Las sombras de unas mujeres apenas se dejan entrever en la oscuridad en la que está sumido el vagón de tren, tratando de evitar de forma infructuosa ser un objetivo más de los bombardeos. Como sonido de fondo truenan en la capital de Ucrania una vez más desde que el líder ruso, Vladimir Putin, anunciara el inicio de las hostilidades el pasado jueves poco antes de las seis de la mañana. Se intuye a lo lejos que las mujeres se santiguan en silencio, con la esperanza de sobrevivir, como todos los civiles que de repente se han visto envueltos en una guerra de cuya gestación no han sido partícipes.
Sin saber nada de lo que sucederá una vez que el tren se detenga en la estación principal de la capital ucraniana, las mujeres y el resto de pasajeros descienden hacia la salida bajo unas escaleras que apenas se intuyen con las pocas pertenencias que han conseguido salvar en este tren procedente de la ciudad de Kramatorsk. Fatídicamente se anunció como el último tren. Muchas de las líneas ferroviarias ya estaban cortadas, y solo algunos otros trenes más salieron ese día, como uno especial que llevaba a 150 niños de un orfanato de la población de Severodonestk a Kiev.
Esta población, como muchas otras, se ha visto sometida a una evacuación por el inicio de los bombardeos en muchas zonas del país. Una vez más son los civiles, en este caso la escala más indefensa de la cadena, los niños, los que pagan los delirios de países que no entienden de vidas humanas.
El clima de guerra se respira en la propia estación: gente en el suelo tratando de dormir, otros deambulando sin tener a dónde ir...
El Kiev que asoma ahora, una vez se abandona la fantasmagórica estación en penumbra, nada tiene que ver con la ciudad llena de vida que existía unos días atrás, repleta de restaurantes, tiendas y gente. El clima de guerra se respira ya en la propia estación: gente en el suelo tratando de dormir, otros deambulando sin tener a dónde ir, gente corriendo hacia las escaleras que ya han dejado de funcionar.
El aspecto exterior no es mucho mejor, apenas un par de taxis, calles vacías, solo con la presencia de algunos vehículos militares y soldados apostados en puntos claves, tiendas y restaurantes con carteles iluminados pero vacíos en su interior y prácticamente todos los grandes hoteles cerrados, aunque muchos de ellos aún tienen activas sus webs.
Otros, como el Ukrania, que preside la famosa plaza de Maidan, aparecen aún majestuosos, con pequeños puntos de luz en unas pocas de sus ventanas. De la noche a la mañana todos los trabajadores han desaparecido, y solo quedaron algunos huéspedes que sobreviven como pueden. Por la mañana el sonido de la sirena de bombardeos se deja oír en toda la ciudad, y algunas explosiones hacen que todo a nuestro alrededor retumbe.
La ciudad está vacía, todas las tiendas cerradas, y los únicos habitantes a los que se ve por las calles son soldados y fuerzas de movilización de defensa (civiles armados para la defensa en caso de invasión), armados, y unos pocos coches que aún circulan a toda velocidad, soldados nerviosos en checkpoints que cortan la ciudad de arriba a abajo. El Ejército ucraniano, que está resistiendo la ofensiva con gran fiereza, ha llamado a la población a resistir y ha repartido unos 25.000 fusiles.
Lejos del final
Todos esos signos sin duda son constantes en las ciudades bajo asedio, pero faltan otros que son los que realmente marcan un punto de inflexión, un antes y un después que corta una fina línea donde se sabe que probablemente el fin está cerca, y Kiev no los tiene. Las explosiones infinitas y los combates no se dejan escuchar todavía, la gente muerta aún no está tirada en las calles, ni los hospitales llenos de heridos, el agua y la calefacción sigue funcionando y algunas tiendas de comestibles permanecen abiertas.
La única forma de que Kiev caiga, a pesar de que no para de anunciarse en diversos medios en los que se da la toma de la ciudad como algo inminente y en grandes titulares, o en tertulias de analistas que basan sus datos en informaciones asépticas, aún no se da. La Batalla por Kiev, soldados chechenos enviados para penetrar en las defensas, grupos de operaciones especiales en sabotajes y asesinatos selectivos que tienen como misión sembrar el caos y el miedo, todo eso solo sería realidad, si Putin se decidiera a someter la ciudad a un bombardeo constante, atroz y a gran escala con tal de dominar las mentes y después los corazones, o bien si hubiera una rendición incondicional del gobierno del presidente Volodymyr Zelensky. Si no se da ninguna de estas circunstancias, los vaticinios de que la ciudad será sometida en las próximas horas son absurdos.
Las ciudades son los escenarios donde las guerras asimétricas pasan a ser convencionales y Kiev es una ciudad grande, con desniveles, grandes edificios y de una gran extensión, líneas subterráneas, y para tomar una ciudad así tienes que enviar a la infantería, eso significa una toma de casa por casa, y eso obviamente no es una empresa de horas o días. Llevaría muchos meses.
Ninguna de las ciudades asediadas en las guerras de los últimos veinte años tiene ese precedente, ni lo puede tener, porque si se decide llegar al final con todas sus consecuencias, eso es lo que cambia la historia.
Poner a salvo a la población y defender Kiev a toda costa sería lo que cambiaría el curso de esta guerra porque salvar Kiev es salvar Ucrania, al menos una parte. Es ganar tiempo que es lo que realmente determina las guerras y, sobre todo, porque es dar esperanza, al resto del país y a la población, que aún mira hacia el cielo cada vez que las sirenas suenan en la ciudad.
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