Las piezas de Lego han tomado el salón de la casa de Raquel Sanfiz y Jorge Lobo. El culpable es Rinat, un niño de 11 años que -desde hace dos semanas- ha construido media Flota Estelar Imperial de Star Wars. Todo normal para una casa adosada de gran tamaño de una urbanización de Boadilla del Monte, localidad en el oeste metropolitano de Madrid con una de las rentas más altas de España.
Lo que se sale de lo común es que Rinat apenas puede comunicarse con Jorge y Raquel. Es ucraniano, vive en su casa junto con su hermano mayor, Kiril (de 13 años), su madre Ania (40) y su abuela Nina (65). Son la familia Rassadin, casi al completo. Su padre, Vlad, no está con ellos, está en Ucrania, en la guerra.
Ahora son la familia Lobo-Rassadin. Y son nueve miembros. Los hijos de Jorge y Raquel ya son mayores, no están en casa, están estudiando o entrenando. Los ucranianos no hablan español. Kiril, el niño mayor, habla un poco de inglés. Así que hay un elemento que mantiene en armonía la convivencia: la aplicación Google Translate del móvil. No es perfecta, pero obra el milagro de la comunicación.
Están en Boadilla por un impulso solidario de este matrimonio que viendo por televisión a una refugiada universitaria de la edad de su hija Daniela decidieron hacer algo para ayudar. En tiempo récord juntaron ayuda y aportaciones de 400 personas y se fueron a la frontera de Polonia con cuatro furgonetas. Recogieron a 28 personas y las repartieron entre varias familias de acogida por España y continúan trabajando por Ucrania a través del grupo de trabajo Somos Ucrania.
Un viaje de ida y vuelta
Desde el día 14 están en Madrid, han tenido mala suerte con el tiempo, la lluvia no ha perdonado casi ningún día. “Estamos muy felices, hemos tenido mucha suerte con la familia”, afirma Jorge. El sentimiento es mutuo, así nos lo hacen saber, gracias a Google Translate. No es la primera vez que vienen a España, el pasado verano viajaron desde Ucrania hasta Gibraltar en caravana. “Son una familia normal y corriente, con ganas de viajar, y por eso cuando les dijimos de venir a España se vinieron con nosotros”, cuenta Raquel. La caravana con la que cruzaron Europa ya no existe, se la ha llevado la destrucción de la guerra. Tanto la casa de la abuela como la de la familia están en el mismo edificio en Kiev y están intactas, según la información que les llega. Lo que Ania ya no tiene es su negocio. “Una cadena de 15 kioscos de café con 40 empleados”, relata Jorge. “Salieron el primer día de guerra y no han pasado muchas penurias porque se fueron directamente a Polonia”, añade.
La información de la guerra está vetada en esta casa de Boadilla: es zona libre del horror que vive su país. Como es lógico, están al tanto de lo que pasa, especialmente la madre, pero, en la medida de lo posible, los mantienen alejados de las noticias. Las fotos de ellos en España -a salvo y alejados de las bombas- le dan la felicidad al padre, que pasa la mayor parte del tiempo viajando de Kiev a Leópolis trasladando gente.
“Suelo”, “manta”, “mesa”, “lámpara”, la casa está salpicada de pósit con los nombres de los objetos. “Ania es muy proactiva y está haciendo muchísimo esfuerzo para aprender español, dedica mucho tiempo al día a estudiar”, asegura Jorge. “Las palabras que van aprendiendo las dicen perfectas”, añade Raquel.
Queremos que más familias se activen, si pueden, y se animen a acoger familias."
Jorge Lobo
“Queremos que estén más sueltos por la casa, que se relajen, que estén más como en su casa”, afirma Jorge. No es un reproche, es un deseo. La familia española sale a trabajar y a sus quehaceres y les gustaría poder pasar más tiempo con ellos. Para Semana Santa tienen previsto ir todos juntos a Sevilla con la familia de Jorge y así conocerse mejor.
La burocracia sí funciona
Poco a poco la vida va cogiendo su ritmo en la convivencia. La cena es el momento del día en el que coinciden los nueve en la mesa. La unidad ucraniana da paseos, la abuela disfruta sacando al perrito de la familia y los niños han podido salir a jugar cuando el tiempo lo ha permitido. El próximo lunes van a un centro escolar en Boadilla, donde van la mayoría de los chicos de la zona en la que viven. El mayor, además, se ha apuntado a esgrima, deporte que practica desde hace tres años. “Nos lo han regalado todo, el traje, el casco... Todo el mundo se vuelca con la ayuda y nos pregunta si pueden hacer más”, afirma Raquel.
El agradecimiento del matrimonio lo hacen extensivo a todas las administraciones que han facilitado toda la burocracia. Todos los astros se han alineado para los refugiados ucranianos y aunque el registro con la Policía lleva días de espera, por el alto número de ucranianos, los procesos se suceden con éxito y cuántos llegan de la guerra encuentran espacio. “Nosotros queremos que más familias se activen, si pueden, y se animen a acoger familias”, explica.
Se siguen necesitando familias y los ucranianos siguen saliendo en busca de un lugar seguro. Se buscan espacios libres del horror de la guerra, lugares como salón de esta casa de Boadilla donde la única maldad que hay es una enorme Estrella de la Muerte de Lego que Rinat está dando forma.
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