Si existe un lugar en Beirut que condensa la tumultuosa historia reciente del Líbano, ese es el hotel Phoenicia. En sus seis décadas de vida, el establecimiento más lujoso del país ha caído víctima de todas las tragedias. Durante la guerra civil, fue protagonista de la apodada “Batalla de los hoteles”. En 2005 una furgoneta bomba estalló a sus puertas, asesinando al ex primer ministro Rafik Hariri. La explosión del puerto que hace hoy un año desfiguró la capital cruzó como un vendaval sus estancias. El Phoenicia continúa cerrado, enfrascado aún en la tercera resurrección que, en medio de un país hundido en una grave crisis institucional, lidera un español.
“Sigo recordando la explosión como si fuera ayer. En mis treinta y tres años trabajando en esta industria nunca vi una desgracia parecida a ésta”, confiesa Manrique Rodríguez en conversación con El Independiente. Rodríguez, un hispano-costarricense de 57 años, nos cita en las majestuosas escalinatas por las que se accede al hotel, ubicado en el barrio de Minet El Hosn frente a la siempre animada corniche de Beirut. Es última hora de la tarde y el vacío inunda el lobby. Un denso silencio habita las salas que se recuperan del cataclismo, una de las mayores explosiones no nucleares de la historia.
Unos cuantos empleados de seguridad montan guardia en unas entrañas que hace doce meses sufrieron en primera línea la explosión de 2.750 toneladas de nitrato de amonio almacenados en el puerto beirutí. La tragedia sucedió en segundos y se cobró 218 vidas. Al estruendo y la columna de humo elevándose por la ciudad le siguió un tsunami de cristales que recorrió la urbe causando más de 7.500 heridos y dejando sin techo a 300.000 vecinos en un radio de 20 kilómetros. Las heridas siguen hoy muy presentes en el callejero de Beirut, comenzando por su hotel más icónico. “Es que parece que sucedió ayer mismo. Yo recuerdo el hotel lleno de vidrio y aún veo a nuestros clientes saliendo de las piscinas con los pies ensangrentados”, evoca Rodríguez.
Un 'terremoto' que destruyó media ciudad
“Fue impresionante. Yo tuve suerte porque me encontraba en mi despacho. Diez minutos antes había estado en la torre B, la que sufrió los daños más graves. Allí las ventanas fueron succionadas y arrancadas por completo. Recuerdo que estaba con mi número dos. Lo primero se sintió como un terremoto. Unos 15 segundos después, vino la explosión. El techo colapsó y, al salir al lobby, nos encontramos con una zona de desastre. Ese día teníamos más de 200 huéspedes y, como la explosión sucedió alrededor de las 6 de la tarde, la mayoría estaba en la piscina. Para la magnitud, fue un milagro que no tuviéramos que lamentar fallecidos”.
En los confines del hotel medio centenar de huéspedes y unos 25 trabajadores sufrieron heridas y contusiones. “Una cosa que me chocó muchísimo y que todavía lo recuerdo de mala gana es el hecho de que tres semanas semanas después de la explosión, cuando entrabas en las habitaciones y a pesar de que habíamos limpiado, ponías una mano en algún lugar, todavía te cortabas de la cantidad de vidrio que había por todos lados”, reconoce.
La clientela fiel del Phoenicia, desde estrellas a miembros de la realeza, no ha vuelto desde entonces. El 4 de agosto de 2020 el hotel cerró unas puertas que continúan hoy clausuradas a cal y canto. La restauración está siendo más costosa y complicada de lo que pronosticaron sus responsables. “Es un edificio muy grande, con cerca de 500 habitaciones, dieciocho salas de banquetes y cuatro restaurantes. La reparación va en línea con el tamaño del edificio. Dedicamos los tres primeros meses a evaluar los daños”, explica Rodríguez.
"Tres semanas después de la explosión, cuando entrabas en las habitaciones, todavía te cortabas de la cantidad de vidrio que había por todos lados"
Un año en cuidados intensivos
La lenta recuperación del Phoenicia no es ajena a la de una ciudad traumatizada un año después, sometida a una monumental superposición de crisis económica, política y social. En octubre de 2019 una multitud inició una ola de protestas contra la corrupción de la élite política y económica que alimentaba el status quo. Desde finales de aquel año la libra libanesa ha perdido el 90 por ciento de su valor en mitad de un incremento desorbitado de los precios. El país, devastado por las cuitas políticas y con problemas de suministro endémicos, lleva casi un año con un Gobierno en funciones y, tras la renuncia de Saad Hariri a mediados de julio, la formación del Ejecutivo ha regresado a la casilla de salida.
“Lamentablemente la situación del país es muy parecida a la de hace un año. Algunas infraestructuras se están recuperando pero seguimos en el mismo limbo político”, admite Rodríguez, que llegó hace tres años para asumir la dirección del hotel con más solera del país y uno de los más distinguidos de la cadena. “Seguimos sin primer ministro y eso no ayuda a la imagen del país”, se queja el hotelero, curtido en el liderazgo de los establecimientos de Intercontinental, con los que ha dado la vuelta al mundo. Desde Venezuela a Australia.
En la capital libanesa, otrora el destino más sensual de los veranos de Oriente Próximo, Rodríguez se ha topado con su misión más ardua, muestra de los “altibajos” de un territorio que avanza hacia el Estado fallido. “En 2019 ganamos el premio al mejor hotel de la región de India, Oriente Medio y África. Pasamos de estar en las nubes a hundidos. Primero fueron las protestas, luego el Covid y finalmente la explosión”, rememora.
En los últimos doce meses, Rodríguez ha ejercido la tutela de un gigante en cuidados intensivos. “Cuando empezamos a abrir techos y columnas, nos dimos cuenta de que los conductos de aire acondicionado y de absorción de las cocinas se habían desprendido. Son como las venas del hotel y hubo que repararlo todo”, arguye. “La explosión fue de tal dimensión que tuvimos que recuperar las piedras amarillas de la fachada que habían caído y volverlas a pegar”, detalla. La cercanía al puerto convirtió el cinco estrellas en una trampa de vidrio y aluminio.
“La estructura está intacta pero hemos tenido que retirar unos ocho camiones de vidrio, que reventó por completo, y cuatro o cinco toneladas de aluminio”, comenta Rodríguez. “El análisis técnico desveló que no había puerta del hotel que se salvase. Todo el aluminio había quedado comprometido y hemos tenido que cambiarlo. Estamos ya en la fase final”, dice quien confía en reabrir el próximo octubre, con el viento a favor de la reactivación de los desplazamientos.
En sus estancias y las de los cercanos Holiday Inn y Saint George se libró la bautizada como “Batalla de los hoteles” durante la guerra civil libanesa
FOTO: Un combatiente abre fuego desde el Phoenicia
La tercera resurrección del Phoenicia
Cuando las puertas vuelvan a dar la bienvenida a los huéspedes, Rodríguez -que aspira a jubilarse en Madrid, “mi casa”- habrá firmado la tercera resurrección del Phoenicia, un símbolo como ningún otro de la resiliencia del país de los cedros, un crisol de suníes, chiíes y cristianos baqueteado por los conflictos. El hotel, establecido en 1961 por el magnate local Najib Salha, se convirtió pronto en el lugar escogido por la alta sociedad libanesa para celebrar bodas y festejos. Hasta que en 1975 la guerra civil lo transfiguró en trinchera y territorio de francotiradores.
En sus estancias y las de los cercanos Holiday Inn y Saint George se libró la bautizada como “Batalla de los hoteles”. El Holiday Inn, hoy abandonado, conserva aún el armazón mutilado por aquella contienda. El Phoenicia fue pasto de las llamas y durante más de dos décadas permaneció con su fachada carcomida por el fuego y el plomo. A finales de la década de 1990 los hijos del fundador se embarcaron en su restauración. Reabrió en 2000 pero, un lustro después, el asesinato de Rafik Hariri frente al hotel lo envió de nuevo a quirófano durante tres meses.
"Lamentablemente la situación del país es muy parecida a la de hace un año. Algunas infraestructuras se están recuperando pero seguimos en el mismo limbo político"
“En 2005 el hotel sufrió daños, no de la magnitud de ahora, pero bastante similares”, señala Rodríguez. “Se trata de un hotel que ha sido destruido tres veces y tres veces se ha levantado”, balbucea el artífice de su nuevo regreso a escena. En la propiedad, que sigue en manos de la familia del fundador, ha pernoctado una interminable retahíla de celebridades y miembros de la realeza, desde Shakira, Frank Sinatra, Julio Iglesias o Sting hasta Alberto de Mónaco, el rey Felipe VI o Jimmy Carter. En sus salones ha acaecido la historia del Líbano y sus exteriores han servido de plató en filmes como “El hombre de la pistola de oro”, de la saga del agente 007, o “24 horas para matar”.
En sus habitaciones han pernoctado desde Shakira, Frank Sinatra, Julio Iglesias o Sting hasta Alberto de Mónaco, el rey Felipe VI o Jimmy Carter
“El Phoenicia es, como se dice, una gran dama y una institución de este país. Prácticamente todo lo que ha pasado política y socialmente ha sucedido aquí”, subraya su actual director. “Si las paredes hablasen tendríamos historias para los próximos veinte años”, desliza. Uno de los retos de la reapertura es suplir al personal que, como muchos otros beirutíes, optó durante estos meses por poner tierra de por medio, cansado de una destrucción cíclica.
“Si las paredes hablasen tendríamos historias para los próximos veinte años”
FOTO: El hotel Phoenicia en la década de 1960
“Por desgracia hemos perdido a mucha gente. Estamos ahora con el reclutamiento. Es una de las cosas más tristes que hemos visto. El Líbano está perdiendo mucho talento. Mucha gente se está yendo porque tiene mejores oportunidades en el extranjero”, cuenta, empecinado ahora en obrar el enésimo milagro. “El día en el que este hotel vuelva a abrir, será una gota de optimismo para el país porque es parte de todos los libaneses”, narra. El Phoenicia volverá a latir entonces con el tictac de una ciudad que trata de recuperar el hálito. “Lo bueno es que los libaneses son unos luchadores y ves que la gente abre pequeños restaurantes y se inventa el modo de vida. El pueblo quiere salir adelante”.
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