Su repentino exilio coincide con la promoción de su última novela, una nueva entrega de su inspector Dolores Morales. Y ambos episodios, uno traumático y otro feliz, están hilvanados a su irrevocable decisión de no callar. El nicaragüense Sergio Ramírez, premio Cervantes 2017, paga con el destierro la osadía de haber convertido en ejercicio literario las revueltas populares que estallaron en 2018 contra el régimen de Daniel Ortega, quien fuera hace décadas su camarada en el sandinismo. “La situación que he vivido viene acumulándose a una distorsión de vida que podríamos llamar ordinaria. Hay que enfrentarlo”, desliza, tranquilo, en una entrevista con El Independiente.
Ramírez (Masatepe, Nicaragua, 1942) mantiene la serenidad tras la semana más turbulenta de su biografía reciente. “Las entrevistas no son fatiga”, dice cuando la conversación se abre paso en una mañana de cielo límpido y tráfico denso. Es mediodía y Ramírez, con sus 79 años, observa una céntrica calle de Madrid desde la cristalera del hotel. Un paisaje distante al jardín de su casa de Managua, diseñada por una de sus hijas, a la que ha cancelado cualquier retorno, hasta nueva orden. Unos 8.500 kilómetros y un nuevo exilio le separan de su paraíso. Un abismo similar al trazado entre los sueños de la revolución sandinista de la que fue dirigente en las décadas de 1970 y 1980 y su desengaño presente.
Mi espacio es una biblioteca muy bella, con 8.000 libros. Me gusta caminar por la biblioteca y saber que yo sé dónde está cada libro, que no soy un extranjero en ese mundo
Pregunta.- No sé si en el tumulto de esta última semana ha tenido tiempo para pensar en su futuro más inmediato…
Respuesta.- Pues sí. La verdad es que yo me convierto en un escritor exiliado. Más allá de la carga emocional que tiene la impotencia de saber que no se puede regresar al país natal, lo que tiene que saber un escritor exiliado es dónde va a colocar su ordenador. Uno tiene que tener un lugar fijo de escritura. Y ese encierro no deja de ser un exilio en cualquier parte. Yo escribo dentro de cuatro paredes y me encanta ver mi jardín en Managua, los pájaros que llegan a posarse porque es un bosque muy lindo el que rodea mi casa, diseñada por mi hija. Mi espacio es una biblioteca muy bella, también de dos pisos con 8.000 libros. Me gusta caminar por la biblioteca y saber que yo sé dónde está cada libro, que no soy un extranjero en ese mundo. Todo eso se pierde. Pero mi computadora sí la puedo poner en otra mesa y puedo cumplir con el oficio de escribir. La escritura no es errante, porque la escritura es un hecho, un hecho fijo.
P.- ¿Ha podido aclarar esta semana dónde colocará ese ordenador a partir de ahora?
R.- Lo tengo en Costa Rica, pero lo puedo llevar a cualquier parte donde yo sienta que me siento bien. Ahorita en los próximos dos meses voy a quedarme en España y aquí voy a instalar mi ordenador, también en Madrid. Iré viendo qué me trae el futuro, sin desesperarme mucho de adivinar qué trae. El futuro de un exiliado siempre es cambiante. No es lo mismo estar exiliado cuando uno es joven que a la edad que yo tengo. Entonces la idea del reposo, de la fijación de un lugar es más importante que antes.
P.- ¿Tenía a estas alturas de su vida preparada una mudanza como ésta?
R.- No, nunca está uno preparado para eso. Cuando yo salí de Nicaragua tenía dudas de mi regreso. Yo me fui a Estados Unidos en junio porque tenía que hacerme una revisión médica en Nueva Orleans. Y yo sentía que ciertos factores de inseguridad comenzaban a presentarse. Me habían llamado a declarar a la Fiscalía de manera arbitraria por un caso de lavado de dinero. Un cargo absurdo. Yo fui a declarar, pero cuando salí con mi maleta era una maleta de un viaje ordinario, no era para llevarme cosas y no volver. Cuando llegué a Estados Unidos me di cuenta que en el mismo avión en que yo había salido, había llegado Arturo Cruz, que era otro candidato presidencial y había sido detenido en el aeropuerto. Y luego comenzaron otras detenciones. Me di cuenta que la cosa iba cambiando la naturaleza, después de la prisión de Dora María Téllez y Hugo Torres, que fueron compañeros de lucha contra Somoza. Entonces me fui convenciendo cada vez más de que volver era un riesgo mayor. Que la cosa iba cambiando de color, sobre todo, cuando supe que mi novela estaba retenida en la aduana y eso ya era un aviso mayor. Nunca se ha retenido un libro en la historia de Nicaragua, excepto un libro sobre Sandino que mandó retener Somoza pero que luego dejó entrar. Y obviamente, el siguiente paso fue abrir un caso penal contra el autor de la novela. Ahí me di cuenta de que ya las cosas habían cambiado totalmente.
P.- Usted considera su nueva novela, “Tongolele no sabía bailar” (Alfaguara), el detonante de su destierro. ¿Han cambiado los acontecimientos de la última semana su percepción sobre su libro? Es, digamos, como si se le hubiera agregado un nuevo capítulo…
R.- Creo que cada vez se fue alzando una intolerancia mayor contra quienes son críticos al gobierno. Yo no soy dirigente político, no soy candidato, pero siempre he sido muy crítico. Tuve que escribir una columna que se publica en El País y muchos otros diarios en América Latina. De los últimos diez artículos, había escrito por lo menos ocho sobre Nicaragua. Entonces yo siempre tenía puesto el dedo en la llaga y eso irrita. Y, después, viene encima la novela. Entonces yo estoy en la lista de los críticos que se vuelven intolerables para el régimen.
La gran desgracia de los militares de la revolución del 1979 es que la inmensa mayoría solo llegó a leer manuales soviéticos
P.- En un pasaje del libro, uno de los personajes dice: “Traicionó a la revolución por su egolatría, y por su ignorancia ideológica. Alguien que se preciaba de no haber leído nunca a los clásicos del marxismo-leninismo, y aún así hablaba de lucha de clases”. ¿Qué le sucede a los tiranos con los libros?
R.- Yo creo que son un estorbo. Todo libro contiene un pensamiento crítico, a menos que se trate de manuales de enseñanza de marxismo-leninismo, que no es de ninguna manera crítica. La gran desgracia de estos dirigentes de la revolución, los militares de la revolución del 1979, es que la inmensa mayoría lo que llegó a leer son manuales soviéticos o los manuales de Marta Harnecker y no tenían, no sabían o nunca supieron que para para leer a Engels había que leer primero a Hegel. Eso estaba más allá de sus posibilidades, facultades y eso envuelve de ignorancia una causa. Y la ignorancia es la que provoca principalmente la intolerancia. No nadie más intolerante que un ignorante.
P.- Imagino que sabe que aquí la dictadura franquista gritaba aquello de “Viva la muerte, muera la inteligencia”. ¿Le preocupan las secuelas que el tiempo de Daniel Ortega deje en Nicaragua?
R.- La sociedad ya las tiene, porque el sistema de educación es una cosa realmente escalofriante. Los niños aprenden en la escuela el adoctrinamiento político y la pobreza de la educación.
P.- Esta novela se centra en las manifestaciones de 2018 en Managua y otras ciudades. ¿Cuándo se convenció acerca de que tenía que escribir sobre ello?
R.- Desde que se dieron los acontecimientos, yo comencé a reunir materiales para escribir unas crónicas sobre los hechos más relevantes que se dan a partir de abril 2018. Logré escribir esas crónicas, pero me di cuenta de que no eran más que crónicas de segunda mano porque había tomado informaciones de distintas fuentes y que como un libro de crónicas de segunda mano, no me interesaba. Me interesaba poner estos hechos en la relevancia de un trabajo de ficción, que es donde verdaderamente podían funcionar. Y me dediqué a escribir la novela amparado en los meses de la pandemia y a medida que lo iba escribiendo me iba dando cuenta de que era un libro explosivo por los acontecimientos que narra, por la contemporaneidad de estos acontecimientos y porque contradecía frontalmente la tesis oficial del régimen de que lo que había habido en Nicaragua era un golpe de Estado fraguado en las calles por estos muchacho desarmados.
P.- Recordemos que la represión de las revueltas se cobra alrededor de 400 vidas y provoca miles de exilios. Imagino que el proceso de escritura debió de ser doloroso para usted…
R.- El antecedente de esto es cuando recibí el Premio Cervantes. Introduje un párrafo antes de pronunciar el discurso, donde mencionaba estos hechos, porque eran unos hechos que entraban dentro de mi conciencia. No podía hablar yo de literatura en un discurso de esta naturaleza si no hablaba de estos hechos fundamentales y luego sabía que lo llevaba cargado encima de mí y que debería darle salida literaria.
El problema es que Ortega convirtió a todas las instituciones en soporte de la tiranía
P.- Fue vicepresidente de Nicaragua hasta 1990. A partir de ahí se desliga del sandinismo oficial y aboga por una renovación. ¿Qué le hubiera pasado a Nicaragua si hubieran ganado sus postulados?
R.- Creo que hubiéramos podido situar al país en un camino democrático distinto. Quizás no estaríamos en el poder, pero habríamos abierto las puertas de la democracia y ayudado a educar a las instituciones en la democracia, no en la tiranía. Porque el problema es que Ortega convirtió a todas las instituciones en soporte de la tiranía. Al ejército y a la policía. Ambas habían logrado un proceso de modernidad hasta que Ortega volvió al poder. Habían conseguido un grado de institucionalidad y apoliticidad, como deben ser estas instituciones de servicio público. Ahora son instrumento de la tiranía. Quizá podíamos haber ayudado a cambiar el rumbo del país.
P.- Gobernó al lado de Ortega. ¿Fue capaz entonces de predecir una deriva autoritaria como está, con su esposa como vicepresidenta?
R.- Entonces era muy difícil porque era otra forma de poder. En primer lugar, la esposa de Ortega no tenía ninguna vela en ese entierro, no tenía ninguna influencia o era marginal. Ella se apodera del poder después de la derrota electoral de 1990 porque hace un pacto con Ortega. Lo protege ante la acusación de violación que le hace su hija a cambio de una cuota de poder.
P.- Me figuro que lleva años sin hablar con Ortega…
R.- Muchísimos. Yo diría que 25 años.
P.- ¿Recuerda su última conversación?
R.- Nos encontramos en el cumpleaños de un amigo que había sido ministro de Finanzas, el doctor Joaquín Cuadra. El doctor Juan pertenecía a la élite del país y se había volcado al servicio de la revolución. En esa casa solo había gente de alta burguesía y Ortega, que le tenía cariño, llegó allí y se encontraba totalmente aislado. Me acerqué a hablar pero fue, como le llaman los gringos, un “easy talk” (un conversación fácil, en inglés) [risas]. Unos tres minutos. Aquello fue en 1999.
Lo que transformó a los antiguos revolucionarios de América Latina es la ambición del poder absoluto
P.- ¿Qué ha transformado a los antiguos revolucionarios de América Latina, la sed de poder o el dinero?
R.- La ambición del poder absoluto. La sed de dinero es parte de la misión del poder absoluto.
P.- No es algo limitado a Nicaragua. Recorre toda América Latina. ¿Qué líder encarna mejor el fiasco de la izquierda latinoamericana? ¿Los Kirchner, los Castro, Maduro?
R.- Tiene a los dirigentes del FMLN (Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional) en El Salvador, a los que ahora Daniel Ortega ha hecho nicaragüenses para protegerlos de las acusaciones de lavado de dinero y corrupción en El Salvador. Es un ejemplo. Lo que pasa es que no hay nombres muy famosos allí. Salvador Sánchez Cerén fue siempre un mediocre pero un corrupto.
P.- ¿Por cuánto tiempo cree que puede mantenerse esa pareja presidencial al frente de Nicaragua?
R.- Es un misterio, pero no creo que todo el tiempo. Cuando se comienza a acumular poder y a aislarse de todo el mundo como ellos están buscando, tirando escupitajos al que les tiende la mano como México, España o Argentina pues no quieren ninguna mediación o no quieren un entendimiento, en el fondo, son signos de inseguridad. Si quieren seguir acumulando poder y más poder es un signo de inseguridad.
El sandinismo es un partido jurásico. La retórica de Ortega es cada vez más vana y falsa
P.- Militó en el sandinismo. ¿Tiene algún arreglo el movimiento?
R.- El sandinismo cada vez se está deteriorando más como fuerza política. Yo creo que en el futuro de Nicaragua quienes van a poder competir por el poder, por un futuro distinto, van a ser las fuerzas que se modernicen. Yo veo al sandinismo como un partido jurásico fundado en ideas absolutamente obsoletas. Las ideas de la revolución a las que todavía Ortega se refiere en su discurso lo que esconden es el amor al absolutismo, la necesidad del poder absoluto, la retórica cada vez más vana y más falsa. Los símbolos de su esposa son símbolos esotéricos y además psicodélicos. Es como si fueran de los años 60, de los Beatles o los Rolling Stones. Su música es esa. Entonces es algo del pasado. No va a poder funcionar en el futuro. Tendría que haber en el sandinismo una reconstrucción muy profunda para que actúe como una fuerza competitiva en la política en Nicaragua y pueda representar a la izquierda, que para mí hoy no la representa, porque las leyes represivas que Ortega ha dado, empezando por la defensa de la soberanía nacional, es una ley como las de Benito Mussolini.
P.- ¿Qué problema tiene la izquierda latinoamericana con la democracia liberal?
R.- La izquierda más ortodoxa no ha terminado de aceptar que vivimos en un mundo donde las reglas del mercado no van a desaparecer y todavía siguen viendo la socialdemocracia, que es la que trata de modificar las reglas del mercado en beneficio de los más pobres, como una némesis, como algo que es temible con esa idea de viejo socialismo irrealizable. El socialismo dueño de los medios de producción que distribuye la riqueza es una idea obsoleta, irrealizable. Pero hay gente que por razones ideológicas creen eso y al mismo tiempo añoran al padrecito Stalin.
En Chile y en otros países latinoamericanos hay una izquierda nueva. En la medida que se acerca al centro, va a ser viable
P.- ¿Existe alguna esperanza en la izquierda latinoamericana?
R.- La izquierda es muy variada. Yo estoy hablando de la izquierda anquilosada, pero en Chile hay una izquierda nueva y en otros países también. La izquierda no va a desaparecer. La izquierda moderna tendrá que seguir siendo una fuerza de contrapeso. Izquierdas y derechas no van a desaparecer en el mundo y en América Latina. En la medida en que más se acerquen a las congruencias que significa ir hacia el centro, van a ser viables.
P.- Tiene nacionalidad española. Me pregunto si entiende la fascinación que provoca en Podemos la izquierda de Bolivia o Venezuela…
R.- No lo entiendo pero tampoco tampoco es que esté muy bien informado. No lo estoy.
P.- Anastasio Somoza en 1977, Daniel Ortega en 2021. Son dos situaciones de su vida que parecen paralelas en cuanto a las acusaciones de la Fiscalía. ¿Se siente con fuerzas para seguir luchando ahora?
R.- Luchando desde la literatura y desde mi voz de escritor crítico sí. Luchar por un cambio por parte de organizaciones políticas, no. No es ese mi papel. No olvides que Nicaragua es un país joven, que el 70 por ciento de la población tiene menos de 30 años. No vaya a ser una ofensa que gente que tiene más de 70 años pretenda seguir dirigiendo el país.
P.- Este septiembre se cumplen 200 años de la independencia del país. Y Nicaragua está maniatado por una tiranía…
R.- Se cumplen dos siglos de la independencia de cinco países de Centroamérica, que ha pasado totalmente desapercibida. Nadie le ha puesto mente a los 200 años, que para mí es un hecho trascendental. Pero Centroamérica se encuentra en medio de tantas contradicciones que este hecho pasó de noche. Nicaragua está sometida a una tiranía. Otros países centroamericanos tienen gobiernos ultra corruptos. Es un mal momento para celebrar la independencia.
P.- Dice que va a seguir luchando desde la literatura. ¿Piensa ya en una nueva entrega del inspector Morales?
R.- No, no [risas]. Tendría la historia que decirme qué es lo que tengo que contar.
P.- ¿Encuentra alguna inspiración en esta última semana que está viviendo?
R.- No, todavía estoy procesando lo que me ha ocurrido.
Me arrepiento más de mi trayectoria política. Tuve una vida política larga, compleja, momentos en los que callé y no debía haber callado…
P.- ¿Qué le queda por hacer?
R.- Seguir escribiendo. Tengo muchos proyectos. Un escritor que deja de tener proyectos ya no existe.
P.- ¿Se arrepiente más de su trayectoria política o de la literaria?
R.- De mi trayectoria política, por supuesto. De la trayectoria literaria no tengo nada de qué arrepentirme. Me ha dado momentos muy felices. [¿De qué se arrepiente en política?] Es muy compleja esa pregunta, porque tendría que ir viendo cada momento. Yo tuve una vida política larga, compleja, momentos en los que callé y no debía haber callado…
P.- Decía hace unos días, en compañía de Vargas Llosa, que los escritores no son buenos políticos…
R.- No sé qué clase de presidente hubiera sido Mario [risas]. Tengo mis dudas. Pero el pobre don Juan Bosch [novelista y ex presidente de República Dominicana, fallecido en 2001] creía que estaba gobernando Suiza. Ésa fue su gran equivocación.
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