Hace una semana, cuando Rusia lanzó sus tropas en dirección a Ucrania, Valeriia cambió velozmente de ocupación. De trabajar en un proyecto sufragado por Estados Unidos pasó a fabricar cócteles mólotov en el pueblo al que huyó desde el norte de Kiev. “Llevamos dos días dedicados a su preparación y su envío. Será nuestra bienvenida a las tropas rosas”, promete esta abogada de 24 años en conversación con El Independiente.
La joven es una de la varias decenas de personas que alimentan una particular factoría de bombas incendiarias en una pequeña localidad de la región de Vínnytsia, a unos 260 kilómetros al oeste de la capital ucraniana. “Los soldados rusos están a unos 150 kilómetros al norte del pueblo. Esperemos que nunca lleguen aquí pero, si lo hacen, nos encontrarán enfrente”, advierte desafiante Valeriia.
Las imágenes que proporciona levantan acta de la producción cuasi industrial que ha irrumpido en el pueblo después de que el jueves Vladimir Putin ordenara a sus tropas iniciar el asalto a Ucrania. “Estamos recogiendo las botellas que nos proporcionan las familias y que encontramos en los alrededores del pueblo. En nuestros bosques hay muchas dejadas a su suerte”, bromea. “Y estamos usando poliestireno que debemos trocear en pequeños fragmentos para insertarlos en las botellas”, desgrana.
Varios generaciones en la línea de producción
En la línea de producción, organizada al aire libre a pesar de las gélidas temperaturas, se congregan varias generaciones de vecinos, desde ancianas pertrechadas de abrigos y pañuelos para resistir el frío hasta veinteañeros como Valeriia. “Hay unas 40 personas trabajando. No todo el mundo en el pueblo quiere involucrarse en algo así. La mayoría de los voluntarios tiene entre 40 y 60 años y viven de manera permanente aquí, pero también los hay mayores o más jóvenes, por debajo de los 25 años”, desliza.
Enviamos las botellas a las grandes ciudades, que son el principal destino de las tropas rusas
Desde que comenzara la producción, esta pequeña legión de precarios artificieros ha logrado despachar unas 25 cajas por jornada laboral, a razón de una treintena de unidades. “Están siendo enviadas a las grandes ciudades, que son el principal destino de las tropas rusas”, explica una de las líderes de la factoría. Talleres similares al de esta localidad se han propagado por la geografía de un país en guerra contra el invasor. Los actos de resistencia también se han multiplicado. “La nuestra es de pequeñas proporciones pero en ciudades como Kiev hay fábricas de grandes dimensiones”, esboza satisfecha.
“Hoy nos han dicho que paremos temporalmente la producción. Las fuerzas de defensa territorial aseguran que, de momento, hay suficientes existencias”, indica Valeriia. Desde que iniciara su incursión en la producción de explosivos caseros, su equipo ha debido batallar con la escasez de combustible y la búsqueda de las materias primas. “Estamos echando mano de fragmentos de algodón como mecha. El mayor inconveniente es que son productos perecederos. Los cócteles deben ser usados en el transcurso de las 48 horas siguientes a su elaboración”.
De la Guerra Civil a la invasión rusa de Finlandia
El modo de elaboración se ha difundido a través de medios de comunicación, comunicados oficiales y canales de la aplicación de mensajería Telegram, desatando una fiebre que conecta con la historia de su origen. Los artefactos caseros fueron empleados por primera vez en la Guerra Civil española pero se popularizaron realmente durante la bautizada como Guerra de Invierno de 1939, durante la invasión soviética de Finlandia.
Los partisanos finlandeses bautizaron las botellas llenas de combustible como “cócteles mólotov” en honor al entonces ministro de Asuntos Exteriores de la Unión Soviética, Viacheslav Mólotov. El mandatario juró entonces que Moscú no arrojaría bombas de racimo sobre la población sino alimento. El compromiso no fue respetado. La resistencia finlandesa apodó al plomo “canastas de pan Mólotov” y prometió resistir con su propias y rudimentarias armas. “Si Mólotov pone la comida, nosotros pondremos los cócteles”, anunciaron con la misma determinación con la que ahora los ucranianos se preparan para hostigar al agresor.
Mólotov era un funcionario ruso y queremos ucranizar el término. Aquí los llamamos 'smoothies'
En un intento de borrar cualquier mención a Rusia, negándole incluso la autoría de los nombres, los ucranianos han tratado de rebautizar la denominación. “Mólotov era un funcionario ruso y queremos ucranizar el término. Aquí llamamos a los cócteles mólotov 'smoothies' (batidos, en inglés)”, señala irónicamente Valeriia. Un órdago al vocabulario y a los préstamos de un vecino convertido en enemigo. “Los cócteles pueden destruir los equipos militares y resultan seguros de usar. En cambio, no causan muchos daños a edificios y personas”, indica el Gobierno ucraniano. En las instrucciones, también se incluyen recomendaciones sobre cómo lanzarlos frente a los tanques enemigos.
El furor por las bombas caseras no solo ha cambiado existencias. También empresas. Una de las cerveceras de Leópolis, en el oeste del país, anunció el lunes que había dado giro a su negocio, del embotellado de cerveza a la producción de cócteles mólotov. “El equipo de la cervecera Pravda Brewery está hoy con el embotellado a mano. Es un proceso muy especial y hay mucha gente dispuesta a ayudar. Embotellaremos cerveza más tarde”, declaró jocosamente Yuri Zastavny, uno de los empleados.
“Se están difundiendo tanto que circulan diferentes recetas de elaboración de cócteles mólotov. Es el Gobierno el que nos está pidiendo que ayudemos al ejército con esta acción”, resuelve Valeriia. “Nunca pensé que Putin tuviera el objetivo de invadir todo el país. Siempre pensé que se ceñiría al oeste y la frontera con Bielorrusia. Cuando escuché el anuncio del asalto, me quedé aterrada. Ahora, sin embargo, estoy dispuesta a resistir y ayudar a la victoria”, concluye.
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