"Suena a broma", estalló el alcalde de Kiev, Vitali Klitschko, cuando le preguntaron por el envío realizado por el gobierno alemán al ucraniano en vísperas del estallido de la guerra. Eran 5.000 cascos. "¿Qué será lo próximo? ¿Almohadas?", dijo Klitschko al diario alemán Bild, en el que solía aparecer en portada tiempo atrás por su fama como estrella del boxeo. Tres meses después, Mijailo Podolyak, asesor del presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, ha elogiado que el Parlamento alemán apruebe con gran apoyo la entrega a Kiev de armamento pesado: entre el material, al menos 50 blindados autónomos antiaéreos, conocidos como Gepard (guepardo). "Este voto pasará a la Historia como uno de los últimos clavos en el ataúd del lobby de Putin en Europa", ha dicho Podolyak, que se felicitaba en su cuenta de Twitter de la vuelta del liderazgo de Alemania. Después de semanas de titubeos, el gobierno alemán daba un paso decisivo y soltaba amarras con el líder ruso, Vladimir Putin.
La guerra en Ucrania ha provocado un auténtico tsunami en la primera potencia europea. Los errores del pasado más reciente han quedado en evidencia. La ex ministra de Defensa Annegret Kramp-Karrenbauer, que fue aspirante a la sucesión de Merkel, tuiteaba el mismo día de la invasión: "Estoy enfadada con nosotros por nuestro fallo histórico. Después de Georgia, Crimea, y el Donbás, no hemos hecho nada para disuadir a Putin". Y altos cargos militares reconocían a los medios que Alemania estaba "indefensa".
La política de Alemania con respecto a Rusia ha estado marcada por su cercanía a la que es una potencia nuclear con quien tiene un pasado teñido de sangre en la Segunda Guerra Mundial. Ejerció un pacifismo militante hasta que aprobó la intervención militar en Kosovo en 1999. El ministro de Exteriores era el ecopacifista y ex revolucionario del 68 Joschka Fischer. Aquello fue otro punto de inflexión. Pero ha seguido latente esa voluntad de ser una potencia reticente, un motor económico sin fortaleza militar.
En una entrevista en la estadounidense Time, Scholz sostiene que Alemania ha de ser "fuerte, no tanto como para asustar a los vecinos, pero lo suficientemente fuerte". Y eso implica una auténtica revolución. A ojos de Putin, está claro que Alemania no tiene esa fortaleza.
La latente Ostpolitik
Durante años tanto la clase política como la empresarial han defendido que a través de los negocios pueden promoverse cambios (Wandel durch Handel). Ahora se ve la otra cara de la moneda: el Nord Stream 2, el gasoducto que llevaría gas directamente de Rusia a Alemania, encadenaba a Berlín con el Kremlin. Alemania mantiene en suspenso la apertura del gasoducto. Vinculado al Nord Stream-2 está el ex canciller alemán Gerhard Schröder, a quien Putin atrajo hace años con un contrato millonario.
La Ostpolitik, promovida por Egon Bahr y Willy Brandt, fue un éxito que nadie ponía en duda hasta ahora. Ahora quien alude a ella como la primera ministra de Mecklemburgo-Pomerania Occidental, Manuela Schwesig, recibe todo tipo de críticas de la oposición conservadora. Schwesig, que quiere salvar el gasoducto por los beneficios que supone para su Land, se comparó con Willy Brandt, que tuvo dificultades para defender su acercamiento al Este, y pidió que se trabajara más en la cooperación entre las naciones.
Es solo un ejemplo de cómo en un tiempo récord se están desmontando los pilares sobre los que se sustentaba la relación de Alemania con el Kremlin: había que acercarse al oso ruso para evitar que Putin se viera tentado de recurrir a la fuerza. Una vez que lo ha hecho, y que las tropas rusas cometen crímenes como los vistos en Bucha, Alemania se ve forzada a reaccionar.
Del 'Zeitenwende' al titubeo
El despertar ha costado más de lo que se aventuraba cuando el canciller alemán, Olaf Scholz, aludió en el Parlamento federal el 27 de febrero, apenas tres días después de la invasión de Ucrania, al Zeitenwende (giro histórico). De la noche a la mañana había saltado por los aires el orden de seguridad europeo y estaba en cuestión la libertad, la democracia y la prosperidad de los alemanes y de los europeos.
El canciller socialdemócrata, que encabeza una coalición con liberales y verdes, anunció el suministro de armas a Ucrania (no pesadas entonces), sanciones de gran alcance, el refuerzo del flanco oriental de la OTAN y el incremento de más del 2% del PIB para destinarlo a defensa, así como un plan para reducir la dependencia energética de Rusia. Scholz recibe el apoyo del Bundestag.
Scholz hace ese discurso sobre el 'Zeitenwende' pero sigue maniatado por la 'Ostpolitik', que ha sido la política de Estado de Alemania en los últimos 50 años"
miguel otero, real instituto elcano
"Scholz hace ese discurso de la Zeitenwende pero sigue maniatado por la Ostpolitik, que ha sido la política de Estado de Alemania en los últimos 50 años. Ese giro ha de hacerse de forma cautelosa. La dependencia energética es obvia. Y Alemania no quería entregar armamento pesado porque supone ser parte activa del conflicto. Finalmente enviarán los Gepard. Scholz ha arrastrado los pies pero sigue pesando el temor a una guerra nuclear. La Ostpolitik fue efectiva porque ayudó a la distensión", explica Miguel Otero, investigador principal en el Real Instituto Elcano.
Así ocurrió que, tras este primer impulso, el gobierno alemán empezó a perderse en vacilaciones. Scholz se pasó semanas actuando con el freno de mano: se crea un fondo de 100.000 euros para ese incremento del 2% que requiere la OTAN en defensa pero sin variar el presupuesto de 50.100 millones de euros hasta 2026; se limitan los envíos de armas (a finales de marzo la ayuda militar era apenas de 1,2 millones de euros, menos que Estonia); y se incide en que prescindir de la energía rusa llevará su tiempo. Hay temor a que aumente el desempleo si la ruptura es drástica y a que la gente "no pueda calentar sus casas", en palabras del ministro alemán de Economía y Energía, Robert Habeck.
Mientras tanto, la oposición, comandada por Friedrich Merz, heredero de la Angela Merkel como líder de la Unión, demandaba más determinación. Merz, en el pleno en el que el Bundestag aprobaba el jueves con tan solo un centenar de votos en contra (la extrema derecha y la extrema izquierda) el envío de armamento pesado a Ucrania, acusó a Scholz de ser "titubeante" en un momento crucial para Alemania. Scholz no lo escuchó directamente porque tenía un viaje a Japón.
Y los dirigentes ucranianos llegaron a rechazar a una visita del presidente alemán, Frank-Walter Steinmeier, socialdemócrata y defensor en el pasado del acercamiento a Rusia. Como lo fue también la canciller Merkel, que vio en el gas ruso una tabla de salvación tras su decisión de acabar con la energía nuclear tras el accidente de Fukushima en Japón, en 2011. Aquello fue un punto de inflexión en Alemania.
Dentro de la coalición, la ministra alemana de Exteriores, Annalena Baerbock, destacaba, sin embargo, por su apoyo y cercanía a Ucrania. Fue de las primeras dirigentes europeas en viajar al territorio en guerra. Baerbock siempre ha sido más contundente que sus socios de gobierno socialdemócratas en el trato con Putin. En el Bundestag dijo el jueves: "Siendo el país más grande de la UE, tenemos una responsabilidad especial en este sentido".
El error de la dependencia energética
También Habeck, ministro verde de Economía y Energía, han reaccionado más rápido que el canciller Scholz y han trasladado mejor a la opinión pública cómo estaban trabajando para hacer posible marcar distancias con Putin. Habeck se ha acercado a los países del Golfo, a pesar de las críticas pasadas a estos regímenes de los Verdes, para buscar proveedores de energía alternativos. Alemania, que ha reducido su dependencia a la mitad en petróleo (25% a un 12%) y trata de seguir ese camino en gas (más del 50% de importaciones rusas), da por hecho que será Putin quien cortará el grifo, como lo ha hecho con Polonia y Bulgaria.
"Si Putin decidiera dejar de suministrar gas a Alemania, en el fondo haría un favor al gobierno que no quiere asumir el coste para la economía. El sector químico, por ejemplo, lo sentiría mucho y Basf es una empresa muy poderosa. El gobierno de coalición no quiere verse en una recesión", indica Otero. El plan de modernización y digitalización del gobierno de socialdemócratas, liberales y verdes se vería en serio peligro.
El Bundesbank ha informado de que un embargo energético haría que la economía alemana se contrajera un 5% sobre las predicciones de 2022, y provocaría una de las mayores recesiones en décadas. Pero los expertos recuerdan que en el primer año de la pandemia la contracción fue del 4,6%. "Habría cierta escasez, pero sería manejable", señala Veronika Grimm, economista de la Universidad de Erlangen-Nuremberg en la revista Time.
Alemania ha aprendido una lección muy importante con la guerra comandada por Putin. La dependencia energética de Alemania con respecto al Kremlin es inasumible. Lejos de hacer que Rusia cambie, ha debilitado a Alemania.
"Hay fuentes alternativas para abastecernos de petróleo, como las refinerías en Rostock o en Polonia, pero no es tan fácil con el gas. En semanas la economía alemana ha de prepararse para un escenario en el que otros países llevan trabajando años. Es importante que estos desafíos se comuniquen de forma adecuada y también se haga con los socios europeos", dice Pawel Tokarsky, investigador en la Stiftung Wissenschat und Politik (SWP) de Berlín. La comunicación es uno de los puntos débiles del canciller socialdemócrata. La ministra de Exteriores, sin embargo, es la figura más popular del gobierno.
La autonomía estratégica no puede construirse basándose en la dependencia económica de las dictaduras y ahí tiene un papel fundamental la relación con otros socios europeos como España"
Pawel tokarsky, swp
"La votación en el Bundestag en la que se aprobó el envío de armamento pesado es una clara señal a Moscú. No habrá vuelta al business as usual con Moscú. Pero la autonomía estratégica no puede construirse basándose en la dependencia económica de dictaduras, y ahí tiene un papel fundamental la relación con otros socios europeos, como España", añade el investigador.
Tokarsky subraya cómo desde fuera puede parecer que Alemania ha actuado con lentitud pero, dada la magnitud del cambio, a su juicio, lo relevante es que va en la buena dirección. "La invasión de Rusia fue para Alemania una conmoción que le hizo ver que debía reorientar su política exterior, de seguridad, económica y energética en un tiempo récord. Desde fuera puede parecer que ha habido un freno, pero hay que tener en cuenta que Alemania es un país muy conservador donde los cambios son lentos, por obstáculos ideológicos y burocráticos. Pero el cambio en seguridad no tiene precedentes. ¿Quién se iba a imaginar hace seis meses que un gobierno dirigido por socialdemócratas iba a enviar armas a Ucrania para luchar contra Rusia?".
La otra gran enseñanza de esta guerra, para Alemania especialmente que tanto ha apostado por el acercamiento al Kremlin, es que mientras Putin siga al frente de Rusia la relación con el Kremlin será una permanente gestión de crisis. Sería ilusorio pensar que puede construirse cualquier fórmula de seguridad común.
El cambio de 180 grados en Alemania solo se explica por la gravedad de lo ocurrido en Europa a partir del 24 de febrero, cuando Putin ordenó la invasión de Ucrania. Es nuestro 11-S. Y podríamos habernos preparado porque Putin ya se anexionó Crimea en 2014 con total impunidad.
En un artículo publicado en el Neue Zürcher Zeitung, Jana Puglierin, directora del ECFR de Berlín, destaca que «el gobierno alemán, junto con sus socios, ha de hacer todo lo que esté en su mano para garantizar que Putin no salga vencedor de esta guerra. Si, como resultado de la invasión rusa, se consolida la idea de que los que hacen valer brutalmente las reivindicaciones territoriales con la fuerza militar son recompensados, habrá consecuencias de gran alcance para la estabilidad de Europa». Si esta guerra la gana Putin, la pierde Europa.
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