluso en el 1998, escribió una columna claramente homofóbica donde había tildado a los gays de tank-topped bum boys, una expresión insultante para referirse despectivamente a los transexuales.
También Carrie ha ayudado mucho a visualizar los crímenes sexuales. Ella misma fue víctima de uno: en 2007, cuando tan sólo tenía 19 años y estaba esperando un autobús, un taxista se paró delante de ella y se ofreció a llevarla a casa por tan sólo cinco libras esterlinas. Ella se subió sin saber que aquel hombre era John Worboys, un hombre que subía al taxi a jovencitas para abusar sexualmente de ellas. Él le ofreció champán (ella lo rechazó) y luego una copa de vodka (ella aceptó).
Carrie tan sólo recuerda vomitar y reírse histéricamente antes de desmayarse y no despertarse hasta las tres de la madrugada del día siguiente. Cuando el hombre fue detenido un par de años más tarde, Carrie fue una de las mujeres que testificó.
¿Una nueva Maria Antonieta?
Aún reconociéndole los méritos a Carrie en algunos aspectos, sus críticos creen que su papel en Downing Street es mucho más profundo, incluso maquiavélico. No hay duda, por ejemplo, de que Carrie llegó a odiar a Dominic Cummings, el principal artífice del Brexit y luego valido de Johnson. Dicen las malas lenguas que ella maniobró en la sombra para que le expulsaran. Él no tardó en tildarla de Princess Nut Nut y la describió como manipuladora y dominante.
Según publicó The Guardian, algunos en Downing Street llegaron a tener tanta ojeriza a Carrie que la consideraban indudablemente encantadora, pero también tóxica. Durante semanas, la prensa británica se puso las botas con las luchas de poder internas y el asunto llegó a tintes tan surrealistas que acabó pareciendo un Juego de Tronos a la británica donde había dos bandos enfrentados: que si Carrie era víctima del machismo más recalcitrante, que si Boris a su lado era un mero calzonazos, que si era brillante, decidida y no tenía pelos en la lengua, que si era una nueva Maria Antonieta, etcétera.
La verdad, seguramente, debe estar en un salomónico punto medio, aunque Carrie, astuta, ha dado un giro importante a su imagen en los últimos meses para suavizar la imagen. Adiós a la Carrie que parecía el poder en la sombra; hola a la Carrie madre, profesional moderna y con un semblante más suavizado.
Ahora, en los perfiles que se escriben sobre ella se destaca continuamente su papel como madre (el pequeño Wilfred, el primer hijo de la pareja, nació hace un año). También se deja claro que la pareja ha pasado por episodios muy duros, como cuando contrajeron el coronavirus (él incluso llegó a tener que ser ingresado en cuidados intensivos). Hace poco hicieron pública su boda y en los actos del G7 se les ha visto unidos y muy compenetrados.
Todo en favor de una nueva narrativa: Carrie como una mujer interesante y ejecutiva con un rol importante que jugar como diplomática no oficial. Sus fotos con Jill Biden, desde luego, le ayudaron muchísimo a consolidar esta nueva imagen.
Genio y figura. Estoy segura de que esta mujer nos va a dar grandes momentos en el futuro.
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