Después de 16 años con Angela Merkel al frente de Alemania, será difícil imaginar que otro ocupe su lugar. No será así el 27 de septiembre, el día después de la convocatoria electoral, porque de las urnas saldrá un resultado que llevará a negociaciones de coalición, más cortas o más largas como parece previsible, según sea el resultado más o menos ajustado. Lo único seguro es que Merkel no será la próxima canciller.
Y como Merkel se va con la popularidad a su favor los candidatos que aspiran a la Cancillería han tomado de alguna manera como modelo su forma de hacer política, y algunos han copiado hasta sus gestos, como el vicecanciller Olaf Scholz. Su imagen con las manos en forma de corazón delatan su intencionado merkelismo. Incluso los más distanciados de sus posiciones renuncian a la crítica personal sino que la centran más en el gobierno, que en suma es de coalición entre la Unión y el SPD.
Si bien la elección del canciller no es directa en Alemania, ya que son los diputados los que votan al candidato que más apoyos concentre, esta campaña ha estado muy focalizada en las personalidades. Tiene que ver con el vacío que deja la canciller saliente.
De los candidatos a la Cancillería, en realidad solo dos tienen opciones, salvo que la ficción narrada en Borgen se transforme en realidad en Alemania pero sería realmente sorprendente que un partido que quedara tercero o cuarto, como los Verdes o los Liberales, colocara a su líder como jefe del gobierno. Siempre hay una primera vez para todo, y ahora se abren nuevas vías. Laschet y Scholz no descartan intentar formar gobierno aunque sean segundos. No sería la primera vez, pero no es lo habitual.
En primavera sí parecía al alcance de los Verdes que su flamante líder, Annalena Baerbock, fuera canciller porque su designación catapultó a la formación al liderazgo en las encuestas pero la alegría verde duró poco. Ahora serán clave en el nuevo gobierno, si se confirma en las urnas lo que dicen los sondeos, como también lo serán los liberales (FDP), con Christian Lindner en cabeza.
En suma, serán tres hombres (el conservador Armin Laschet, el socialdemócrata Olaf Scholz, el liberal Christian Lindner) y una mujer (Annelena Baerbock) quienes desempeñarán un papel vital en la nueva era que se abre en Alemania. Siempre y cuando no haya gran debacle en alguna de sus formaciones. En ese caso habría cambios de papeles (Laschet no aguantaría un golpe duro en las urnas).
Armin Laschet, el risueño hijo de minero
En la convención de la CDU celebrada en enero pasado, cuando fue elegido como su líder, tras la fallida intentona de Annegret Kramp-Karrenbauer, Armin Laschet (Aquisgrán, 1961) convenció a los delegados conservadores por representar la continuidad con la canciller frente a Friedrich Merz. Su rival se sitúa más a la derecha y con un historial de rivalidad con Merkel que se remonta a los inicios parlamentarios de los dos. "Puede que no sea el mejor en la puesta en escena pero soy Armin Laschet y podéis contar conmigo", dijo entonces el aspirante conservador.
Contó la historia de su padre minero y se presentó como alguien fiable. Y convenció. Entonces era visto como un hombre de centro, con experiencia de gobierno en el Land más poblado de Alemania, Renania del Norte-Westfalia, antiguo bastión socialdemócrata.
Laschet presume de un europeísmo marcado por su nacimiento en Aquistrán, la cuna de Carlomagno, en la frontera con Bélgica y Países Bajos. Incluso asegura que pertenece a su linaje.
Afable y bonachón, su facilidad para la carcajada le ha jugado una mala pasada en la campaña electoral. En julio pasado le grabaron riéndose con ganas en una de la zonas afectadas por las inundaciones mientras el presidente federal, Frank-Walter Steinmeier, con tono serio hablaba con los medios. Y desde entonces no paró de meter la pata, sobre todo por exceso de exposición.
Sus salidas de tono son sorprendentes. En el último debate a siete, este jueves, decía, para explicar su compromiso personal con el medio ambiente, que conduce un coche eléctrico y que le parece "algo divertido". Cuando la lucha contra el cambio climático es uno de los temas de la campaña, la declaración rechina en un aspirante a canciller. Parece que todo se lo toma a chufla. Su fiabilidad se ha visto en riesgo con declaraciones de este tipo.
A su vez, Laschet, como jefe del gobierno de Renania del Norte-Westfalia, ha sido bastante rebelde con Merkel a la hora de gestionar la pandemia. La sanidad es competencia de los Länder y por ello se tomaban las decisiones en conferencias regionales que han provocado más de un dolor de cabeza a la canciller.
En política internacional, defiende una línea muy pragmática con Rusia ("necesitamos a Rusia para muchas cuestiones en el mundo") y también con China para proteger las exportaciones de Alemania.
Católico renano, como se decía al grupo que se asocia a Adenauer, en los 90 dirigió un diario ligado a la Iglesia. Tras un encuentro reciente con el Papa, aseguró que Benedicto XVI sabe "mucho más de lo que pensamos". Está casado con Susanne desde 1985, a quien conoció en el coro parroquial. Tienen tres hijos: Johannes, Eva y Julius.
Olaf Scholz, el robot merkeliano
Es la gran sorpresa de la campaña electoral. Olaf Scholz (Osnabrück, 1958) esta lejos de ser el favorito y despertaba poco entusiasmo hace apenas seis meses. Sin embargo, el ex alcalde de Hamburgo ha sabido aprovechar su cercanía a Merkel para presentarse como quien tienen sus cualidades y a la vez puede representar el cambio. De hecho, Scholz es vicecanciller y ministro de Finanzas desde 2018.
Coincide con Merkel en situarse hoy en día en el ala más moderada de su partido. Y puede presentar su experiencia en la gran coalición como un aval. A los alemanes no les gustan los experimentos (keine Experimente fue un eslogan de éxito de la campaña de la CDU con Konrad Adenauer). Quieren líderes sólidos, no aventuras. Y Scholz es lo más lejano a un aventurero que uno pueda imaginar.
Ha articulado su campaña con el eje de la justicia social. Ha prometido que el salario mínimo será de 12 euros si el SPD firma el acuerdo de gobierno. "Respeto" es la palabra que suele repetir con insistencia en los mítines.
Como Laschet, es hijo de obreros en su caso del sector textil. Ingresó en las juventudes del SPD con 17 años. En aquella época escribía artículos en los que denunciaba el "imperialismo agresivo de la OTAN" y hablaba de Alemania Occidental como "el bastión de las altas finanzas".
En los 90 trabajó como abogado laboralista en una época fuera de la política. Pero volvió a la política local de Hamburgo, una ciudad marcada por otra personalidad política socialdemócrata, Helmut Schmidt, a quien considera su mentor.
En 1998, cuando ganan los socialdemócratas las elecciones tras años con Kohl al frente del país, entra en el Bundestag. Ese mismo año se casa con Britta Ernst, también política socialdemócrata. Ahora es ministra de Educación en Brandemburgo. En esa época lidia con el partido y llega a ser secretario general en 2002. Ya era un centrista más apegado a soluciones pragmáticas que a visiones.
Cuando el SPD resultó derrotado por la Unión liderada por Merkel en 2005, Scholz volvió a Hamburgo donde recuperó la alcaldía para los socialdemócratas. Consiguió reflotar el presupuesto pero se vio inmerso en escándalos financieros que no le han afectado más debido a que son complicados de explicar y realmente no suponen su enriquecimiento personal.
En 2018 se convirtió en vicecanciller una vez que el SPD aceptó a regañadientes volver a pactar con Merkel, tras cosechar su peor resultado histórico en 2017, con un 20,5%. Ahora aspira a desprenderse del vice- y ser canciller, aunque el SPD rondará el 25%, según los sondeos. "El futuro de Alemania: Scholz puede con ello".
Annalena Baerbock, la mujer del clima
Cuando le preguntan a Annalena Baerbock con quien pactaría para formar gobierno, se limita a decir que el próximo gobierno ha de estar comprometido con la lucha contra el cambio climático. Y eso es una condición que deja de lado o hace difícil coaliciones con aquellos que quieren que siga todo igual.
En campaña ha presentado a los Verdes como la fuerza del cambio frente a la constelación de socialdemócratas y conservadores, que han gobernado juntos los últimos ocho años. Aspira a que sea posible pactar con los socialdemócratas sin más apoyos. Pero es muy difícil lograr que se repita ese hito de 1998 cuando por primera vez en la historia de la República Federal los Verdes formaban parte de un gobierno alemán.
Entonces, Annalena apenas tenía 18 años y quería ser reportera de guerra. Antes había destacado en el instituto en salto de trampolín. Quienes trabajan con ella dicen que es ambiciosa, en el sentido positivo, y reservada. Cuando le preguntó el Süddeutsche Zeitung que respondiera sin palabras a la pregunta de si se sentía preparada para ser canciller, Annelena hizo el pino con gran soltura.
En los mítines no usa papeles y es ágil, pero su discurso aún es demasiado encorsetado. Hay cierta inseguridad o miedo a pasarse de frenada. Su campaña en Instagram ha sido excelente, pero los fallos del arranque fueron muy graves. No calcularon que sería objeto de ataques furibundos por joven, por mujer, por representar un claro desafío.
Annalena Baerbock nació en Hannover en 1980, el mismo año que se fundaron Los Verdes. En su infancia, Baerbock vivía en una granja en Schulenburg, cerca de Hannover, con sus padres, sus hermanas, sus tíos y dos primos. Acudía con sus padres, un ingeniero mecánico y una educadora social, a las manifestaciones contra el despliegue de los misiles Pershing en territorio alemán y contra la central nuclear de Gorleben.
El año clave en la trayectoria de Annalena Baerbock es 2005. Fue cuando la joven que soñaba con ser reportera descubrió la política. Estudió un master en derecho internacional en la London School of Economics. Ingresó en los Verdes y empezó su ascenso. En ese año los Verdes dejarían el gobierno tras las victoria de Merkel.
En el plano personal entabló una relación con el politólogo vinculado a los Verdes Daniel Holefleisch, con quien se casó posteriormente. Tienen dos hijas.
Después de su paso por Londres, fue asistente de la eurodiputada verde Elisabeth Schroeder. De Bruselas se trasladó a Berlín en 2008 donde trabajó como asesora de los Verdes en temas de política exterior y de seguridad.
En 2013 fue elegida diputada por Brandemburgo. Desde entonces Baerbock y su familia viven en Potsdam, la capital del Land, no lejos de la capital federal. Baerbock ejerció como portavoz parlamentaria en temas de cambio climático, vitales en la agenda verde y en la agenda federal. Tras las elecciones de 2017, formó parte del equipo negociador que intentó formar una coalición con la Unión y los Liberales. Entonces no fue posible por el desplante del liberal Christian Lindner. Todo indica que esta vez tendrá que volver a lidiar con él.
Christian Lindner, la ambición rubia
Al liberal Christian Lindner (Wuppertal, 1979) no le haría gracia la comparación pero Der Spiegel en 2017 le equiparó a Gerhard Schröder, el que fuera canciller socialdemócrata entre 1998 y 2005, una auténtica fiera en política en las antípodas de Merkel, a quien despreciaba soberanamente.
"Sabe cuando asume un riesgo pero no lo rechaza. Es un jugador en política, le gusta apostar fuerte, como a Schröder", decía entonces el semanario alemán. Lindner dio la sorpresa entonces al levantarse de la mesa de las negociaciones encaminadas a formar gobierno con la Unión y los Verdes. Igual que Schröder no tenía química con Merkel.
Fue entonces cuando acuñó una frase que todavía le recuerdan: "Es mejor no gobernar que gobernar mal". Muchos se preguntan si aún piensa así o si está dispuesto a ceder más de lo que reconoce por ser ministro de Finanzas, el puesto que dejaría Olaf Scholz si fuera canciller.
Confiesa que su hobby es la política. Estudió en Bonn Políticas, Derecho y Filosofía. Nacido en Wuppertal, nieto de panaderos, presume de ser un emprendedor hecho a sí mismo. En la universidad sirvió en el ejército. Ahora es capitán de la Fuerza Aérea en la reserva.
Estuvo casado con la periodista Dagmar Rosenfeld, y ahora tiene una nueva pareja, la reportera de RTL Franca Lehfeld, 11 años más joven. No tiene hijos.
Su trayectoria, que comenzó en el FDP a los 14 años, está marcada por las elecciones de 2013, cuando el partido se quedó fuera del Parlamento tras su coalición con la Unión liderada por Merkel. Era jefe del grupo parlamentario en 2012 y sufrió la humillación como si fuera algo personal. De ahí surge su ferocidad en las negociaciones. Y su estrategia: no hará nada que crea que puede llevar al FDP a pasar por un sufrimiento similar.
Adora la gasolina y conduce un Porsche. Sin complejos de nuevo rico en un país donde la ostentación no gusta. Lindner piensa que lo vale. Y hará que paguen caro su participación en cualquier gobierno.
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