La escalada de la guerra de Ucrania no se puede entender sin el Ártico. Un océano y una región cada vez menos helados por el cambio climático y llenos de tensiones fronterizas en las que Rusia está presente en casi todas. Puntos de fricción diplomática que en el siglo XX eran irrelevantes en el inaccesible océano y gélidos territorios, pero que ahora son el foco de la ambición de Putin, que visualiza un Ártico lleno de recursos minerales y naturales para su Gran Rusia. Recursos cuyo control está de fondo de la guerra de Ucrania y que ponen a esta región del mundo como el escenario de una III Guerra Mundial.
“La Unión Soviética está a favor de reducir el nivel de confrontación militar en la región. Hagamos que el norte del globo, el Ártico, sea una zona de paz. El Polo Norte ha de ser un polo de paz”. Lejos quedan las palabras en Murmansk del entonces líder soviético, Mijail Gorbachov, en 1987. Una vez más, Vladimir Putin ha dinamitado la visión idealista de quien fue el último presidente de la URSS. Tras la invasión rusa de Ucrania, ordenada el 24 de febrero, el Ártico amenaza con convertirse en una zona de guerra.
Por primera vez en décadas el Consejo Ártico, el foro internacional que promueve la cooperación en la región, ha suspendido su colaboración hasta 2023 por su condena de la intervención de Rusia en Ucrania. En el comunicado, fechado en marzo pasado, hay una clara referencia a cómo el ataque ruso es “un grave impedimento a la cooperación internacional”. Otras tres instituciones diplomáticas del Ártico han tomado la misma medida. Son el Consejo Nórdico de Ministros, el Consejo de los Estados Marítimos del Báltico y el Consejo Euro-Ártico del mar de Barents.
El Consejo Ártico, creado en 1996, está formado por ocho miembros de pleno derecho: Canadá, Dinamarca (Feroe y Groenlandia), Estados Unidos, Finlandia, Islandia, Noruega, Rusia y Suecia. También participan los seis representantes de las comunidades indígenas del Ártico. Estos ocho estados son los que tienen la soberanía de los espacios marítimos y terrestres. Hay controversias como la que se refiere a la isla de Hans, reclamada por Canadá y Dinamarca, pero prevalece el entendimiento hasta ahora. También está delimitado el espacio marítimo aunque EEUU y Canadá reclaman el Mar de Beaufort. Svalbard, sin embargo, bajo soberanía noruega y donde todos realizan actividades comerciales, era ejemplo de esa cooperación.
Si bien el Consejo Ártico promueve la cooperación en materia medioambiental, desarrollo sostenible e investigación científica y queda fuera de su mandato la actividad pesquera, la cooperación militar, control de armas y desarme, resulta muy significativo que haya interrumpido su actividad. Hasta ahora era un oasis de paz que había sobrevivido a las tensiones internacionales. Ni siquiera alteró su agenda con motivo de la anexión de Crimea en 2014.
Como consecuencia de la invasión, dos de los países del Consejo Ártico, Finlandia y previsiblemente Suecia, van a solicitar su ingreso en la OTAN, con lo que todos los miembros de este foro serían miembros de la Alianza Atlántica salvo Rusia. Y Moscú, que considera el Ártico como su lejano norte, la región donde expandirse económicamente y que domina en un 50%, va a verse acorralada. Igual que la posibilidad de que Ucrania entrara en la OTAN -solo existente en las mentes del Kremlin- les parecía una amenaza, el hecho de que en el Ártico todos los otros Estados soberanos sean aliados obra en su contra.
“El Ártico afronta su mayor crisis en 35 años”, reconoce Klaus Dodds, profesor de geopolítica, especializado en la región, de la Royal Holloway Universidad de Londres. “Hay peligro de que la tensión vaya en aumento. Al final tendremos en el Consejo Ártico esa división de 7+1, cuando Rusia tiene la mayor capacidad militar en la región. La OTAN probablemente impulsará su presencia en el Ártico con maniobras militares, planes para compartir información sobre la zona y se asegurará posiciones. Rusia seguirá mostrándose como víctima”, señala Klaus Dodds.
Esta primavera se han realizado las mayores maniobras militares en años llamadas Cold Comfort. Participaron 30.000 soldados de 27 nacionalidades, 200 aviones y 500 buques de guerra. Simulaban la invasión rusa de Noruega, que desencadenaba la aplicación del artículo 5, es decir, la respuesta de los aliados. Solo una vez se ha invocado este artículo de la OTAN y fue tras los atentados del 11-S. Ahora que Finlandia y Suecia, tradicionalmente neutrales, aspiran a gozar también de esta protección, esas maniobras no parecen ciencia ficción. En marzo también el Comando de Defensa Aeroespacial Norteamericano realizó ejercicios en los que participaron EEUU y Canadá en los territorios del noroeste de Canadá.
Rusia, que diseñó su primera política ártica en 1931 con Stalin al frente del país, está marcando territorio. Ha reacondicionado 13 bases aéreas, diez estaciones de radar, 20 puestos fronterizos y diez centros de coordinación de emergencia. Cada vez realiza más patrullas con bombarderos y submarinos en la península de Kola, donde ha renovado la pista de aterrizaje. Ha construido bases nuevas, una de ellas en Novosibirsk, al norte de Siberia oriental, y otra en la isla de Wrangel, reserva natural de la Unesco. Pero es la Flota del Norte la que garantiza la seguridad de Rusia.
Desde que Putin está en el poder el Ártico, cuna de recursos naturales y base de rutas comerciales alternativas, es prioridad en la política del Kremlin. Rusia ha invertido en la Ruta Marítima del Norte y obtiene dos tercios de sus reservas de petróleo y gas de esta Zona Económica Exclusiva del Norte. Según el informe El Ártico, ¿de la cooperación al conflicto?, del Instituto de Estudios Estratégicos, “Rusia tiene el convencimiento de que la historia y la geografía le otorgan el derecho de influir en el Ártico en general, y de forma especial en la Ruta Marítima del Noroeste. Por eso el Kremlin ha incrementado su foco de interés estratégico de forma parecida al interés mostrado en los años 90 por su flanco oeste europeo, tras la caída del Muro de Berlín. Rusia teme que el derretimiento del muro de hielo de la superficie del Océano Glacial Ártico afecte a su espacio de dominación tradicional”. Cualquier incremento de la presencia de la OTAN en los países del Ártico lo considera amenazante para sus intereses.
“Desde 2014 Rusia ha militarizado la zona progresivamente. Considera que se abre un frente que antes no tenía. Han empezado a pensar que podían tener un problema de seguridad en el Ártico. Por ello ha reforzado sus instalaciones en la Ruta del Noroeste, lo que ha preocupado al resto de las potencias de la zona. De todas formas, las operaciones militares son muy complejas y muy caras. Miedo hay, de todas formas, porque la cooperación ha pasado a ser cosa del pasado”, señala Félix Arteaga, investigador principal en el Real Instituto Elcano. En sus maniobras ha sido capaz de movilizar 50.000 soldados, 40 buques y 15 submarinos. Incluso ha creado un mando militar para la coordinación de todas las fuerzas militares rusas en el Ártico.
En 2015 ya dijo el presidente del consejo ruso de expertos del Ártico y la Antártida, que había “una gran posibilidad de que el Ártico ruso sea la primera línea de defensa en caso de un conflicto militar global, porque esa es la dirección más probable de un ataque con misiles balísticos nucleares del adversario”. Desde la invasión de Crimea en 2014, de vez en cuando se han escuchado declaraciones en este sentido.
“Como en esa zona es difícil desplegar tropas sobre el terreno, lo que queda es un tipo de guerra a distancia con intercambio de misiles balísticos o hipersónicos. Esa opción de amenaza nuclear es algo que siempre la doctrina rusa ha mantenido. En caso de que la OTAN pretendiera ocupar espacio territorial ruso, recurrirá a este tipo de armas. Rusia tiene capacidades nucleares en la península de Kola, buques y submarinos nucleares. Y también pueden lanzar misiles a través del Polo Norte. No pasa como en el frente oriental donde se recurriría a medios convencionales. Entra dentro de la retórica de la confrontación. La presencia militar ha sido hasta ahora limitada, pero va incrementándose. En todo caso ahora hay escenarios más urgentes”, añade Arteaga.
El hielo desaparece
En las antípodas de este territorio de ambiciones está el Ártico como espacio natural de colaboración científica, en el que la misión MOSAiC es el máximo exponente. Científicos de 37 países -Rusia entre ellos- permanecieron un año atrapados en la banquisa de hielo ártico para comprender mejor todos los cambios naturales y climáticos que se producen en la zona, la que más rápido se calienta de la Tierra y cuyos efectos están vinculados a fenómenos meteorológicos extremos como, por ejemplo, Filomena. Lo que pasa en el Ártico no se queda en el Ártico, una máxima de los científicos y los ecologistas que también aplica a la geopolítica.
“Llevo muchos años trabajando en el Polo y los cambios allí nos afectan mucho”, afirma Carolina Gabarró, del Instituto de Ciencias del Mar del CSIC, organización que participó en la MOSAiC. En particular ha colaborado en estudios del hielo marino que son de los primeros que se han publicado. “Los datos confirman que se está acelerando la fusión del hielo, cada verano la extensión del hielo es menor y su grosor más reducido”, confirma Gabarró. “Los modelos climáticos nos dicen que el calor va a seguir afectando al Ártico y reduciendo el hielo y no tardaremos en saber en qué punto el hielo va a desaparecer gracias a el trabajo con MOSAiC que nos permitirá mejorar los modelos. Lo que sabemos es que cada vez estamos más cerca de un punto de no retorno. Dependiendo de los modelos se estima que entre 2030 y 2050 durante el verano el hielo desaparezca en el Ártico por completo”, asegura.
Aunque el hielo vuelva en invierno, este será más fino y resultará más fácil de romper. “Cuando desaparezca el hielo nos afectará profundamente en nuestras latitudes en forma de fenómenos meteorológicos extremos”. Ese hielo más débil será fácilmente resquebrajado por los barcos rompehielos, lo que redundará, según esta científica, en que le cueste más recomponer la banquisa de hielo y en que el calor de la luz solar siga penetrando en el agua y calentándola.
Pero este no es el cálculo de las grandes navieras de transporte de mercancías de todas las banderas que ven un futuro océano liberado de obstáculos para poder acortar el camino entre Asia y Europa. Por ejemplo, un carguero que ahora hace la ruta Shanghái-Rotterdam recorre 10.500 millas yendo por el Canal de Suez, mientras que si usa Northern Sea Route, surcará unas 8.500 millas, y unas 8.700 si opta por el pasaje del noroeste de Canadá. “Ya se están abriendo corredores marinos que antes se abrían muy poco tiempo y esto está causando un aumento de transporte marítimo en la zona”, afirma Carlos Bravo, de la organización Transport & Environment. De entre todos los países que miran con interés este deshielo, destaca China, la gran potencia comercial.
China y las nuevas rutas comerciales
China, que se declara un Estado semi-ártico, tiene ambición de convertirse en una potencia polar. Desde el año 2013 es observador del Consejo Ártico. Su estrategia sobre la región se expone en el Libro Blanco sobre Política Ártica de 2018. Pekín reconoce la soberanía de los Estados árticos pero defiende que no sea su competencia exclusiva. El tráfico marítimo es cuestión de seguridad nacional para China, de ahí su interés en la alternativa a la Ruta del Noroeste, que sería la Ruta Marítima del Norte. Su ambición es “crear la Ruta Polar de la Seda, parte de la Iniciativa de la Franja y la Ruta, un proyecto geopolítico impulsado por China para asegurar la conectividad física y digital en Eurasia y en el mundo”, según explica Eduardo Tzili, profesor investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Xochimilco e integrante del Grupo de Estudios sobre Eurasia.
“El proyecto chino puede verse sumamente afectado debido a que depende, en gran medida, de las dinámicas del Consejo del Ártico y de los países con costa ártica, que han reducido sus interacciones, primero a raíz de la anexión de Crimea en 2014, y ahora con la invasión rusa a Ucrania”, señala el investigador.
“A China le preocupan las crecientes tensiones entre los países de la OTAN y Rusia de manera general, pues incide en inestabilidades internacionales, aviva lo que Beijing denomina ‘mentalidad de guerra fría’, y afecta la gobernanza de la región. Para China, la ruptura total entre los miembros del Consejo Ártico sería fatal porque no puede dar la espalda a Rusia, el país con mayor costa ártica, pero tampoco al resto de países con quienes tiene proyectos comerciales y científicos (sobre todo con Noruega)”, añade Eduardo Tzili.
China trabaja con Rusia para conseguir sus objetivos económicos en la región, tanto en lo que concierne a rutas como a la explotación de recursos. Según Félix Arteaga, "la cooperación entre Rusia y China es pragmática". "A China le preocupa el control de las infraestructuras. No tendrían problema con Rusia, si bien sería un riesgo que las utilizaran para hacerse con el negocio de la Ruta del Noroeste o bloquearan a los otros países. De momento a China le interesa estar presente y sacar partido. Rusia quiere mantener el control territorial pero el coste es muy elevado, de modo que la cooperación se incrementará entre Moscú y Pekín. A largo plazo puede pasar que las instalaciones no queden bajo control de los países donde están radicadas sino por el propietario, China".
En lo que se refiere a la explotación de recursos, China ha aprovechado que Rusia tiene dificultades por las sanciones para acceder a tecnología occidental para invertir en transporte y explotación de hidrocarburos y transporte en el Ártico ruso. Un ejemplo es el proyecto Yamal para licuar gas natural en Siberia. Todo indica que China y Rusia están llamadas a entenderse en el Ártico. También. Ya vimos en los Juegos Olímpicos de Invierno cómo el líder chino, Xi Jinping, y el presidente ruso, Vladimir Putin, están consolidando una entente sólida frente a lo que conocemos como comunidad occidental.
La conquista del Gran Norte
“El Ártico es la obsesión de Putin”, afirma contundente Marzio G. Mian, autor de Ártico, la batalla por el Gran Norte (Ariel). “Su visión del Ártico forma parte de su visión de Rusia, que es entre ideológica y religiosa, esto que estamos descubriendo ahora, antioccidental ultra nacionalista que yo llamo la religión rusa, que tiene mucho que ver con el norte, Putin repite muchas veces que Rusia liderará el mundo gracias al Gran Norte”, afirma el autor. Sigue las ideas del geógrafo Mikhail Lomonosov (1711-1765) que apuntó el potencial de Siberia para Rusia. “Son muy conscientes de los recursos existentes en el Ártico, como petróleo, gas, oro y minerales varios”, afirma Mian.
El Ártico alberga el 13% de las reservas de petróleo mundial, el 30% del gas, el 27% de diamantes y otros valiosos minerales. Recursos que el cambio climático le está poniendo en bandeja, dadas las dificultades que había hasta ahora para explotarlos. “Hasta los gulags estaban orientados a su explotación. No eran más que mano esclava para trabajar en lugares a los que nadie quería ir”, explica. “El Gran Norte lejano ruso es el equivalente en la identidad nacional al lejano oeste estadounidense. Donde habita el mito de enfrentarse a una naturaleza extrema”, añade.
El gran norte es el cajero de Putin, según Mian. El Ártico representa más del 90% de la producción de gas natural de Rusia y el 17% de su petróleo. Mian pone como ejemplo de la gran apuesta rusa por el Ártico a la localidad de Pevek, en la región de Chukotka, donde se ha instalado una de las centrales nucleares flotantes de Rusia. El barco Akademik Lomonosov es una central nuclear que abastece a la región donde Roman Abramovich, el oligarca que fue gobernador de Chukotka de 2000 a 2008 antes de mudarse a Chelsea hizo su fortuna. El desarrollo de esta zona de Siberia es fundamental para los negocios mineros de oro y cobre del oligarca en la zona. Rusia con 40 rompehielos es el país del mundo con más embarcaciones de este tipo, seis de ellas nucleares, además de puertos e infraestructuras en progreso para la conquista del Gran Norte.
No es el único millonario que aspira a hacer negocios en el Gran Norte: la mayoría de los oligarcas rusos tienen intereses en la zona. Pero el hambre de recursos no es exclusivo de los ricos rusos, en Occidente Bill Gates y Jeff Bezos proyectan la mayor mina a cielo abierto del mundo en Groenlandia donde explotarán las codiciadas tierras raras necesarias para las nuevas tecnologías como móviles y paneles solares.
Con las sanciones impuestas a Rusia estas infraestructuras se han visto afectadas en el Ártico ruso, importantes empresas como Total, Exxon Mobil, BP, Shell y Equinor han abandonado sus proyectos allí. En Murmansk se ha paralizado la construcción del mayor puerto de gas licuado del mundo de la empresa rusa Novatek (en la imagen anterior). Es parte del posicionamiento de una guerra comercial que para Mian es ya parte de la III Guerra Mundial, “no a gran escala todavía, pero estamos ante bloques completamente opuestos, dos formas de ver el mundo. Los recursos están en el norte, se ha terminado la colaboración y la zona se está militarizando con una mayor presencia de la OTAN”, afirma Mian.
Protección del Ártico
Los grandes intereses de Rusia en el Ártico explican la ferocidad con la que su régimen ha perseguido a los ecologistas, especialmente a todos cuantos han demandado la protección medioambiental de su Gran Norte. El episodio más conocido es de la detención de los Arctic 30, los 30 activistas y periodistas capturados por fuerzas rusas el asaltó de un barco de Greenpeace (en la imagen) que protestaba junto a la plataforma de perforación Prirazlomnaya en el Ártico.
“Para Rusia el Ártico son los recursos de gas y petróleo, las pesquerías y la apertura a nuevas rutas de tránsito marítimo del comercio internacional entre China y Europa. A medida que ha ido aumentando la destrucción del Ártico gana la militarización de la zona y ha callado las voces de los ecologistas y también de las comunidades indígenas de Siberia y del del Ártico. La conservación de los recursos naturales y de las energías está asociada a un mundo en paz que Rusia está muy alejado de verlo en el Ártico”, afirma Pilar Marcos, Responsable de Ártico de Greenpeace.
La protección del ártico más cercana a la visión de Gorbachov, pone al modelo de la Antártida, protegido de explotación y actividad humana -temporalmente- como propuesta ecopacifista como vía para mantener paz en la región y conservar su riqueza natural.
“El gran perdedor de esta crisis de Ucrania es el excepcionalismo ártico, la creencia personificada por la expresión noruega ‘cuanto más al norte, más baja la tensión’. Lo que se ha roto es la idea, en otras palabras, de que el Ártico es único, excepcional y está protegido de las presiones geopolíticas de otros lugares. La visión de una región ártica cooperativa circumpolar se ha hecho añicos y la cuestión es qué viene después. A fin de cuentas, Rusia necesita un Ártico en paz porque necesita importantes inversiones extranjeras y apoyo para cosechar y exportar petróleo y gas, en particular a los mercados de ultramar; en la actualidad eso significa mirar a China e India como mercados de exportación (debido a las sanciones). Además, la ciencia sale perdiendo porque el acceso a Rusia es vital para la vigilancia a largo plazo. Y los pueblos indígenas del Ártico se verán afectados y podrían verse perjudicados si los Estados vuelven a la política de poder tradicional”, concluye Dodds.
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