Anastasia, una joven residente en Kiev, maldice a las tropas rusas que acechan la capital. Por su culpa, dice, el callejero subterráneo de la urbe se ha convertido en un apéndice de la existencia que inauguró el jueves el inicio de la ofensiva rusa sobre el país, ejecutada desde múltiples frentes y con los uniformados cada vez más cerca de la ciudad. “No puedo dormir ni probar bocado. Odio a los rusos”, despotrica Anastasia en conversación con El Independiente.
En las últimas horas el zumbido de las sirenas antiaéreas, jalonadas por el ruido lejano de las explosiones, la han obligado a buscar refugio hasta en dos ocasiones en los sótanos y estaciones de metro de la ciudad, transfigurados en el salvavidas de una ciudad de 2,8 millones de habitantes asolada ahora por la proximidad del conflicto armado. “Estuve junto a mi familia en uno de los refugios. La atmósfera general era increíble. La gente se ayudaba entre sí. Hubo quienes pasaron toda la noche en el andén del metro”, relata Anastasia.
“Solo puedo decir que admiro a mi gente. Que son valientes, están decididos y creen en sus posibilidades”, desliza la joven, que -imbuida por el clima de una ciudad que se prepara desde hace horas para la probable irrupción de las tropas rusas- apenas ha dormido. “No pudimos conciliar el sueño. Estábamos más preparados para escuchar las sirenas antiaéreas y bajar al refugio que para dejarnos vencer por el cansancio”, detalla quien asegura haber pasado la peor noche de su vida.
El metro más profundo del mundo
Las horadadas entrañas de Kiev bullen desde el jueves, con una parroquia que -pertrechada de mantas, víveres y maletas- se encamina escaleras abajo al más leve aviso. A las 4.25 de la madrugada de este viernes una explosión, provocada por el impacto de un misil ruso en las inmediaciones de un bloque residencial de la capital, la treinteañera Tanya tomó la ruta hacia el sótano del edificio de su hermana, al que se había trasladado tras abandonar su apartamento en el centro de la urbe. “Nos fuimos al refugio. La estación de metro es más segura por tienen mayor profundidad, pero desde donde me encontraba la más cercana se halla a 20 minutos a pie”, narra.
En Kiev se halla la que presume de ser la estación de metro más profunda del planeta, con 105.5 metros bajo el nivel de la calle. Una geografía cuya utilidad ha cambiado drásticamente ahora. La red de metro, la mayor y más antigua del este de Europa con 67 kilómetros de longitud y tres líneas, es una herencia soviética. Sus primeras estaciones fueron inauguradas en la década de 1960, convirtiéndose en el tercer suburbano de la Unión Soviética, tras los de Moscú y San Petersburgo. La agresión rusa ha añadido un nuevo capítulo, sombrío y aún sin desenlace, a su historia.
En la estación había madres con sus hijos, algunos llevaban las esterillas que se usan para el yoga
Escenas similares, que desempolvan el recuerdo de los ataques aéreos alemanes sobre Londres en 1940 y 1941 y la huida de sus residentes al metro, se han vivido en las principales ciudades del país, donde cualquier sótano o garaje se ha convertido en una opción para sus habitantes. En la localidad de Dnipró, blanco de misiles ruso, un hospital materno infantil ha trasladado sus operaciones y pacientes hasta su sótano. Y en Járkov, la segunda urbe del país emplazada en el noreste, los residentes han ocupado incluso los vagones parados en unas estaciones construidas para servir como búnkeres en caso de bombardeos.
Abierto las 24 horas
Durante dos horas caminé junto a otros amigos para alcanzar la estación de metro más cercana
“En la estación había madres con sus hijos, algunos llevaban las esterillas que se usan para el yoga. Me sorprendió que no hubiera nadie llorando o en estado de histeria. Algunos se hallaban sentados, intentando dormir y otros aprovechaban para alimentar a sus perros porque está permitido bajar con las mascotas”, comenta Tanya. En mitad de una ciudad en la que se aplica un riguroso toque de queda, las estaciones permanecen abiertas toda la noche. “Se respiraba cierta calma y no existía sensación de pánico”, recalca. El presidente ucraniano, Volodymyr Zelenskyy, ha instado a sus ciudadanos a permanecer en sus hogares, entre escenas de multitudes que huyen hacia el oeste del país.
A lo largo de la jornada, Tanya se guareció en varios sótanos de la ciudad, siguiendo el mapa de localizaciones publicado por las autoridades. “Mi hermana decidió abandonar Kiev con sus hijos y yo preferí mudarme con unos amigos. Estamos tensos y muy nerviosos”, admite. “Hemos optado por estar pegados a la televisión y las redes sociales, pendientes del ruido de unas explosiones que parecen provenir de cierta distancia”.
Maria, una veinteañera que la víspera había elegido moverse al apartamento de unos colegas en las afueras de la ciudad, también despertó por las explosiones y, desde entonces, vagó por una ciudad bajo toque de queda, inquieta por la cercanía de las escaramuzas. “Hubo unos choques no muy lejos de la parte de la ciudad en la que estaba y decidí regresar al centro. Durante dos horas caminé junto a otros amigos para alcanzar la estación de metro más cercana”, comenta.
“La consigna es permanecer en casa el mayor tiempo posible. He decidido venirme con unos amigos. Tienen su casa cerca de la estación de metro de Klovska”, confiesa Maria. La idea de contar con una boca de metro cerca de su residencia temporal le proporciona cierta tranquilidad. “Si los bombardeos comienzan sobre la ciudad, tendremos más fácil bajar a las profundidades”.
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