A última hora de la tarde, cuando los rayos de sol se van extraviando por el horizonte, el comandante Baali Hamudi y su cuadrilla de soldados se desliza por un árido montículo. Desde el promontorio se divisa el muro y, a unos ocho kilómetros de distancia, el radar de una base militar marroquí. El cuartel es el blanco de una operación que el Frente Polisario firma unos minutos después, aprovechando los últimos haces de luz del día.
Baali Hamudi, un veterano combatiente saharaui, lidera uno de los escuadrones de la sexta región militar del Polisario, en los confines de Mahbes, un enclave demediado por el muro que se extiende por el norte del Sáhara Occidental, en el triángulo que componen las fronteras de Marruecos, Argelia y Mauritania. “Es un sector muy activo. Su intensa actividad muestra con claridad las acciones de la guerra durante el último año”, advierte el comandante, de tez morena, mostacho canoso y figura enjuta.
En noviembre pasado el Frente Polisario reanudó una guerra que había hibernado durante las últimas tres décadas. El presidente de la autoproclamada República Árabe Saharaui Democrática, Brahim Ghali, decretó entonces “el fin del compromiso con el alto el fuego” y la reanudación de “la lucha armada en defensa de los derechos legítimos del pueblo saharaui”. Desde entonces, Mahbes ha sido el frente más frenético de un conflicto armado cuya existencia ni siquiera reconoce el régimen alauí.
El último informe del secretario general de la ONU, publicado a principios de este mes, indica que el 83 por ciento del millar de incidentes de disparos a distancia contra unidades militares marroquíes se localizó en Mahbes. Una cifra de la que el curtido comandante presume con indisimulado orgullo. “En noviembre de 2020 se abrió un nuevo capítulo en nuestra tierra. La comunidad internacional no supo solucionar el conflicto en 29 años y esa frustración es compartida por todos, especialmente entre los jóvenes”, explica el uniformado desde el precario campamento militar que, camuflado en una planicie de arbustos, sirve de base de operaciones.
Nuevas generaciones
Entre los cadetes que pueblan el páramo figura Omar Deidih. “Soy un soldado y un militante del ejército popular saharaui”, comenta el joven de 23 años con un castellano pulido por sus veranos en España y sus estudios en Cuba. “La revolución no es una opción sino una responsabilidad”, proclama confiado. La mayoría de sus compañeros de fatigas no llega a la treintena.
La guerra es siempre igual, la de ahora y la de antes. No hay pequeñas ni grandes
mahmud salem, militar del frente polisario
A pesar de la calma, no es una jornada cualquiera para el escuadrón que capitanea Baali Hamudi, hijo de un alcalde franquista que se enroló en las filas del Polisario poco después de que el movimiento naciera para exigir el fin del control español del enclave y reivindicar la independencia, aún hoy escurridiza. Los soldados a su cargo reciben la visita de un grupo de periodistas españoles. Y la unidad prepara una acción que acomete en pleno atardecer.
“Vamos quedando cada vez menos mayores, pero los jóvenes tienen una voluntad más férrea que la nuestra. Les falta mucha experiencia, pero para eso precisamente estamos nosotros aquí”, admite Mahmud Salem, un sesentón que comparte quinta con el comandante y exhibe galones poco antes de enfilar la ruta hacia el frente. “Desde 1977 he estado en las trincheras. La guerra es siempre igual, la de ahora y la de antes. No hay pequeñas ni grandes. La guerra es la guerra”, maldice quien ha vivido siempre entre sus pliegues.
Ataque contra una base militar marroquí
Minutos después, una caravana de picaps se abre paso por el desierto, con destino a la vanguardia donde un BM-21 Grad, el legendario sistema de lanzamiento múltiple de cohetes de fabricación soviética, aguarda órdenes. Su objetivo es el radar Stentor de la base 19 del batallón 43 del ejército real marroquí. Un dispositivo diseñado para detectar objetivos móviles como infantería, helicópteros, aviones que sobrevuelan bajo o vehículos terrestres.
Un estruendo, seguido de un fogonazo, cruza el cielo. En el lapso de unos segundos, impacta en el horizonte. La acción es respondida por Marruecos. Dos morteros de 120 milímetros de calibre caen, según el Polisario, a 500 y 300 metros de la colina desde la que se intuye el muro. Un tercero alcanza una posición cercana al Grad. Para entonces, la caravana ha dado media vuelta, rumbo a la base. A oscuras, con el fulgor de la luna creciente, la comitiva se aleja de la primera línea. Una escaramuza similar ha sido ejecutada por otra unidad a unos 100 kilómetros de distancia.
Nuestra misión es llevar a cabo una cadena de hostigamientos centrándonos en los sectores más débiles y sensibles
baali hamudi, comandante del frente polisario
“Nuestra misión es llevar a cabo una cadena de hostigamientos centrándonos en los sectores más débiles y sensibles. El objetivo es la guerra de desgaste”, confirma Baali Hamudi. La ONU reconoce que, a pesar de la negativa marroquí a reconocer la escalada, se registran desde noviembre “hostilidades de baja intensidad”, con disparos esporádicos a través de la berma, al pie de la muralla. “Es lo que nos ha permitido tener la iniciativa. Son ellos los que, más allá de la capacidad militar de cada cual, se encuentran a la defensiva. El marroquí es un ejército atrincherado, incapaz de controlar el momento en el que va a recibir el golpe”, indica el comandante. Como excepción, cita el fuego abierto por el ejército alauí contra un convoy de civiles saharauis el 18 de agosto.
Las refriegas, en descenso desde enero, se concentran en la región de Mahbes, en el paisaje agreste de sus zonas liberadas, en una porción del muro, en su mayoría de arena, que a lo largo de 2.700 kilómetros separa las tierras ocupadas por Marruecos de las controladas por el Polisario. En febrero una incursión reivindicada por los saharauis en el sector de Agha obligó a Rabat a construir un nuevo tramo de muro. Desde el fin de la tregua, fuentes del Polisario aseguran que la contienda ha dejado entre sus filas nueve caídos y una veintena de heridos. Marruecos, sin embargo, no ha hecho público ningún balance de bajas.
Bajas en el enemigo
“Nos consta por los funerales celebrados, algunos incluso de Estado, que el ejército marroquí ha sufrido bajas considerables en todos los rangos militares”, dice vagamente Baali Hamudi. El interminable conflicto de la otrora provincia española, el último territorio por descolonizar del continente africano, es una guerra asimétrica, también en los recursos de los que dispone cada bando en liza. La unidad que comanda el septuagenario está formada por jóvenes cuyo estatus laboral está más cerca del voluntario que de la adscripción a una institución castrense convencional. Trimestralmente reciben un estipendio que a duras penas cubre sus necesidades.
En el armamento tampoco existen similitudes que equilibren la batalla. Marruecos, que logró el reconocimiento estadounidense a su soberanía sobre el Sáhara a cambio de restablecer lazos con Israel, ha recibido cuantioso arsenal de última generación procedente de Tel Aviv y Abu Dabi, la “Esparta” que lidera Emiratos Árabes Unidos. Los saharauis no esconden que siguen nutriéndose del polvorín de Kalashnikov, lanzacohetes y ametralladoras que atesoraron en tiempos más propicios, con la entonces Unión Soviética sirviendo de principal suministrador.
“Los marroquíes tendrán muchos recursos, pero no tienen corazón ni moral”, replica Salem. “Si solo tuviéramos en cuenta el arsenal ya habrían ganado, pero no contaban con que pudiéramos resistir 46 años en medio de esta vida tan dura. Marruecos no cantará victoria jamás por mucho que sus aliados sean israelíes, estadounidenses o franceses”, murmura el oficial. “Hay demasiadas guerras en Oriente Próximo y no reciben tanto como dicen”, sostiene Baali Hamudi.
“Estamos preparados para entrar en otra fase del combate si así nos lo ordenan y hacer lo que siempre hemos hecho: asaltar el muro, hacer incursiones y destruir material”
BAALI HAMUDI, COMANDANTE DEL FRENTE POLISARIO
Un conflicto asimétrico
Del lado saharaui, sigue leal Argelia, que proporcionó cobijo en su territorio a decenas de miles de desplazados y que el pasado agosto rompió relaciones diplomáticas con Marruecos, entre otras razones, por la decisión de Mohamed VI de sepultar cualquier posibilidad de referéndum.
La joya de la nueva contienda son los drones. Según el Polisario, su enemigo dispone de aparatos no tripulados dedicados a la vigilancia y el ataque posterior. “Nos ha obligado a extremar la precaución”, asevera Baali Hamudi, herido en hasta siete ocasiones en su vasta hoja de servicio. Fuentes marroquíes cifran en 724 los vuelos de reconocimiento firmados por el Polisario con drones. “No es cierto. En este sector no disponemos de ni un solo aparato de esos”, balbucea.
En el regreso al campamento, tras una operación cuya duración apenas excede la media hora, los combatientes miran al firmamento mientras señalan un punto titilante entre las estrellas que atribuyen a un dron. La caravana zigzaguea y se afana en dar rodeos en un intento de despistar al supuesto dispositivo que escudriña la trayectoria a vuelo de pájaro.
“Estamos preparados para entrar en otra fase del combate si así nos lo ordenan y hacer lo que siempre hemos hecho: asaltar el muro, hacer incursiones y destruir material”, se jacta Baali Hamudi. “Yo aspiro a ver la victoria, pero solo Dios lo sabe”, desliza su camarada Salem desde el frente más activo de la guerra, donde se concentra uno de los principales batallones marroquíes. “Conociendo al enemigo, prefiero que la solución al conflicto sea militar pero sabemos que cualquier solución política estará forzada por la del campo de batalla”, opina el comandante.
Suya es la estrategia de golpear un día y otro la muralla marroquí. “Es la dinámica diaria aquí”, insiste. “Queremos que compren material y lo tiren. La nuestra es, de momento, una guerra de guerrillas”, apostilla. Ha transcurrido una hora desde la embestida y el comandante aún busca confirmación del alcance. “Las bases han sufrido daños materiales, pero necesitaremos unos días para saber el resultado preciso del ataque”, advierte este militar de la vieja escuela que ha cancelado cualquier idea de jubilación inminente. “Fui uno de los dirigentes del estamento militar que se cabreó por el alto el fuego de 1991. Es probable que esta también acabe en la vía política. Lo acaté entonces y lo haría ahora”.
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