Desde que empezó la agresión de Rusia a Ucrania el refugio de más de tres millones de personas se materializa en los pasos fronterizos. Allí empieza una vida nueva para los ucranianos, lugares como Siret, en Rumanía, donde Save the Children ha desplegado sus equipos de ayuda humanitaria con el foco puesto en la atención a la infancia y de donde pertenecen las fotos de Pedro Armestre de este artículo.
De los menores que cruzaron los límites de Ucrania los primeros días, a los que llegan ahora hay diferencias, semanas de conflicto, escenas, situaciones de miedo y dolor que se llevan con ellos. “Estos están viviendo estrés crónico”, asegura Verónica Collado psicóloga de Save the Children especialista en intervención en situaciones como las que se viven ahora en Ucrania.
“Cualquier menor y cualquier adulto que pase por esta situación sufre estrés postraumático y necesita de una atención psicológica de urgencia. Nosotros estamos en la frontera de Rumanía y Polonia, ahí lo más importante -en este ámbito de actuación- son los primeros auxilios psicológicos”, explica Collado. Se trata de una intervención que puede evitar problemas a largo plazo ya que el impacto de la experiencia bélica en los cerebros en desarrollo de los niños puede dejar secuelas de por vida.
“Los primeros auxilios psicológicos consisten en, lo primero, facilitar la comunicación a través de la calidez, del juego y del dibujo. Parecen técnicas muy básicas, pero no se hacen”, afirma Collado. Eso es lo que organizaciones como Save The Children hacen sobre el terreno, “crear un espacio para que al niño le demos esa tranquilidad, esa calidez y pueda generar ventilación emocional, que la exprese a través de un dibujo, de una carta”.
Extrema tristeza
Con la información que dan los niños y con la que puedan dar los adultos se puede determinar si los menores tienen mayor o menor estrés postraumático; hay síntomas visibles en el comportamiento, “como si se hace pis en la cama, si come poco o si tiene flashbacks terroríficos”, señala la experta. “El trauma es un obstáculo para el desarrollo físico, emocional e intelectual. Es decir, tiene efectos directos en el desarrollo físico, intelectual, emocional y social del niño: efectos directos en su desarrollo a nivel de conexiones neuronales y consecuencias múltiples. Como cada niño es diferente, sus mecanismos de adaptación también son diferentes, hay mucha sintomatología como comportamiento temeroso, dificultades en el habla. Hay niños que tienen por un lado hipersensibilidad y otros con dificultad para concentrarse, una actitud super confusa, pero lo genérico es la sensación de extrema tristeza”, añade.
Lo que los equipos de psicólogos hacen en estos primeros auxilios psicológicos es identificar problemas y dar pautas a los adultos para abordarlos, “porque esto es una zona de paso y se van a otros países, así que lo que hacemos es que los adultos tomen conciencia del efecto de lo que han vivido sus hijos”.
Padres muy afectados
Esa toma de conciencia implica a los padres, porque ellos son los primeros que tienen que ser conscientes de que ellos y sus hijos están viviendo una situación que tiene impacto psicológico. “Los adultos se sobreprotegen, es un mecanismo de defensa, un tipo de negación, en el que uno se esfuerza por sobreponerse a la situación para poder cuidar de sus hijos. Entonces el psicólogo necesita acercarse a él, le tiene que hacer ver que necesita ayuda porque si él no está bien, su hijo no va a estar bien. Y es una manera de forzar la expresión emocional porque los ves, se hacen más duros. La situación es más dura para el adulto que para el menor que -aunque es más tierno- tiene más facilidades de adaptación. El problema de los niños es que esto pasa en un momento en el que el cerebro se está desarrollando, por lo que tiene un impacto muy fuerte. Los adultos somos más rígidos y lo que hacemos es cerrarnos en banda. La expresión y el desarrollo de esto nos cuesta más”, explica la psicóloga.
Otro problema añadido es que entre gran parte de esta población no existe una gran tradición de uso de psicólogos, “nos enfrentamos a una cultura que no está acostumbrada a los psicólogos y para que accedan los niños hay que ayudar a los padres en esta parte”, afirma Collado. “Para que los niños puedan estar mejor, lo más importante es la calidez y los adultos -sufriendo todo esto- se endurecen mucho, expresan menos y este tipo de cosas y eso es malo para el menor, que tiene que tener esa calidez y ese cariño”.
Niños huérfanos
Se calcula que un millón y medio de niños y niñas han huido de Ucrania desde el inicio de la guerra. Aunque la mayoría lo hacen acompañados de sus familias, cada vez hay más casos de niños y niñas que viajan solos o acompañados por adultos que no son oficialmente sus tutores o responsables parentales. En estos contextos de emergencias humanitarias son quienes corren más riesgo de caer en manos de redes de trata con fines de explotación.
«Estamos muy preocupados por la seguridad y el bienestar de estos niños y niñas, especialmente los que viven con diversidad funcional. Muchos de los que viven en estas instituciones tienen parientes dispuestos a cuidar de ellos. Sin embargo, con la actual situación en Ucrania, tememos que sean abandonados. Hay que priorizar la seguridad de estos niños y niñas, su cuidado continuo y su acceso a necesidades básicas. Los niños y niñas bajo cuidado institucional no pueden ser olvidados», asegura Irina Saghoyan, directora de Save the Children para Europa del Este.
Maria Pidlubna, trabajadora social de Caritas Boryslav, en el oeste de Ucrania, atiende a niños huérfanos que hace dos semanas recibieron procedentes de Donetsk. Para crear esa ventilación emocional para que los menores liberen parte de las experiencias que han vivido hacen sesiones de arteterapia.
“Los niños están aterrorizados, no quieren decirnos su nombre o edad. Intentamos jugar con ellos, pintar juntos con la intención de crear un espacio seguro y hacer contacto. Muchos niños pintan en negro (sobre todo al principio), escenas aterradoras luego van añadiendo otros colores a sus dibujos”.
Ucrania es uno de los países que tiene más niños viviendo en instituciones del Estado, pese a que casi el 82% de los miles de estos niños tienen padres. Un 1,3% de niños y niñas viven en algún tipo de centro de atención residencial.
Muchos de estos menores permanecen atrapados en estas instituciones a medida que más ciudades e infraestructuras civiles son atacadas.