A diario Nayat Bane patrulla los áridos confines de Tifariti, el pueblo de los campamentos de refugiados saharauis en el que lleva años ejerciendo como policía nacional. Enfundada en su chaleco, Nayat asume ahora el cargo de comisaria. Su figura aparece allá donde se precisa apaciguar conflictos y mediar en accidentes. Un liderazgo femenino acentuado ahora por la reanudación de la guerra y el masivo reclutamiento de la población masculina.
“Mi caso no es una excepción. Hay otras dairas (pueblos) en las que las mujeres también han asumido el mismo papel en la seguridad local”, esboza la jefa de la policía en conversación con El Independiente. Es mediodía entre casas de adobe y jaimas y Nayat reconoce que es una jornada tranquila. “Mi misión es ir a los conflictos que estallan en la localidad. Gracias a Dios no hay demasiados problemas. A veces dos vecinos que se enzarzan en una disputa o niños que se pelean y los adultos se inmiscuyen”, relata.
En Tifariti es también una mujer la que se halla al frente de la alcaldía. “Las mujeres estamos más cerca de las preocupaciones de la mayoría de la población. Somos más sensibles que los hombres y trabajamos con más facilidad”, comenta Dummaha Mohamed, la regidora que administra una villa precaria, establecida hace 46 años como un lugar de exilio temporal y convertida a su pesar en una suerte de limbo permanente. A punto de cumplir los 60 años, Dummaha es una veterana gestora. “En 1975 llegué de El Aaiún. Tenía 14 años. Primero fui enfermera en un dispensario y luego jefa de salud local”, detalla.
“Mi caso no es una excepción. Hay otras dairas (pueblos) en las que las mujeres también han asumido el mismo papel en la seguridad local”
NAYAT BANE, COMISARIA DE POLICIA DE TIFARITI
La alcaldesa, que guarda recuerdos lejanos de su vida en la otrora provincia española del Sáhara Occidental, admite que las saharauis comenzaron a desempeñar funciones públicas durante la primera guerra que libraron el Frente Polisario y Marruecos entre 1976 y 1991. Con sus maridos e hijos en el frente, mantuvieron viva la aspiración de la autoproclamada República Árabe Saharaui Democrática. “Las mujeres somos la piedra angular de los campamentos y la base de esta sociedad bajo todas las circunstancias. Asumimos el papel de levantar los campamentos y organizar su administración mientras los hombres estaban en el frente”, murmura Dummaha.
Sectores como el educativo o el sanitario llevan años en manos de mujeres
Sectores como el educativo y el sanitario llevan años en manos femeninas. “El 99 por ciento de esos campos están bajo control de mujeres. Tifariti, ya ve, está administrada por mujeres”, se jacta la alcaldesa desde el salón de su casa, en presencia de una de sus ayudantes. “Y la seguridad es cada vez más un área de mujeres. Los pocos hombres que permanecían en sus puestos se han ido al frente desde el fin del alto el fuego el pasado noviembre”, agrega. “Lo más destacado es que la presencia femenina no cambió con el cese de las hostilidades en 1991”.
Precisamente el militar sigue siendo hoy un universo en el que apenas existen mujeres. No las hay en la primera línea del frente y la academia castrense de mujeres establecida por el Polisario forma a las candidatas para otros menesteres. “Yo misma comencé como operadora de comunicaciones satelitales”, ilustra Nayat, con cerca de dos décadas de experiencia en el nivel municipal. En los últimos años su papel ha ganado en responsabilidad. A partir de las 19.00 horas los residentes y visitantes extranjeros son objeto de un toque de queda que, en el caso de la población local, arranca horas más tarde, cuando el reloj marca la medianoche.
"Asumimos el papel de levantar los campamentos y organizar su administración mientras los hombres estaban en el frente"
DUMMAHA MOHAMED, ALCALDESA DE TIFARITI
Según datos oficiales, las mujeres ocupan el 21 por ciento de los puestos del buró del Polisario y el 34 por ciento de la Asamblea Nacional
“Existen razones legítimas para mantener vigente este toque de queda. Hubo algunos incidentes en el pasado como el secuestro de cooperantes extranjeros”, evoca la comisaria. La preeminencia de las saharauis en la escena pública es un fenómeno que Minetu Larabas, secretaria general de la Unión Nacional de Mujeres Saharauis, comienza a observar sobre los pliegues de los campamentos.
“Ahora no está siendo tan rápido como en el pasado, pero ha empezado a ser la realidad”, admite Minetu desde la sede de su organización en la wilaya de Bojador. “Pero aún tenemos solo dos mujeres como gobernadoras de las cinco wilayas (provincias) y muchos ministros y altos cargos varones. Con el paso del tiempo y si la coyuntura de la guerra se mantiene, volveremos a la situación de los ochenta”, pronostica.
“Estamos yendo hacia ese escenario pasado, cuando en los campamentos solo había mujeres y resultaba más que obvio que asumían todas las funciones”, apunta Minetu. Según datos oficiales, las mujeres ocupan el 21 por ciento de los puestos del buró del Polisario y el 34 por ciento de la Asamblea Nacional. Su porcentaje en las asambleas locales es total (100 por ciento) y en la educación y la sanidad las cifras superan el 88 y el 66 por ciento respectivamente.
Una cadena de techos de cristal sojuzga aún a las féminas. “El principal desafío que tenemos es nuestro doble rol, como madres y como funcionarias. Llevamos mucho sobre nuestros hombros”, confiesa Dummaha. Descarta, en cambio, que existan casos de violencia de género, un gigantesco tabú en el mundo árabe sepultado por un denso silencio.
"No encuentro que la igualdad tenga aquí el mismo sentido que le da otra gente en otros lugares. No es ése nuestro lema. Para mí es la igualdad de oportunidades lo que buscamos"
MINETU LABARAS. SECRETARIA GENERAL DE LA UNIÓN DE MUJERES SAHARAUIS
“Como musulmanes, la violencia de género no es parte de nuestra cultura. No he escuchado un caso en toda mi vida”, despacha vagamente. Tampoco considera alarmante las denuncias de mujeres jóvenes que regresaron de España y sus familias biológicas las obligaron contra su voluntad a permanecer en los campamentos. Unas realidades denunciadas desde hace años por organizaciones internacionales como Human Right Watch. “Son casos aislados y desconozco sus particularidades. Los padres tendrán sus razones. Tampoco sé si esto puede considerar violencia doméstica”, arguye.
La violencia doméstica no es parte de nuestra cultura
DUMMAHA MOHAMED, ALCALDESA DE TIFARITI
Para la dirigente del máximo órgano de defensa de las féminas en los campamentos, existen todavía “muchos retos”. “No encuentro que la igualdad tenga aquí el mismo sentido que le da otra gente en otros lugares. No es ése nuestro lema. Para mí es la igualdad de oportunidades lo que buscamos”, replica.
“Al final, no podemos obligar a las mujeres a trabajar. Si quieren quedarse en sus casas y educar a sus hijos es la mayor tarea que una mujer puede hacer, pero tienen que tener la opción de poder elegir lo que quieren”, alega quien admite que existen “ciertos problemas relacionados con el divorcio”. “Somos una sociedad conservadora y las mujeres tienden a no hablar de sus asuntos frente a la justicia”.
Cuidar del vecindario y de la familia más inmediata son menesteres que ocupan a Nayat, comisaria y madre de cinco retoños. “Mi horario cambia a diario. A veces es solo de ocho de la mañana a una de la tarde y, en otras ocasiones, estoy durante días fuera de casa si me envían a vigilar un acto o una operación”, balbucea. “Las mujeres hacemos el trabajo lo mejor que podemos. Somos una generación que sabe cómo fueron los tiempos de la guerra”, desliza la alcaldesa que presume de su labor de gobierno en femenino. “Somos la mejor daira de la provincia”.
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