Hasta que la guerra estalló, era un empresario de la animada noche de Mariúpol. Mykhailo Puryshev regentaba el Evo Game club, uno de los locales de música de la ciudad ucraniana, arrasada ahora por dos largos meses de refriegas. Puryshev, como el resto de sus vecinos, ha olvidado en tiempo récord los buenos tiempos. Desde que el plomo comenzó a caer por la ciudad, mudó de gremio. Hoy es el principal rescatador de civiles de la urbe.
“Sigue habiendo mucha gente que quiere abandonar la ciudad. Más de 100.000 civiles permanecen atrapados en Mariúpol”, relata Puryshev en conversación con El Independiente. Hasta esta semana las rutas de evacuación sufrían semanas de bloqueo. Ayer martes una flota de autobuses urbanos, escoltados por vehículos de la ONU y la Cruz Roja, transportaron a unas 150 mujeres y niños que permanecían en la acería de Azovstal hasta Zaporiyia, en manos ucranianas. Una evacuación que se prolongó durante tres jornadas, abriéndose paso por puestos de control de ambos bandos.
A finales de abril las tropas de Vladimir Putin reivindicaron el control definitivo de la ciudad, tras 55 jornadas de asedio que condenaron a sus habitantes a padecer el hambre, el frío y el terror de continuos bombardeos. La última resistencia permanece atrincherada en Azovstal, un laberinto de talleres donde hallaron residencia hace semanas unas 2.000 personas, entre militares y civiles. Según fuentes ucranianas, unos 200 civiles continúan en las instalaciones.
A pesar de las promesas iniciales, el ejército ruso ha bombardeado intensamente la factoría. Ayer martes el ejército ruso renovó la ofensiva sobre la planta. Inmediatamente después de la salida de los civiles y los negociadores internacionales, el plomo regresó a sus confines. Aviación, tanques y artillería asumieron el cometido de golpear la planta, según el relato de combatientes del batallón Azov que permanecen en el interior de la factoría.
Según el ministerio de Defensa ruso, las fuerzas ucranianas han empleado el alto de fuego para rearmarse y establecer nuevas posiciones de disparo. Con ayuda de intensa artillería, Moscú aspira ahora a destruir esos enclaves rivales. “La batalla no ha cesado, pero el principal problema es que la gente no dispone de coches para dejar la ciudad”, maldice Puryshev desde su refugio temporal en Kiev.
La hazaña de los 5.000 rescatados
El empresario aguarda en la capital el momento idóneo para reanudar sus misiones de rescate. “Con mi equipo hemos logrado evacuar a unas 5.000 personas”, comenta el joven. En los primeros compases del conflicto, consiguió poner a salvo a su esposa y sus cuatro hijos. Fue entonces cuando optó por retornar a Mariúpol en busca de otros civiles que trataban de dejar atrás un callejero transfigurado en uno de los más preciados objetivos de la invasión rusa de Ucrania.
La batalla no ha cesado, pero el principal problema es que la gente no dispone de coches para dejar la ciudad
“El viaje más aterrador y complicado fue precisamente aquel primero. Era la primera persona que trataba rescatar por su cuenta a civiles y no sabía lo que podía pasarme. No sabía lo que me iba a encontrar”, rememora. “Me quedé atrapado en un sótano de un edificio de la ciudad durante seis días. Allí me encontré con la guerra con mis ojos y lo que significa. Escuché los misiles y me percaté de lo que sucedía. Todo el mundo me decía que era una locura y que me dispararían si me internaba en la ciudad pero tal cosa nunca sucedió”.
Firmó los rescates con una vieja furgoneta Mercedes de color rojo que adquirió a principios de marzo, con los primeros ataques golpeando la urbe. “Todo empezó con esta furgoneta roja”, comenta. Otros muchos vecinos, a bordo de sus propios vehículos, le siguieron por la ruta que tomaron ayer martes los civiles atrapados en Azovstal, formando largas caravanas que sortearon rutas jalonadas de tanques en llamas. “En uno de los viajes encontré un refugio con 180 personas, la mayoría niños. Lloré. Me fui a un sitio donde no me veía nadie y lloré por todo el dolor”, evoca.
La Mercedes roja que espera el regreso
Más de 22.000 personas han perdido la vida en dos meses de combates y continuos bombardeos. Sus primeras evacuaciones y los constantes viajes que le sucedieron le han granjeado el apodo de “El voluntario”. Puryshev no solo logró las salidas sino que auxilió a la población que no tuvo más remedio que resistir, confinada en sótanos e improvisados refugios. En mitad de la escasez de alimentos y medicamentos, negoció con las tropas rusas para el envío de ayuda humanitaria.
Cansancio y hambre
La extenuación y las secuelas del hambres asomaron este martes por el rostro de los que acababan de abandonar la pesadilla de Mariúpol. Según su alcalde, Vadym Boichenko, más de 200 civiles continúan en la planta siderúrgica de Azovstal, y unos 100.000 civiles siguen en la ciudad, arrasada por semanas de asedio y bombardeos rusos. "Gracias a la última operación, 101 mujeres, hombres, niños y ancianos pudieron por fin salir de los búnkeres bajo la acería de Azovstal y ver la luz del día después de dos meses", manifestó Osnat Lubrani, coordinadora humanitaria de la ONU para Ucrania. Los rescatados, atendidos por un equipo de médicos, relataron haber sobrevivido a base de raciones rusas cocinadas al aire libre en fuegos de leña.
A su llegada a Zaporiyia, controlada por Kiev, algunos de los evacuados mostraron carteles, suplicando el auxilio de las tropas que permanecen en la acería atacada por las tropas rusas. "Salvemos a los soldados de Azovstal", rezaban los rótulos. Aseguraron que no disponen ya de víveres ni de munición para continuar la defensa de la plaza. La nueva ofensiva sobre la planta ha causado un número indeterminado de bajas.
Puryshev mantiene a buen recaudo la furgoneta roja, que resultó dañada en un ataque y consiguió reparar. “Sigue aquí conmigo. La Mercedes está preparada para volver a la carretera”, esboza. “Ahora que resulta imposible seguir con las evacuaciones, nos estamos centrando en las 5.000 personas que han sido rescatadas. Se encuentran en diversas ciudades de Ucrania y estamos buscando alojamiento para ellas y asistiéndolas con la documentación”, reconoce Puryshev, inquieto por el destino de algunos de sus colaboradores. "Algunos han sido detenidos y se les ha perdido el rastro", advierte.
El “buen samaritano” de Mariúpol, que arriesgó su vida en mitad del plomo y la violencia, añora su local. “Era un sitio estupendo. Acababa de renovar el espacio y había comprado nuevos equipos. Tenía muchos proyectos en mente, pero todo se detuvo en un día. Ahora toda esa ciudad en la que vivía no existe y está completamente destruida”, narra.
Sigue aquí conmigo. La Mercedes está preparada para volver a la carretera
El sueño de la nueva ciudad
Su pub ha resistido las embestidas de la artillería, no sin achaques. “Cuando comenzó la guerra, el club fue empleado como refugio antiaéreo por muchos vecinos. Había resistido, pero las últimas noticias que me han llegado es que todo lo que había en el local ha sido saqueado”, murmura. Puryshev admite que la crisis sanitaria provocada por el coronavirus dejó en suspenso la vida nocturna. “Pero en los meses previos a la guerra, volvió la actividad nocturna y era maravillosa”, evoca.
Creo en la fortaleza ucraniana. Mariúpol volverá a ser nuestra otra vez
Su ciudad natal se halla hoy en manos rusas y de los separatistas del Donbás, que tratan de avanzar por la región con la necesidad apremiante de Putin de adjudicarse una victoria parcial. Puryshev, sin embargo, no ha perdido la esperanza. “Creo en la fortaleza ucraniana. Volverá a ser nuestra otra vez”, murmura. “Y será más bella y espectacular de lo que fue. Estamos ya trabajando en su futura reconstrucción. Y lo sé porque también nuestro primer viaje de rescate se antojaba imposible y lo logramos. Entonces también seremos capaces de hacerlo”, concluye.
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