Han convertido Barcelona en su territorio neutral, en una suerte de refugio mientras sus países se declaran la guerra y sus respectivos ejércitos libran una contienda en los confines de Europa. Andrey es ucraniano. Anton, ruso. Su historia de amor no solo desafía el odio que se propaga velozmente, sin límite, por las trincheras rivales. También es una poderosa enmienda a dos sociedades vecinas que, incluso ahora que se sienten a años luz, comparten dosis casi ilimitadas de homofobia y se cuentan entre los territorios donde la comunidad LGTBI vive en la clandestinidad.
“Por desgracia, la reacción social en ambos países resulta muy similar. En el fondo, rusos y ucranianos tienen la misma actitud porque son pueblos hermanos, que se comportan del mismo modo en asuntos como éste”, relata Andrey en conversación con El Independiente. El inicio de la invasión rusa de Ucrania coincidió con una de sus estancias en la capital catalana. Desde que se conocieran hace tres años en Moscú, las calles de Barcelona han sido testigo de sus reencuentros esporádicos. Ahora, el conflicto amenaza con transformar en definitiva su estancia en uno de sus refugios.
Anton, de 23 años, acaba de solicitar el asilo político en España. Se niega a regresar a casa en tiempos de belicismo, odio y creciente aislamiento. “Son tiempos extraños porque pareciera que estamos atrapados en una máquina del tiempo. Es como si hubiéramos regresado más de medio siglo atrás, a la época en la que Stalin gobernaba la Unión Soviética. Hoy en mi país se persigue a quien piensa diferente y rechaza en público la agresión rusa. Y todo cambió bruscamente en el plazo de una semana”, desliza el joven, que ha perdido su trabajo de comercial en mitad de la crisis económica que han desatado los embargos sobre Moscú.
Ser gay en Rusia y Ucrania es evitar cualquier demostración pública de sentimientos. Hay que simular que somos amigos y nada más
Una relación en mitad de un campo de minas
“Somos plenamente conscientes de lo que está sucediendo. Mi novio comprende también que no es una elección de los rusos. Que la guerra ha sido provocada por la decisión de un hombre, Vladimir Putin, el mismo que puede parar esta deriva”, añade Andrey, un ingeniero de 42 años que se educó en Rusia y mantiene estrechos lazos con el país vecino, hoy transfigurado en agresor de su patria. “Hay muchas parejas mixtas en Rusia y Ucrania. Mi propia familia lo es. Mi madre, rusa, y mi padre, ucraniano”, indica.
Su relación resulta especialmente singular. Son protagonistas de una relación homosexual en unas latitudes del mundo donde la comunidad gay sigue padeciendo la discriminación y el rechazo. En la Rusia de Putin, la homofobia ha ido en aumento en los últimos años. Una encuesta de 2013 desveló que hasta el 74 por ciento de los rusos consideraba que la homosexualidad no debía ser aceptada. El 87 por ciento de los entrevistados en 2019 se oponía a la legalización del matrimonio homosexual. Un rechazo cuasi unánime alimentado desde los poderes político, mediático y religioso. Un club motero vinculado al círculo del inquilino del Kremlin se hace llamar “muerte a las maricas” en una demostración pública de una intolerancia cuyo nivel máximo se ha ejercido en Chechenia, con una oleada de torturas y asesinatos de homosexuales.
Tengo la sensación de que los líderes religiosos ejercen más violencia hacia los gays en Rusia que en Ucrania
“En nuestro caso, nos conocimos en Moscú en una cita por internet. Fue un encuentro breve que tuvo su continuación precisamente en Barcelona. Empezamos a vivir juntos y así ha sido durante los últimos dos años”, rememora Andrey. Para salvar las restricciones, la pareja ha ido moviéndose por distintos lugares, de Rusia a Ucrania y otros países europeos. Una relación nómada, hecha de maletas y aeropuertos. “Ninguno de nuestros dos países aceptan las relaciones entre dos hombres. Lo que hicimos en este tiempo es estar juntos durante algunos meses, lo permitido legalmente, en Ucrania y Rusia y luego viajar por Europa”, comenta.
Un lapso de tiempo en el que aprendieron a disimular sus sentimientos. “Ser gay en Rusia y Ucrania es evitar cualquier demostración pública de afectos. Hay que simular que somos amigos y nada más. No se puede decir abiertamente porque podrías recibir una reacción negativa”, asevera Andrey, que observa ciertos progresos hacia la homosexualidad en sus compatriotas ucranianos. Con un mayor grado de aceptación social, la comunidad homosexual continúa padeciendo ataques de sectores nacionalistas y denuncias de inmoralidad desde círculos religiosos.
“Tengo la sensación de que los líderes religiosos ejercen más violencia hacia los gays en Rusia que en Ucrania, donde la iglesia resulta más indiferente hacia el colectivo”. En los primeros días de la guerra, cuando miles de armas fueron distribuidas entre la población ucraniana, se registraron ataques contra locales de organizaciones en defensa de los derechos LGTBI.
Me preocupa el futuro. La sociedad rusa no parece comprender lo que sucede. Lo veo siempre que hablo con mis amigos rusos
En el ostracismo
Su propia experiencia personal, la que ambos han vivido desde que hicieron pública su relación a los suyos, sirve -a juicio de Andrey- como termómetro. “Mi familia lo ha aceptado completamente pero no así la familia de Anton. El padre cortó toda relación con él cuando supo que vivía con un hombre. Su madre ha mantenido los lazos pero es evidente que está contenta con esta relación”, esboza el ucraniano. En su país, su esperanza es la candidatura de adhesión a la Unión Europa. “Los ucranianos viajan al extranjero con más frecuencia que los rusos y conocen lo que hay fuera de sus fronteras. El proceso de entrada en la UE puede ayudar a la aceptación de la homosexualidad”.
Sé que hay muchos compatriotas que han retornado para empuñar las armas. A mí no me gusta la guerra y creo que puedo ayudar a mi país de otro modo
A mitad de camino entre Kiev y Moscú, Anton y Andrey han hallado Barcelona. Un lugar donde expresarse como son, donde vivir a su aire, sin corsés. “Es una de mis ciudades preferidas. Es la razón por la que, si sumo todas las visitas de los últimos cinco años, he pasado hasta dos años viviendo aquí. Me gusta pasear por sus calles y conocer a gente tan diferente. Es una ciudad donde resulta fácil comunicarse porque se habla inglés”, apunta.
La guerra también ha trastocado sus planes. Debían volar juntos a Kiev a finales de marzo. Un viaje cancelado “sine die”. “Sé que hay muchos compatriotas que han retornado para empuñar las armas. A mí no me gusta la guerra y creo que puedo ayudar a mi país de otro modo”, replica un incondicional de las protestas que las comunidades ucraniana y rusa han celebrado desde el inicio del conflicto armado. “Hemos decidido vivir aquí. Anton no puede regresar a Rusia porque acabaría enrolado en el ejército”, murmura el ingeniero.
“Me preocupa el futuro. La sociedad rusa no parece comprender lo que sucede. Lo veo siempre que hablo con mis amigos rusos. No se dan cuenta de lo que acontece porque les han lavado completamente el cerebro. No confían en los que les cuento porque no están preparados para aceptarlo. Y lo peor es que lo van a perder todo”, narra atormentado por los abismos que ha abierto esta inesperada contienda. “Anton no es así porque él está acostumbrado a viajar y sabe las diferencias. Ha visitado conmigo Ucrania y ha sentido la libertad que se respiraba allí”.
Para la pareja que se conoció en una aplicación de citas y a la que la guerra asaltó en un apartamento en la ciudad Condal, España es un refugio temporal, aunque sin fecha precisa de caducidad. Al menos hasta que el ardor guerrero que ciega a sus países escampe. “Hemos comenzado a aprender español”, advierte Andrey. “Si dejamos España, no tendremos más opción que regresar a nuestros respectivos países. Anton tendría que volver a Rusia. Me aterra la idea de que tal cosa sucediera y se viera obligado a tomar las armas y matar a ucranianos que podrían ser parientes míos”.
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