Vanda Obiedkova nació en Mariúpol hace 92 años. Sobrevivió a la II Guerra Mundial y al terror del Holocausto escondida en un sótano de la ciudad. Representante de la castigada comunidad judía del enclave, no superó, en cambio, otra contienda, la que desde febrero ha convertido la urbe en el escenario del asedio más salvaje. Vanda, con la memoria de aquella niña de 10 años que sorteó a la muerte, falleció de hambre y frío confinada en las entrañas de Mariúpol.
“Era una mujer feliz y optimista, que vivía rodeada de su familia, de su hija y su nieta. Le encantaba hablar y era muy sociable. Una persona que apreciaba realmente la vida”, cuenta a El Independiente Mendel Cohen, el último rabino de la estratégica ciudad portuaria ucraniana cuyo control fue reivindicado la semana pasada por las tropas rusas tras 55 jornadas de numantino sitio. El último rescoldo de la resistencia ucraniana, sin embargo, resiste en el laberinto de la acería Azovstal.
Desde que el conflicto estallara, Cohen ha tratado de evacuar a los últimos miembros de la comunidad. Un esfuerzo en mitad del bloqueo de las vías de huida y el ataque a los corredores humanitarios al que no llegó a tiempo Vanda. “Durante sus últimas dos semanas de vida ni siquiera pudo bajar al sótano. Se quedó en su apartamento, suplicando agua y alimento. Hacia frío y los bombardeos eran continuos”, rememora el rabino. “No dejó de preguntarse una y otra vez: ¿qué está pasando? Decía que era peor que la II Guerra Mundial”.
Durante sus últimas dos semanas de vida ni siquiera pudo bajar al sótano. Se quedó en su apartamento, suplicando agua y alimento
Memoria del horror
Vanda conocía, como pocos, los estragos que provoca la barbarie. En octubre de 1941, cuando el ejército nazi irrumpió en el callejero de Mariúpol, halló refugio en el sótano de su vivienda. Detenida más tardes, amigos de la familia lograron convencer a los oficiales alemanes de que Vanda no era judía sino griega. Su padre, que no era judío, la recluyó en un hospital hasta que Mariúpol fue liberada en 1943.
Su progenitor y sus allegados la salvaron del destino que los alemanes habían dictado contra ella y del que no pudo librarse su madre Maria, capturada por las SS y asesinada junto a sus parientes. Entre 9.000 y 16.000 judíos fueron ejecutados y arrojados en zanjas a las afueras de la ciudad. Décadas después, Vanda relató aquellas experiencias a una de las fundaciones que reunió el testimonio de los supervivientes del horror que sacudió los pilares de Europa y aún atormenta a Alemania.
“La recuerdo como alguien muy positivo. A Vanda le gustaba compartir sus vivencias y aprendimos mucho con ella. Pedía tolerancia para todos y estaba en contra de cualquier tipo de violencia”, comenta el rabino, apesadumbrado por su pérdida. “Falleció por la falta de alimentos y medicinas y la ausencia de las necesidades más básicas. En su casa no había suministro de agua ni calefacción. Vivió sus últimos días en un estado de intenso miedo. No pudo soportarlo por más tiempo”, indica Mendel.
A pesar de haber perdido a su madre, Vanda rehizo su vida y la vivió con plenitud. Con 24 años contrajo matrimonio. Jamás abandonó Mariúpol. “A mi madre le gustaba la ciudad. Nunca quiso marcharse”, relata su hija Larissa, que junto a su familia logró abandonar Mariúpol hace una semana. Hace ya algún tiempo que Vanda se había mudado al hogar de Larissa, que guarda ahora la memoria de la resistencia de su progenitora. En 2014, cuando el conflicto estalló en el Donbás, la anciana y sus descendientes fueron evacuados al oeste del país, pero acabaron retornando.
Una ciudad arrasada
“En 1941 se salvó porque no lloró”, recuerda Larissa en un testimonio recogido por la web judía Chabad. Sus últimos recuerdos materiales se perdieron en la destrucción reciente de su residencia. Tras jornadas de intenso plomo, la mayoría de los edificios de la ciudad han quedado reducidos a escombros. Más de 22.000 habitantes han perdido la vida desde finales del pasado febrero.
Según Mendel, Vanda es la primera superviviente judía del Holocausto que ha perecido en esta nueva guerra. A mediados de marzo falleció Boris Romanchenko, un nonagenario que había pasado por varios campos de concentración nazis, entre ellos los de Buchenwald y Bergen-Belsen. Fue capturado en 1941 por las tropas nazis, pero no era judío. Tenía 96 años y residía en Járkov, la segunda ciudad de Ucrania. Murió como consecuencia de una explosión.
Boris, la otra víctima caída bajo el plomo
Boris Romanchenko perdió la vida en Járkov el pasado 18 de marzo, en mitad de la contienda. "Estamos conmocionados por la confirmación de la muerte violenta de Boris Romanchenko. Su sobrina nos informó de que había fallecido después de que una bomba impactara en el edificio de varias plantas en el que vivía en Járkov. Su apartamento quedó calcinado", explicó un portavoz de la fundación que gestiona el memorial del campamento de Buchenwald. Oriundo de la región de Sumy, en la actual Ucrania, Boris fue hecho prisionero por las tropas nazis tras lanzar una ofensiva contra la Unión Soviética en 1941.
"La guerra nos pilló por sorpresa. Me fue imposible huir", recordó décadas después. Meses después, fue deportado a Alemania y, tras un intento fallido de huida, vagó por varios campos de concentración. En abril de 1945 fue liberado del campo de Bergen-Belsen por uniformados estadounidenses y británicos. Tras el final de la guerra, se enroló durante un lustro en el ejército soviético. Dedicó el resto de su vida a reivindicar la memoria del horror. "Nuestro objetivo fue siempre construir un mundo de paz y libertad", solía decir.
“Cada vez que caía una bomba, todo el edificio se agitaba. Mi madre no paró de decir que no recordaba nada igual durante la II Guerra Mundial”, apunta Larissa, quien vivió de cerca su agonía. “No había nada que pudiéramos hacer por ella. Vivíamos como animales”, añade.
Otra superviviente del Holocausto ha logrado ser evacuada a Kiev
El rabino que ha luchado en los últimos meses por proteger a su menguante comunidad reconoce que existe otra superviviente del Holocausto que se mantiene con vida, desafiando las refriegas y los azares de la guerra. “Ha sobrevivido al sitio de Mariúpol y su nieta ha logrado trasladarla a Kiev”, informa escuetamente.
Vanda, sin embargo, no pudo contarlo. Una vez confirmado su óbito, sus restos hallaron descanso en un parque público de Mariúpol, a menos de un kilómetro del mar de Azov. “La ciudad entera se ha convertido en un cementerio”, advierte su hija, decidida ahora a dejar definitivamente atrás su lugar de origen. "Mis padres quisieron que nosotros viviéramos mejor que ellos, pero ahora solo estamos repitiendo sus vidas", lamenta. Los ataques ni siquiera cesaron durante su entierro. “Mi madre no merecía una muerte como ésta”, murmura Larissa.
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