Como actor y cómico, Volodímir Zelenski hacía reír a la gente.
Como presidente de Ucrania, un país invadido por Rusia, Volodímir Zelenski pronunció un discurso ante el Parlamento Europeo, donde recibió una ovación de pie y provocó las lágrimas de un traductor. La súplica del presidente Zelenski por la ayuda de Europa ante el mortífero bombardeo de la Rusia de Vladímir Putin no era cosa de risa.
Mientras el ejército ruso asediaba las ciudades ucranianas, matando civiles a su paso, el hombre que una vez tocó el piano con sus genitales durante cinco minutos ante las carcajadas del público rogó que Europa y Occidente apoyaran a su todavía joven democracia. Había un único y gran escollo para que interviniera la OTAN con el respaldo de Estados Unidos: el temor a empezar una Tercera Guerra Mundial.
El presidente estadounidense, Joe Biden, dijo que defendería a la OTAN hasta el límite de la Tercera Guerra Mundial, pero que no quería arriesgarse a desencadenar un conflicto más amplio por combatir a Rusia en Ucrania, y descartó el establecimiento de una zona de exclusión aérea, que para Rusia sería una declaración de guerra. El presidente Biden les dijo a los estadounidenses: «Entiéndanlo, la idea de que vamos a mandar material ofensivo, y de que entren aviones, tanques y trenes, pilotos y tripulantes estadounidenses… No se engañen, no importa lo que todos ustedes digan, eso se llama Tercera Guerra Mundial, ¿estamos?».
El pretexto del nazismo no parecía sostenerse. Para empezar, en las elecciones ucranianas de 2019, los candidatos de extrema derecha obtuvieron sólo el 2 por ciento de los votos
Uno de los pretextos de Putin era sofocar el supuesto avance de Ucrania hacia el nazismo. Se dijo que el objetivo de sus actos era proteger a los ciudadanos de las regiones recién reconocidas —por Rusia— del Donbás y «desmilitarizar» y «desnazificar» la propia Ucrania. El pretexto del nazismo no parecía sostenerse. Para empezar, en las elecciones ucranianas de 2019, los candidatos de extrema derecha obtuvieron sólo el 2 por ciento de los votos.
Lo más probable es que tuviera que ver con el intento de reeditar la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Y, por supuesto, los recursos de Ucrania que merece la pena tener: entre ellos, el mineral de hierro, el manganeso, el carbón, la bauxita, el gas natural y el petróleo. Además, a Putin no le entusiasmaba demasiado que un vecino se uniera a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) o tuviera unos lazos estrechos con Occidente, en especial con Estados Unidos. Como condición para poner fin al avance ruso, exigió a la OTAN que le negara el ingreso a Ucrania. De todos modos, era cada vez más improbable que la solicitud de Ucrania hubiese prosperado.
Como hizo la Alemania nazi en los años de la Segunda Guerra Mundial, por la mañana Rusia ha atacado a traición nuestro Estado
Cuando Rusia lanzó la invasión el 24 de febrero de 2022, uno de los primeros tuits del presidente Zelenski —ahora en la guerra las redes sociales son una importante herramienta de lucha— fue: «Como hizo la Alemania nazi en los años de la Segunda Guerra Mundial, por la mañana Rusia ha atacado a traición nuestro Estado. Hoy en día, nuestros países están en distintas partes de la historia. (Rusia) ha emprendido el camino del mal, pero (Ucrania) se está defendiendo y no renunciará a su libertad, no importa lo que piense Moscú». Esas no son las palabras de un filonazi.
Difícilmente se identificaría Zelenski con el régimen de Hitler, cuyo objetivo era el exterminio de los judíos. Zelenski nació en una familia judía y es el primer presidente judío de su país.
Durante siglos, desde que Kiev se convirtió en la capital del antiguo Estado Rus, las historias de Rusia y Ucrania han estado ligadas. También sus lenguas están muy emparentadas, y existen muchos lazos familiares entre los dos países.
A principios del siglo XX, los dos países y la cercana Bielorrusia formaban el núcleo eslavo de la Unión Soviética comunista. Tras la disolución en 1991 de la Unión Soviética, Ucrania y Rusia se mantuvieron alineadas, pero cuando empezó el siglo XXI, Ucrania quiso tener unos lazos más fuertes con Europa. Y eso irritó especialmente al presidente ruso.
Que habría una nueva agresión ya estaba escrito en 2014, cuando el gobierno ucraniano prorruso fue derrocado, lo que llevó a Rusia a anexionarse la península ucraniana de Crimea y a explicitar su apoyo a los insurgentes separatistas del este de Ucrania.
Para muchos observadores de Europa, era sólo cuestión de tiempo que Putin ordenara la invasión total de Ucrania. Putin siempre se había referido a los ucranianos y a los rusos como un solo pueblo, pero, irónicamente, al inicio de la muy vaticinada invasión, con la entrada en Ucrania de los tanques señalizados con la letra «Z», su ejército empezó a matar civiles ucranianos.
El presidente Zelenski declaró al periódico alemán Die Zeit: «La invasión no me sorprendió, pero sí su crueldad. Lo que los soldados rusos les están haciendo a los civiles es más de lo que puedo asimilar. Las bombas que están lanzando a los edificios de apartamentos. Los sistemas de misiles que están utilizando para bombardear zonas residenciales. Son crímenes de guerra».
El 1 de marzo de 2022, el presidente Zelenski pronunció un apasionado discurso ante el Parlamento Europeo: «Queremos que nuestros hijos vivan. Me parece que es justo. Ayer murieron dieciséis niños. Y, de nuevo, el presidente Putin dirá que esto es una especie de “operación”, y que sólo están atacando nuestra infraestructura militar. ¿Dónde están nuestros hijos? ¿En qué centros militares trabajan? ¿Qué misiles manejan? ¿Quizá conducen nuestros tanques? ¡Usted ha matado a dieciséis niños!».
El magnicidio era algo que los ucranianos tenían muy presente: en las primeras tres semanas del conflicto hubo al menos doce intentos de atentado contra la vida del presidente Zelenski
Putin aumentó la presión: advirtió de las consecuencias para los países occidentales si intervenían, y puso en estado de alerta a sus fuerzas de ataque nuclear. Sin embargo, Occidente —y la OTAN— no querían mandar «soldados sobre el terreno» por temor a iniciar la Tercera Guerra Mundial.
Ante el Parlamento Europeo, el presidente Zelenski dijo: «Sólo estamos luchando por nuestra tierra y nuestra libertad, y a pesar de que todas las grandes ciudades de nuestro Estado están ahora cercadas, créanme, nadie entrará en nuestra libertad y nuestro Estado. Hoy, todas las plazas, se llamen como se llamen, serán la plaza de la Libertad. En todas las ciudades de nuestro Estado. Nadie va a quebrarnos, somos fuertes, somos ucranianos».
Pero ¿cuál sería el desenlace? Pocos confiaban en que se encontrara una solución pacífica. La opinión general era que el final llegaría con la caída de Ucrania —o partes de ella— ante el régimen ruso, o bien por capitulación, o bien por concesión. Nadie predecía una retirada rusa pacífica.
La posibilidad de una guerra corta se disipó cuando Ucrania opuso un nivel de resistencia que Rusia no parecía esperar, y que el conflicto se eternizara y se extendiera a los países vecinos se consideró lo más probable.
Otra posibilidad defendida por algunos era derrocar al presidente Putin en Rusia, aunque para que eso sucediera quizá haría falta un levantamiento general, o incluso el magnicidio. El magnicidio era algo que los ucranianos tenían muy presente: en las primeras tres semanas del conflicto hubo al menos doce intentos de atentado contra la vida del presidente Zelenski.
El cómico se mantuvo desafiante. No se había metido en esto por las risas.
Zelenski, la forja de un héroe está editado por Deusto. Los autores son Andrew L. Urban y Chris McLeod.
Andrew L. Urban (Budapest, 1945) es escritor, periodista y un galardonado documentalista. Conoce de primera mano los conflictos bélicos ya que, siendo niño, durante la revolución de 1956, tuvo que huir del país. Chris McLeod es experiodista y ejecutivo. Fue jefe de la sección Internacional y redactor en el Newcastle Morning Herald, así como redactor en el Herald de Melbourne. Es escritor e investigador de floggerblogger.com.
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